Entonces otro zombi —una chica adolescente vestida con los harapos de una porrista— cayó justo frente a Benny, chocando contra el suelo con el quebradizo crujido de los huesos al romperse. Los ojos grises y polvosos de la porrista estaban abiertos, y su boca lanzaba dentelladas al aire.
Los huesos rotos no detenían a un zom. Benny sabía eso demasiado bien, y cavó en la tierra suelta buscando la empuñadura de su espada.
El zombi levantó una mano pálida hacia él. Sus fríos dedos le rozaron la cara, pero de pronto un segundo cuerpo —un tipo enorme en overol— cayó pesadamente encima de ella. El impacto fue enorme, y quebró más huesos todavía.
Benny gritó de horror y repugnancia, y comenzó a cavar como un topo enloquecido, arañando la tierra y pateando para liberar sus pies.
Otro zom cayó cerca. Sus costillas y huesos de los brazos tronaron con un sonido de petardos. Los ruidos eran horribles, y Benny temió que aquellos cadáveres fétidos y blandos cayeran sobre él antes de que pudiera liberarse. Arriba más muertos vivientes llegaron al borde y se desplomaron cerca de él. Un soldado cayó a su derecha, un estudiante a su izquierda. Sus gemidos los seguían al caer, sólo para ser interrumpidos por un gruñido seco cuando chocaban con un crujido sobre sus compañeros. Granjeros y turistas, un hombre en traje de baño cubierto por estrellas de mar, una anciana con un suéter rosa y un hombre barbado con camisa hawaiana, todos se estrellaban sin piedad. El sonido del impacto de esos cuerpos resecos llenaba el aire con una espantosa sinfonía de destrucción.
Otro zom cayó. Y otro.
La porrista, ahora torcida por los impactos, seguía gruñéndole a Benny, y lo agarró de ambos tobillos con sus dedos nudosos.
Benny gritó y trató de liberar las piernas, pero el agarre era demasiado fuerte. Inmediatamente dejó de retorcerse y se sentó.
—¡Suéltame! —le gritó a la zom mientras le estrellaba un puñetazo en pleno rostro.
El golpe rompió la nariz de la zombi y le lanzó la cabeza hacia atrás, pero fue todo lo que consiguió. Benny la golpeó otra vez, y otra. Con pedazos de dientes rotos saliéndole de entre los pálidos labios, la porrista usó el agarre para jalarse hacia delante y trepó por las piernas de Benny; todo el tiempo su boca se abría y cerraba como si ensayara el festín que ya tenía a la mano. El hedor a carne podrida de la criatura resultaba horroroso en ese espacio cerrado.
La zom se arrojó y mordió la pernera del pantalón de Benny con los raigones de sus dientes, pellizcando también algo de piel. Al instante sintió un intenso dolor. Benny soltó un alarido. Otros zoms torcidos se arrastraron por el suelo en dirección a él, trepando unos sobre otros como gusanos en un pedazo de carne descompuesta.
Mientras peleaba, Benny casi pudo escuchar a Tom susurrándole un consejo.
Sé un guerrero inteligente.
—¡Lárgate! —gritó Benny, en parte a la zom y en parte al fantasma de su hermano.
Benny… la mayoría de las personas no son derrotadas, ¡se rinden!
Era algo que Tom le había dicho una docena de veces durante el entrenamiento, pero Benny apenas había puesto atención, porque sonaba como uno de los fastidiosos acertijos lógicos de su hermano. Ahora le urgía comprender lo que Tom había querido decir.
—Guerrero inteligente —rugió Benny en voz alta, con la esperanza de que pronunciarlo le inspirara entendimiento y lo impulsara a la acción. Pero no fue así. Lo gritó una vez más, seguido de todas las palabras obscenas que conocía.
No pelees una contienda imposible. Pelea una que puedas ganar.
Ah.
Aquella lección sí fue comprendida, y Benny se dio cuenta de que estaba reaccionando, más que actuando. Un error de principiantes, como diría Tom.
Odiaba cuando su hermano tenía razón. Era incluso más irritante ahora que Tom estaba muerto.
