Joan Johnston - La novia huída

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Con tres hermanos mandones y sobreprotectores vigilándola permanentemente, Tate Whitelaw encontraba imposible convertirse en mujer. Todavía pensaban en ella como una niñita. Por lo tanto Tate dejó la propiedad familiar para caer directamente en los brazos viriles de Adam Philips. ¡Ella le demostraría a todo el mundo que era una adulta con todas las de la ley!
Lo último que el endurecido ranchero Adam Philips quería era socorrer una damisela en apuros. ¡Ya había tenido bastante de mujeres perdidas! Pero sus instintos protectores prevalecieron. Pronto se encontró consolando a Tate en sus brazos… y en su cama. Y cuando los hermanos de ella aparecieron, escopetas en mano, verse atrapado le pareció, repentinamente, una buena idea…

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– Harás lo que te digamos -el tono de Garth era inflexible-. O de lo contrario…

– ¿O de lo contrario, qué?

– Volverás con nosotros a Hawk’s Way.

Tate se estremeció. No parecía haber escape al ultimátum que Garth le había dado. Si se casaba, al menos conservaría su libertad.

– De acuerdo. Adelante.

– Padre Wheeler, puede proceder -Garth condujo al cura a la cabecera de la mesa, situó a Tate y a Adam a un lado y él se colocó en el otro junto a Faron y Jesse-. He tenido que seguir algunos atajos, pero también he conseguido la licencia. Cuando quiera, reverendo.

Si el reverendo Wheeler no hubiera bautizado y confirmado a Tate, tal vez habría tenido algún reparo respecto a lo que iba a hacer. Nunca había tenido ante sí una pareja con aspecto más triste. Pero creía firmemente en la santidad del hogar y la familia. Y Garth le había prometido un generoso donativo para construir la nueva ala de la escuela dominical.

El reverendo abrió la Biblia que llevaba consigo y empezó a leer.

Tate oyó, pero no escuchó lo que se decía; habló cuando tuvo que hacerlo, pero no fue consciente de las respuestas que daba. Había caído en un profundo pozo de desesperación.

Nunca había pensado en tener una gran boda, pero una camiseta blanca y unos vaqueros eran un pobre sustituto para un traje de novia. Pero no le habría importado renunciar a ello si el hombre que estaba a su lado hubiera deseado ser su marido.

Y Adam no lo deseaba.

¿Qué había sucedido? Tate nunca había tenido intención de atrapar a Adam. Era evidente que éste creía que ella se había acostado con Buck, y que el bebé no era suyo. Tate sabía que un matrimonio sin confianza estaba destinado al fracaso. Si Adam creía que le había mentido sobre la paternidad de su hijo, ¿no esperaría que mintiera sobre otras cosas? ¿Reaccionaría como Buck cada vez que otro hombre se atreviera a mirarla? Aunque Buck se ponía celoso porque amaba a Velma. Pero Tate no estaba segura de los sentimientos de Adam. No le había dicho ni una vez que la amaba.

Habría dado cualquier cosa por haberle contado lo de su embarazo la noche anterior. Así habrían tenido la posibilidad de aclarar las cosas; por ejemplo, por qué un hombre que se consideraba estéril era capaz de concebir un hijo.

– ¿Tate?

– ¿Qué?

– Alarga la mano para que Adam pueda ponerte el anillo -dijo Garth.

¿«Qué anillo? «, se preguntó Tate.

– Con este anillo te desposo -dijo Adam deslizando el pequeño anillo que normalmente llevaba en el meñique en el anular de Tate.

Tate se sentía perdida. ¿Qué había pasado con el resto de la ceremonia? ¿Había dicho ya el «sí, quiero»?

El reverendo Wheeler dijo:

– Os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.

Al ver que ninguno de los dos se movía, Faron dijo:

– Ahora tienes que besar a tu esposa, Adam.

Adam quería negarse. Todo aquello era una farsa. Pero cuando Tate volvió el rostro hacia él parecía tan desconcertada que sintió la necesidad de tomarla en sus brazos y protegerla.

Garth se aclaró la garganta ante el retraso.

La mandíbula de Adam se tensó. Tate ya tenía tres guardianes muy eficientes. A él no lo necesitaba para nada. Pero fue incapaz de resistir la tentación de sus labios, aún ligeramente hinchados por los recientes besos. Se inclinó hacia ella y la besó con gran suavidad.

