En este contexto, los alemanes usaron a prisioneros de guerra, y a otras muchas de las personas que sencillamente detuvieron, para hacer trabajos forzados, pruebas, experimentos... Desde hacer billetes falsos hasta probar las botas de los soldados alemanes, pasando por cualquier tipo de trabajo manual.
El que era destinado a trabajar, en muchos casos salvaba la vida temporalmente pero, sin duda, sufría. A veces, lo que parecía un castigo absurdo tenía su objetivo. Un ejemplo lo tenemos en seis soldados británicos que fueron capturados por los alemanes en abril de 1943. A uno de ellos lo ejecutaron pensando que era judío, pero a los otros cinco los castigaron a andar cincuenta kilómetros al día, los siete días de la semana, en una pista de adoquines.
Esto puede parecer sencillamente un castigo absurdo, pero lo que los alemanes pretendían era que aquello les permitiera conocer el aguante de las botas destinadas al ejército alemán, comprobando así su resistencia a base de kilómetros andados.
La suerte en el campo de Buchenwald
El 11 de abril de 1945 el cuartel general de la Gestapo en Weimar telefoneó al campo de concentración de Buchenwald. Avisó de que iban a enviar explosivos para volar el campo, con los internos dentro del mismo.
Afortunadamente, los administradores del campo ya había huido y los internos atendieron el teléfono. En el momento de la llamada, el lugar ya estaba en manos de los que habían sido sus prisioneros. La contestación fue: “No se preocupen, no es necesario. Ya han volado el campo”. Evidentemente, en este caso la suerte y el miedo de los responsables salvaron la vida de los prisioneros.
Lo que no queda muy claro es cómo la Gestapo no sospechó nada al llamar al campo, hablar con gente del mismo y oír que había sido volado. Supongo que entendieron que la destrucción estaba hecha o planeada.
El pan de Adolf Hitler
Durante el Tercer Reich, cada semana, el mismo día, llegaba un paquete del tamaño de una caja de zapatos a la cancillería en Berlín y era conducido inmediatamente a las cocinas. Esta costumbre se mantuvo sin cambios hasta los últimos días del Reich.
El paquete contenía una hogaza de pan de pueblo que una mujer de una zona rural hacía a mano. Hitler probó este pan en uno de sus viajes y desde entonces no quiso prescindir de él en su escasa dieta (casi siempre) vegetariana.
Gandhi y Hitler
En mayo de 1940 la Segunda Guerra Mundial ya estaba en marcha. Los nazis habían atacado Polonia en septiembre del año anterior y aunque aún no se conocían bien sus métodos y objetivos últimos, que se verían con claridad más tarde, al menos se intuían. En este mismo mes, en concreto el día 13, Churchill había pronunciado su famoso “sangre, trabajo duro, lágrimas y sudor”, lo que deja de manifiesto que algunas personas ya tenían perfectamente claro hacia dónde apuntaba el régimen de Hitler.
En estas fechas, un icono del pacifismo —al menos en la actualidad— como Gandhi tenía la siguiente opinión sobre Hitler: “No considero a Hitler un ser tan malo como parece o representa. Él está mostrando una capacidad increíble y parece estar consiguiendo victorias sin demasiado derramamiento de sangre”.
Por cierto, aunque nunca llegó a ganarlo, Gandhi fue nominado cinco veces, entre 1937 y 1948, para el Premio Nobel de la Paz. Años después, el comité del premio asumió como un error propio y una injusticia no haberle entregado dicho galardón. Afortunadamente esto último no se ha dicho nunca de Hitler, que estuvo propuesto para el Nobel de la Paz en 1939.
Adolf Hitler, el hombre del año
“El evento más importante de 1938 tuvo lugar el 29 de septiembre, cuando cuatro hombres de Estado se encontraron en la residencia de Hitler, en Munich, para redibujar el mapa de Europa. Los tres visitantes en esta histórica conferencia fueron el primer ministro Neville Chamberlain, de Gran Bretaña, el primer ministro Édouard Daladier de Francia y Benito Mussolini de Italia. Pero con toda seguridad la figura dominante en Munich fue el anfitrión alemán, Adolf Hitler.
