Jordi Sapés de Lema - El concepto de Personaje en la línea de Antonio Blay

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El concepto de Personaje en la línea de Antonio Blay: краткое содержание, описание и аннотация

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El concepto de ego se asocia con frecuencia a rasgos negativos del psiquismo: egocentrismo, egoísmo, egolatría… Esto resalta la pobre opinión que tenemos de nosotros porque, a fin de cuentas, «ego» significa yo. Así que esta concepción negativa del yo solo1 puede conducirnos a la represión o a la renuncia de ser nosotros mismos.
Por eso Antonio Blay propone el término «personaje» para referirse al «ego», diferenciándolo claramente del «yo». Pero hace algo más: presenta el personaje como un accidente sobrevenido en el proceso de socialización del individuo, algo que no es inherente a la naturaleza humana, sino que ha sido inducido en la mente de una manera artificial. Por lo tanto, la supuesta limitación, el pecado original, se puede objetivar y eliminar.
Jordi Sapés ofrece en esta obra una visión completa del concepto de personaje: su génesis, su estructura y la fuerza hipnótica que nos lleva a identificarnos con él. Pero también la manera de escapar de su influencia mediante un ejercicio metódico que puede significar el primer paso real hacia la libertad y la autorrealización.

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Lo cierto es que, tal como marcha el mundo, tenemos muchas razones para sospechar que los “genios malignos” han conseguido desorientarnos bastante. Precisamente por eso necesitamos situarnos de nuevo en el “yo existo” para examinar desde allí las ideas que conforman nuestra mente; sobre todo aquellas que se refieren a nuestra propia realidad personal, rechazando las que veamos manifiestamente erróneas y recuperando la potestad de mirar el mundo y a nosotros mismos sin intermediarios.

Esta actividad tiene que ver con la indicación socrática del “conócete a ti mismo”, pero la complementa con otra que podría resumirse añadiendo: “y desmiente tus complejos”. No es la clásica invitación a examinar nuestra conciencia con sentimientos de culpa, ni a sustituir las ideas pesimistas que podamos albergar por otras maravillosas. Es la propuesta de ver lo que hay; mirando, no pensando ni interpretando. Es así de simple: ver lo que hay y redescubrir al que mira.

El método para hacerlo que presentamos en estas páginas se apoya en las directrices del psicólogo catalán Antonio Blay Fontcuberta (1920-1985); considerado por muchos como un maestro espiritual. Blay cuenta con una amplia obra escrita, especialmente destacable por su claridad. En ella resalta un concepto novedoso que sólo había sido apuntado por Gurdjieff: la noción de “personaje”. La noción de “personaje” sirve para examinar de una manera eficaz los contenidos de nuestra conciencia y distinguir en ella la influencia y las consecuencias de los “genios malignos”. Como explicaremos enseguida, el personaje es el resultado de la completa alienación del individuo a su entorno social, una alienación que puede ser observada, objetivada y trascendida. Este es el primer peldaño de una línea práctica que conduce a la autorrealización o conocimiento total de uno mismo.

La claridad de Antonio Blay deriva del hecho de estar describiendo su trayectoria personal en el reencuentro con el yo. El no hace filosofía, aunque emplea determinados conceptos para orientar esta experiencia en los demás, proporciona las claves que permiten reproducirla a cualquier persona interesada en ello. Describe el desarrollo que puede experimentar cualquier ser humano, por el hecho de serlo; desde la desorientación, la soledad y la impotencia hasta la evidencia palpable de su naturaleza genérica. Es un camino que se recorrer fase por fase; y la primera de ellas implica descubrir esta alienación y anularla.

IDENTIDAD, IDENTIFICACIÓN Y ALIENACIÓN

El problema de la identidad nace de la necesidad que tiene el individuo de identificarse en su propia conciencia; y para ello atiende a lo que encuentra idéntico o permanente en sí mismo: lo que se mantiene a lo largo del tiempo y de los cambios que suceden en su existencia.

El yo genérico

¿Podemos encontrar esta identidad en las capacidades genéricas que hemos mencionado: la capacidad de comprender, de amar y de hacer? El hecho de ser genéricas, es decir: predicables de cualquier ser humano, ¿nos permiten identificarnos? Creemos que sí. Está claro que no nos permiten diferenciarnos de otros individuos como nosotros; sin embargo, posibilitan que mantengamos la noción de un yo personal a lo largo de todos los cambios que se producen en nuestra existencia.

