Así que, quizá, lo que demuestra que Ulrichs visitó Hannover y Múnich desde el futuro es cómo usó su potencial, y a sí mismo. Estaba familiarizado con el placer del que su cuerpo era capaz y tenía la suficiente confianza en sí mismo como para saber que aquello era natural y no tenía nada de malo. De tal manera que permitió que sus sentimientos permearan sus razonamientos legales. Aguantó frente a la hostilidad e hizo una defensa del placer. En su discurso a sus colegas, y en sus publicaciones, Ulrichs se convirtió en el primer defensor público de la emancipación de los cuerpos queer . En su libro Gay Berlin , Robert Beachy lo describe como «un innovador improbable». La innovación que mostró fue, en realidad, una performance . Cuando subió al escenario en un auditorio repleto de quinientos cuerpos alterados y molestos, Ulrichs era una visión de libertad.
Dos años después de la alocución fallida de Ulrichs en Múnich, Brunton llegó a Alemania. Envalentonado por el éxito de haberse licenciado y haber publicado un estudio innovador sobre el tratamiento de la angina, se mudó a Leipzig para profundizar en su investigación en un laboratorio dirigido por un científico llamado Carl Ludwig. Allí, Brunton presenció la forma exacta en la que el nitrito de amilo dilataba los vasos sanguíneos. Otros investigadores, en otros lugares, también estaban difundiendo el conocimiento existente sobre aquella sustancia de olor penetrante.
En los años en los que Ulrichs publicó los panfletos firmados con su nombre para reclamar las reformas legales que los cuerpos queer necesitaban, no muy lejos de allí, Brunton avanzaba en el conocimiento de lo que luego sería el popper. Me gusta imaginarme a Brunton y a Ulrichs cruzándose, quizá en un puesto ambulante de bratwurst durante una escapada de fin de semana a Berlín. Aunque la verdad es que Brunton no se quedó mucho tiempo en Alemania. Volvió a Londres e inauguró su propio laboratorio en el University College. También empezó a trabajar como profesor de Medicina en St. Bartholomew’s Hospital y continuó tratando con pacientes, alternando periodos de atención a una y otra faceta de su carrera. Encarnaba su convicción de que la medicina sería mejor si los médicos tuvieran un entendimiento claro del resultado de las terapias administradas.
A lo largo de su carrera, Brunton sacó partido de su potencial. Se convirtió en experto en terapéutica del Comité de Farmacopea del Colegio Farmacéutico de Gran Bretaña y en profesor habitual en la Asociación de Auxiliares de Farmacia, y en su necrológica de Chemist and Druggist en 1916 se le describió como un «gran médico». «Era maravillosamente encantador con sus pacientes», explicaba, «y, a menudo, sus palabras hicieron tanto bien como la medicina» 6.
El nitrito de amilo también continuó sacando partido de su propio potencial. Cuando Brunton presentó la sustancia en una reunión del Colegio Farmacéutico de Gran Bretaña en diciembre de 1888, creó «mucho interés», según un artículo en Chemist and Druggist 7. El uso del nitrito de amilo se extendió a lo largo de la profesión médica y otros doctores empezaron a probarlo para tratar todo tipo de dolencias. Uno de ellos era el doctor James Crichton-Browne, ubicado en Yorkshire. Descubrió que el nitrito de amilo era de utilidad para las mujeres, en especial para aliviar los dolores menstruales y también el dolor posparto. Observando los efectos en los pacientes, Crichton-Browne quedó fascinado por el rubor que causaba.
