Después de todo eso, después de que cada persona que Benny había conocido había sido tocada de un modo u otro por la muerte, tendría que haber sido fácil para él aceptar la muerte de Tom.
Tendría que.
Pero…
A pesar de que Tom había fallecido durante la Batalla de Gameland, él no se había levantado como uno de los muertos vivientes. Eso era increíblemente extraño. Tendría que haber sido maravilloso, una bendición por la que Benny sabía que tendría que sentirse agradecido… pero no era así. Se sentía confundido. Y asustado, porque no tenía idea de lo que significaba.
No tenía sentido. No, de acuerdo con todo lo que Benny había aprendido en sus casi dieciséis años. Desde la Primera Noche, todo aquel que moría, sin importar cómo, se reanimaba convertido en zom. Todos. Sin excepción. Así era como funcionaban las cosas.
Hasta que algo cambió.
Tom no había regresado de la muerte a esa horrorosa burla de la vida llamada “muerte viviente”. Tampoco lo había hecho un hombre asesinado que encontraron en los bosques el día que salieron del pueblo. Lo mismo pasó con algunos de los cazarrecompensas asesinados en la Batalla de Gameland. Benny ignoraba por qué. Nadie sabía la razón. Era un misterio que asustaba y daba esperanza en partes iguales. El mundo, ya de sí misterioso y terrible, se había vuelto aún más extraño.
Un movimiento arrancó a Benny de sus cavilaciones, una figura que salía del bosque en la cima de una loma, a unos veinticinco metros de distancia. El chico se quedó completamente inmóvil, tratando de ver si el zom reparaba en su presencia.
Excepto que éste no era un zom.
La figura era delgada, alta, definitivamente femenina, y casi con total certeza viviente. Vestía ropa negra —una camisa holgada de manga larga y pantalones— y llevaba docenas de pedazos de fina tela roja atados a su cuerpo. Tobillo, piernas, torso, brazos, garganta. Las cintas eran de un rojo brillante y ondeaban al viento, de modo que por un instante pareció como si estuviera mal herida y la sangre le brotara en chorros irregulares. Pero cuando ella pasó de la sombra a la luz del sol, Benny vio que las cintas eran de tela.
Tenía bordado algo con hilo blanco en el frente de su camisa, pero Benny no pudo identificar el diseño.
Él y sus amigos no habían encontrado una persona viva en semanas, y ahí en las tierras baldías era más probable que se toparan con un ermitaño violento y hostil que con un forastero amigable. Esperó a ver si la mujer lo había detectado.
Ella avanzó unos pasos y miró pendiente abajo hacia una línea de altos pinos Bristlecone. Aun a la distancia, Benny pudo ver que la mujer era hermosa. Majestuosa como las imágenes de las reinas que había visto en viejos libros. Piel aceitunada, con mechones de brillante cabello negro que revoloteaban en la misma brisa que agitaba los listones carmesí.
La luz del sol arrancó un fuego plateado de un objeto que ella levantó de donde colgaba en una cadena alrededor de su cuello. Benny estaba demasiado lejos para ver lo que era, aunque le pareció un silbato. Sin embargo, cuando la mujer se lo llevó a los labios y sopló, no se escuchó ningún sonido, pero de pronto las aves y los monos comenzaron a gorjear y a chillar en los árboles con gran agitación.
Entonces, algo más sucedió, algo que hizo que a Benny lo recorriera una oleada de miedo y que ahuyentó todos los demás pensamientos de su mente. Tres hombres surgieron del bosque, detrás de la mujer. Sus ropas también se agitaban al viento, pero en su caso era porque las prendas que usaban habían sido desgarradas por la violencia, por el clima y por las inexorables garras del tiempo.
Zoms.
Benny se incorporó muy lentamente. Los movimientos rápidos atraían a los muertos. Los zoms estaban a unos cuatro metros detrás de la mujer y avanzaban pesadamente en su dirección. Ella parecía totalmente ignorante de su presencia mientras seguía intentando sacar un sonido de su silbato.
