Arturo Pérez-Reverte - El Asedio

Здесь есть возможность читать онлайн «Arturo Pérez-Reverte - El Asedio» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Asedio: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Asedio»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El Asedio — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Asedio», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

- ¿Entendido?

- Sí.

- ¿Qué coño significa sí?… ¿Lo has entendido bien, o no?

- Entendido, señor comisario. El cuerpo oculto y que nadie lo vea.

- Y tened la boca cerrada. Sin explicaciones. ¿Lo he dicho claro?

- Clarísimo, señor comisario.

- Como uno de vosotros se vaya de la lengua, se la arranco y escupo en su cochina calavera -señala a la tía Perejil, ya arrodillada junto al cuerpo-. Decidle lo mismo a esa vieja puta.

Tras dejar el asunto bajo control, Rogelio Tizón se aleja bastón en mano, observando los alrededores. La primera claridad del día penetra por la calle de Amoladores, desde la muralla y la bahía cercana, recortando en gris las fachadas de las casas. Todavía no hay perfiles definidos, sino sombras que difuminan las formas en los portales, rejas y rincones bajos de la calle. Los pasos del comisario resuenan en el empedrado mientras callejea un corto trecho, mirando alrededor en busca de algo que aún ignora: un indicio, una idea. Se siente como el jugador que, ante una situación difícil, desprovisto de recursos inmediatos, estudia las piezas esperando que una revelación súbita, un camino hasta ahora inadvertido, inspire otro movimiento. Esta sensación no es casual. El eco de la charla mantenida con Hipólito Barrull late, preciso, en su recuerdo. Olfato de perra laconia. Rastros. El profesor lo acompañó anoche al lugar del crimen, echó un vistazo y desapareció luego con mucha delicadeza. Aplacemos esa partida de ajedrez, dijo al irse. Ya es tarde para aplazar nada, estuvo a punto de responder Tizón, que tenía el pensamiento en otra parte. El mismo libra, desde hace tiempo, una partida más oscura y compleja. Tres peones fuera, un jugador oculto y una ciudad sitiada. Lo que ahora desea el comisario es volver a casa y leer el manuscrito de Ayante que espera sobre el sillón, aunque sea para descartarlo como asociación errónea o absurda. Sabe lo peligroso que es enredarse con ideas pintorescas, en pistas falsas que llevan a callejones sin salida y trampas de la imaginación. En asuntos criminales, donde las apariencias rara vez engañan, el camino evidente suele ser el correcto. Orillarlo lo mete a uno en dibujos estériles, o peligrosos. Pero hoy no puede evitar calentarse la cabeza, y eso lo desazona. Las pocas líneas leídas anoche se repiten al ritmo de sus pasos en el alba gris de la ciudad. Toc, toc, toc. Siguiendo desde hace rato la pista. Toc, toc, toc. Midiendo las huellas reci é n impresas. Toc, toc, toc. Pasos y huellas. Cádiz está llena de ellas. Más, incluso, que en la arena de una playa. Aquí sesuperponen unas a otras. Millares de apariencias ocultan o disimulan millares de realidades, de seres humanos complejos, contradictorios y malvados. Todo revuelto, además, con el singular asedio que vive la ciudad. Por tan extraña guerra.

La fachada derruida en la esquina de la calle de Amoladores con la del Rosario golpea a Tizón en plena cara. Es una sarcástica evidencia. El comisario se queda inmóvil, atónito por lo inesperado -o quizá singularmente esperado, concluye un instante después- del descubrimiento. La bomba francesa cavó hace menos de veinticuatro horas, a treinta pasos del lugar donde yace muerta la muchacha. Casi con cautela, como si temiese alterar indicios con movimientos inadecuados, Tizón estudia el destrozo, la brecha vertical que desnuda parte de los tres pisos del edificio, las paredes interiores puestas al descubierto, apuntaladas ahora con maderos. Después se vuelve a mirar en dirección a levante, de donde vino el tiro sobre la bahía, calculando la trayectoria hasta el lugar del impacto.

Un hombre ha salido a la calle, en camisa pese al frío del amanecer, vestido con un largo delantal blanco. Se trata de un panadero ocupado en retirar los cuarteles de madera de la entrada de su tahona. Tizón camina hacia él, y cuando llega al portal percibe el aroma a hogazas recién horneadas. El otro lo mira suspicaz, extrañado de encontrar callejeando tan temprano a un tipo con redingote, sombrero y bastón.

- ¿Dónde están los restos de la bomba?

Se los llevaron, cuenta el panadero, sorprendido de que le pregunten por bombas a tales horas. Tizón pide detalles y el otro se los da. Algunas estallan, comenta, y otras no. Esta sí lo hizo. Tocó en lo alto del edificio, hacia la esquina. Los trozos de plomo cayeron por todas partes.

- ¿Está seguro de que era plomo, camarada?

- Sí, señor. Pedazos así, un dedo de largos. De esos que cuando explota la bomba se quedan retorcidos.

