Danilo Clementoni - Encuentro Con Nibiru

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El alienígena la miró sorprendido pero ella continuó con decisión. «Son los prepotentes de siempre los que nos han reducido a este estado. La gran mayoría de las personas normales pelea cada día para defender el medio ambiente y todas las formas de vida que pueblan nuestro amado planeta. Es muy fácil llegar de un lugar a millones de kilómetros, después de miles de años y darnos lecciones de moral. ¡Nos habréis dado la inteligencia pero no nos habéis dejado ni siquiera un manual de instrucciones sobre cómo utilizarla!»

Jack la miró y comprendió que estaba perdidamente enamorado de aquella mujer.

Azakis se había quedado con la boca abierta. No se esperaba una reacción como esta. Elisa, por el contrario, continuó imperturbable. «Si de verdad queréis ayudarnos, deberíais poner a nuestra disposición todos vuestros conocimientos tecnológicos, médicos y científicos, y todo en el menor tiempo posible, ya que no os quedaréis mucho tiempo en este desastre de planeta.»

«Vale, vale. No te acalores.» replicó Azakis. «Me parece que nos hemos puesto a vuestra disposición sin dudarlo ¿o no?»

«Tienes razón. Perdona. Realmente habríais podido coger el plástico y regresar al lugar de donde habéis venido sin siquiera despediros y en cambio estáis aquí arriesgando vuestro pellejo junto a nosotros»

Elisa estaba realmente arrepentida por el pronto que había tenido. Entonces, para desdramatizar un poco la situación, dijo alegremente. «La comida era realmente buena.» a continuación se acercó al alienígena y mirando hacia arriba dijo con dulzura. «Perdóname, no habría debido actuar así.»

«No te preocupes, te entiendo perfectamente y, para demostrarte he no te guardo rencor, te regalo esto.»

Elisa puso su mano abierta y Azakis dejó caer un pequeño objeto oscuro.

«Gracias. ¿Qué es?» preguntó con curiosidad.

«Es la solución a vuestros problemas con el plástico»

Nasiriya – La cena

Después de que el senador hubiese acabado bruscamente la conversación, los tres hombres quedaron durante un rato mirando la pantalla que tenían enfrente, la cual mostraba dibujos abstractos multicolores que se entrecruzaban unos con otros sin parar.

«¿Y ahora qué se hace?» preguntó el tipo alto y delgado, interrumpiendo aquella especie de hipnosis colectiva.

«Creo que tengo una idea» dijo el tipo gordo. «Hace ya tiempo que no nos metemos nada en la barriga y ya comienzo a ver hamburguesas por todas partes.»

«¿Dónde crees que puedes encontrar una hamburguesa?»

«No tengo ni idea, sólo sé que si no como algo enseguida, me voy a desmayar»

«¡Pobrecito, se va a desmayar!» dijo con voz de niño el tipo flaco. A continuación cambió de tono. «Con todos los michelines que tienes alrededor de las caderas podrías estar un mes si comer»

«Vale. Dejad ya de decir estupideces» exclamó enfadado el general. «Debemos pensar un plan de actuación»

«Pero es que yo, con el estómago vacío, no pienso bien» dijo con suavidad el gordito.

«Está bien» exclamó Campbell alzando las manos en señal de rendición. «Vamos a comer algo. Mientras, veremos cómo podemos actuar, de todos modos tenemos algo de tiempo antes de que llegue el senador.»

«Muy bien dicho, general» exclamó satisfecho el tipo gordo. «Conozco un lugar donde cocinan un fantástico estofado de cordero con patatas, zanahorias y guisantes, sazonado con salsa al curry»

«Bueno, debo decir que después de esta descripción tan detallada, incluso a mí me ha entrado un poco de hambre» dijo el tipo flaco mientras se frotaba las manos.

«Está bien, me habéis convencido» añadió el general levantándose de la silla. «Vamos, intentemos que no nos cojan. Aunque estoy convencido que todavía no lo han descubierto, yo, a todos los efectos, soy un fugitivo»

«¿Y nosotros no lo somos?» respondió el flaco. «Hemos huido del campamento y seguramente nos estén buscando por todas partes. De todas formas, por el momento, nos importa un pimiento.»

Después de algunos minutos un coche de color oscuro con tres personajes sospechosos en su interior corría a todo meter en la oscuridad de la noche, por las calles medio desiertas de la ciudad, mientras levantaba una nube de polvo fina y sutil a su paso.

«Hemos llegado, este es el sitio» exclamó el tipo gordo que estaba sentado en el asiento de atrás. «Es un poco tarde pero conozco al propietario. No habrá problema.»

El tipo flaco, que era el que conducía, buscó un sitio apartado donde aparcar el coche. Giró alrededor de la rotonda, a continuación se metió debajo de una marquesina ruinosa de un cobertizo abandonado. Descendió rápidamente del automóvil y, con aire circunspecto, observó con atención toda la zona de alrededor. No había nadie.

Dio una vuelta alrededor del auto, abrió la puerta del pasajero y dijo «Todo en orden, general. Podemos ir.»

El tipo gordo bajó también del automóvil y se dirigió a buen paso hacia la entrada principal del local. Probó a girar el picaporte pero no sucedió nada. La puerta estaba cerrada pero todavía la luz estaba encendida en el interior. Entonces intentó espiar a través del cristal pero la gruesa cortina de colores no le permitió ver gran cosa. Sin perder más tiempo comenzó a golpear enérgicamente la puerta y no paró hasta que no vio a un hombrecito, de pelo negro y rizado, asomar la cabeza desde detrás de la cortina.

«¡Que demonios…!» había comenzado a exclamar irritado el hombrecito, pero cuando reconoció a su corpulento amigo dejó la frase sin completar y abrió.

«¡Pero si eres tú! ¿Qué haces aquí a estas horas ¿Quiénes son estos señores??»

«Hola, viejo bribón, ¿cómo estás? Estos son dos amigos míos y estamos los tres muertos de hambre»

«El local está ya cerrado, he limpiado la cocina y estaba a punto de marcharme»

«Creo que este otro amigo te podrá convencer mejor que yo» y le puso delante de la nariz un billete de cien dólares.

«Sí, la verdad…debo decir que sabes lo que haces» dijo el hombrecito cogiendo con rapidez el billete de las manos del gordito mientras lo hacía desaparecer en el bolsillo de la camisa. «Por favor, entrad» añadió abriendo la puerta y haciendo una reverencia al mismo tiempo. Los tres hombres, después de dar una ojeada alrededor para comprobar que nadie los estuviese observando, entraron, uno detrás de otro, en el pequeño restaurante.

El local estaba compuesto por dos habitaciones y no parecía demasiado limpio. En la habitación más grande tres mesas bajas y redondas, apoyada cada una sobre una alfombra raída y de colores desvaídos, estaban rodeadas por algunos cojines asimismo bastante viejos. En la otra habitación, en cambio, los muebles eran de un estilo más occidental y parecía un poco más íntimo. Unas amplias cortinas de colores cálidos recubrían las paredes. La iluminación era suave y el ambiente era, decididamente, más acogedor. Dos pequeñas mesas estaban ya preparadas, listas para los clientes del día siguiente. Sobre cada una de las mesas un mantel verde oscuro con bordados diversos, servilletas del mismo color, salvamanteles de cerámica con los bordes plateados, los tenedores a la izquierda, cucharas y cuchillos a la derecha y, en el centro, una larga vela amarillo oscuro sostenida por un pequeño candelabro de piedra negra.

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