Harold Pinter - El conserje

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Aston.-Creo…, creo que ya es hora de que se busque usted otro sitio. Creo que no nos entendemos.

Davies.-¿Que me busque otro sitio?

Aston.-Sí.

Davies.-¿Yo? ¿Está usted hablando conmigo? ¡No, hombre, no! ¡Usted! Usted es el que tiene que buscarse otro sitio.

Aston.-¿Qué?

Davies.-¡Usted! ¡Usted es el que va a tener que buscarse otro sitio!

Aston.-Yo vivo aquí. Usted no.

Davies.-¿Que yo no? Bueno, pues yo vivo aquí. Se me ha ofrecido un empleo aquí.

Aston.-Sí…; bueno, pero no creo que sirva usted. No creo que le guste quedarse aquí.

Davies.-¡Me gusta, ya lo creo que me gusta! ¡Lo que no me gusta es que me esté usted haciendo la barba durante todo el tiempo!

Aston.-Será mejor… que se vaya. No nos entendemos.

Davies.-No sirvo, ¿eh? Bueno; pues voy a decirle una cosa: hay alguien aquí que cree que sirvo, para que se entere. Y ya se lo he dicho: yo me quedo. ¡Me quedo como conserje! ¿Estamos? Su hermano, él es quien me lo ha dicho, ¿se entera?, me ha dicho que el empleo es para mí. ¡Mío! O sea que aquí estoy. Voy a ser su conserje.

Aston.-¿Mi hermano?

Davies.-Él es quien va a quedarse aquí, va a poner en marcha todo esto, va a cambiarlo todo, y yo me quedo con él, o sea que… ¡no va a haber ninguna habitación para usted!

Aston.-Yo vivo aquí.

Davies.-¡Ya veremos hasta cuándo! Sé lo que me digo. Conque quería… Conque quería echarme a la calle, ¿eh? ¡Me larga un par de zapatos hechos una mierda y a la calle! ¡Usted no sabe por dónde se anda, muchacho!

Aston.-Mire. Si le doy… unos cuantos chelines, podría ir a Sidcup.

Davies.-¡Ande ya! ¡Construya primero su cobertizo! ¡Unos cuantos chelines! ¡Cuando puedo ganarme aquí un sueldo fijo! ¡Primero constrúyase su apestoso cobertizo! ¡No faltaba más! (Aston le mira fijamente.)

Aston.-¡Ese cobertizo no es apestoso! (Silencio.) Es limpio. Todo madera buena. Lo levantaré. No hay cuidado.

Davies.-¡No se acerque demasiado!

Aston.-No tiene usted ningún motivo para llamar apestoso a ese cobertizo. (Davies apunta con el cuchillo.) El que apesta es usted.

Davies.-¡Qué!

Aston.-Ha estado apestando todo esto.

Davies.-¡Cristo! ¡Y se atreve usted…!

Aston.-Desde hace días. Esa es una de las razones por las que no puedo dormir.

Davies.-Y se atreve usted… ¿Y se atreve usted a decirme que soy un apestoso?

Aston.-Será mejor que se vaya.

Davies.-¡A ti sí que te voy a hacer apestar yo! (Levanta un brazo tembloroso, apuntando con el cuchillo al estómago de Aston. Este no se mueve. Silencio. El brazo de Davies se paraliza. Se quedan los dos inmóviles, en pie.) ¡A ti sí que te voy a hacer apestar!… (Pausa.)

Aston.-Recoja sus cosas. (Entre resuellos, Davies esconde el cuchillo en el pecho. Aston va hacia la cama de Davies, coge la bolsa y empieza a poner dentro de ella algunas cosas pertenecientes a Davies.)

Davies.-No puede…, no tiene usted derecho… ¡Deje eso, que es mío! (Davies le arrebata la bolsa y aprieta todo lo que el otro había metido en ella.) Muy bien…; aquí se me ha ofrecido un trabajo…; espere y verá… (Se pone el batín.), espere y verá…; su hermano… le pondrá las peras a cuarto…; llamarme eso…, llamarme eso a mí…; nadie se ha atrevido a llamarme eso… (Se pone el abrigo.) Se arrepentirá de haberme llamado eso…; la cosa no termina aquí… (Coge la bolsa y se dirige hacia la puerta.) Se arrepentirá de haberme llamado eso… (Abre la puerta. Aston le mira.) Ahora ya sé en quién he de confiar. (Davies sale. Aston se queda en pie. Oscuro. Se ilumina nuevamente la escena. Al anochecer. Mick está sentado en la silla. Davies se mueve de un lado a otro.)

