Iván Zaro - La difícil vida fácil

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La prostitución masculina es un mundo aparentemente invisible del que muy poco se ha escrito y cuya existencia no se conoce en profundidad. Algunos trabajadores del sexo comparten, por primera vez, sus emociones más íntimas, sus risas y sus llantos, las luces y sombras que forman parte del ser humano. El lector se topará con vidas silenciadas e invisibles envueltas en el estigma social.
Esta obra parte de los testimonios de los trabajadores del sexo, que se expresan en primera persona, recobrando así un espacio que algunos agentes sociales han venido usurpando, y demostrando, en algunas ocasiones, el más absoluto desconocimiento sobre las experiencias, las aspiraciones y las reivindicaciones de las personas que ejercen la prostitución.
Cada capítulo se centra en los espacios donde suele desarrollarse la prostitución masculina, desde los locales de ocio nocturno a las saunas de clientela exclusivamente masculina; de los pisos de ejercicio gestionados por terceras personas a la prostitución callejera; de la prostitución a través de las nuevas tecnologías e Internet a la industria del sexo y el mundo del porno. También aparecen trabajadores del sexo que ofrecen servicios especiales, como el sadomasoquismo y el travestismo, descubriendo las características de cada uno de estos escenarios y de sus códigos y reglas del juego. Pero, ¿hay vida más allá de la prostitución? A modo de respuesta, podrán conocer a tres hombres que decidieron abandonar el trabajo sexual.

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Pero estas cosas no sólo sucedían en Sol, chaperos ladrones siempre ha habido en todos lados. De hecho, la calle Almirante acabó por eso. O sea, de tanto robo y tanto destrozo al final los coches ya no pasaban. La gente ya no iba. Se asustaron. El miedo lo estropeó antes de que Internet estuviese tan fuerte como lo está ahora. Creo que en 2008 o así la zona quedó muerta, muerta del todo. Ahora la cosa se ha trasladado más a Chueca. Hoy, si te sale un cliente, te puede salir caminando por Chueca. Ya no se usa tanto el coche, es más la gente que pueda salir de los bares. Que te vean, que hables con ellos y tal. Los bares de copas en el fondo son como la calle. Son muy parecidos. Sitios donde entras y sales, aunque yo ya no voy, porque me resulta una pérdida de tiempo. En la calle me siento más libre. Tengo más opciones de encontrarme a personas que en los sitios cerrados.

Probé una vez a trabajar en una plaza en un piso, aquí en Madrid, pero no me gustó. Me sentía chuleado. Les estás dando el cincuenta por ciento. No me gusta. No compensa estar dándole el cincuenta por ciento a otra persona. Quizá para viajar por España resulta interesante, pero, para aquí, no merece la pena.

He viajado a Barcelona. Estuve en Montjuic. En una zona de noche, una de esas zonas a las que acudía la gente con coches. Es más bien un punto de encuentro, como aquí en Madrid el Templo de Debod, algo así. No son precisamente zonas de trabajo, pero en todos los sitios de cruising tarde o temprano salen clientes. Al final en estos sitios siempre acabo trabajando. Ya sabes, al acabar la noche el que no liga tiene que pagar si te ofreces. Algo parecido pasa hoy en día con las aplicaciones de Internet como Grindr o Wapo. Los que no ligan y ven que eres chapero pagan. Es siempre lo mismo. Por eso existimos.

Los servicios en Sol se hacen en las pensiones cercanas. Los hostales cuestan unos diez euros, que paga el cliente, claro. Yo siempre he mirado de llevármelos a otro lado. No sé, a una sauna o, si tenían más dinero, a Clara del Rey, allí pagas por horas. Aquí en la plaza de los Cubos hay otro sitio parecido, pero este ya cuesta veinticuatro euros. Es más caro, pero dispones de un apartamento entero y te dan una copa. Según el tipo de cliente, les llevo a un sitio u otro. Todo lo que vas a hacer lo negocias antes, hablas de lo que vas y lo que no vas a hacer. Yo ahora he puesto un precio a mis servicios más cerrado. Sea lo que sea, cobro siempre lo mismo: sesenta euros. No sé, es un precio redondo. Unas diez mil pesetas. La verdad es que he congelado el precio, porque cuando todavía existía la peseta cobraba cinco mil en el coche y diez mil en casa. Hoy sigo con la tarifa de unas diez mil pesetas. Ha bajado la calidad por parte de todos, de los clientes y de los chicos.

La mayoría de los clientes te piden que los folles. Es lo clásico. Desde los chicos muy jóvenes hasta los de cincuenta o sesenta años, de todas las profesiones y clases sociales. He tenido todo tipo de clientes en la calle. ¿Casados? Eso no lo puedo saber, pero claro que sí, seguramente muchos sí estaban casados o tenían su pareja. Y resulta bastante normal que los clientes quieran consumir cocaína o GHB (éxtasis líquido). Bueno, ahora ya toman de todo. Las drogas van normalmente asociadas al sexo. Es el vicio completo. Es lo que muchos quieren. Igual que desde hace unos años parece haber una oleada retro en la que piden tener sexo sin condón. No sé si se debe a que en los vídeos porno de Internet siempre lo hacen a pelo, o porque realmente les da morbo. Yo qué sé, pero últimamente muchos quieren hacerlo sin preservativo.

