Arturo Pérez-Reverte - El Asedio
Здесь есть возможность читать онлайн «Arturo Pérez-Reverte - El Asedio» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Asedio
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Asedio: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Asedio»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Asedio — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Asedio», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Quitándose la casaca del uniforme, sin remilgos de graduación, el capitán echa una mano a los hombres que, dirigidos por el sargento Labiche, descargan los cañones entre chirridos de maromas y poleas, colocándolos sobre las cureñas de madera pintada de verde olivo. Éstas tienen la base en forma de plano inclinado, con una estructura de ruedas sobre plataforma de carriles que limita el retroceso del disparo. El peso de cada uno de los largos tubos de hierro hace la instalación lenta y penosa, agravada por la falta de experiencia de los hombres: torpes, comprueba Desfosseux, como para pasarlos allí mismo a baqueta. Pero no los culpa por ello. En los seis regimientos que cubren el frente desde el Trocadero a Sancti Petri, mermados por la penuria y las bajas naturales de la guerra, hay una alarmante escasez de artilleros. Con ese panorama, hasta el desganado Labiche resulta un lujo: al menos él conoce su oficio. En las baterías que tiran sobre el recinto urbano de Cádiz, Desfosseux se ha visto obligado a completar dotaciones con infantería de línea. Y aquí mismo, en el muelle de Puerto Real, salvo dos caporales de artillería, cinco soldados de esa arma y tres artilleros de marina que han venido con los cañones desde El Puerto de Santa María -los ribetes rojos de sus casacas azules los distinguen entre los petos blancos de los infantes-, el resto de los que servirán las piezas pertenece también a regimientos de línea. Cric, croc, cruje la cureña. El capitán se echa atrás de un salto, evitando por escasas pulgadas que una rueda le aplaste un pie. Maldita sea su sombra, piensa. La suya propia, la de las cañoneras españolas, la del mariscal Víctor y sus incómodas ocurrencias. De artillar Puerto Real podía haberse ocupado cualquier oficial; pero en los últimos meses no hay bomba que cruce el aire, en una u otra dirección, que el duque de Bellune y su estado mayor no la consideren asunto exclusivo de Simón Desfosseux. Le doy cuanto me pide, capitancito, dijo Víctor la última vez. O cuanto puedo. Así que organícese la vida y no me incomode si no es con buenas noticias. Todo eso tiene como consecuencia que hasta el último de los oficiales artilleros y jefes superiores del Primer Cuerpo, incluido el comandante general del arma, D'Aboville -que ha relevado a Lesueur-, distingan a Desfosseux con un odio salvaje, apenas disimulado por las maneras y las ordenanzas: ojito derecho del mariscal, lo llaman. Genio de la balística, portento de Metz, etcétera. Lo corriente. El capitán sabe que cualquiera de sus jefes y colegas daría un mes de paga por que reventase uno de los Villantroys-Ruty en su cara, o una bomba española y afortunada lo dejase listo de papeles. Le cambiara de hombro el fusil, como se dice -con limpio eufemismo- en el ejército imperial.
Sacando su reloj del bolsillo del chaleco, Desfosseux mira la hora: faltan cinco minutos para las cinco de la tarde. Se deshace en ganas de terminar aquello y volver al reducto de la Cabezuela, junto a Fanfán y sus hermanos, que dejó a cargo del teniente Bertoldi. Aunque están en buenas manos, le preocupa que todavía no haya sonado cañonazo alguno por esa parte. Estaba previsto que antes de la puesta de sol, si el viento no era adverso, se hicieran ocho disparos sobre Cádiz: cuatro bombas inertes rellenas con plomo y arena, y cuatro provistas de carga explosiva.
En los últimos tiempos, el capitán está satisfecho. El arco que sobre el mapa de la ciudad establece el radio de alcance de los impactos, se mueve poco a poco hacia la parte occidental del recinto urbano, cubriendo más de un tercio de éste. Según los informes recibidos, tres de las últimas bombas lastradas con plomo han caído cerca de la torre Tavira, cuya altura la convierte en conspicua referencia para orientar el tiro. Eso significa que los impactos distan ya sólo 190 toesas de la plaza principal de la ciudad, la de San Antonio, y 140 del oratorio de San Felipe Neri, donde se reúnen las Cortes insurgentes. Con esos datos, Desfosseux se siente optimista sobre el futuro: tiene la certeza de que pronto, en condiciones climatológicas favorables, sus bombas rebasarán las 2.700 toesas de alcance. De momento, un ajuste del tiro hacia la parte de la bahía contigua a la ciudad donde fondeaban los buques de guerra ingleses y españoles ha permitido hacer blanco en alguno de ellos. Con poca precisión y sin grandes daños, es cierto; pero obligando a los navíos a levar anclas y fondear algo más lejos, frente a los baluartes de la Candelaria y Santa Catalina.
