Pero había más.
Muchos más, y se dirigían hacia él desde todas las direcciones. Dedos fríos le tocaban el rostro tratando de asirle el cabello, pero Benny se agachaba y los esquivaba y se escabullía buscando llegar a terreno despejado.
Su pie tropezó contra una roca y se fue de bruces; la espada voló de su mano y cayó a diez metros cuesta abajo.
—¡No! —gritó mientras la espada desaparecía entre la crecida hierba seca.
Antes de que Benny pudiera reincorporarse, un zom lo agarró por la solapa de uno de los bolsillos del chaleco y otro por el puño de la camisa.
—¡Vete! —gritó Benny mientras se revolcaba y pateaba y luchaba para liberarse. Logró ponerse en pie, pero su equilibrio fue desigual y la pendiente era pronunciada, así que corrió por algunos metros sobre manos y pies, como un perro torpe, hasta que consiguió levantarse nuevamente por completo.
Cada vez más muertos vivientes descendían la loma tambaleándose en su dirección. Benny no tenía idea de dónde provenían, ni por qué había tantos aquí. Incluso antes de Gameland, los zoms habían comenzado a moverse en manada y no solos, como habían hecho hasta entonces. Hacía un mes, Benny, Lilah y Nix habían estado sitiados por miles de ellos en una estación de paso para monjes. Cómo y por qué se estaba produciendo este comportamiento de rebaño, era otro de los misterios para los cuales nadie tenía respuesta.
—Tom —Benny pronunció el nombre de su hermano entre jadeos mientras corría. No sabía por qué lo había hecho. Quizás era una plegaría solicitando guía al mejor cazador de zombis que jamás hubiera rondado Ruina. O quizás era una maldición, porque ahora todo lo que Tom le había enseñado parecía estar en duda. El mundo cambiaba más allá de las lecciones que Tom le había enseñado.
—Tom —gruñó Benny mientras corría, y trató de recordar esas lecciones inmutables. El camino del samurái, el camino del guerrero.
Vio un destello de luz sobre metal, diez pasos adelante cuesta abajo, y saltó hacia la espada tirada, la tomó por la empuñadura con la mano izquierda y después cambió a un agarre a dos manos, mientras sus piernas seguían corriendo a toda velocidad. Los zoms lo alcanzaron y la espada pareció moverse con voluntad propia.
Brazos y piernas y cabezas volaron bajo los calientes rayos del sol.
Soy un guerrero inteligente, pensó Benny mientras corría y peleaba. Soy un Imura. Tengo la espada de Tom.
Soy un cazarrecompensas.
Ajá.
Estás a punto de ser almorzado, imbécil, reviró su voz interior. Por primera vez, Benny no puedo pensar en un argumento convincente.
Adonde quiera que volteara veía otra figura marchita que avanzaba dando tumbos hacia él, desde la sombra de los grandes árboles o entre los altos arbustos. Sabía —lo sabía— que aquello no era una trampa coordinada. Los zoms no podían pensar. No se trataba de eso… Simplemente debió haber tenido la mala suerte de correr hacia una multitud de zoms que se había extendido por la ladera.
¡Corre!, gritó su voz interior. ¡Más rápido!
Quiso replicar a su voz interior que dejara de dar consejos estúpidos y mejor propusiera algún tipo de plan. Algo que no involucrara terminar en el podrido tracto digestivo de un centenar de cadáveres andantes.
Correr.
Ajá, pensó. Buen plan.
Entonces vio que a unos veinte metros cuesta abajo la hierba alta ocultaba la hendidura oscura de un pequeño barranco. Corría a todo lo largo de la ladera, lo cual eran malas noticias, pero tenía menos de tres metros de ancho, lo cual eran buenas noticias.
¿Podría saltarlo? ¿Podría generar el impulso necesario para brincar sobre la abertura?
Su voz interior lo alentó: Vamos… ¡Vamos!
