Danilo Clementoni - Encuentro Con Nibiru

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«Con su permiso, senador» se atrevió a contestar tímidamente el general. «Mis dos ayudantes han podido comprobar que, nuestros dos simpáticos alienígenas, no están demasiado dispuestos a colaborar»

«Digamos, más bien, que nos han dado una paliza» añadió el gordito mientras hacía el gesto de masajearse la rodilla.

«Puedo imaginar la estrategia que habéis utilizado» replicó el senador esbozando una ligera sonrisa. «¿Os habéis preguntado como han llegado a mantener una relación tan amigable con la doctora y el coronel Hudson?»

«A decir verdad, nos ha parecido algo muy extraño» respondió el general. «Se han comportado como si se conociesen de toda la vida»

«Yo creo, en cambio, que sencillamente se han mostrado más cordiales y amables que vosotros»

«Bueno, en efecto, no es que hayamos sido muy cuidadosos»

«Lo pasado, pasado está» sentenció el senador. «Ahora concentrémonos sobre la próxima misión. Vosotros dos, localizad al coronel y a su amiguita. No quiero que los perdáis de vista ni un minuto. Tenéis a vuestra disposición medios y fondos. No admitiré ningún error esta vez»

«¿Y ahora quién le dice que aquellos dos se están dando una vuelta alrededor de la Tierra?» susurró el gordito al oído del tipo flaco un poco antes de emitir un gemido provocado por la patada que le había enfilado su compañero en la espinilla derecha.

«Usted, general, me vendrá a recoger al aeropuerto»

«¿Va a venir hasta aquí?» preguntó estupefacto el militar.

«No me perdería este acontecimiento por nada del mundo. Si aquella es su base de aterrizaje deberán volver, pero esta vez les prepararemos un hermoso comité de bienvenida. Le daré las instrucciones por el camino. Que tengan un buen trabajo» y acabó la conversación.

El senador quedó por un instante mirando la pantalla que tenía delante que, después de la transmisión, estaba mostrando unas espectaculares imágenes del desierto de Arizona que pasaban una después de otra con lentitud. A continuación, como si algo lo hubiese despertado, se puso de repente en pie, pulsó el botón del comunicador que había sobre el escritorio y habló secamente hacia el micrófono incorporado «Prepare mi avión y llame a mi chófer. Quiero estar volando dentro de una hora como máximo.»

Astronave Theos– El regalo

«Debemos volver abajo» dijo el coronel volviéndose hacia los dos alienígenas. «Tengo que hacer una llamada y creo que desde aquí no será posible»

«Yo no estaría tan seguro» replicó Azakis sonriendo. «Como a Petri le dé por ponerse a ello, ni te imaginas las cosas que puede hacer» y dio una palmada sobe la espalda del compañero.

«Calma, calma» replicó Petri agitando las manos en el aire. «Ante todo quiero saber lo que significa el término “llamada”»

Jack, un poco asombrado por la pregunta, aparentemente banal, si volvió hacia Elisa que, primero se encogió de hombros y luego, señalando el bolsillo del coronel, sugirió «Enséñale tu teléfono móvil, ¿no?»

Rápidamente Jack extrajo su smartphone. Era un modelo con pantalla táctil un poco anticuado. Nunca le había gustado seguir la moda absurda de comprarse siempre el último modelo. Prefería tener un instrumento que conociese bien sin tener que perder el tiempo cada dos por tres aprendiendo las funciones de uno nuevo.

«No soy un entendido» dijo Jack mientras se lo mostraba al alienígena «pero con esta cosa podemos hablar con otra persona que tenga uno similar, simplemente componiendo su número sobre este teclado»

Petri cogió el teléfono y lo observó con atención. «Debe ser un sistema de transmisión bidireccional, parecido a nuestros comunicadores portátiles»

«Con la única diferencia que» añadió Elisa «cada vez que lo utilizamos nos chupan un montón de dinero»

Petri la miró asombrado después, visto que no había pillado la broma, decidió no añadir más. Se encogió de hombros y se metió en el modulo de transporte interno más cercano donde desapareció después de algunos segundos.

«Bien, imaginemos que consigue hacer funcionar tu teléfono móvil desde aquí, ¿qué piensas hacer?» preguntó Elisa mientras intentaba recuperarse de la debilidad debida a la carencia de oxígeno y de las mil emociones que había vivido en las últimas horas.

«Ante todo pensaba ponerme en contacto con el senador Preston, el superior inmediato del general Campbell. Después, sin embargo, dado que este personaje no me ha convencido nunca en absoluto, he decidido tomar otro camino para llegar hasta el presidente»

«¿Piensas que pueda estar también implicado?»

«Nunca me he fiado de esos dos. Circulan rumores que dicen que Preston están relacionado con algunos traficantes de armas muy poco recomendables. No me fío de él en absoluto»

«¿Por lo tanto?»

«Por lo tanto contactaré directamente con el almirante Benjamín Wilson. Ha sido el brazo derecho del presidente durante algunos años y era también un gran amigo de mi padre.»

«¿Era?»

«Por desgracia mi padre murió hace dos años»

«¡Cuánto lo siento…!» susurró Elisa mientras le acariciaba el brazo izquierdo.

«Wilson me conoce desde que era un niño. Es una de las pocas persona en las que tengo una fe ciega»

«No sé qué decir. A pesar de que tengas una buena relación con él creo que será difícil hacerle digerir una noticia como esta por teléfono»

«Podría mandarle unas fotos de su ciudad desde aquí arriba»

«Con nuestros sensores de corto alcance» dijo Azakis que se había mantenido apartado hasta ahora «podríamos incluso decirle, en tiempo real, a cuántas pulsaciones por minuto bate su corazón»

«No hagas bromas, por favor» exclamó Elisa reforzando su comentario con un gesto de su mano.

«¿No me crees? Espera un momento»

Azakis, mediante O^COM, hizo aparecer sobre la pantalla gigante una vista desde arriba del campamento de la doctora. En unos pocos segundos consiguió agrandar la imagen hasta encuadrar su tienda laboratorio

«Eso que estáis viendo…»

«¡Es mi tienda!» exclamó Elisa antes de que Azakis terminase la frase.

«Justo. Ahora fíjate bien.»

De repente, fue como si la cubierta de la tienda se hubiese desvanecido y se podían ver perfectamente todos los objetos que había en su interior.

«Mi escritorio, mis libros…increíble»

«Si hubiese alguien en el interior podría incluso mostrarte el calor generado por su flujo sanguíneo y por lo tanto calcular también sus relativas pulsaciones»

Decididamente satisfecho de la demostración que había hecho el alienígena comenzó a girar por la habitación a paso rápido.

Repentinamente, sin embargo, el coronel, que todavía no se había repuesto de la sorpresa, tuvo como una revelación y exclamó enfadado.

«¿Cómo que “si hubiese alguien”? tendría que haber alguien. ¿Dónde diablos se han metido los dos prisioneros?»

Elisa se acercó a la pantalla para mirar mejor. «Quizás los han trasladado. ¿Podemos tener una imagen completa del resto del campamento?»

«Ningún problema.»

En unos pocos segundos Azakis comenzó a mostrar una panorámica del campamento. Los sensores escrutaron por todas partes pero de aquellos dos no había ni rastro.

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