Casi todos los cañones de 8 libras se encuentran ya en sus cureñas. Tiran de las sogas y empujan los soldados, sudorosos y sucios. Los corpulentos zapadores trabajan a conciencia, silenciosos como suelen. Los artilleros les dejan lo más duro del trabajo y procuran hacer lo justo. Por su parte, los de infantería remolonean cuanto pueden. Labiche abofetea a uno de ellos, con sistemática crueldad. Luego le patea el culo.
- ¡Te voy a arrancar el hígado, sinvergüenza!
Desfosseux llama aparte al suboficial. No les pegue delante de mí, le dice en voz baja para no desautorizarlo ante los hombres. Labiche se encoge de hombros, escupe al suelo, vuelve a lo suyo, y cinco minutos después reparte dos nuevas bofetadas.
- ¡Os voy a matar!… ¡Vagos perezosos! ¡Cabrones!
La ausencia de brisa espesa el calor. Desfosseux se enjuga el sudor de la frente. Después coge su casaca y se aleja del muelle, encaminándose a una tinaja de agua puesta a la sombra en la esquina de la calle de la Cruz Verde, junto a la garita del centinela. Casi todas las casas de Puerto Real han sido abandonadas por sus moradores españoles, de grado o a la fuerza. El pueblo es un inmenso campamento militar. Las grandes rejas de hierro de las casas, que llegan hasta el suelo en las fachadas de la calle, muestran interiores de habitaciones despojadas, cristales rotos, puertas y muebles hechos astillas, jergones y mantas por el suelo. Hay montones de cenizas de hogueras de vivac por todas partes. Los patios convertidos en establos apestan a cagajones de caballerías, y zumban molestos enjambres de moscas.
Bebe el capitán un cazo de agua, y sentándose a la sombra saca de un bolsillo una carta de su mujer -la primera en seis meses- que recibió ayer por la mañana, antes de dejar la batería de la Cabezuela. Es la quinta vez que la lee, y tampoco ahora suscita en él sentimientos significativos. Querido esposo, empieza. Elevo a Dios mis oraciones para que te conserve la salud y la vida. La carta fue escrita hace cuatro meses, y contiene una relación minuciosa y monótona de noticias familiares, nacimientos, bodas y entierros, pequeños incidentes domésticos, ecos de una ciudad y unas vidas lejanas que Simón Desfosseux repasa con indiferencia. Ni siquiera atrae su interés un par de líneas sobre el rumor de que 20.000 rusos se han acercado a las fronteras de Polonia y que el emperador prepara una guerra contra el zar: Polonia, Rusia, Francia, Metz, quedan demasiado lejos. En otro tiempo ese desapego lo inquietaba, y mucho. Aparejaba, incluso, su dosis de remordimiento. Le ocurría sobre todo al principio, mientras bajaba con el ejército hacia el sur por un paisaje desconocido e incierto, alejándose del mundo en apariencia equilibrado que iba quedando atrás. Pero ya no es así. Instalado hace mucho en la certeza rutinaria y geométrica del espacio limitado que ahora habita, esa indiferencia hacia cuanto ocurre más allá de las 3.000 toesas de alcance resulta extremadamente útil. Casi cómoda. Lo exonera de melancolías y nostalgias.
Desfosseux dobla la carta y la devuelve al bolsillo. Después observa un momento los trabajos en la media luna del muelle y mira en dirección al Trocadero. Sigue preocupándolo no escuchar a Fanfán y sus hermanos. Por un momento se abisma en cálculos, trayectorias y parábolas, dejándose llevar como quien se adentra en vapores de opio. La torre Tavira, recuerda complacido, al fin casi dentro del radio fijo. Magnífica noticia. El centro de Cádiz al alcance de la mano. La última paloma mensajera que cruzó la bahía trajo un minúsculo plano de esa parte de la ciudad, con los puntos exactos de los impactos: dos en la calle de Recaño, uno en la del Vestuario. El teniente Bertoldi daba brincos de alegría. Como le ocurre a menudo, Desfosseux piensa en el agente que envía toda esa información: el individuo cuyo trabajo arriesgado ayuda a marcar con puntos triunfales el plano de la ciudad. Lo supone español de origen, o francés naturalizado hace tiempo. Desconoce su aspecto, su nombre y a qué se dedica. Ignora si es militar o civil, entusiasta abnegado o simple mercenario, traidor a su patria o héroe de una causa noble. Ni siquiera le paga él: de todo eso se ocupa el estado mayor. Su único vínculo directo son las palomas mensajeras y los viajes secretos que un contrabandista español, a quien llaman el Mulato, hace entre las dos orillas. Pero ese Mulato no cuenta más que lo imprescindible. Debe de tratarse, en cualquier caso, de un agente con razones poderosas. Muy valiente y templado, en vista de lo que hace. Vivir a la sombra del patíbulo destrozaría los nervios a cualquier ser común. Desfosseux sabe que él mismo sería incapaz de permanecer de ese modo, aislado en territorio hostil, sin poder confiar en nadie, temiendo a cada instante los pasos de soldados o policías en la escalera, expuesto siempre a la sospecha, la delación, la tortura y la muerte ignominiosa reservada a los espías.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Asedio»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Asedio» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Asedio» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.