Iván Zaro - La difícil vida fácil

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La prostitución masculina es un mundo aparentemente invisible del que muy poco se ha escrito y cuya existencia no se conoce en profundidad. Algunos trabajadores del sexo comparten, por primera vez, sus emociones más íntimas, sus risas y sus llantos, las luces y sombras que forman parte del ser humano. El lector se topará con vidas silenciadas e invisibles envueltas en el estigma social.
Esta obra parte de los testimonios de los trabajadores del sexo, que se expresan en primera persona, recobrando así un espacio que algunos agentes sociales han venido usurpando, y demostrando, en algunas ocasiones, el más absoluto desconocimiento sobre las experiencias, las aspiraciones y las reivindicaciones de las personas que ejercen la prostitución.
Cada capítulo se centra en los espacios donde suele desarrollarse la prostitución masculina, desde los locales de ocio nocturno a las saunas de clientela exclusivamente masculina; de los pisos de ejercicio gestionados por terceras personas a la prostitución callejera; de la prostitución a través de las nuevas tecnologías e Internet a la industria del sexo y el mundo del porno. También aparecen trabajadores del sexo que ofrecen servicios especiales, como el sadomasoquismo y el travestismo, descubriendo las características de cada uno de estos escenarios y de sus códigos y reglas del juego. Pero, ¿hay vida más allá de la prostitución? A modo de respuesta, podrán conocer a tres hombres que decidieron abandonar el trabajo sexual.

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La primera es la de Joan, un chico de veinticuatro años que aparenta diecinueve. Es español y, como él mismo dice, «antes era algo exótico, uno de los pocos españoles que trabajaban en pisos, ahora está a la orden del día». Cuando me contó su historia acababa de llegar desde Palma de Mallorca a Madrid en su peregrinar habitual por los pisos del territorio nacional.

La segunda es la de Sega, un gambiano que conocí en la primavera de 2007. Me sorprendió la serenidad que irradiaba, su hablar pausado y su educación. Su testimonio refleja los problemas y dificultades a los que muchos inmigrantes se ven expuestos por encontrarse en una situación irregular y de exclusión social.

Ambas historias reflejan la vida en los pisos, su funcionamiento, cómo se obtienen las plazas, el trato con los otros compañeros, con los proxenetas que gestionan los pisos y la clientela que acude a ellos. Dos historias de supervivencia en un mundo invisible.

La historia de Joan, el exotismo de ser español

Nací en Tarragona un treinta de enero, hace ahora veinticuatro años. Mi infancia no fue buena, la he vivido mal porque mis padres fallecieron cuando yo apenas tenía dos años. Desde entonces, viví en diferentes residencias juveniles hasta que cumplí los dieciocho. Con dieciséis años, antes de salir de la residencia, trabajé en hostelería, pero al cumplir los dieciocho hice las pruebas de acceso para el Ejército. Entré, estuve en el centro de formación una noche y, al día siguiente, me salí. Porque no, aquel no era mi tipo de trabajo. No me veía allí. Y bueno, desde ahí empecé.

Un amigo que conocí fuera de la residencia, que trabajaba ya en la prostitución, me lo ofreció, y yo acepté. Me habló sobre un piso de relax que había cerca de Tarragona, y fui a ver. El primer día, claro, no tenía ni idea de nada, de lo que era hacer una pasarela. No sabía nada sobre este trabajo. De no conocer a este amigo, nunca me lo habría planteado. De no ser por él posiblemente no sabría lo que es la prostitución realmente. Bueno, eso creo. Pero aprendí, estuve con mi primer cliente allí y, en fin, hasta el día de hoy. Ya llevo seis años, siempre en pisos gestionados.

En este tiempo, he trabajado en seis o siete ciudades. Mira, he estado en Valencia, en Valladolid, he estado en Madrid, Málaga, Palma de Mallorca y en Tarragona. Ahora me estoy planteando irme una temporada a Alemania, antes de marcharme a Brasil, a trabajar en un piso también.

Cada piso tiene sus normas o, como suele decirse, su política. Pero el funcionamiento de todos ellos es similar: tú ingresas en el piso, te ponen en su página web, tú también te anuncias —por ejemplo, en milanuncios.com—, y ya está. Luego está la pasarela. Obviamente, en el piso hay muchos chicos, así que, cuando llega un cliente, todos los chicos pasamos al salón y nos vamos presentando uno a uno. Cada uno le cuenta al cliente lo que hace, lo que le gusta o lo que no. Y si te selecciona, vas a la habitación y, de lo que pague el pase que tú tengas, es decir, el cliente con el que entras en la habitación, el cincuenta por ciento es para la agencia y el otro cincuenta por ciento es para ti.

