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Jorge Bucay: Cartas Para Claudia

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Jorge Bucay Cartas Para Claudia

Cartas Para Claudia: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro está compuesto de los escritos que, durante más de tres años de trabajo terapéutico, Jorge Bucay dedicó a sus pacientes. Con el tiempo, ellos mismos empezaron a compartir y distribuir estas cartas, hasta que, un día, y en vistas del éxito que estaban teniendo, sugirieron a Jorge Bucay que las publicara. Con sus propios recursos y la ayuda de algunos buenos amigos, Jorge Bucay publicó este libro en 1986 con el título Cartas para Claudia. En esta correspondencia imaginaria, Claudia, una amiga muy querida por el autor, es la destinataria de un correo revelador que despejará muchas de sus dudas sobre el autoconocimiento, el amor, la belleza de la vida y los secretos de la psicología. El libro se ha convertido ya en todo un clásico de la autoayuda.

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Este no es un concepto nuevo, ni siquiera "guestáltico". En 1927 un investigador llamado Zaigernik realizó una experiencia que luego sería confirmada por otros científicos del área de la conducta.

Zaigernik tomó una muestra de la población al azar (incluidos niños, adolescentes y ancianos de ambos sexos)Dijo a los sujetos que les iba a proporcionar una serie de tareas (veinte) para que completaran, y que cada una tenía un límite estricto de tiempo. Las tareas eran la solución de problemas matemáticos, el ensartado de cuentas, la copia de figuras y la construcción de objetos con cubos y otros materiales. Daba a los sujetos las tareas y siguiendo su plan, a una parte de individuos les cortaba a la mitad aunque se les permitía acabar realmente. En la otra mitad, los sujetos eran interrumpidos antes de finalizarlas, dejándoles suponer que el tiempo asignado había expirado. El verdadero experimento comenzaba aquí. Una vez completadas o interrumpidas las veinte labores, se les pedía a los sujetos que hicieran una lista de las tareas en las cuales habían trabajado. El resultado: como promedio, los sujetos recordaban doble de tareas incompletas respecto de aquellas que se les había permitido completar. Muchos sujetos pedían al experimentador que les dejase acabar las tareas inconclusas (aun sabiendo que la experiencia había concluido) para terminarlas. Y más aún, en algunos casos, dejándolos solos en las mesas de trabajo, éstos revisaban entre los papeles las tareas inconclusas y hasta registraban el escritorio del experimentador en su busca, para poder terminarlas. El hecho de “recordar” mejor las tareas incompletas que completas, conocido desde entonces Como el efecto Zaigernik, se interpretó en ese momento como la pauta de que existía un sistema de energía motivacional puesta al servicio de una tarea cuando esta se comienza y que, por supuesto, sólo se agota si esta tarea se concluye. En caso contrario, permanece como energía flotante e indisponible para otras tareas.

Desde mi propia manera de comprender el efecto Zaigernik, éste es el más claro ejemplo de cómo las situaciones inconclusas, si bien pueden ser postergadas y enviadas al fondo de nuestra conciencia, quedan allí durante algún tiempo, pero antes o después pugnarán por hacerse figuras para reclamar resolución.

Algunos años después, seguidores de Zaigernik continuaron el experimento de la siguiente forma:

El i. un re-test volvían a darle a los examinados las pruebas no resueltas. Una vez más, dejaban al sujeto concluir el 50% de ellas (cinco) interrumpiéndolos en las otras cinco. Entonces, se le volvía a preguntar en qué pruebas había trabajado y se comprobaba (otra vez) que las pruebas no concluidas eran doblemente recordadas en relación a las otras. Y un dato más: estas últimas pruebas, primero interrumpidas y luego concluidas, no eran más recordadas que aquellas terminadas en el primer intento (cosa de brujos, ¿no?).

Exagerando: si desde mi fondo, infinitas situaciones Pugnan por ser resueltas, no podré abocarme a ninguna figura y mi capacidad de conexión con el aquí y ahora será nula.

Hace pocas semanas, un día viernes, alrededor de las cuatro de la tarde, tuve un fuerte dolor abdominal, me sentí mareado y con un repentino cansancio. (Un médico hubiera dicho que era una indigestión.)

El caso es que no me sentí en condiciones de atender a mis pacientes citados, en especial por mi falta de ganas de atenderlos. Escribí una nota que decía: "Hoy no voy a atender por el resto del día. Siento no haber podido avisar antes".

