Dígase lo que se quiera, no creo yo que en época alguna floreciera en este país una juventud más inteligente, más llena de curiosidad intelectual, con mayor anhelo de saber, ni se ha escrito nunca aquí mejor de como hoy se escribe; ni el periodismo, en ningún sentido, fue igual al de estos tiempos; ni los románticos versificadores de hace medio siglo pueden compararse con Guillermo Valencia o José Eustasio Rivera. 17
Donde los conferencistas pusieron sus grados de pesimismo, Calibán insuflaba optimismo. Sostenía que el pueblo colombiano constituía en América Latina una de las agrupaciones dotadas de mejores cualidades para la vida colectiva; que poseía admirables virtudes privadas y excelentes condiciones ciudadanas que hacían de Colombia uno de los países más libres del continente.
El 4 de junio debutó en el Teatro Municipal Jorge Bejarano. “La raza no decae” fue el tema de su conferencia. Es muy posible que haya sido la mejor oportunidad que había tenido para trascender al futuro. Lo cierto es que a partir de allí su carrera se disparó. Tuvo el mismo éxito o más, de pronto, que la de Miguel Jiménez, porque se entendía que era la continuación del diálogo sobre la temática de la degeneración de la raza. Era tan hombre de ciencia el uno como el otro, solo que a su favor tenía Bejarano su talento de político, y como tal intervino. No es que Jiménez no fuera un político, pues se desempeñaba como congresista conservador, lo que ocurría era que Bejarano estaba a favor de una propuesta política sanitaria más acorde con los tiempos por venir que las reaccionarias tesis de la degeneración racial.
Jorge Bejarano
Fuente: El Gráfico , 24 de agosto de 1919, 299.
Jiménez, de Paipa, Boyacá, tenía 45 años; Bejarano, de Buga, Valle, con sus 32 años, era el alfil que estaba necesitando El Tiempo para politizar la higienización y convertirla en un dispositivo de lucha contra la hegemonía conservadora. Había egresado de la Universidad Nacional en 1913 18. Se había vinculado a Gota de Leche, una entidad creada en 1919 por Andrés Bermúdez 19. Y fue desde su posición de médico de esa institución que planteó políticamente las cosas.
No obstante la carga cientificista, social-darwinista, si se quiere, de las cosas que había dejado dichas Jiménez, Bejarano se encargó de hacerlas ver simplistas. ¿De cuál raza se trata?, dirá Bejarano. De nada servía la generalización. Eran mucho más complejas las cosas.
Curiosamente, las conferencias contaban con la presencia de mujeres, por lo regular de la alta sociedad, de la clase media de entonces. Esta vez Bejarano se dirigió hacia ellas como su principal destinatario: “Madres! Recordad que no hay mejor inmigración que la de vuestros propios hijos!” 20. Así, de una, le respondió a Jiménez, dejando sin piso su propuesta inmigratoria. Y fue alrededor de la mujer que empezó su amplia disertación. Les manifestó que se las estaba condenando a la degeneración y que por ello debían tomar parte en el debate, ellas, en cuyos órganos residía la vida 21.
Como para Bejarano el problema principal era el de la educación, no se podría avanzar sin la presencia de las mujeres. Aceptar la degeneración de la raza sería injusto con los hombres que tanto habían contribuido e influido a su mejoramiento. La existencia de estos mismos hombres era una prueba fidedigna de que la raza no decrecía. Le reconoció méritos a Rodó, a Gumplowicz, a Cajal, a Blanco Fombona, a Gil Fortoul, a Ugarte, a Novicov, a Simmerman, a Payot, a Ingenieros, a Mendoza Pérez, a Escobar Larrazábal, a Araújo, a Alfonso Castro, a José María Samper, a Felipe Pérez, a Nieto Caballero, Santos, Solano, Olaya Herrera 22.
