Joan Johnston - La novia huída

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Con tres hermanos mandones y sobreprotectores vigilándola permanentemente, Tate Whitelaw encontraba imposible convertirse en mujer. Todavía pensaban en ella como una niñita. Por lo tanto Tate dejó la propiedad familiar para caer directamente en los brazos viriles de Adam Philips. ¡Ella le demostraría a todo el mundo que era una adulta con todas las de la ley!
Lo último que el endurecido ranchero Adam Philips quería era socorrer una damisela en apuros. ¡Ya había tenido bastante de mujeres perdidas! Pero sus instintos protectores prevalecieron. Pronto se encontró consolando a Tate en sus brazos… y en su cama. Y cuando los hermanos de ella aparecieron, escopetas en mano, verse atrapado le pareció, repentinamente, una buena idea…

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– Honey es una mujer muy guapa, Jesse. ¿Cómo la conociste?

– No cambies de tema, Tate.

Jesse acababa de tomar a su hermana por el brazo cuando apareció Adam.

– Me ha parecido oír voces -al ver que Jesse estaba sujetando a Tate, Adam se puso tenso. Por otro lado, se alegró de que por fin se produjera la confrontación con el hermano de Tate-. Hola, Jesse. ¿Te importa decirme qué está pasando?

– Me llevo a mi hermana a casa -dijo Jesse.

Adam miró el rostro de Tate, buscando en la profundidad de sus ojos avellanados.

– ¿Es eso lo que quieres?

– Quiero quedarme.

– Ya la has oído, Jesse -dijo Adam en tono acerado-. Suéltala.

– ¡Maldito miserable! Hará frío en el infierno antes de que deje a mi hermana entre tus garras.

Adam dio un paso adelante, con los ojos centelleantes y los puños apretados.

– ¡Basta ya! ¡Los dos! -Tate se liberó del agarrón de su hermano, pero permaneció entre los dos hombres, creando una barrera humana para contener la violencia que amenazaba estallar en cualquier momento.

– Apártate, Tate -dijo Jesse.

– Haz lo que te dice -ordenó Adam.

Tate extendió los brazos para mantenerlos separados.

– ¡He dicho que basta, y lo he dicho en serio!

– Voy a llevarte a casa, Tate -dijo Jesse. Pero el tono retador de sus palabras iba dirigido en realidad a Adam.

– ¡Si Tate quiere quedarse, se quedará! -replicó Adam, aceptando implícitamente el reto.

Para el caso que le hacían, habría dado lo mismo que Tate no hubiera estado allí. Ella sólo era el trofeo en disputa. Lo único que les preocupaba a Jesse y a Adam era el conflicto que se avecinaba.

Alguien llamó en ese momento con fuerza a la puerta, y antes de que ninguno se moviera, Honey pasó al interior.

– ¡Menos mal que he llegado a tiempo! -dijo, interponiéndose entre los dos hombres, que se apartaron de inmediato en deferencia a su estado-. ¿Qué le estáis haciendo a la pobre chica? -pasó un brazo consolador por los hombros de Tate-. ¿Te encuentras bien, Tate?

– Estoy bien -dijo Tate-. ¡Pero estos dos idiotas están a punto de empezar a pegarse!

– ¡El se lo ha buscado! -gruñó Jesse-. ¡Sólo una miserable hiena es capaz de seducir a una cría inocente!

– ¡Jesse! -exclamó Tate, tan mortificada por el termino «cría» como por la acusación de su hermano. Era posible que Jesse siguiera recordándola como una niña, pero ya era una mujer.

Adam se había puesto pálido.

– Te estás pasando mucho, Whitelaw -espetó.

– ¿Vas a negarme que te estás acostando con ella? -preguntó Jesse.

– ¡Eso no es asunto tuyo!

Honey se apartó unos pasos con Tate, alejándola de la animosidad que irradiaba de los dos poderosos hombres.

Tate se volvió hacia su hermano, tratando de calmarlo.

– Quiero a Adam -dijo.

– Pero seguro que él no ha dicho que te quiere a ti -replicó Jesse en tono burlón.

Tate bajó la mirada y se mordió el labio.

– ¡Lo sabía! -dijo Jesse en tono triunfal.

Tate alzó la barbilla y lo miró con gesto desafiante.

– ¡No pienso dejarlo!

– Te está utilizando para vengarse de mí -dijo Jesse-. El motivo por el que sé que no puede amarte es porque yo le quité la mujer a la que quería de delante de sus narices.

– ¿Qué? -confundida, Tate deslizó la mirada de su hermano a su amante. Los ojos de Adam estaban oscurecidos por el dolor y el arrepentimiento.

