—¿Vestida con las enaguas? —preguntó Robert.
—Olvidé mencionar que la combinación había sido sustituida de nuevo por su vestido. No había calefacción en el ático y vestida únicamente con una combinación es posible que hubiera muerto o caído enferma.
—Si es que alguna vez estuvo en el ático —dijo Robert.
—En efecto. Si, como usted dice, estuvo en el ático — consintió el inspector con suavidad. Y, sin su acostumbrada pausa de cortesía esta vez, continuó—: No recuerda gran cosa después de eso. Caminó durante mucho tiempo en la oscuridad, según dice, por una carretera. Pero no había tráfico y no se encontró con nadie. Largo rato después, en la carretera principal, un camionero la vio dando tumbos ante sus focos y se detuvo para recogerla. Estaba tan cansada que se quedó dormida de inmediato. Despertó mientras alguien la ayudaba a ponerse de pie en la carretera. El camionero se rio de ella y le dijo que parecía una muñeca de trapo que había perdido todo el relleno. Aún era de noche. El camionero le dijo que estaba en el lugar donde le había pedido que la llevara y acto seguido se marchó. Después de un rato reconoció la esquina. Estaba a menos de tres kilómetros de su casa. Oyó un reloj señalar las once. Y poco antes de la medianoche llegó a casa.
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1 Sin significa pecado, y sand, arena. Todas las notas son del traductor.
2Siglas del Royal Electrical and Mechanical Engineers, Cuerpo Real de Ingenieros Eléctricos y Mecánicos.
3Guerra civil que enfrentó en Inglaterra entre los años 1455 y 1487 a los partidarios de las casas de Lancaster y York.
4Cuando Ricardo III reinaba y coincidiendo con la guerra de las Dos Rosas.
5Bufé de platos variados, fríos y calientes, típico de Suecia.
Hubo un breve silencio.
—¿Y esta chica es la que está ahora mismo sentada en un coche a las puertas de La Hacienda? —dijo Robert.
—Sí.
—Imagino que tiene sus motivos para traerla hasta aquí.
—Así es. Cuando la chica se recuperó lo suficiente, pudieron convencerla para que contase su historia a la policía. Fue transcrita por un taquígrafo mientras lo hacía. A continuación leyó la versión escrita y la firmó. En su declaración había dos aspectos que ayudaron especialmente a la policía. Estos son los fragmentos más relevantes:
«Después de un rato pasamos junto a un autobús con un letrero iluminado que ponía milford. No, no sé dónde está Milford. No, nunca he estado allí.»
—Ese era uno. Este es el otro:
«Desde la ventana del ático podía ver un muro alto de ladrillo con un gran portón de hierro justo en el centro. En el lado exterior del muro había una carretera, pude ver incluso los postes de telégrafo. No, no podía ver pasar el tráfico porque el muro era demasiado alto. Sí, la parte superior de la carga de algún camión, en varias ocasiones. No es posible ver nada a través del portón porque está cubierto con planchas de hierro desde el interior. Dentro de la propiedad, el camino discurría en línea recta durante un trecho y después se bifurcaba en dos hasta terminar frente a la puerta principal. No, no había jardín, solo hierba. Sí, césped, supongo. No, no recuerdo ningún arbusto. Solo la hierba y el sendero.»
Grant cerró el pequeño cuaderno de notas que había estado leyendo.
—Hasta donde sabemos, y siempre de acuerdo a los avances de la investigación a día de hoy, no hay ninguna otra casa entre Larborough y Milford que se ajuste a la descripción de la muchacha salvo La Hacienda. Más aún, parece ajustarse al detalle. Cuando la chica vio el portón y el muro al llegar esta tarde aseguró que sin duda este era el lugar. Aunque por supuesto, aún no ha reconocido el interior. Antes debía explicarle los particulares a la señorita Sharpe y averiguar si estaba dispuesta a ver a la chica. Enseguida sugirió que debía estar presente algún testigo.
