Jordi Sierra i Fabra - Radiografia De Chica Con Tatuaje

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El novio de Carla ha sido acusado de asesinato. Todas las pruebas le incriminan, pero ella cree en su inocencia y decide emprender una investigación para dar con el auténtico culpable.

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– Carla.

– ¿Qué?

– ¿De verdad estás haciendo preguntas por ahí?

– Sí.

Hubo una pausa breve.

– Si descubres algo, llámame -acabó ofreciéndose.

No pensaba hacerlo, pero se lo agradeció.

– Vale, chao.

– Chao.

Cortó la comunicación pero no se guardó el móvil. Abrió por segunda vez la línea, buscó en la memoria el número de su casa y lo pulsó.

– ¿Sí? -escuchó la voz de su hermana.

– ¿Hermi? Soy yo.

– ¿Qué pasa?

– Nada, es que no vendré a comer.

– ¿Por qué?

– Me pilla lejos.

– ¿Dónde estás?

– ¡Ay, Hermi, no empieces!

– Mamá se enfadará.

– ¡Caray, que no voy a dejar de comer!

– Me preguntará y, si no sé qué decirle, encima la tomará conmigo.

– Pues no le digas nada y ya está. Por la noche se lo cuento.

– ¿Es por Diego?

– No sigas, Hermi.

– Carla, no vale la pena.

– Eso es cosa mía.

– No lo vale, y tú no eres tonta. Lo sabes. Eres la lista de la familia, la que lee, estudia y todo lo demás. No lo estropees.

Odiaba eso. La consideraban guapa, demasiado guapa. Pero que en casa creyeran que además era brillante sólo porque leía mucho y todavía no se había cansado de estudiar…

– ¡No lo hago! -le gritó al auricular.

– Diego andaba metido en ambientes raros, por Dios.

– ¡Eso tampoco es verdad! ¡Ahora no! ¡Yo estaba con él y no frecuentábamos ambientes raros!

– Lo detuvieron dos veces por error, ¿verdad?

– ¡Hermi, cállate ya!

Se produjo una interferencia. Su hermana dejó de hablar con ella. Un rumor lejano, escuchado a través del móvil, la hizo comprender que su madre acababa de llegar a casa. La propia voz de Herminia se lo confirmó.

– ¿Mamá? -Luego le dijo a ella-: Es mamá.

– Te dejo -se despidió Carla.

– ¡Espera…!

No le dio tiempo a terminar la frase.

Cortó la comunicación y desconectó el móvil.

No tenía hambre. Se sentía excitada, y cuando le sucedía eso, se le ponían los nervios en el estómago y era incapaz de tragar nada. Su mente, además, iba acelerada. La última noche de Gabi había sido muy agitada, Diego, Gustín, Solé, Nando, Quique, Lucas, Alberto… Y los nuevos, el guaperas Brandon o el mismo camarero del Diorama. Una larga cohorte para el sudario final de una noche trágica.

Miró la calle de arriba abajo. No quería esperar de pie. A lo peor nadie de la familia Borras llegaba en horas, hasta la noche. Eso, si no estaban de vacaciones, por ejemplo. Vio un bar en la esquina más lejana y caminó hasta él. Se sentó en una mesa desde la cual podía atisbar el portal del edificio y cuando llegó el camarero le pidió una limonada.

Media hora después se atrevió con unas tapas, casi por capricho.

A Diego le gustaban delgaditas, casi en los huesos. No era su caso, pero, desde luego, tampoco estaba gorda, ni siquiera llena. Podía comer sin problemas de peso. Una suerte.

Trató de imaginarse a Gabi.

Brandon le había dicho que se parecía a ella.

No le extrañaba. El tipo de Diego era muy concreto. Su ex también estaba en la misma línea.

Mantuvo los ojos en la casa y el fuego en su mente. Imposible apagarlo, o dejar de pensar en todo aquello. Las preguntas, las dudas, las imágenes, volaban libres por su cabeza. Estuvo a punto de derrumbarse.

Entonces vio entrar en el edificio a una muchacha y supo que era Solé Borras.

