FAUSTO
No sé si debo.
MEFISTÓFELES
¿Aún te lo preguntas? ¿Pretendes guardarte este tesoro? Entonces le recomiendo a Su Avaricia que no me haga perder el día y que me dispense de esfuerzos venideros. No creí que fueras avaro. Me rasco la cabeza y me froto las manos. ( Coloca la cajita en el armario y vuelve a cerrar la puerta. ) ¡Venga! ¡Deprisa! Yo intento someter el deseo y la voluntad de tu corazón a esta joven y dulce niña y tú estás ahí, como si fueras a entrar al aula y, grises, en carne y hueso, te esperaran la física y la metafísica. Vamos.
( Salen. )
MARGARITA ( Con una lámpara. )
¡Qué bochorno!, ¡qué humedad hay aquí! ( Abre la ventana. ) Sin embargo, no hace calor fuera, pero siento calor no sé por qué. Me gustaría que volviera mamá a casa. Siento un escalofrío que me recorre todo el cuerpo. Creo que soy una mujer miedosa y tonta. ( Empieza a cantar mientras se va desnudando. )
Había una vez un rey en Thule,
fiel hasta la sepultura,
al que su amada, muriendo,
regaló una áurea copa.
Era su mayor tesoro;
la llevaba a los banquetes;
se humedecían sus ojos
cuando de ella bebía.
Al estar su muerte próxima,
calculó su gran fortuna
y a su heredero la legó,
mas no su querida copa.
Celebró regio banquete,
flanqueado de caballeros,
en el antiguo salón
del castillo junto al mar.
Allí el viejo bebedor
tomó su último sorbo
y arrojó su amada copa
al albur de las mareas.
La vio caer y hundirse
en aquel profundo mar.
Los ojos se le apagaron,
nunca volvió a beber.
( Abre el armario para ordenar sus vestidos y ve el cofrecito de joyas. ) Cómo ha llegado hasta aquí este cofrecillo si estoy segura de haber cerrado muy bien el armario. ¡Qué raro! ¿Qué podrá haber dentro? Quizá lo haya traído alguien en prenda, para pedir un préstamo a mi madre. Cuelga una llavecita de la cinta. Me parece que lo voy a abrir ahora mismo. ¿Qué es esto? ¡Dios de los cielos! Mira, no he visto nunca nada igual en mi vida. Unas joyas con las que cualquier dama de la nobleza podría asistir a la mayor de las solemnidades. ¿Cómo me sentaría esta cadena? ¿A quién pertenece esta maravilla? ( Se adorna con las joyas y se pone ante el espejo.) ¡Si tan sólo fueran míos los pendientes, ya tendría otro aspecto! ¿De qué sirven la belleza y la juventud? Todo ello puede ser muy bueno y muy bonito, pero ahí se queda y se alaba casi por compromiso. Mas todos persiguen el oro y todo pende del oro. ¡Ay, pobres de nosotras!
(FAUSTO, pensativo, va andando de un lado a otro. Se le acerca MEFISTÓFELES.)
MEFISTÓFELES
Por todo el amor desdeñado, por todos los elementos infernales; ¡quisiera saber lo más ofensivo posible para poder maldecir!
FAUSTO
¿Qué te pasa?, ¿qué mosca te ha picado? No he visto peor cara en mi vida.
MEFISTÓFELES
Me daría ahora mismo a los diablos si no fuera yo uno de ellos.
FAUSTO
¿Estás perturbado? La verdad es que te da empaque ponerte como un loco.
MEFISTÓFELES
Las joyas que reuní para Margarita se las ha llevado un cura. La madre, en cuanto vio aquello, empezó a sentir miedo. La mujer tiene un fino olfato, pues siempre tiene las narices dentro del misal, y empieza a oler todos los muebles a ver si son sagrados o profanos, y cuando vio las joyas comprendió al momento que no tenían muchas bendiciones. Ella exclamó: «Hija mía, este bien injusto apresa el alma y consume la sangre. Lo consagraremos a la madre de Dios y quedaremos satisfechos con el Maná del Cielo». La pequeña Margarita torció el gesto, pensó que era caballo regalado y que no era ningún impío el que lo había traído con tanta finura. La madre hizo llamar a un cura que, en cuanto presintió el placer, se dejó agradar la vista. El dijo: «Está muy bien pensado, el que supera la prueba gana. La Iglesia tiene un buen estómago, ha devorado países enteros y nunca se ha empachado hasta ahora. Sólo la Iglesia, estimadas señoras, puede digerir bienes injustos».
FAUSTO
Ese es un uso general. El judío y el rey hacen lo mismo.
MEFISTÓFELES
Se llevó el prendedor, el collar y los anillos como si fueran bagatelas, y sin dar más gracias que por un cesto lleno de avellanas, les prometió la recompensa celestial y ellas se sintieron muy edificadas.
FAUSTO
¿Y Margarita?
MEFISTÓFELES
Ahora está intranquila, no sabe lo que quiere ni lo que debe hacer; día y noche se acuerda de las joyas y piensa aún más en quién se las dejaría allí.
FAUSTO
Me duele la preocupación de mi pequeña amada. ¡Consíguele nuevas joyas! Las primeras valían poca cosa.
MEFISTÓFELES
Sí claro, para el señor todo es un juego de niñas.
FAUSTO
Hazlo y dispónlo a mi voluntad. Pégate a su vecina. Demonio, no seas blandengue y trae nuevas joyas. MEFISTÓFELES
Sí, gran señor, lo haré con gusto y de corazón.
(FAUSTO se va. )
Así es cómo un loco enamorado hace estallar el sol, la luna y las estrellas para la diversión de la amada. ( Sale. )
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