Y se adolece aún, en determinados ámbitos de la investigación histórica general, del distanciamiento afectivo y vivencial necesario para abordar algunas cuestiones que afectaron a su vida de un modo u otro, como la Guerra civil española, la II Guerra mundial o el concilio Vaticano II. Por lo que se refiere a las contiendas, hay demasiados relatos escritos por los vencedores o por los perdedores, y pocos todavía realizados por analistas e historiadores imparciales y rigurosos. No resulta fácil, como afirmaba mi profesor Gonzalo Redondo, «escribir desapasionadamente sobre la pasión» 9; y la existencia de Escrivá se desarrolló en medio de escenarios históricos tan apasionantes como apasionados.
He conversado durante estas últimas décadas con más de medio centenar de personas que le trataron directamente en diversas etapas de su existencia. Muchos convivieron con él durante muchos años. Ofrezco sus impresiones y testimonios, junto con mi visión particular sobre esta figura de la Iglesia. Eso hace que estas páginas no se ciñan del todo a las características propias del género «relato histórico» ya que, junto con la exposición de los hechos, pongo de relieve las impresiones de primera mano que me transmitieron esas personas, y en algunos casos, también las mías.
En cierto sentido, el lector se encuentra ante un libro de testimonios, recuerdos, fuentes directas y experiencias personales tanto de otras personas como mías. Conocí a Josemaría Escrivá en 1967 y tuve la oportunidad de escucharle en una decena de ocasiones durante los años siguientes, en diversas ciudades de España: la última fue en mayo de 1975, en Madrid, un mes antes de su fallecimiento 10.
No me detengo demasiado en aquellos aspectos de su trayectoria vital que han sido ampliamente analizados en diversos estudios y biografías, como sus mociones espirituales interiores; sus esfuerzos por llevar a cabo la configuración jurídico-canónica del Opus Dei o su modo de dirigir la Obra. He puesto especial atención en aquellas áreas que me interesan personalmente: su sentido de la justicia social, su desvelo por los pobres y necesitados, y la influencia de sus enseñanzas sobre este aspecto en las mujeres y hombres que le siguieron 11.
La mayoría de los biógrafos de Escrivá subrayan su trato con Dios y analizan rasgos de su personalidad que pertenecen a los ámbitos de la teología, de la ascética, de la mística, de la historia de la Iglesia o del derecho canónico; por decirlo de algún modo, se ocupan especialmente del Escrivá santo.
Aunque estas distinciones acaban siendo solo de razón, porque esos dos aspectos – santo , hombre –, forman en la vida real una unidad indisoluble, este retrato de Escrivá se centra en una perspectiva propia; en aquellas facetas de su personalidad que suelen denominarse, en el habla coloquial, más humanas. Deseo mostrar la cara y la cruz íntima de este sacerdote: sus virtudes y defectos; sus alegrías y penas; sus éxitos y sus fracasos .
Dedico esta semblanza a mis padres, contemporáneos de Escrivá, que se esforzaron por sembrar, con corazón hondamente cristiano, la concordia y el perdón en un mundo zarandeado por las guerras y el odio.
Agradezco vivamente la ayuda que me ha prestado Constantino Anchel, experto en la figura histórica de Escrivá, en este y otros escritos.
Unas palabras del propio Escrivá y del Papa Francisco han inspirado estas páginas: «No nos engañemos –decía Josemaría Escrivá–: en la vida nuestra, si contamos con brío y con victorias, deberemos contar con decaimientos y con derrotas. Esa ha sido siempre la peregrinación terrena del cristiano, también la de los que veneramos en los altares. ¿Os acordáis de Pedro, de Agustín, de Francisco? Nunca me han gustado esas biografías de santos en las que, con ingenuidad, pero también con falta de doctrina, nos presentan las hazañas de esos hombres como si estuviesen confirmados en gracia desde el seno materno. No. Las verdaderas biografías de los héroes cristianos son como nuestras vidas: luchaban y ganaban, luchaban y perdían. Y entonces, contritos, volvían a la lucha» 12.
«Los santos no son superhombres –recordaba Francisco–, ni nacieron perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo vivieron una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Pero, ¿qué es lo que cambió su vida? Cuando conocieron el amor de Dios, le siguieron con todo el corazón, sin condiciones e hipocresías; gastaron su vida al servicio de los demás, soportaron sufrimientos y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con el bien, difundiendo alegría y paz. Esta es la vida de los santos: personas que por amor a Dios no le pusieron condiciones a Él en su vida» 13.
Madrid, Pinar de Chamartín,
10 de octubre de 2015
I
La forja (1902-1915)
1902, Barbastro
El arte cinematográfico tiene tal capacidad de seducción que miles de personas imaginan en la actualidad el Barbastro de comienzos del siglo XX –una antigua ciudad aragonesa de siete mil habitantes, cabeza de partido, sede episcopal y núcleo comercial relativamente importante– tal y como lo representó Roland Joffé en su película Encontrarás Dragones.
Pero el Barbastro real, donde nació Josemaría Escrivá 1, a las diez de la noche del 9 de enero de 1902, no debía gozar, según los estudios y documentos gráficos que poseemos de aquel tiempo –comienzos del reinado del jovencísimo rey Alfonso XIII–, de la brillantez escenográfica y la fantástica prestancia de «pintoresco pueblo español» con que lo imagina y adorna el cineasta inglés.
El historiador alemán Peter Berglar hace unas consideraciones más realistas y certeras, a mi juicio, sobre lo que debía ser la vida cotidiana en aquel enclave del Somontano a comienzos del siglo pasado 2, durante la llamada Belle Époque 3: una ciudad modesta, partida en dos por el río Vero, con viejas tradiciones rurales y algunos centros de vida cultural. Contaba con una estación de ferrocarril, una industria escasa y un comercio que dependía estrechamente de la producción agrícola de la zona. Su economía era la propia de uno de los países más atrasados de Europa occidental 4.
Desde el punto de vista social había una cierta predominancia liberal 5y se puede decir que era relativamente igualitaria en el contexto de la época; al menos, no eran tan patentes en ella las enormes diferencias entre los sectores sociales que se daban en otras partes de España, que contaba en esa época con poco más de dieciocho millones seiscientos mil habitantes, de los cuales un setenta por ciento vivía en las zonas rurales. Un cuarto de la población española se encontraba sumida en la pobreza, y eso llevó a más de millón y medio de españoles a emigrar, especialmente a América. Las tasas de analfabetismo –superadas únicamente, dentro del contexto europeo, por Portugal, Rusia y los estados balcánicos– afectaba a un sesenta y tres por ciento de la población (el 55% de los hombres y el 71% de las mujeres) 6.
En la primera década del siglo, señala Mora-Figueroa, no existía entre los barbastrinos la denominada «burguesía alta». «Lo demuestra la ausencia de caciquismo y el hecho de que las familias aristocráticas se enlazaran matrimonialmente con las de clase media sin que se diferenciaran de esta ni en gustos, ni en costumbres, ni en la educación que daban a sus hijos» 7.
El padre de Josemaría, José Escrivá Corzán (Fonz, 1867) 8, era copropietario, junto con otros dos socios, de la sociedad Sucesores de Cirilo Latorre , dedicada al comercio de tejidos. Tenía diez años más que su esposa, Dolores Albás Blanc, con la que se había casado en Barbastro el 19 de septiembre de 1898.
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