… Y dejé la nota pinchada en la puerta, antes de irme a casa.

Algunos de mis pacientes no preguntaron, otros preguntaron y les dije que no estaba en las condiciones en que a mí me gusta atender, dado que había cosas que me estaban interrumpiendo. Ema, una de mis pacientes, al recibir esa respuesta se levantó, se acercó, me dio un beso y me dijo:

– ¡Gracias! Yo me sorprendí. Ella volvió a su asiento y me dijo: -Doctor, esto me confirma todavía más que cuando usted está, está!

Cada conjunto de una figura y un fondo es una Gestalt. Cuando una situación se hace figura, es para reclamar una solución. Cuando postergo ésta (como el ejemplo del pis), tengo presente que en algún momento la resolveré y que si no lo hago, aquella situación no resuelta se me impondrá cada vez, interrumpiendo el natural devenir de los hechos en ese momento.

En cambio, si consigo resolver cada figura cuando aparece, si consigo cerrar esa Gestalt que estaba abierta en la figura que reclamaba resolución, si consigo ocuparme de instante en instante de la figura, entonces, en ese momento en que la figura se resuelve y antes de que otra figura (desde el fondo) ocupe el lugar… en ese momento, consigo la armonía total… la absoluta paz interior… el estado de Satori.

En nosotros, los occidentales, este estado dura un instante, porque al instante siguiente, algo del fondo se hace figura y el proceso recomienza.

Algunos orientales consiguen ese estado por días o por semanas.

Hasta que lleguemos a esa posibilidad (cosa que dudo), tratemos de resolver cada vez más situaciones cuando surjan y recuperar una y otra vez la armonía entre afuera-adentro y entre yo y yo mismo.

No te interrumpas… date permiso… date tiempo… date lugar… date todo…

Finalmente, vos sos, para vos, el centro del mundo en que vivís, así como yo soy para mí el centro del mundo en que yo vivo.

CARTA 17

¡Y sí! Suena egocéntrico. Lo es. ¡Lo es!

Es que, ¿en qué mundo vivimos?

¿Vivimos acaso en un mundo constituido por las cosas de afuera? ¿Un mundo hecho de aquello que perciben mis sentidos allá en el exterior?

Aparentemente es así. Sin embargo… si yo muriera hoy, ¿que pasaría con esas cosas de afuera, estas cosas del mundo?

Es evidente que no seguirían siendo "las mismas cosas": mis zapatos ya no serían mis zapatos, mi cuerpo no seguiría siendo mi cuerpo, estas cartas cambiarían de significado, mis hijos serían diferentes… En resumen: mi mundo desaparecería si yo desapareciera.

¡Atención!: No EL mundo, MI mundo.

Vuelvo pues a mi pregunta: ¿vivimos en el mundo de las cosas de afuera o vivimos en el limitado y grandioso mundo de mis cosas, MI MUNDO?

¿Cómo no sentirme el centro de este universo en el que vivo, si toda su existencia depende de la mía? ¿Cómo sentir diferente si todas las líneas pasan por mi centro? ¿Cómo podría ser de otra manera, si todos los hechos me incluyen de alguna manera?

No será bueno que te confundieras, esto no significa creerse el centro de EL mundo. Sería terrible para ambos que Cuando nos encontremos, yo pretendiera ser el centro de tu mundo o peor aún, te cediera el lugar de ser el centro del mío… ¡AH, NO!

Cuando vos y yo nos encontremos Seremos dos mundos que se encuentran Seremos dos universos en contacto.

Vos, un universo con centro en vos Y yo, un universo con centro en mí ¡Será maravilloso!

Cuando vos y yo nos encontremos…

CARTA 18

Claudia:

Son aproximadamente… las tres de la madrugada…

Acabo de despertarme: mi hija se quejó y me levanté a atenderla.

Al volver a mi cama, "el sueño" se había ido. Di dos o tres vueltas hasta confirmar que no iba a volver a dormirme y luego recordé: que es el sueño el que trae el cerrar los ojos. Y no el cerrar los ojos el que trae el sueño".

Así que me levanté.

Estoy en la cocina de nuestra casa de veraneo. Escucho el rumor del mar… Salgo a la puerta. Es noche cerrada todavía. Estoy a escasos cien metros de la playa…

Hacia mi derecha está el Faro: imponente, majestuoso, alto, soberbio… permanentemente regala dos haces de luz que bañan el frente de la casa, mi pequeño jardín, las casas de enfrente y se pierden después en el mar…

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