Diez

Solé era alta, como ella, de aspecto normal, tirando a vulgar. Cabello castaño, ojos marrones, nariz ligeramente desproporcionada, labios finos y rectos… Le sobraba pecho, y caderas. Sin embargo, lucía un top muy ceñido que se lo marcaba con generosidad, y pasaba de llevar sujetador. El tatuaje de una mariposa asomaba por la parte izquierda de su abdomen, surgiendo de la parte más remota de su anatomía. Para acabar de completar el cuadro, se le notaba que tenía problemas. Sus ojos mostraban huellas de cansancio, estaban enrojecidos, y las ojeras se abrían bajo ellos como bolsas a la espera de su caída.

Se quedó mirando a Carla con ingravidez.

– ¿Eres Solé?

– Sí.

– Me llamo Carla.

Ninguna reacción. No la esperaba, pero aún así buscó la manera de moverse con pies de plomo. Delante de ella tenía a la amiga de Gabi.

A veces eso era más que una hermana.

– Soy la novia de Diego Sepúlveda.

Las dos cejas se dispararon hacia arriba. Eso hizo que el blanco de los ojos se abriera más, y con ellos el rastro de aquel enrojecimiento que le confería un aire dramático y doloroso a su expresión.

– ¿Qué quieres? -logró articular.

– ¿Puedo hablar contigo?

– ¿De qué?

– De lo que pasó la otra noche.

– ¡Jesús!, ¿de lo que pasó la otra noche? -no se anduvo por las ramas-. Tu novio mató a mi amiga. Eso pasó la otra noche.

– Por favor.

– ¿Estás de guasa o te va la marcha?

– Por favor -insistió Carla.

– No puedo creerlo -Solé continuaba en la puerta. Se apoyó con el brazo en el marco-. Esto es demasiado.

– Diego no lo hizo.

– Y yo soy Scarlett Johansson.

– Yo lo conozco. A mí no me puede mentir.

– Pero engañarte sí puede, ¿no? -la pinchó a conciencia.

– Déjame que…

– No, tía -se echó para atrás-. Paso. ¿Tú de qué vas? Eres una pava, ¿vale? Sólo a una pava se le ocurre… ¿Qué edad tienes?

– Diecisiete -adelantó su reloj biológico un par de semanas.

– Alucinante -resopló Solé.

– ¿Por qué es alucinante?

– Porque teniéndote a ti, ese imbécil va y se lo monta con Gabi -repuso Solé.

– Me han dicho que nada más conocerse…

– Dios, tú no los viste -la muchacha se cruzó de brazos.

– Fuerte, ¿no?

– Gabi era mi amiga, la quería muchísimo, pero cuando iba revolucionada o pasada de vueltas… Incluso a mí me daba miedo. Perdía el mundo de vista. Y tu novio… menudo él.

– ¿Nunca se habían visto antes?

– ¡No! -exclamó en un arranque de controlada repulsa-. Gabi solía llamar la atención, no pasaba desapercibida, porque era así como tú, exuberante, y además le gustaba. La provocación formaba parte de su manera de ser. Y reírse de todo, del mundo en general. Era fantástica por eso, porque nunca te aburrías con ella. Pero en cuanto se dejaba llevar y enloquecía. -No quería hablar, pero lo estaba haciendo. Ella sola.

Abría las compuertas de su conciencia.

Carla lo aprovechó.

– ¿Le gustó Diego?

– Fue una reacción química. Los dos empezaron a comerse con los ojos, a tontear, a decir barbaridades… Tu novio y ella fueron como dos animales en celo encontrándose en mitad de la selva.

Cada vez que escuchaba algo parecido sentía la punzada. No era inmune al dolor. Poco importaban las repeticiones. Le hacía daño.

Mucho daño.

Y más tener que controlarse, continuar preguntando, no llorar ni dejarse arrastrar por la rabia.

– ¿Por qué te enfadaste y te fuiste?

– ¿Quién te ha dicho esto?

– Los amigos de Diego.

– Yo no me enfadé.

– Pero la dejaste sola.

– Gabi y yo nos íbamos de marcha. Ella se había librado de un pelmazo hacía muy poco y queríamos pasarlo bien. Dijimos: «Nada de tíos.» Ese era el plan. Pero a las primeras de cambio…

– O sea, que te supo mal.

Solé se encogió de hombros. Sus ojos la traicionaron. El rojo que los tintaba se vio inundado por unas lágrimas que logró contener a duras penas. Carla no la dejó llorar. Tenía todavía algunas preguntas, y si se hundía la perdería.

– También me han dicho que Diego no fue el único que se interesó por ella.

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