Tate se volvió y dijo:
– Buck es mi amigo. Lo veré cuando y donde quiera.
Adam apartó las sábanas de la cama y se puso los vaqueros.
– No estoy dispuesto a permitir que rompas los votos que acabas de hacer -dijo.
– Eres tonto, Adam. No eres capaz de ver lo que tienes delante de las narices.
– Pero sé reconocer a una zorra cuando la veo.
Adam se arrepintió al instante de sus palabras. Habría dado cualquier cosa por retirarlas. Estaba celoso y dolido por la aparente devoción de Tate hacia Buck. Había dicho lo primero que se le había venido a la mente para hacerle daño.
Y lo sentía de verdad.
– Tate, yo…
– No digas nada, Adam. Sólo aléjate de mí. Tal vez algún día pueda perdonarte por esto.
Adam recogió su camisa y sus botas y salió de la habitación, cerrando cuidadosamente la puerta a sus espaldas.
Tate se sentó en la cama, tratando de contener los sollozos que se agolpaban en su pecho. Aquello era peor que cualquier cosa que hubiera imaginado. Ya había comprobado con Buck lo irracional que podía volverse un hombre debido a la suspicacia y a la desconfianza. Pero nunca había esperado ver a Adam comportándose como un bruto celoso.
¿Qué iba a hacer ahora?
Adam tuvo mucho tiempo a lo largo del día y de la noche para lamentar su reacción. Tate pasó el resto del día en el despacho y luego se retiró a su propia habitación para dormir. Adam decidió que sería mejor que volvieran a verse durante el desayuno para tratar de hacer las paces, con María como intermediaria.
Pero el malestar del embarazo volvió a llevar a Tate temprano a la cocina. En lugar de esperar a tomar el café con Adam, salió de la casa para dar un paseo, esperando que así se asentara su estómago. Buck la saludó con la mano desde lo alto del establo, donde estaba amontonando heno. Tras echar una mirada a la casa, Tate se encaminó al establo a hablar con él; convenía que le advirtiera que Adam estaba en pie de guerra.
El humor de Adam no mejoró al ver que Tate no acudía a desayunar. Contestó a María de mala manera cuando ésta le empezó a hacer preguntas sobre Tate y ahora ella tampoco le hablaba. Se puso el sombrero y se encaminó al establo para tratar de quitarse el malhumor limpiando algunas casillas.
Apenas acababan de ajustarse sus ojos a las sombras cuando vio a Tate junto a la escalera que daba al pajar. Su corazón dio un salto gigante y luego empezó a palpitar con adrenalina al darse cuenta de que Buck estaba junto a ella. Y aquel descarado vaquero tenía una mano sobres sus hombros.
Adam se acercó a Buck y ordenó:
– Aparta tus manos de mi esposa. Buck sonrió.
– ¿Estás celoso? No hay razón para…
Adam pensó que tenía muy buenas razones para estarlo. Después de todo, su mujer llevaba dentro un hijo de Buck. Su puño salió disparado con fuerza, estrellándose contra la nariz del vaquero.
Buck cayó hacia atrás como una piedra, echando sangre por la nariz. Tate se arrodilló rápidamente junto a él y sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón para contener la hemorragia.
– ¡Idiota! -exclamó, mirando a Adam-. ¡Vete a meter la cabeza el un cubo de agua fría para calmarte!
Adam quería apartar a Tate de Buck, pero estaba claro que tendrían una pelea silo intentaba. Y su orgullo no le permitía pedirle amablemente que se fuera con él.
– Haz lo que quieras -gruñó-. Siempre lo has hecho.
A continuación, se volvió y salió del granero. Un instante después oyeron su camioneta alejándose.
– ¿Qué le pasa? -preguntó Buck, sujetando cuidadosamente el pañuelo contra su nariz.
– ¿Te ha gustado cómo te ha tratado? -preguntó Tate.
– No me ha gustado nada -replicó Buck.
– Pues piensa en ello la próxima vez que veas a Velma con otro hombre y decidas golpearlo. Porque ése es el aspecto de un irrazonable y desconfiado paranoico en acción.