Varias figuras más salieron de entre las sombras bajo los árboles. Más muertos. Siguieron saliendo a la luz como si hubieran sido conjurados desde sus pesadillas por su miedo, que era cada vez mayor. No había elección. Tenía que advertirle. Los muertos casi la habían alcanzado.
—¡Señora! —gritó—. ¡Corra!
La mujer levantó bruscamente la cabeza y dirigió la mirada por encima de la hierba hacia donde él estaba parado. Por un momento, todos los zoms quedaron inmóviles en su lugar, buscando la fuente del grito.
—¡Corra! —gritó nuevamente Benny.
La mujer volteó y miró a los zoms. Había cuando menos cuarenta, y otros más se materializaban desde la oscuridad bajo los árboles. Los zoms se movían con una torpeza espasmódica que a Benny siempre le había parecido espantosa. Como marionetas mal manipuladas. Levantaron las manos para alcanzar la carne fresca.
Sin embargo, la mujer les dio lentamente la espalda y volvió a encarar a Benny. Los zoms la alcanzaron.
—No… —resolló Benny, incapaz de soportar el espectáculo de otra muerte.
Y los zombis la pasaron de largo. Ella se quedó allí parada mientras la marea de zoms se abría para moverse a su alrededor. No la sujetaron, no trataron de morderla. La ignoraron por completo, excepto para modificar su trayectoria y evitarla para seguir su camino cuesta abajo.
En dirección a Benny.
Ni uno solo tocó a la mujer o siquiera volteó a verla.
La confusión paralizó al chico. La espada colgaba de su mano, casi olvidada.
¿Se había equivocado con respecto a ella? ¿Acaso la mujer era uno de los muertos y no una persona viva? ¿Estaba usando cadaverina? ¿O había algo más en ella que hacía que los muertos renunciaran al banquete que tenían a la mano para ir por el que los observaba boquiabierto loma abajo?
¡Corre!
La palabra estalló dentro de su mente, y por un momento absurdo Benny pensó que era la voz de Tom la que le gritaba.
Trastabilló como si lo hubieran golpeado, y entonces se dio la media vuelta y corrió.
3
Y corrió como alma que lleva el diablo.
No era momento para reflexionar sobre los misterios. Se lanzó cuesta abajo más rápido que una liebre mientras la multitud de muertos emitía un gemido hambriento y lo seguía.
Un zom se levantó entre la hierba alta directamente en su camino. No había manera de evitarlo, no con toda la inercia de la carrera pendiente abajo, así que agachó la cabeza y lo golpeó con el hombro, como si intentara atravesar una línea defensiva en el campo de futbol americano de la escuela. El zom salió volando hacia atrás y Benny saltó por encima de la criatura.
Más zoms vinieron hacia él, surgiendo tambaleantes de entre los matorrales y de atrás de las enormes rocas volcadas. Benny aún sostenía la espada de Tom, pero odiaba utilizarla contra los zoms. No lo haría a menos que no tuviera otra opción. Estas criaturas no eran malvadas, estaban muertas. Carecían de voluntad. Si no podía aquietarlas del todo, cortarlas en pedazos parecía… injusto. Sabía que no podían sentir dolor y que no les importaría, pero Benny se sentiría como una especie de bravucón mezquino.
Por otro lado, estaba el asunto de la supervivencia. Cuando tres zoms le cerraron el paso en una línea que no podría atravesar embistiendo, la mano que sostenía la espada se movió casi sin un pensamiento consciente. La hoja se elevó a través de un par de brazos estirados y las manos salieron volando muy alto, sin asir más que el aire. Con un hábil giro del hombro, Benny volteó la hoja hacia un lado y la cabeza de un zom rodó por los arbustos. Otro corte hizo caer de costado al tercer zom, repentinamente desprovisto de una pierna desde la mitad del muslo.
—¡Lo siento! —gritó Benny mientras pasaba corriendo entre la ahora rota línea de zoms.
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