También se consume Viagra. Sí, sí, yo la uso. Al principio salía carísima, la compraba en una farmacia, pero ahora te la ofrecen por todas partes tirada de precio. Siempre es bueno tenerla a mano, no siempre es necesaria, pero ayuda. A mí no me ha hecho falta utilizarla mucho, pero en ocasiones lo que hago es tomarme una antes de salir por la noche, y entonces ya voy cachondo toda la noche, y funciona con todos. Usarla te da, cómo lo diría yo, te da más seguridad.

Hoy lo más cómodo es ofertarse en Internet. Lo descubrí por casualidad, un día conocí a un señor que tenía una página de contactos y me ofreció incluirme en ella. Es el tipo de Morbo Total, así que me hice una fotos y tuve así mi primera experiencia con Internet. Y la verdad, me fue muy bien. Al tiempo que iba a Almirante, otros clientes tenían mi teléfono y me llamaban. Ahora uso la página de contactos de Grindr y otras parecidas. ¡Hay que adaptarse a las nuevas tecnologías!

¡Chapero ahora puede ser cualquiera! A través de Internet cualquiera puede decir que es chapero. No sabría decir si con la crisis económica hay más chicos prostituyéndose. Visibles no, pero al igual que yo uso Internet lo hacen muchísimos chavalines. Incluso menores de edad que lo harán en su propia casa. La calle ya no está de moda, allí no los verás. Los chaperos ya casi han desaparecido de la calle. Muchos chicos que lo hacen son amateur, que mientras su madre está fregando los platos ellos están hablando por teléfono con un cliente, comentándole sus precios. Esos chicos puede que tengan catorce años, pero es así, esto se está dando. Esto va a ser siempre así, invisible.

Pero este mundillo es una trampa, los chicos que quieran hacerlo han de saber que no se sale fácilmente, que hay que tener cuidado. Tiene algo que atrapa, no sé bien lo que es, pero atrapa. No soy el único al que le pasa, sé que lo mismo les ha sucedido a otros chicos, a mujeres y a transexuales. A todos les ha pasado. Es la salida que ves a tus problemas… y te atrapa. Es la salida, es la que ves. No ves otra.

También les pasa a las chicas, aunque con ellas no he tenido ninguna relación. No nos relacionamos. Las chicas trabajan mucho más que nosotros, siempre trabajan más. Los chaperos trabajamos menos que ellas. Ellas cobran muy poco, sobre todo las que hacen la calle. Las de los pisos ganan bien, pero las de la calle cobran poquísimo. Al igual que los chicos rumanos de la Puerta del Sol, es posible que todos ellos están explotados sexualmente. Que estén allí obligados. Los traen de vete tú a saber dónde y allí los dejan.

Hay que ser cauteloso, en la calle se está expuesto, siempre entraña peligros. Alguna vez me han llegado a tirar huevos desde los coches, otras me han pillado los skinheads, que nos hacían correr. A mí, una vez me vinieron tres chicos, tenían cierta pinta de skins, pero no le di importancia, que me dijeron: «Vete de aquí. Largo». Les pregunté que por qué me iba a tener que ir y repitieron: «¿Qué haces aquí?», a lo que repliqué que no les importaba lo que yo hacía. Volvieron con el: «¡Que te vayas de aquí! ¡Que no te queremos ver por aquí!», y luego se fueron. Yo no les hice ni caso, hasta que al cabo de unos veinte minutos aparecieron veinte de ellos corriendo desde lejos directamente hacia mí. Me apresuré a meterme en el piano bar, en el Toni, todo lo rápido que pude y me salvé por eso. Esos venían a darme. Pero mira que me avisaron. Por un lado, no fueron tan traidores, podían haberme dado directamente, pero no lo hicieron. Me avisaron, pero yo no les di importancia.

Recuerdo otra situación en la que me tuve que tirar de un coche en marcha porque no sabía a dónde me estaba llevando el cliente. No tuve otra opción que abrir la puerta, forcejear con el tipo y saltar. Me hice una cicatriz en la pierna, que luego escondí con un tatuaje. Pero nada, estas son las experiencias más raras que he tenido, por lo demás, todo bien. Lo más común es irse con alguien y que luego no te quiera pagar o que al final resulte que no tiene dinero. En esos casos les pego, claro. Cuando me hacen perder el tiempo me sienta muy mal y les pego.

Pero, bueno, también se dan situaciones divertidas. Mira, entre mis clientes he tenido de todo, incluso sacerdotes. Uno de ellos hasta olía a cera, ya sabes, a cirio, y yo le decía: «Huy, pero qué olor a cirio…». Ja, ja, ya sabes. Otro era de Palma de Mallorca. Un obispo que venía de vez en cuando a Madrid. A ese me lo hice tres veces o así, fue la segunda vez cuando me confesó que era obispo, no pude evitar decirle: «Ya decía yo que me transmitías mucha paz». Qué risa sólo recordarlo. A ese mismo lo llevé un día a las seis de la mañana a la sauna Paraíso y se espantó como si hubiese visto al mismísimo demonio. Se fue bien rápido de allí. En cuanto acabamos en la cabina, se fue corriendo.

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