La esvástica en el ejército de Estados Unidos
Poco antes de que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial, su ejército se vio obligado a cambiar la insignia que la 45ª División de Infantería llevaba en su hombro, considerando la situación mundial y previendo a qué les avocaba el escenario y la evolución de la política internacional. Esta unidad tenía en dicha insignia una combinación de los colores tradicionales de España, por su origen en Nuevo México, y de un símbolo tomado de los nativos americanos.
Este símbolo era similar al que usaban los alemanes en Europa. Es decir, una unidad del ejército norteamericano tenía una esvástica en su hombro. Era de color dorado y el fondo era rojo, de ahí los colores españoles de los que hablaba antes. Fue modificada para que desapareciera la similitud con la esvástica nazi. En su lugar pusieron una figura de un pájaro (thunderbird).
Por cierto, según parece, estos parches tienen hoy en día un valor realmente alto entre los coleccionistas, como era de esperar.
La fuga de Colditz
En el libro titulado Militaria, de Nicholas Hobbes, muy recomendable y entretenido, se narran todos los métodos utilizados para intentar fugarse de la prisión de Colditz, o al menos un buen número de ellos.
El castillo de Colditz, en Alemania, fue una prisión para oficiales aliados durante la Segunda Guerra Mundial, destinada, entre otros, a hombres que ya habían intentado escaparse de otras prisiones y campos alemanes. La Wehrmacht se ocupó de convertir aquel lugar en una prisión de alta seguridad de la que fuera complicado escaparse, principalmente porque, según parece, había un buen número de guardias. En cualquier caso hubo fugas de este lugar. Lo que no puedo decirles es cuáles de los siguientes métodos de fuga que enumera Hobbes en su libro funcionaron y cuáles no, pero la lista es sorprendente:
Salir andando por la puerta principal vestido con uniforme alemán.
Disfrazarse con un uniforme alemán y relevar a los centinelas.
Disfrazarse de ama de casa alemana.
Escaparse durante el paseo diario por el parque.
Reemplazar con muñecos a los prisioneros mientras estos se ocultan bajo las hojas en el parque.
Saltar la tapia.
Descender en rappel por la ventana mediante cuerdas hechas a base de sábanas.
Sobornar a los guardas.
Cavar un túnel bajo la cantina.
Ocultarse entre los colchones sobrantes que se enviaban de vuelta a la ciudad.
Deslizarse por el vertedor de ropa sucia.
Ocultarse en el camión de la basura.
Salir a través de una pared de los lavabos.
Colarse por una boca de alcantarilla en el parque.
Abrir un túnel bajo la capilla.
Ocultarse en el carro utilizado para transportar la tierra cavada del túnel después de que este haya sido descubierto.
Fabricar un planeador de tamaño natural que podía lanzarse desde el techo del castillo transportando a dos pasajeros. En este caso, el castillo fue liberado antes de poder utilizar en invento, pero una réplica suya construida con posterioridad funcionó.
Hitler, una mosca y un soldado
Estando un día Adolf Hitler debajo de un árbol leyendo unas notas, una mosca se le acercó y comenzó a revolotear en torno a su cabeza. Irritado y molesto, el Führer intentó desalojarla de su presencia utilizando los papeles que estaba leyendo como amenaza. Después de moverlos en el aire varias veces sin éxito reparó en que el hombre que estaba cerca se estaba sonriendo, ligeramente.
Este hombre era Fritz Darges, uno de sus oficiales de ordenanza. Según Rochus Misch, guardaespaldas de Hitler y fuente de esta anécdota: “Un ligero rictus pasó por su cara. No había cambiado de posición, seguía con las manos en la espalda, la cabeza bien recta, pero le costaba contener la risa”. Como ven ustedes, Darges tampoco se revolcaba por el suelo atacado por el carcajeo, pero su leve gesto fue suficiente.