Para diferenciarnos de otros individuos es necesario recurrir a nuestro cuerpo, a nuestra manera de pensar, a nuestra profesión y a toda una serie de factores que constituyen nuestra historia personal; pero lo cierto es que tanto nuestro cuerpo como nuestra manera de pensar, e incluso nuestra profesión, han experimentado repetidos cambios a lo largo de la existencia. A la comadrona que nos trajo al mundo le costaría mucho identificarnos ahora si tuviera como única referencia nuestro cuerpo. Pero el hecho es que nosotros mantenemos una noción de “yo” a largo de todos estos cambios físicos, ideológicos, profesionales, etc. Todo esto puede constituir “nuestra historia personal”, pero no es “Yo”. “Yo” soy, en todo caso, el propietario de esta historia, el protagonista de la misma; por eso la llamo “mía”. Pero eso hablo de “mi” historia, como algo distinto de “yo”.

Sin embargo, este “yo” no sirve para presentarnos a los demás. Si yo me presento diciendo: “yo soy yo”, seguramente que la respuesta que obtendré será: “yo también”. Lo cual es lógico, habida cuenta que estoy utilizando algo genérico para identificarme. Como veremos a continuación, utilizaré mi personalidad para diferenciarme de los demás. Pero si estoy hablando de “mi” personalidad es que esta personalidad es algo que tengo; es decir tampoco es “yo”. Un niño recién nacido, no tiene historia ni tiene personalidad y, sin embargo, ya es “yo”. Un adulto que por causa de una enfermedad mental ha perdido el control de su historia y de su personalidad, sigue siendo “yo”.

Y esta es la clave: yo soy el protagonista de esta historia; el que utiliza la personalidad para expresarse en este mundo. Soy la capacidad de pensar, amar y hacer, no lo que hago con estas capacidades. Lo que hago con ellas ya es un producto, es “mi” producto; pero yo no soy el producto sino la capacidad de generarlo. Por eso es incorrecto hablar de “mis capacidades”, precisamente porque son genéricas. Yo soy estas capacidades o funciones cognitivas, afectivas y energéticas, como cualquier otro ser humano; y las utilizo de una manera personal. Sus productos sí los puedo llamar míos, pero las capacidades las soy. De fuera me puede venir información, pero la capacidad de entenderla no me la puede dar nadie: la soy. De fuera me pueden venir propuestas de relación, pero la capacidad de amar no me la da nadie: la soy. De fuera me pueden llegar situaciones que requieren una respuesta de mi, pero la energía que posibilita esta respuesta es la vida que soy. El entorno puede incluso esclavizarme y obligarme a actuar, a pensar y a sentir de determinada manera; pero la inteligencia, el amor y la energía que pondré para materializar esta manera de pensar, sentir y hacer seguirá siendo “yo”, porque es justamente lo que yo soy.

Esto nos conduce a afirmar que nuestra identidad, lo que nunca cambia, lo que permanece inalterable a lo largo de mi existencia es la misma que la de todos los seres humanos que existen, han existido y existirán. Todos tenemos la misma identidad, pero cada uno de nosotros la percibe y la utiliza de una manera diferente, acorde con su individualidad. Considerado desde un punto de vista biológico, el ser humano es una especie social; pero tiene algo que la hace muy particular: cada individuo de la especie tiene la misma naturaleza, y por tanto el mismo valor, que la especie en su conjunto. El pensamiento, la moral y la técnica se divulgan, extienden y generalizan, pero, en su origen, son siempre individuales. Haber ignorado esta realidad explica el fracaso de todos los modelos socio-económicos que han intentado convertir al individuo en una mera célula de la sociedad.

“Yo”, en tanto que capacidad de ver, amar y hacer, soy el sujeto de mis pensamientos, sentimientos y actos. No soy nada metafísico, soy algo muy real. Aunque es posible que, a base de dar tanta importancia a los pensamientos, sentimientos y actos haya acabado por ignorarme a mí mismo. De esto hablaremos ampliamente. De momento basta con que tomemos conciencia de que ahí está nuestro principio: desde el momento en que nacemos, incluso antes de nacer, ya somos esta capacidad de constatar y describir nuestro entorno, de relacionarnos con él y de transformarlo. Somos esto antes de tener historia personal; y lo seguimos siendo a lo largo de ella.

El yo experiencia

Estas capacidades genéricas se actualizan constantemente en contacto con un entorno que las estimula. Las cosas, las personas o las situaciones que tengo que comprender, apoyar o transformar aparecen en el exterior; y esta actualización da lugar a la personalidad o yo-experiencia. La personalidad es el producto de un yo que se desarrolla en un entorno concreto y experimenta la realidad de una forma personal y única. Así como la identidad o yo genérico es común, la personalidad es individual y exclusiva. Esta es la razón por la cual resulta más adecuada para identificar a cada individuo y distinguirlo de los demás.

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