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De vuelta en la posada, Emily y Daniel maniobraron el árbol en posición en el vestíbulo. Había unos cuantos invitados relajándose en el salón y salieron para ver con emoción cómo se levantaba el enorme árbol.
Emily recordó el montón de cajas que contenían los viejos adornos de su padre guardados en el ático y salió corriendo a buscarlos. Luego ella y Chantelle se sentaron juntas en la mesa de la cocina, clasificando todos los adornos.
–Este es tan bonito—dijo Chantelle, sosteniendo un reno de cristal.
Emily se sonrió al verlo, recordando cómo ella y Charlotte habían juntado su dinero para comprarlo, y cómo habían ahorrado cada año para comprar más, agregando a su colección hasta que tuvieron suficiente para representar a cada uno de los renos de Santa Claus. Entonces Charlotte marcó cada uno para que pudieran distinguirlos.
Emily tomó el reno de cristal de las manos de Chantelle y revisó su pezuña. Había una pequeña marca que parecía ser una T de Trueno, aunque también podría haber sido una R de Relámpago. Se sonrió a sí misma.
–Hay un juego completo aquí—dijo Emily, mirando la maraña de luces de hadas—. En algún lugar.
Revisaron hasta que encontraron todos los renos de Santa Claus, incluyendo a Rodolfo con su nariz roja pintada por Charlotte con esmalte de uñas. Emily sintió un tirón de emoción al recordar que nunca habían comprado el Santa Claus y los adornos de trineo, los últimos de su lista y los más caros, porque Charlotte había muerto antes de que ahorraran suficiente dinero.
–¡Mira esto!—Chantelle gritó, irrumpiendo en los pensamientos de Emily al agitar un sucio oso polar frente a su cara.
–¡Percy!—Emily gritó, quitándoselo de las manos a Chantelle—. ¡Percy el oso polar!—se rió para sí misma, encantada de poder sacar un recuerdo tan oscuro de su mente. Había perdido tantos de ellos, y todavía podía recuperarlos. Le dio la esperanza de desentrañar los misterios de su pasado.
Ella y Chantelle ordenaron todas las decoraciones, seleccionando todas las que querían usar y guardando cuidadosamente las otras. Cuando terminaron y estuvieron listas para agregarlos al árbol, ya había oscurecido afuera.
Daniel encendió un fuego en la chimenea y su suave brillo naranja se derramó en el vestíbulo cuando la familia comenzó a decorar el árbol. Uno por uno, Chantelle colocó cuidadosamente cada una de sus decoraciones seleccionadas en el árbol, con el tipo de precisión y cuidado que Emily había aprendido a reconocer en la niña. Era como si estuviera saboreando cada momento, guardando cuidadosamente un nuevo conjunto de recuerdos para reemplazar los horribles de sus años de juventud.
Finalmente era hora de poner el ángel en la cima. Chantelle había pasado mucho tiempo eligiendo qué decoración sería la mejor y finalmente había elegido un ángel de tela hecho a mano en lugar de un petirrojo, una estrella y un gordo y adorable muñeco de nieve.
–¿Estás lista?—Daniel le preguntó a Chantelle mientras estaba parado en el fondo de la escalera—. Voy a tener que cargarte para que puedas llegar a la cima.
–¿Puedo poner el ángel en la punta del árbol?—preguntó Chantelle, con los ojos muy abiertos.
Emily se rió—. ¡Claro! La más joven siempre lo hace.
Vio a Chantelle treparse a la espalda de Daniel, agarrando fuertemente el ángel entre sus manos para que no se le cayera. Luego, lentamente, un paso a la vez, Daniel la llevó a la cima. Juntos se estiraron y Chantelle colocó la decoración en la punta alta del árbol.
En el momento en que el ángel se posó en la copa del árbol, Emily tuvo un repentino flashback. Se produjo tan rápido que comenzó a respirar rápidamente, asustada por el abrupto cambio de su brillante y cálida posada a la más fría y oscura de los treinta años anteriores.