Hitler le soltó: “Si no es capaz de mantener alejado de mí un animal como éste, quiere decir que un oficial de ordenanza como usted no me hace ninguna falta”. Con aquella frase despidió a Darges, y Misch sospecha que lo enviaron al frente.
El Nido del Águila
Bajo este nombre, Nido del Águila, se conoce una mansión o “chalet” que Hitler tenía en los Alpes. Lo recibió como regalo, por parte de su partido político, el NSDAP, en su 50º cumpleaños. Todo un símbolo del régimen nazi, también lo fue para los aliados cuando lo tomaron en la fase final de la Segunda Guerra Mundial.
El edificio está en lo alto de las montañas y su construcción, según parece, no fue sencilla ni barata. Un ascensor metido en el corazón de la montaña y un túnel permiten llegar a la “cumbre del poder”. El lugar tiene unas vistas realmente impresionantes y la belleza del entorno es indudable. Pero a pesar de ello y todo lo anterior, Hitler no lo frecuentó. Sólo hay documentadas 14 visitas del líder nazi a su nido. La última, en octubre de 1940. No le gustaba mucho el ascensor ni el túnel de acceso.
Sin duda, por lo que es más famoso el Nido del Águila, como decía antes, es porque se convirtió en todo un símbolo cuando en mayo de 1945 fue tomado por los aliados y, especialmente, por el tratamiento del hecho en la postguerra. Algunas fotos de los soldados aliados en este lugar son una referencia dentro de las obras relativas a la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, pueden ver el capítulo correspondiente de la fabulosa serie Hermanos de Sangre (Band of Brothers) para hacerse una idea más exacta.
Lecciones de empresa, por Hermann Goering
Gracias a un par de detalles sobre Hermann Goering que he leído en la revista La Aventura de la Historia, vamos a ver un modo de actuar que es perfectamente aplicable al mundo empresarial. Según se comenta en dicha revista, una vez le preguntaron a Goering, a la sazón responsable de la Luftwaffe, por qué esta no disponía de bombarderos pesados. La contestación fue: “uno pesado cuesta tanto como cuatro ligeros y Hitler me va a preguntar cuántos tenemos, no si son bombarderos pesados”. Tomen el nombre de Hitler como “el jefe” y vean que su decisión se tomó para agradar al jefe, no por ser lo mejor para “su empresa”.
Se repitió esta situación hacia el final de la guerra. Alemania podría haber dispuesto de un buen número de cazas a reacción en 1944, pero todo se retrasó porque Hitler quería bombarderos y Goering hizo lo que pudo para complacerle, a pesar de todo.
Goering ayudado por unos judíos
Unos años antes de acceder definitivamente al poder, el partido político de Hitler intentó un golpe de Estado, conocido como putsch en alemán. Era el año 1923. No resultó exitoso y después de algunas horas todo había acabado. Un regimiento de las SA en Munich se vio envuelto en un intercambio de disparos y dos de aquellas balas acabaron en el vientre de Hermann Goering, ya por entonces uno de los líderes del movimiento. Goering sería, con el tiempo, uno de los tres o cuatro hombres más poderosos del Tercer Reich.
Herido, Goering se tuvo que ocultar para no ser detenido y poder huir a una zona más segura. Fue una familia judía, los Ballin, los que ocultaron al rebelde y le ayudaron a huir. Posiblemente, de saber que aquel hombre formaría parte años más tarde del régimen que asesinaría a millones de judíos lo habrían rematado allí mismo. De todos modos, gracias a la ayuda de Goering, en agradecimiento por este hecho, salvarían su vida los Ballin durante el exterminio que llevaron a cabo los nazis.
La historia real de la Gran Evasión
La Gran Evasión, la película, es un recurrente cada cierto tiempo en mi caso cuando me dispongo a pasar un buen rato. Como sabrán, narra la historia de una fuga masiva de soldados aliados de un campo de prisioneros alemán durante la Segunda Guerra Mundial. La película, basada en una novela de Paul Brickhill, está inspirada a su vez en hechos reales.
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