Cuando la zombi continuó trepando hacia él, Benny dejó de golpearla y la sujetó del asqueroso cabello apelmazado y la rota barbilla. Entonces, con un grito de rabia, torció bruscamente la cabeza de la porrista.
¡Crack!
La zom dejó de moverse de inmediato; su boca se quedó laxa, sus dedos fríos perdieron la fuerza, y la criatura que antes luchara ahora se derrumbó con la verdadera pesadez de los muertos.
Benny sabía que siempre pasaba así cuando moría un zom. Ya sea que se le rompiera el cuello o se le cortara el tronco encefálico con una astilla de acero, el efecto era instantáneo. Toda la vida, todo el movimiento, toda la agresión desaparecía. El zom estaba activo al principio de un breve segundo, y efectivamente muerto en cuanto ese segundo había pasado.
Fue una pequeña victoria, considerando las circunstancias, pero devolvió algo de vigor a los músculos de Benny. Finalmente, con otro gruñido, se abrió paso a patadas fuera del montón de tierra y se arrastró tan rápido como pudo. Un poco de tierra cayó frente a él, y ésa fue la única advertencia que recibió antes de que media docena de zoms se desplomara en diferentes secciones del barranco. Benny se arrojó hacia un lado justo a tiempo.
Volteó hacia atrás y vio que al menos una docena de zoms había conseguido incorporarse. Era cuestión de segundos para que lo alcanzaran. Él también se levantó y sujetó la espada con ambas manos.
—Vengan —gruñó, mostrando los dientes mientras el valor aumentaba en su interior.
El primero de los zoms llegó hasta él, y Benny lo embistió blandiendo la espada. El extremadamente afilado acero cortó los tendones secos y los huesos viejos con facilidad. Las manos del zom volaron por encima del hombro de Benny, quien se agachó bajo los muñones y volvió a erguirse al instante para cortarle el cuello desde atrás del hombro al monstruo. Encontró el ángulo preciso y casi no sintió resistencia cuando la katana atravesó los huesos del cuello. La cabeza del zombi rodó por el suelo a dos metros de distancia, y su cuerpo colapsó en su lugar.
Dos más se aproximaban, avanzando hacia él hombro con hombro. Benny intentó cortar las dos cabezas con un solo golpe lateral, pero erró el ángulo por un par de centímetros, y aunque sí logró cortar la primera cabeza, la espada chocó contra la mejilla del segundo zom, sin causarle ningún daño real. Benny corrigió, y con un nuevo golpe decapitó al zom.
Retrocedió mientras jalaba grandes bocanadas de aire. Luego de la carrera, la caída, y ahora la pelea, ya se encontraba exhausto. Sacudió la cabeza para quitarse el sudor de los ojos.
—A ver, tonto —se dijo—, es hora de ser un guerrero inteligente.
Lo dijo esperando que su voz sonara con toda la fuerza y la confianza que necesitaba. No fue así, pero tendría que bastar.
Los muertos lo alcanzaron. Benny giró y se abrió paso cortando por la parte más vulnerable del círculo de zoms. Saltó sobre los cuerpos que caían y corrió adentrándose más en el barranco. Mientras lo hacía, envainó nuevamente la espada en su funda. La mayor parte de su equipo estaba en su mochila, en el campamento, pero tenía algunas cosas útiles con él. Metió la mano en uno de los abultados bolsillos de su chaleco de lona y sacó un carrete de cuerda de seda. Era delgada pero muy resistente, y Tom la había utilizado para sujetar a los zoms antes de aquietarlos.
Trabajando muy rápido, Benny tomó una rama gruesa, la rompió contra su rodilla y clavó una mitad en la pared más cercana, ligeramente por debajo de la altura de la cintura. Dio la media vuelta y repitió la acción con la otra mitad de la rama en la pared opuesta. Entonces ató la cuerda de seda a uno de los palos, la estiró hacia el otro palo y la jaló para tensarla, luego la amarró tan firmemente como pudo.
Los zoms llegaron a la cuerda y eso los detuvo por un momento, haciéndolos rebotar y entrechocar. Algunos levantaron las manos hacia él con alguna inteligencia residual, tratando de asirlo por la ropa.
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