Emily miraba a Charlotte mientras colocaba en el árbol el ángel que habían pasado todo el día haciendo. Su padre sostenía en alto a Charlotte, que en ese momento era una niña regordeta, y se tambaleó un poco por los numerosos jereces que había bebido ese día. Emily recordó una repentina y abrumadora emoción de miedo. Miedo de que su padre borracho dejara caer a Charlotte en el duro fogón. Emily tenía cinco años y era la primera vez que realmente entendía el concepto de la muerte.
Emily regresó al presente con un jadeo para encontrar su mano presionada contra la pared mientras se sostenía. Se estaba hiperventilando y Daniel estaba a su lado, con su mano en su espalda.
–¿Emily?—preguntó con preocupación—. ¿Qué ha pasado? ¿Otro recuerdo?
Ella asintió, encontrándose incapaz de hablar. El recuerdo había sido tan vívido y aterrador, a pesar de que sabía que no le había pasado nada malo a Charlotte esa noche de invierno. Apreciaba la mayoría de sus recuerdos recuperados, pero ese había sido siniestro, ominoso, como un signo de las cosas oscuras que vendrían.
Daniel continuó frotando la espalda de Emily mientras ella hacía un esfuerzo concertado para que su respiración volviera a la normalidad. Chantelle la miró, preocupada, y fue la cara de la niña la que finalmente sacó a Emily de las garras de sus recuerdos.
–Lo siento, está bien—dijo, sintiéndose un poco avergonzada de haber preocupado tanto a todos.
Miró al ángel, al vestido de lentejuelas que llevaba. Le había llevado horas a ella y a Charlotte pegar todas esas lentejuelas individuales en la tela. Ahora, con la luz del fuego que venía de la sala, brillaban como arco iris. Emily pensó que casi parecía que le estaban guiñando el ojo. No era la primera vez que sentía la presencia de Charlotte cerca, comunicando amor, paz y perdón. Emily trató de aferrarse a los sentimientos de su espíritu, para consolarse con ellos.
–Deberíamos ir a la plaza del pueblo—dijo Emily, finalmente—. No queremos perdernos el encendido del árbol.
–¿Estás segura de que estás bien?—preguntó Daniel, pareciendo preocupado.
Emily sonrió—. Lo estoy. Lo prometo.
Pero sus aseveraciones no parecían ir de la mano de Daniel. Podía sentirlo mirándola por el rabillo del ojo todo el tiempo mientras se envolvían en sus ropas de abrigo. Pero él no la cuestionó ni la desafió más, así que la familia se subió a la camioneta y se dirigió a la ciudad.
A pesar del frío cortante, todo Sunset Harbor se había congregado en la plaza del pueblo para ver el encendido del árbol. Incluso Colin Magnum, el hombre que alquilaba la cochera por un mes, estaba allí, disfrutando de las festividades. Karen de la tienda estaba repartiendo rollos de canela recién horneados, mientras Cynthia Jones circulaba con jarras de chocolate caliente. Emily tomó las bebidas y la comida con gratitud, sintiendo el calor que se filtraba en su estómago mientras las consumía, y vio a Chantelle jugando felizmente con sus amigas.
Entre la multitud, Emily vio a Trevor Mann. Antes, al verlo la habría llenado de terror; habían sido enemigos en el momento en que Trevor decidió hacer su misión de vida la expulsión de Emily de la posada. Pero todo eso había cambiado en el último mes cuando descubrió que tenía un tumor cerebral inoperable. Lejos de ser el enemigo de Emily, Trevor era ahora su aliado más cercano. Él pagó todos sus impuestos atrasados, cientos de miles de dólares, y ahora la recibía regularmente en su casa para tomar café y pasteles. A Emily le dolía verlo sufrir. Cada vez que lo veía, parecía más frágil, más atrapado en la enfermedad.
Emily se acercó a él ahora. Cuando él la vio, su rostro se iluminó.
–¿Cómo estás?—preguntó Emily, abrazándolo. Él se veía más delgado, y se sentían sus huesos sobresaliendo mientras se abrazaban.
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