- Como tirabuzones-apunta Tizón.

- Eso mismo. Mi hija trajo cuatro a casa… ¿Quiere verlos?

- No.

Tizón da media vuelta y se aleja de regreso a la calle de Amoladores. Ahora camina deprisa, pensando con rapidez. No puede tratarse de simples coincidencias, concluye. Dos bombas y dos muchachas muertas menos de veinticuatro horas después de que las bombas caigan, y casi en el mismo sitio. Demasiado preciso todo, para atribuirlo al azar. Y aún hay más, pues los crímenes no son dos, sino tres. La primera muchacha, también azotada hasta morir, apareció en un callejón escondido entre Santo Domingo y la Merced, en la parte oriental de la ciudad, junto al puerto. A nadie se le ocurrió considerar entonces si en las cercanías habían caído bombas, y es lo que Tizón se dispone a comprobar. O a confirmar, pues intuye que así fue. Que hubo otro impacto cerca, antes. Que esas bombas matan de manera distinta a la que intentan los franceses. Que el azar no existe sobre los tableros de ajedrez.

Sonríe apenas el policía -aunque sea excesivo llamar sonrisa a la mueca esquinada y lúgubre que descubre el colmillo de oro- mientras camina envuelto en ruido de pasos y luz gris, balanceando el bastón. Toc, toc, toc. Pensativo. Hace mucho tiempo -ha olvidado cuánto- que no sentía la incómoda sensación de la piel erizada bajo la ropa. El escalofrío del miedo.

El pato vuela bajo, sobre las salinas, hasta que es abatido de un escopetazo. El tiro provoca el graznido de otras aves que revolotean por los alrededores, asustadas. Luego vuelve el silencio. Al cabo de un momento, tres figuras se recortan en el contraluz plomizo del amanecer. Llevan el capote gris y el chacó negro de los soldados franceses y avanzan encorvadas, cautas, fusil en mano. Dos de ellas se quedan atrás, sobre un pequeño talud arenoso, cubriendo con sus armas a la tercera, que busca entre los matorrales el animal caído.

- No se mueva usted -musita Felipe Mojarra.

Está tumbado en la orilla de un estrecho caño de agua, con las piernas y los pies desnudos en el fango salitroso, el fusil en las manos, cerca de la cara. Observando a los franceses. A su lado, el capitán de ingenieros Lorenzo Virués permanece muy quieto, baja la cabeza, abrazado a la cartera de cuero, provista de correas para colgársela a la espalda, donde lleva un catalejo, cuadernos y utensilios de dibujo.

- Ésos lo que tienen es hambre. En cuanto encuentren su pato se largarán.

- ¿Y si llegan hasta aquí? -inquiere el oficial en otro susurro.

Mojarra pasa el dedo índice alrededor del guardamonte de su arma: un buen mosquete Charleville -capturado al enemigo tiempo atrás, junto al puente de Zuazo- que dispara balas esféricas de plomo de casi una pulgada de diámetro. En el zurrón-canana que lleva sujeto a la cintura, sobre la faja que le ciñe ésta y junto a una calabaza con agua, hay diecinueve cartuchos más de esas balas, envueltas en papel encerado.

- Si se arriman mucho, mato a uno y los otros se quedarán atrás.

Por el rabillo del ojo ve al capitán Virués sacar la pistola que lleva al cinto, junto al sable, y dejarla a mano, por si las moscas. El militar es hombre fogueado, así que Mojarra cree innecesario advertirle que no amartille el arma hasta el último momento, pues en el silencio de las salinas cualquier sonido se oye desde lejos. De todas formas, Mojarra prefiere que los franceses encuentren pronto su pato y vuelvan a las trincheras. Los asuntos de tiros se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban; y al salinero no le gusta la idea de regresar a las líneas españolas, que distan casi media legua de tierra de nadie, con los gabachos detrás, por aquel laberinto pantanoso de esteros, canalizos y fangales. Cuatro horas le ha llevado guiar a su acompañante por el caño de San Fernando para estar al alba en el lugar adecuado: un punto de observación donde el militar pueda hacer dibujos de las fortificaciones enemigas en el reducto llamado de los Granaderos. Luego, ya tranquilos en la retaguardia, esos apuntes se convertirán en mapas y planos detallados, para cuya confección, según le han contado a Mojarra -sus competencias no van más allá de patear barro en las salinas-, el capitán Virués se maneja con mano maestra.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Asedio»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Asedio» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Arturo Pérez-Reverte - El Sol De Breda
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - La Carta Esférica
Arturo Pérez-Reverte
libcat.ru: книга без обложки
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - Purity of Blood
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - The Sun Over Breda
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - Der Club Dumas
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - El maestro de esgrima
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - El pintor de batallas
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - Corsarios De Levante
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte - El Capitán Alatriste
Arturo Pérez-Reverte
libcat.ru: книга без обложки
Arturo Pérez-Reverte
Отзывы о книге «El Asedio»

Обсуждение, отзывы о книге «El Asedio» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x