—¿Comprende ahora por qué necesitaba ayuda con tanta urgencia? —dijo Marion Sharpe, volviéndose hacia Robert—. ¿Se puede imaginar una pesadilla más absurda?
—La historia de la muchacha es sin duda la más extraña mezcla de hechos y dislates que pueda escucharse. Comprendo que es difícil hoy en día encontrar un buen servicio doméstico —dijo Robert—, pero, ¿acaso tanto como para llegar a secuestrar a un potencial sirviente? Eso por no hablar de golpearlo y matarlo de hambre…
—Ninguna persona normal haría algo así, por supuesto —respondió Grant, manteniendo la mirada sobre la de Robert para evitar que se desviara hacia Marion Sharpe—. Pero créame, en mis primeros doce meses en el cuerpo he visto al menos una decena de casos mucho más increíbles. Parece no haber límite para las extravagancias de la conducta humana.
—Estoy de acuerdo. Pero la extravagancia es igualmente aplicable a la conducta de la muchacha. Después de todo, esto ha empezado por ella. Es ella quien ha estado desaparecida durante…
Hizo una pausa a modo de interrogante.
—Un mes —respondió Grant.
—Durante un mes. Mientras, por otra parte, no hay nada que sugiera que la rutina en La Hacienda haya variado en lo más mínimo en todo ese tiempo. ¿No posee la señorita Sharpe ninguna coartada para el día en cuestión?
—No —dijo Marion Sharpe—. Se trata, según el inspector, del día 28 de marzo. Ya ha pasado mucho tiempo y nuestros días no varían demasiado, si acaso lo hacen en absoluto. Nos resultaría imposible recordar qué fue lo que hicimos el 28 de marzo… Y más improbable aún me parece que alguien más vaya a hacerlo.
—¿Su asistenta, quizá? —sugirió Robert—. Los criados tienen maneras de ordenar la vida doméstica a menudo sorprendentes.
—No tenemos asistenta —dijo ella—. Nos resulta difícil conservarlas, pues La Hacienda está muy alejada de todo.
El instante amenazaba con convertirse en un momento incómodo, por lo que Robert se apresuró a cambiar de tema.
—Esta chica… No sé cómo se llama, por cierto.
—Elisabeth Kane. Conocida como Betty Kane.
—Oh, sí, es cierto. Me lo había dicho. Lo siento. Esta muchacha… ¿Sabemos algo de ella? Imagino que la policía la habrá investigado antes de aceptar la supuesta veracidad de su historia. ¿Por qué vive con sus tutores y no con sus padres, por ejemplo?
—Es una huérfana de guerra. Fue evacuada al distrito de Aylesbury cuando era pequeña. Era hija única y fue acogida por los Wynn, que ya tenían un niño cuatro años mayor. Unos doce meses después los dos progenitores resultaron muertos en el mismo «incidente», y los Wynn, que siempre habían querido una hija y le habían cogido mucho cariño, decidieron adoptarla. Para ella son como sus padres, ya que apenas puede recordar a los verdaderos.
—Ya veo. ¿Y su historial?
—Excelente. Una niña tranquila, según todos los que la conocen. Buena en la escuela, aunque no brillante. Nunca se ha metido en problemas, ni en la escuela ni fuera de ella. «De una inmaculada honestidad», fue la frase que empleó su última maestra.
—Cuando por fin regresó a casa, tras su ausencia, ¿había aún alguna evidencia de los golpes que dice haber recibido?
—Oh, sí. En efecto. El médico de los Wynn la examinó a la mañana siguiente y afirmó que había sido brutalmente golpeada. De hecho algunas magulladuras aún eran evidentes tiempo después, cuando se presentó en la jefatura a prestar declaración.
—¿No tiene historial de epilepsia?
—No. También consideramos esa posibilidad durante el inicio de la investigación. Me parece necesario añadir que los Wynn son gente muy sensata. Han pasado por momentos muy difíciles pero nunca han tratado de exagerar la situación ni han caído en dramatismos. Tampoco han permitido que la chica se convirtiera en objeto de interés o piedad. Han llevado todo el asunto admirablemente.
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