Bejarano, como los intelectuales de su época, admiraba a los grandes hombres y estaba convencido de sus roles en la dirección de los Estados y en la resolución de acuciantes problemas sociales. Los grandes hombres que sabían interpretar anhelos populares y patrióticos. Aquellos que incluso debían su triunfo a la valentía de los humildes como en las batallas de la Gran Guerra recientemente pasada. Leyendo el texto de la conferencia de Bejarano no dejamos de pensar en el libro de Los sertones, de Euclides da Cunha, publicado en 1900, y que describe la guerra de Canudos y las dificultades que tuvo el sofisticado ejército republicano brasileño para vencer a un pueblo hambriento y menudo, pero paradójicamente fuerte 23.
Había distinguido a la pasada intervención de Jiménez el uso de la estadística para la comprobación de sus hipótesis. Se estrenaba la estadística en el país, era una herramienta nueva, y Bejarano frente a ello ponía sus dudas. No le daba crédito no por la estadística misma, sino por los métodos utilizados para la recolección de la información. La mala instrucción, la ética y la moral y la costumbre reinante en el país terminaban minando los resultados:
Preguntad en Colombia, no más, cuántas Escuelas hay, y ni los Gobiernos departamentales os sabrán responder. Y si no ignoran el dato, ese número es falso porque al darlo cada Municipio ha tenido el interés de aumentarlo para que su auxilio departamental no se merme o se suprima en una próxima legislatura. 24
Así, en vez de apelar a la estadística, Bejarano insistía en la explicación y argumentación desde las condiciones concretas en las que se encontraban los sujetos que le habían servido a Jiménez para comprobar sus tesis de la degeneración de la raza colombiana. La mortalidad infantil, por ejemplo, se debía a las condiciones en que vivían los niños y no a un problema de degeneración. Había que poner en iguales circunstancias a todos los niños del orbe para ver resultados diferentes; fundar instituciones que fomentaran la crianza de los niños; crear escuelas de maternidad, asilos donde las futuras madres descansaran de sus labores y se instruyeran respecto de las funciones que debían cumplir, es decir, las Gotas de Leche, las sala cunas, escuelas al aire libre, escuelas para ciegos y anormales; lugares a donde fueran los niños débiles; organizar conferencias; establecer premios para estimular a las madres; y cuanta institución fuera necesaria 25. Aseguraba que estaba en más capacidad que nadie para decir si lo que había en los niños era degeneración o hambre.
De la misma manera zanjó las acusaciones de degeneración en el Ejército. Sostenía que solo bastaba ponerlo en condiciones de abundancia y de higiene, y advertía que decaía por obra de los dirigentes. Llamaba la atención sobre el odio por el militarismo en oposición a un acentuado y acendrado amor por el civismo que iban poco a poco borrando los antiguos atractivos que antes se tenían por la espada y por el quepis. Agregaba que la adoración por los héroes se había tornado más tranquila y serena, que si antes se los estudiaba divinizándolos, ahora se los humanizaba. Lo importante era dar al Ejército la organización metódica y científica que tenía en países como Chile, quitándole el aspecto repulsivo de injusticia e intriga; alejando de él la política; dotándolo de todos los elementos que pudieran hacerlo fuerte, iniciando desde temprano en los ciudadanos la preparación y entrenamiento para la defensa de la patria; vulgarizando la organización militar en las escuelas y fundando instituciones que como la de los Boy Scouts eran verdaderas escuelas de ciudadanos y soldados. Y claro, no olvidaba recordar que no eran las clases mejor instruidas las que concurrían a los cuarteles.
El significante raza era manejado y manipulado por todos los conferenciantes, pero en realidad no parecía tener una connotación negativa. Se lo utilizaba como construcción metafórica: la raza colombiana , como si en verdad existiera cosa parecida. Venía, además, siendo utilizado en positivo por reconocidos autores 26. Y, sin embargo, el propósito principal de Bejarano era sin duda desnudar la naturaleza reaccionaria del concepto raza , y en eso fue contundente.
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