Harold Pinter - El conserje
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Mick.-¿No le deja dormir?
Davies.-¡No me deja dormir! ¡Me despierta!
Mick.-Eso es terrible.
Davies.-He estado en muchos sitios. Siempre me han dejado dormir. A uno le dejan dormir en todo el mundo. Aquí, no.
Mick.-Dormir es esencial. Siempre lo he dicho.
Davies.-Tiene usted razón, es esencial. ¡Me levanto por la mañana y estoy muerto de fatiga! Tengo que atender a mis negocios. Tengo que moverme, tengo que situarme, tengo que encontrar un empleo. Pero cuando me despierto por la mañana no tengo fuerzas para nada. Y para colmo, no tengo reloj.
Mick.-Ya.
Davies.- (Levantándose y moviéndose.) Sale, y no sé adónde va; adónde va no me lo dice nunca. Antes charlábamos un poquito; ahora no. Nunca le veo; sale y no vuelve hasta muy tarde, y lo único que sabe hacer entonces es darme achuchones, mientras estoy durmiendo, en mitad de la noche. (Pausa.) ¡Escuche! ¡Me despierto por la mañana…, me despierto por la mañana y me sonríe! ¡Se queda en pie ahí, mirándome y sonriendo! Yo le veo, ¿comprende?, le veo desde detrás de la manta. Se pone la chaqueta, se da la vuelta, mira hacia mi cama, ¡y en su cara hay una sonrisa! ¿A quién diablos está sonriendo? Lo que él no sabe es que yo le estoy vigilando desde detrás de esa manta. ¡No lo sabe! No sabe que yo puedo verle, se cree que estoy durmiendo, pero yo no le pierdo de vista ni un momento desde detrás de mi manta, ¿comprende? Pero ¡él no lo sabe! ¡El sólo me mira y sonríe, pero no sabe que yo estoy viendo lo que hace! (Pausa. Inclinándose cerca de Mick.) No, lo que debe usted hacer, lo que debe hacer es hablar con él, ¿comprende? Lo tengo…, lo tengo todo planeado. Usted debe decirle… que tenemos grandes planes referentes a esta casa, podríamos levantarla, podríamos ponerla en marcha. Mire, yo podría pintársela, podría ayudarle a pintarla… entre los dos. (Pausa.) Bueno, ¿y dónde vive usted ahora?
Mick.-¿Yo? ¡Oh!, tengo un pequeño piso. No está mal. Todo instalado. Ven a verme un día, tomaremos unas copas y escucharemos un poco de música.
Davies.-No, mire: usted es la persona indicada para hablar con él, quiero decir, usted es su hermano. (Pausa.)
Mick.-Sí…, tal vez lo haga. (Se oye un portazo. Mick se levanta, va hacia la puerta y sale.)
Davies.-¿Adónde va usted? ¡Ese es él! (Silencio. Davies se pone en pie, va hacia la ventana y mira al exterior. Entra Aston. Lleva una bolsa de papel. Se quita el abrigo, abre la bolsa y saca un par de zapatos.)
Aston.-Zapatos.
Davies.- (Dando la vuelta.) ¿Qué?
Aston.-Me he hecho con este par. Pruébeselos.
Davies.-¿Zapatos? ¿De qué clase?
Aston.-A lo mejor le sirven. (Davies se acerca a la parte anterior del escenario, se quita las sandalias y se prueba los zapatos, anda un poco, moviendo los pies, se inclina y aprieta el cuero.)
Davies.-No, no me están bien.
Aston.-¿No le están bien?
Davies.-No, no es mi número.
Aston.-¡Hummm! (Pausa.)
Davies.-Bueno, mire: a lo mejor me apaño con ellos… hasta que me encuentre usted otros. (Pausa.) ¿Dónde están los cordones?
Aston.-No hay cordones.
Davies.-No puedo llevarlos sin cordones.
Aston.-Sólo he podido comprar los zapatos.
Davies.-Bueno; pues usted mismo comprenderá, ¿no? Esto no es ninguna solución. Quiero decir, no puedo llevar los zapatos sin estar sujetos con los cordones. La única manera de que no se caigan los zapatos, si no tienen cordones, es apretando el pie, ¿comprende? Andar con los pies encogidos, ¿comprende? Pues, bueno, esto es más bien malo para los pies. Puedo tener un derrame. Con unos zapatos bien sujetos hay menos probabilidades de que tenga un derrame. (Aston se acerca a la cabecera de su cama y busca en el estante que hay sobre ella.)
Aston.-Puede que tenga unos en un sitio u otro.
Davies.-¿Comprende lo que quiero decir? (Pausa.)
Aston.-Aquí están. (Se los da a Davies.)
Davies.-Son de color castaño.
Aston.-Es lo único que tengo.