Tate volvió la cabeza para mirar a Honey. Los brazos de la mujer embarazada estaban protectoramente cruzados en torno a su vientre. Sus mejillas estaban intensamente ruborizadas. Alzó lentamente las pestañas y dejó que Tate viera la culpabilidad que había en sus preciosos ojos azules.

¡No podía ser cierto! Adam no podía haber hecho algo tan miserable como seducirla sólo para vengarse de Jesse por haberle robado a la mujer a la que amaba. Pero ninguna de las tres partes implicadas lo estaba negando.

Tate volvió a mirar a Adam, esperando encontrar alguna señal en su rostro que le dijera que su hermano mentía.

– ¿Adam?

La pétrea expresión de Adam fue más reveladora que cualquier palabra.

– ¡Oh, Dios mío! -murmuró Tate-. ¡Esto no puede estar pasándome!

Jesse lanzó el puño contra el hombre que le había causado tanto dolor a su hermana. Adam se echó atrás instintivamente y el puño sólo golpeó el aire. Antes de que Jesse pudiera lanzar el otro puño, Honey se colocó frente a su marido.

– ¡No pelees, por favor! ¡Por favor, Jesse!

Jesse apretó los puños, pero se contuvo por amor a su esposa. Pasó un brazo por los hombros de Honey y luego alargó una mano hacia Tate.

– ¿Vienes?

– Me… me quedo -al menos hasta que tuviera la oportunidad de hablar con Adam en privado para escuchar su versión de aquella increíble historia. Entonces decidiría si decirle que iba a tener un hijo suyo.

Honey vio que su marido estaba a punto de volver a discutir y dijo:

– Ya no es una niña, Jesse. Tiene que tomar sus propias decisiones.

– ¡Pero va a tomar la equivocada! -exclamó Jesse.

– Pero es la mía -dijo Tate con calma.

Honey pasó un brazo por la cintura de su marido.

– Vamos a casa, Jesse.

– Me voy -dijo Jesse-. Pero volveré con Faron y Garth -abrió la puerta, dejó que su mujer pasara delante de él y luego cerró de un portazo.

Tate sintió que el estómago se le caía a los pies. Le había sorprendido ver a Adam enfrentándose a su hermano; de hecho, le había alegrado. Pero si se presentaban allí los tres Whitelaw, no podría hacer nada frente a ellos. Se la llevarían de vuelta a casa antes de que tuviera tiempo de decir nada.

– Ya puedes ir despidiéndote de mí -dijo Tate sombríamente-. Cuando Faron y Garth averigüen dónde estoy vendrán a por mí.

– Nadie, incluido tus hermanos, va sacarte del Lazy S si no quieres irte -dijo Adam con firmeza.

– ¿Significa eso que quieres que me quede?

Adam asintió secamente.

Tate no quería preguntar, pero tuvo que hacerlo.

– ¿Es cierto lo que ha dicho mi hermano? ¿Querías a Honey?

Adam volvió a asentir.

Tate sintió que el pecho se le encogía.

– Te habrías casado con ella si no hubiera aparecido Jesse?

Adam se pasó una mano por el pelo, inquieto.

– No lo sé. Quería casarme con ella. Pero no estoy seguro de que ella quisiera casarse conmigo. Se lo pregunté. Nunca dijo sí.

Eso era poco consuelo para Tate, que aún estaba aturdida tras averiguar lo cerca que había estado Adam de casarse con la actual esposa de su hermano.

– ¿Es ese el motivo por el que no puedes amarme? -preguntó-. ¿Porque sigues enamorado de ella?

La torturada expresión de Adam hizo creer a Tate que había dado en el clavo. Pero no se desesperó por ello. De hecho, sintió que sus esperanzas renacían. Adam sabía que ya nunca podría tener a Honey Whitelaw. El tiempo era el mejor sanador para las heridas del corazón. Y el tiempo estaba de su lado.

Con mucho tacto, no sacó a relucir la acusación de Jesse de que Adam le había hecho el amor para vengarse de él. Sabía en el fondo de su corazón que Adam nunca la habría utilizado para eso. Tal vez no fuera capaz de amarla, todavía, pero estaba segura de que algún día la amaría.

– Necesito un abrazo -susurró.

Adam abrió los brazos y Tate se refugió entre ellos. Se acurrucó contra él, dejando que el amor que sentía fluyera entre ellos. Pero el cuerpo de Adam permaneció rígido e impenetrable.

– Adam, estoy… -la palabra «embarazada» no lograba salir de los labios de Tate.

– ¿Qué quieres decirme?

La voz de Adam sonó áspera en los oídos de Tate. Tal vez sería mejor esperar un poco antes de decirle que llevaba dentro un hijo suyo.

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