Para poder acceder a un piso, yo creo que no hay requisito alguno. Pues la verdad es que no importa si uno es guapo o feo. Lo único que hace falta es tener un cuerpo apetecible para los clientes, es decir, que les dé morbo, que les dé ganas. Pero yo he visto de todo, los he visto gordos, delgados, feos y guapos. Yo creo que este trabajo no tiene ningún requisito físico. En algunos pisos, sí que es cierto que los dueños se quieren acostar contigo a modo de prueba, pero no en todos. Eso depende de cada piso. En algunos se dice que si te acuestas con el jefe vas a trabajar más, como que hacen trampas para que el chico que acepta acostarse con él trabaje más que los demás. Pero no en todos ellos tienes que acostarte con los gerentes. Yo, por ejemplo, en los pisos en los que he estado no me han mandado acostarme con el dueño, vamos.

Hay pisos donde las plazas son máximo de veintiún días, prorrogables hasta un mes, pero hay pisos en los que la verdad es que, si tienes trabajo y te llevas bien con el dueño, te puedes quedar más tiempo. Pero habitualmente las plazas son de veintiún días. Durante este periodo, te puede tocar hacer la limpieza, o tienes restricciones a la hora de salir. Cada piso tiene sus normas, pero es cierto que en algunos te sientes como si estuvieras en la cárcel, como secuestrado, porque apenas te permiten salir. En otros puedes hacerlo sin problemas mientras lleves tu teléfono y estés disponible para cualquier caso que surja. Esto suele ser lo más común, de hecho, que te dejen salir sin problemas.

Aunque la plaza sea para veintiún días o un mes, intentamos llevarnos bien, como hermanos, como miembros de una familia. Por supuesto, siempre hay riñas, como puede haberlas entre amigos que comparten piso o hermanos que viven juntos. Entre nosotros no se da la competitividad que se da en la calle o en la sauna, en absoluto hay esa competitividad.

En los pisos, hay todo tipo de chicos. Hay mucho brasileño, y también latinos, por decirlo de alguna manera. Por lo general, es lo más sencillo para los que acaban de llegar a España. Es una manera de ganar dinero rápidamente, ¿no? Pero muchos se meten a la prostitución y en cuanto ganan un dinero se salen de ella. Es algo puntual. En general, la prostitución para los hombres no es para toda la vida, es algo puntual. Ahora, yo creo que por la crisis, o no sé por qué, ahora están metiéndose a trabajar muchos españoles. Yo mismo, antes, en Tarragona, trabajaba en hostelería por la mañana y, por la tarde, como no tenía nada que hacer, pues estaba en casa ofreciendo mis servicios como trabajador del sexo. Trabajando por libre no tienes que dar el cincuenta por ciento que el piso siempre se queda. Todo queda para ti. Pero creo que es mucho más seguro trabajar en un piso que hacerlo por libre. En un piso de chicos tienes más seguridad. No te va a pasar nada, mientras que al trabajar por libre puedes encontrarte con muchos problemas con los clientes y no tienes a nadie cerca que pueda defenderte. Además, es más discreto trabajar en un piso que hacerlo en casa. Sobre todo por los vecinos. No es que yo viva oculto, pero tampoco es que vaya pregonando por ahí a qué me dedico. Pero si a mí me preguntan, yo no reniego de lo que trabajo. En cierta manera, estoy muy orgulloso porque ni estoy robando ni cometiendo ningún delito. Estoy ahí para ganar dinero.

En una buena temporada, puede que ganes entre mil quinientos o mil seiscientos euros a la semana. Si la cosa está mal, puedes sacarte setecientos, ochocientos euros por semana. Todo depende de los trabajos que te salgan. Ten en cuenta que se trabaja veinticuatro horas, y a veces te pueden salir clientes que nosotros llamamos «de colocón». Estos pueden tirarse fácilmente trece, catorce o quince horas. Los pisos son como los puticlubs de las chicas, siempre tienen droga por si acaso llega algún cliente por sorpresa y pregunta por una dosis. No suelen tenerla físicamente por temor a posibles redadas de la policía o por si algún chico denuncia al piso. Temen que vaya la policía y encuentre algo. Pero por lo general tienen contacto con un camello que, tras una llamada, en diez minutos te tiene la droga en la puerta. Lo más frecuente es que los clientes pidan alcohol, cocaína y popper. Viagra también se consume, aunque eso ya depende del chico. Yo, por ejemplo, nunca la he tomado.

Otras veces tienes que hacer dos o tres pases diarios para llegar a una buena suma a fin de mes. Aunque sean muchas horas, eso no importa; y al acabar un servicio si quieres puedes volver a trabajar. Si quieres trabajar, trabajas, y si no, pues no lo haces. Depende del piso, sus normas y de lo que el dueño te diga. Trabajar tanto tiempo con clientes, por supuesto, desgasta, pero yo no hago nada particular. No sigo ninguna dieta especial, como lo mismo que cualquier persona. Tampoco hago mucho ejercicio. Yo creo que el secreto está en el descanso, aunque cuesta, uno allí no descansa bien, aguantas hasta que el cuerpo te dice «hasta aquí», y entonces tienes que parar. Porque se nota, se nota el estrés, y el agotamiento te acaba pasando factura. Algunos chicos consumen Viagra, pero yo nunca la he tomado.

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