«Experimentando con el nitrito he comprobado repetidamente cómo cada vez que el enrojecimiento remitía los pacientes se mostraban estúpidos, confundidos y desconcertados», escribió en una carta fechada el 16 de abril de 1871. El receptor era un científico que estudiaba los aspectos biológicos de las emociones humanas, como, por ejemplo, por qué nos ruborizamos al experimentar ciertas emociones. Crichton-Browne dijo a su amigo que haría lo que fuera para ayudarle en sus investigaciones, así que le envió un paquete con las notas de sus observaciones. La carta continuaba: «Una mujer a la que administré nitrito de amilo en diferentes ocasiones me aseguró, me aseguró [sic] que tan pronto se le enrojecía la cara, se quedaba atontada». El científico que recibió la carta era Charles Darwin. No está claro, atendiendo al siguiente libro de Darwin, si probó el nitrito en él mismo o en sujetos de estudio, aunque Crichton-Browne le aconsejó: «Pienso que experimentar con esta materia arrojaría una luz valiosa sobre tus investigaciones, pero esto requeriría mucho cuidado y precaución y no estaría exento de peligro».
Inhalara o no, parece claro que Darwin se interesó por el trabajo de Crichton-Browne. Es fácil darse cuenta de por qué a un científico que reflexiona sobre la respuesta emocional que es el rubor le atrajo el enrojecimiento de la cara como respuesta física a la inhalación del nitrito de amilo. Darwin incluso escribió sobre el nitrito de amilo en La expresión de las emociones en los animales y en el hombre en 1872, citando el trabajo de su amigo al describir cómo el enrojecimiento causado por la inhalación de nitrito de amilo se parecía al rubor «casi en cada detalle».
Los diferentes usos de los que Crichton-Browne dejó constancia probablemente llegaron a oídos de los autores de la edición de Martindale de Extra Pharmacopoeia of Unofficial Drug and Chemical and Pharmaceutical Preparations , en cuya entrada sobre el nitrito de amilo se decía de él que era «un líquido etéreo y amarillento de olor peculiar y no desagradable». El libro recoge su uso para el tratamiento de los dolores menstruales y el sangrado abundante tras el parto, tal y como lo describió Crichton-Browne, pero también para aliviar el asma, la migraña e incluso los mareos al navegar. En 1883, cuando se publicó por primera vez el tratado de farmacopea de Martindale, el nitrito de amilo aún era conocido principalmente por su aplicación en casos de angina y su efectividad ya se había extendido a lo largo de la profesión, llegando a otros países. Un artículo en el Boston Medical and Surgical Journal definía el nitrito de amilo como «el remedio por excelencia para la angina pectoris » 8.
Sin embargo, apareció un rival al nitrito de amilo. En 1879, William Murrell describió el éxito obtenido al aliviar el sufrimiento de los pacientes de angina tras administrarles nitroglicerina. De hecho, esta sustancia ya había sido estudiada previamente en animales, pero causó un dolor de cabeza tan intenso al investigador inicial, que no quiso probarla en humanos (aquel investigador era Brunton). Otros persistieron y la nitroglicerina llegó a ocupar el espacio del nitrito de amilo en el tratamiento de la angina. Hoy en día aún se prescribe en diferentes formas. Si alguna vez has jugado al Trivial, sabrás que la nitroglicerina también es un ingrediente clave en la producción de dinamita. Este uso sorprendente lo patentó Alfred Nobel en Alemania en 1867, el mismo año en el que tenían lugar los descubrimientos de nuestros dos innovadores del cuerpo. El trabajo inconexo de Ulrichs y Brunton en 1867 apuntaba a un futuro queer que ninguno de los dos hombres imaginó. No digo que haya una fecha en concreto a partir de 1867 en la que el futuro queer llegase. «Lo queer aún no está aquí», escribió José Esteban Muñoz 9. «Aún no somos queer ».
Muñoz escribió esto en 2009, pero esa fecha es irrelevante. Lo que afirmaba es que lo queer está para siempre fuera de nuestro alcance. Muñoz está muerto, como Brunton y Ulrichs, y hoy las personas queer persisten en la búsqueda para nuestros cuerpos de nuevas formas de ser, de actuar, de follar. Lo queer es una actitud, un deseo de cuestionar, de experimentar en direcciones sorprendentes. Es desde este espíritu de innovación constante desde el que debemos pensar en el discurso de Ulrichs y el descubrimiento de Brunton.
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