El Führer de los alemanes, comandante en jefe del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea alemanas, canciller del Tercer Reich, Hitler, cosechó aquel día en Munich el resultado de la audaz, desafiante e implacable política exterior que había ejercido durante cinco años y medio. Había convertido el Tratado de Versalles en virutas. Había robado Austria delante de los ojos de un horrorizado y aparentemente impotente mundo.
Todos estos hechos escandalizaron a las naciones que habían derrotado a Alemania en el campo de batalla sólo veinte años antes, pero nada aterrorizaba tanto al mundo como los implacables y metódicos hechos del pasado verano y comienzos del otoño, que amenazaron con una guerra mundial sobre Checoslovaquia. Cuando sin derramamiento de sangre él redujo Checoslovaquia a un estado títere de Alemania, forzando una revisión drástica de las alianzas defensivas de Europa y ganando su libertad de acción sobre Europa del este, consiguiendo la promesa de la poderosa Gran Bretaña de mantenerse al margen (y posteriormente de Francia). Adolf Hitler, sin duda, se convirtió en el hombre del año de 1938”.
Todo este texto, hasta el párrafo anterior, lo pueden ustedes leer en la edición de la primera semana de enero de 1939 de la revista Time, que declaraba a Hitler como el hombre del año 1938. Realmente hoy tenemos más o menos asumido que ser elegido como hombre del año por la revista Time es un privilegio y denota algo bueno. En este caso, Time dejaba claro que el protagonista del año anterior había sido Hitler, lo que no indica que estuviera de acuerdo con sus acciones. De todos modos lo peor aún estaba por llegar y es cierto que en aquel momento Hitler había llevado a Alemania a un punto dominante en la política internacional.
Otro detalle interesante es que la portada de aquella edición, que tiene poco que ver con Hitler, es una de las contadas ocasiones en las que el elegido como protagonista del año no sale en ella fotografiado. En el resto de ocasiones en que ha ocurrido esto habitualmente ha sido porque no es un personaje, sino un ordenador o cualquier otra cosa.
Los nazis no conocían Pearl Harbor
¿Conocen ustedes esas encuestas en las que se aborda por la calle a las personas y se les pregunta por algún dato geográfico para ridiculizarlas? Sí, seguro que sí. Yo recuerdo una en la que preguntaban en Estados Unidos por varios lugares de Europa y las respuestas eran una salvajada, vistas desde Europa. Eso sí, no seré yo quien presuma de conocimientos geográficos. Si me paran en plena calle y me consultan sobre ciertos países, muy conocidos por otra parte, seguro que hago un papel no muy honorable. ¿Y todo esto por qué lo comento?
Diciembre de 1941, los japoneses habían atacado con éxito la base estadounidense de Pearl Harbor y la Segunda Guerra Mundial daba un giro. Japón formaba parte del Eje fascista junto con Alemania e Italia y, por lo tanto, la noticia del ataque a Estados Unidos fue acogida con alegría por Hitler. Por su parte, en Reino Unido la noticia generó dolor, pero también algo de esperanza, ya que al conocer que se había producido el ataque Winston Churchill dijo: “Así que después de todo, hemos ganado”. Por lo tanto, los dos bandos enfrentados en Europa, o al menos sus líderes, se alegraron del ataque. Supongo que en el caso británico únicamente en cierta medida.
Volviendo a Hitler, lo que ocurrió a continuación, una vez que le explicaron con detalle lo ocurrido en aquella isla del Pacífico, es lo relevante en todo esto. Al parecer, reunido con sus asesores militares, el líder nazi les preguntó a estos por la situación geográfica de Pearl Harbor y ninguno de ellos la conocía. Habían hablado de lo ocurrido allí, pero no sabían dónde era ese allí. Pearl Harbor estaba lejos, cierto, pero eran asesores de Hitler y deberían saberlo. Por supuesto, el Führer montó en cólera por este hecho. Pasó de la alegría a la tristeza en un momento.
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