Davies.-Estos zapatos son negros. (Aston no le contesta.) Bueno, valen, qué le vamos a hacer, hasta que me haga con otros. (Davies se sienta en la silla y empieza a colocar los cordones en los zapatos.) Quizá me lleven a Sidcup mañana. Si puedo llegarme hasta allí, estoy salvado. (Pausa.) Me han ofrecido un buen empleo. Me lo ha ofrecido un tipo que tiene…, tiene muchas ideas. Buen porvenir, sí, señor. Pero quiere ver mis papeles, ¿sabe?, quiere ver mis referencias. Tengo que ir a Sidcup, hacerme con ellas. Allí están. Lo difícil es llegar hasta allí. Ese es mi problema. El tiempo me está haciendo la puñeta. (Aston, silenciosamente, sale de la habitación.) No sé si estos zapatos me servirán de mucho. Es una carretera muy mala. He estado allí antes. Hice el camino a la inversa. La última vez que estuve allí fue…, la última vez…, hace ya mucho tiempo…; la carretera era mala, llovía a mares; tuve suerte de no dejar el pellejo en esa carretera; pero no, llegué hasta aquí, he ido tirando, he ido tirando…, sí…, he ido tirando por ahora. De todas formas, no puedo seguir así; lo que debo hacer es volver allí, buscar al hombre ese… (Se vuelve y mira por la habitación.) ¡Dios! Ese bellaco ni siquiera me escucha! (Oscuridad completa. Una tenue claridad entra por la ventana. Es de noche. Aston y Davies están en la cama; Davies ronca y gruñe. Aston se incorpora, salta de la cama, enciende la luz, se acerca a Davies y le mueve.)
Aston.-¡Eh!, cállese, ¿quiere? No me deja dormir.
Davies.-¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasa?
Aston.-Está usted haciendo ruido.
Davies.-Soy un hombre viejo, ¿no? ¿Qué quiere que haga? ¿Que deje de respirar?
Aston.-Estaba haciendo ruidos.
Davies.-¿Qué quiere que haga? ¿Que deje de respirar? (Aston se acerca a su cama y se pone los pantalones.)
Aston.-Voy a tomar el aire.
Davies.-¿Qué quiere usted que haga? ¿Quiere que le diga la verdad, compadre? Pues no me extraña que le metieran allí dentro. ¡Despertar así a un pobre viejo en medio de la noche! ¡Usted debe de estar majareta perdido! Tengo pesadillas. ¿Quién tiene la culpa de que tenga pesadillas? ¡Si no me estuviera usted dando achuchones, yo no haría ruido! ¿Cómo quiere que duerma tranquilo, si me está dando achuchones todo el tiempo? ¿Qué quiere usted que haga? ¿Que deje de respirar? (Aparta la ropa y se levanta de la cama. Lleva camiseta, chaleco y pantalones.) Y paso tanto frío, que he de meterme en la cama con los pantalones puestos. En mi vida había hecho cosa semejante. Pero aquí tengo que hacerlo. ¡Y todo porque a usted no le da la gana de poner una puñetera estufa! Estoy ya harto de que ande dándome achuchones. A mí no me ha pasado nunca lo que a usted, compadre. A mí no me han encerrado nunca en un lugar de esos, vaya. ¡Yo estoy en mis cabales! O sea que no me achuche más. Todo irá como una seda mientras sepa usted guardar las distancias. Solo con que guarde las distancias, al pelo. Porque, voy a decirle una cosa: su hermano, su hermano está hasta la coronilla de usted. De usted lo sabe todo. En él sí que tengo un amigo, descuide, un amigo de verdad. ¡Tratarme como si fuera un montón de basura! En primer lugar, ¿por qué me invitó a venir aquí, si iba usted a tratarme de esta manera? Si cree que es usted mejor que yo, se equivoca de medio a medio. No crea que me chupo el dedo. Si ya le metieron antes en un sitio de esos, vigile que no le metan otra vez. ¡Su hermano está hasta la coronilla de usted! ¡No vayan a ponerle otra vez en la cabeza esas tenazas de que hablaba! No me extrañaría que se las pusieran otra vez. Cualquier día. ¡Con que alguien dé el soplo! Y se lo llevarán, ¡digo! ¡Vendrán a buscarle y se lo llevarán y le meterán otra vez allí! ¡No habrá tu tía! ¡Le pondrán las tenazas en la cabeza y no habrá tu tía! Echarán un vistazo a toda esta porquería con la que tengo que dormir y se darán cuenta en seguida de que está usted como una cabra. No debían haberle soltado nunca, ahí está. ¡Nadie sabe lo que se trae usted entre manos; sale, entra, nadie sabe lo que se trae entre manos! Pues mire usted: a mí no hay quien me haga la barba por mucho tiempo. ¿Qué se figura? ¿Que voy a ser yo quien le haga los trabajos más sucios? ¡Jaaaaaa! ¡A otro perro con este hueso! ¿Que sea yo quien haga los trabajos más sucios, escaleras arriba y abajo, total para poder dormir en este asqueroso agujero todas las noches? Ni hablar, muchacho. No para usted, muchacho. La mitad del tiempo no sabe usted lo que se hace. ¡Usted está medio tarumba, hombre! ¡Está como una regadera! ¡Si con la jeta paga! Quién ha visto nunca que me diera usted unas cuantas perras, ¿eh? Siempre se escurre usted como una anguila; ahora sale, ahora entra. Su hermano está hasta la coronilla, no vaya a creer. Quiere hacer algo con esta casa, quiere ponerla decente. Y a ver si le entra en los cascos una cosa: y es que tengo tantos derechos como usted. ¡Sólo con que cambie el tiempo, podré hacerme con más referencias que las que ha visto usted en su vida! ¡Tratarme como si fuera una bestia! ¡Yo aún no he estado nunca en una jaula! (Aston hace un leve movimiento hacia él. Davies saca el cuchillo de su bolsillo.) No se me acerque, compadre. Aquí tengo esto. No es cosa de juego, ¿eh? No es cosa de juego. No se acerque. (Una pausa. Se miran fijamente.) ¡Cuidado con lo que hace!, ¿eh? (Pausa.) ¡Ojo al cristo, que es de plata! (Pausa.)
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