Benny tensó la mandíbula, invocó toda la velocidad de la que era capaz, y se lanzó al aire. Sus pies seguían corriendo en la nada mientras volaba sobre el profundo barranco. Aterrizó pesadamente en la orilla opuesta, doblando las rodillas justo como Tom le había enseñado, dejando que los músculos de sus piernas repartieran la fuerza del impacto.
¡Estaba a salvo!
Benny rio a carcajadas y volteó hacia la ola de zoms que lo seguían arrastrando los pies. Estaban tan concentrados en él que no se percataron —o no comprendieron— el peligro del barranco.
—¡Hey! ¡Cabezas muertas! —gritó, agitando su espada para burlarse de ellos—. Buen intento, pero se metieron con el maldito Benny Imura, asesino de zombis. ¡Ja, ja!
Y entonces el borde del barranco colapsó bajo su peso, y el jodido Benny Imura se desplomó al instante hacia la oscuridad.
DEL DIARIO DE NIX
Ha pasado un mes y un día desde que Tom murió.
Antenoche, mientras estábamos sentados alrededor de la fogata, Chong dijo una broma que hizo reír a Benny. Creo que fue la primera vez que lo escuché reír desde lo de Gameland.
Fue tan agradable. Aunque sigue teniendo la mirada triste. Supongo que yo también.
Pensaba que ninguno de nosotros volvería a reír.
4
Benny descendió de la luz del sol a la oscuridad, y chocó tan fuerte contra el fondo del barranco que sus piernas se doblaron y se fue de bruces, hasta estrellarse de cara contra el suelo. Le llovió encima tierra suelta, raíces de árboles y pequeñas piedras. Dentro de su cabeza detonaron fuegos artificiales, y cada molécula de su cuerpo dolía.
Gimió, rodó hacia un costado, escupió la tierra que le había entrado a la boca y se retiró algunas telarañas de los ojos.
—Ajá, un guerrero inteligente —murmuró.
El fondo del barranco era mucho más ancho que la parte de arriba y estaba lleno de lodo, y Benny comprendió rápidamente que no se trataba de un verdadero barranco sino de una grieta que se había formado por el escurrimiento del agua de las montañas. Durante la época de mayor escurrimiento, el flujo del agua socavaba los bordes de la hendidura, creando la ilusión de suelo firme.
Si hubiera seguido corriendo luego de saltar sobre la abertura, ahora estaría a salvo. En lugar de eso, se había dado la vuelta para alardear. No exactamente como haría un guerrero inteligente.
Guerrero idiota, pensó sombríamente.
Mientras estaba ahí tirado, su mente comenzó a jugarle trucos. O al menos, él pensó que le hacía algo torcido y extraño. Escuchó ruidos. Primero su propia respiración dificultosa y los gemidos de los muertos allá arriba, pero no… había algo más.
Era un rugido distante que sonaba —por imposible que pareciera— como el generador de manivela que suministraba electricidad al hospital allá en casa. Todavía medio enterrado en el lodo, inclinó la cabeza para escuchar. El sonido definitivamente estaba ahí, pero no era exactamente como el del generador del hospital. Éste zumbaba con un tono más agudo, y aumentaba y disminuía, aumentaba y disminuía.
Entonces, desapareció.
Se esforzó por escucharlo, tratando de decidir si en verdad era el sonido de un motor o era otra cosa. Ahí afuera había toda clase de aves y animales, cosas raras que habían escapado de los zoológicos y los circos, y Benny había leído sobre los sonidos de los animales exóticos. ¿Era eso lo que había escuchado?
No, dijo su voz interior, era un motor.
De repente se escuchó un sonido suave que provenía de arriba, y un enorme montón de tierra suelta cayó como cascada sobre Benny, y lo enterró casi hasta el cuello. Él comenzó a luchar para salir de ahí, pero entonces oyó otro sonido y volteó, esperando ver más de la pared colapsando sobre él, pero lo que encontró era mucho, mucho peor. Los zoms que lo perseguían habían llegado al borde del barranco, y el suelo se desmoronó bajo su peso combinado. Cuatro zombis cayeron hacia la oscuridad con estremecedores crujidos. El más cercano aterrizó a sólo dos metros de distancia.
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