Si aquello hubiera sido una auténtica boda, le habría gustado conservar aquel recuerdo para siempre. Pero los sonidos del otro lado de la mesa le recordaron que la boda era muy real, de manera que tomó lo que quiso de Tate, apoderándose por completo de su boca, dejándole sentir su furia y frustración por lo que sus hermanos les habían robado insistiendo en celebrar aquel matrimonio forzoso.

En cuanto alzó la cabeza, Adam vio que Garth rodeaba la mesa hacia ellos. En lugar del puñetazo que esperaba recibir en la nariz, Adam vio que alargaba la mano hacia él para que se la estrechara. Y además, sonreía.

– Bienvenido a la familia -dijo Garth. Abrazó tiernamente a Tate y susurró junto a su oído-: ¡Sé feliz!

Faron fue el siguiente en estrechar la mano de Adam.

– ¿Qué os parece si bebemos algo para celebrarlo? -preguntó-. Tengo champán en una cubitera en la camioneta.

– Supongo que no es mala idea -dijo Adam, aún aturdido por el repentino cambio de actitud de los hermanos de Tate.

Faron salió mientras Jesse se dirigía a Adam. Los dos hombres se miraron con cautela.

Finalmente, Jesse alargó una mano hacia él.

– ¿Hacemos una tregua? -al ver que Adam dudaba, añadió-: Honey me matará si no hacemos las paces. Por ella y por Tate.

Finalmente, Adam estrechó la mano del hermano de Tate. Nunca serían buenos amigos. Pero eran vecinos, y ahora cuñados. Debían tolerarse por sus respectivas esposas.

La celebración de la boda fue muy animada. Ahora que Adam había hecho lo correcto con Tate, sus hermanos estaban más que dispuestos a tratarlo como a uno más de la familia.

Según transcurrió la mañana, y tras varias copas de champán y algunos whiskys, Adam empezó a pensar que, a fin de cuentas, las cosas no habían salido tan mal.

Ahora que Tate y él estaban casados, no había motivo para que no trataran de que las cosas fueran lo mejor posible. No podía lamentar lo del bebé, aunque ello significara que Tate le hubiera mentido diciendo que no se había acostado con Buck. El siempre había querido tener hijos, y sabía que querría a aquél como si fuera suyo.

Después de hacer el amor con su esposa, Adam le diría que la amaba. Podrían olvidar lo sucedido en el pasado. Sus vidas empezarían de cero.

Los hermanos de Tate podrían haberse quedado más rato, pero Honey llamó para asegurarse de que todo había ido bien. Cuando Jesse colgó, dijo:

– Sé que no os apetecerá que os lo recuerde, pero tengo bastante trabajo aguardándome en el rancho.

Faron rió y dijo:

– Di la verdad. Lo que de verdad quieres es volver a casa con tu esposa.

Los tres hermanos se golpearon en broma mientras se dirigían a la puerta. Una vez que se hubieron ido junto con el reverendo, Tate cerró la puerta y apoyó la frente contra el fresco marco de madera.

– Lo siento, Adam.

El se acercó y la rodeó con los brazos por la cintura desde detrás.

– No importa, Tate. No ha sido culpa tuya.

– Son mis hermanos.

– Sólo han hecho lo que piensan que es mejor para ti -a pesar de que él también había sido víctima de aquella manipulación, Adam comprendía a los hermanos de Tate. Si Melanie no hubiera sido asesinada… si la hubiera encontrado en las mismas circunstancias… tal vez él habría hecho lo mismo, esperando que fuera lo mejor para ella.

Besó a Tate en la nuca y sintió que se estremecía entre sus brazos.

– Ven a la cama, Tate. Es nuestro día de bodas.

Tate mantuvo el rostro contra la puerta. Estaba demasiado decidida a devolverle a Adam su libertad como para percibir el mensaje de amor que había en sus palabras y caricias.

– No puedo soportar saber que te has visto obligado a casarte conmigo -al sentir que Adam se ponía rígido, añadió-: Prometo concederte el divorcio. En cuanto nazca el bebé, yo…

Adam la tomó por el brazo y le hizo darse la vuelta.

– ¿Es ese el motivo por el que has aceptado casarte conmigo? ¿Para poder darle un apellido a tu bastardo?

– Por favor, Adam…

– No ruegues, Tate. No es tu estilo.

Tate lo abofeteó antes de darse cuenta de que había alzado la mano. Al ver la marca que había dejado en el rostro de Adam, se quedó sin aliento.

Adam la agarró por la muñeca. Tate sintió cómo temblaba de rabia. Esperó a ver cómo reaccionaba.

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