Buck hizo una mueca de desagrado.
– ¿Estáis diciendo que así es como me comporto cuando estoy con Velma?
– Bingo.
Buck palpó su nariz para comprobar si estaba rota.
– A fin de cuentas, puede que este puñetazo en la nariz no me haya venido tan mal.
– ¿Oh?
– Puede que Adam me haya hecho entrar en razón. Sé muy bien que no tiene motivos para estar celoso, aunque él crea que sí. Debería haber confiado en ti -Buck se puso en pie-. Creo que voy a volver a ver a Velma.
– ¿Hay alguna probabilidad de que quiera volver a hablarte?
– Si se ha sentido tan desgraciada como yo durante las pasadas semanas, lo hará -dijo Buck con determinación.
– Te deseo suerte.
– No creo que vaya a necesitar suerte. Creo que tengo algo mejor.
– ¿A qué te refieres?
– Creo que acabo de obtener una buena dosis de confianza.
Tate dio un abrazo a Buck, del que éste escapó rápidamente con la excusa de frotarse la paja de los pantalones.
– Puede que me haya vuelto un alma confiada -dijo-, pero Adam sigue por ahí loco como una cabra. No se sabe cuándo aparecerá para buscarte. Creo que me sentiré más seguro si vuelves a casa.
Tate hizo lo que le pedía. Esperaba que la experiencia que acababa de tener Buck con Adam le enseñara de una vez por todas que era una estupidez mostrarse inútilmente celoso. Porque si Buck podía aprender a confiar en Velma, aún había alguna esperanza de que Adam llegara a confiar en ella algún día.
Entretanto, Adam había conducido hacia el norte, hacia Fredericksburg, y ya se encontraba casi en lo alto de la colina cuando se calmó lo suficiente como para mirar a su alrededor y ver dónde estaba. Giró en medio de la autopista y condujo de vuelta al rancho.
Celos. Hasta entonces, Adam no había tenido que enfrentarse nunca a aquel sentimiento, y de momento, no lo estaba haciendo precisamente bien. Podía malgastar el poco tiempo que le quedaba con Tate antes de que ésta le pidiera el divorcio condenándolo por algo sucedido en el pasado. O podía disfrutar de la maravillosa compañía de la encantadora mujer a la que había llegado a conocer y a amar. Entre aquellas dos opciones, la segunda parecía la más razonable.
Cuando llegó al rancho, primero fue al establo a buscar a Tate. Encontró a Buck dentro, trabajando.
El delgado vaquero se apoyó en la valla y dijo:
– ¿Has recuperado ya la razón?
Adam sonrió, arrepentido.
– Sí. Respecto al puñetazo…
– Olvídalo -Buck había estado pensando cómo utilizar su nariz hinchada para que Velma se apiadara de él. Después le explicaría la lección que había aprendido-. Créeme, entiendo cómo debes haberte sentido al verme con Tate.
– ¿Por Velma? -Adam recordó lo destrozado que se sintió Buck al descubrir que su esposa lo estaba engañando.
– Sí.
– Has visto a Tate? -preguntó Adam.
– Ha vuelto a casa. Escucha, Adam, no…
– No tienes por qué darme explicaciones, Buck. No importa -Adam se encaminó hacia la casa. Encontró a Tate en el despacho, trabajando con su ordenador.
– ¿Ocupada?
Tate dio un salto al oír la voz de Adam. Miró por encima del hombro y lo vio apoyado contra el marco de la puerta, jugueteando nerviosamente con el ala de su sombrero.
– No demasiado para hablar -Tate hizo girar la silla, apoyó los tobillos sobre el escritorio y colocó las manos tras su cabeza, tratando de aparentar una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.
En su juventud, Adam había participado en algunos rodeos domando potros salvajes. En aquellos momentos sentía el estómago como si se hallara sobre uno y estuvieran a punto de abrir la puerta de la casilla para que saltara a la arena.
– Lo siento -dijo-. Reconozco que ayer me pasé diciendo lo que te dije, y hoy también pegando a Buck. No te estoy pidiendo que me perdones. Sólo me gustaría tener la oportunidad de empezar de nuevo.
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