Davies.-¡Apestoso! ¡Ha oído bien! ¡A mí! Le he contado todo lo que me dijo, ¿no es verdad? ¡Apestoso! ¡Ha oído bien! ¡Eso es lo que me dijo!

Mick.-Tse…, tse…, tse…

Davies.-Eso es lo que me dijo.

Mick.-Tú no apestas.

Davies.-¡No, señor!

Mick.-Si apestaras, yo sería el primero en decírtelo.

Davies.-Se lo dije, se lo dije… Le dije: «¡La cosa no termina aquí, vas a acordarte de mí!» Le dije: «Y no se olvide de su hermano.» Le dije que usted vendría a ponerle las peras a cuarto… No sabe en qué lío se ha metido haciendo eso. Haciéndome eso a mí. Se lo dije; le dije: «Vendrá su hermano, vendrá; él sí que sabe dónde tiene la mano derecha, no como usted.»

Mick.-¿Qué quieres decir?

Davies.-¿Eh?

Mick.-¿Estás diciendo que mi hermano no sabe dónde tiene la mano derecha?

Davies.-¿Qué? Lo que yo estoy diciendo es que usted tiene ideas respecto a esta casa…, todo eso…, todo eso de pintar y decorar, ¿comprende? Quiero decir, él no tiene ningún derecho a mandarme. Yo recibo las órdenes de usted. Yo soy su conserje; quiero decir, usted tiene consideraciones conmigo…, usted no me trata como si fuera un montón de basura…; los dos…, los dos sabemos perfectamente cómo es. (Pausa.)

Mick.-Entonces, ¿qué ha dicho cuando le has contado que yo te había ofrecido el empleo de conserje?

Davies.-Ha dicho…, ha dicho…, ha dicho algo como… que él vive aquí.

Mick.-Sí; en eso ha dado en el clavo, ¿no?

Davies.-¿En el clavo? Pero esta casa es de usted, ¿no? ¡Usted le deja vivir aquí!

Mick.-Sí…, es mi casa. La compré barata…, y le dejo vivir aquí.

Davies.-Es lo que estoy diciendo.

Mick.-Sí, supongo que podría decirle que se fuera. Quiero decir, el dueño soy yo. Por otra parte, él es el inquilino. Tengo que avisarle con anticipación, ¿comprendes lo que es eso? Se trata de una cuestión técnica, eso es. Depende de cómo se considere esta habitación. Quiero decir, depende de si se considera amueblada o sin amueblar. ¿Comprendes lo que quiero decir?

Davies.-No, no lo entiendo.

Mick.-Todos estos muebles, ¿ves?, todos estos muebles son suyos, excepto las camas, claro. O sea que se trata de una delicada cuestión legal, ahí está. (Pausa.)

Davies.-¡Más valdría que se fuera otra vez donde estaba!

Mick.- (Volviéndose para mirarle.) ¿Donde estaba?

Davies.-Sí.

Mick.-¿Y dónde estaba?

Davies.-Bueno…; él…, él…

Mick.-A veces te pasas de la raya, ¿no te parece? (Pausa. Levantándose bruscamente.) Bueno; de todas formas, tal como están las cosas, no tengo inconveniente en empezar a arreglar todo esto…

Davies.-¡Así se habla!

Mick.-No, no tengo inconveniente. (Se vuelve para mirar a Davies.) Pero más valdrá que seas lo bueno que andas diciendo.

Davies.-¿Qué quiere usted decir?

Mick.-Bueno, tú dices que eres un decorador de interiores. Más valdrá que lo hagas como nadie.

Davies.-¿Un qué?

Mick.-¿Qué quieres decir con «un qué»? Decorador. Decorador de interiores.

Davies.-¿Yo? ¿Qué quiere usted decir? Alguna chapuza todo lo más, pero yo nunca he sido eso.

Mick.-¿Nunca has sido qué?

Davies.-No, hombre, yo no. Yo no soy un decorador de interiores. He estado demasiado ocupado. He tenido muchas cosas que hacer, ¿sabe? Pero…, pero he tenido siempre mucha maña para todo…; déme usted…, déme usted un poco de tiempo y me pondré al corriente.

Mick.-Nada de ponerte al corriente. Lo que yo quiero es un decorador de interiores de primera categoría y con mucha experiencia. Creía que tú lo eras.

Davies.-¿Yo? Vamos a ver…, vamos a ver…; usted me toma por otro.

Mick.-¿Cómo quieres que te tome por otro? Tú eres el único con quien he hablado. Eres el único a quien he confiado mis sueños, mis deseos más íntimos; tú eres el único a quien he hecho partícipe de todo eso, y te he hecho partícipe porque creía que eras un decorador de interiores y exteriores de primera categoría.

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