Linda Howard - Belleza Mortal

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Blair Mallory está a punto de vivir el mes más frenético de su vida. Recuperada por completo del intento de asesinato que la llevó a los brazos de Wyatt, el detective asignado a su caso, ahora se enfrenta al ultimátum que su prometido ha fijado para el día de su boda. Tiene poco margen de tiempo y se trata de una cuestión de estilo: si no se da prisa, acabará en una de esas horrendas ceremonias en Las Vegas, algo que no está dispuesta a experimentar. Así que se lanza a la búsqueda desesperada de unos bonitos zapatos y un vestido de escándalo que deje a su chico mudo de lujuria en el altar. Sin embargo, todo se complica cuando, al salir del centro comercial, una misteriosa conductora la arrolla, dejándola medio magullada sobre el asfalto. ¿Imaginaciones suyas o alguien desea interponerse una vez más en su camino? Está segura de que está siendo acosada, pero ni siquiera su prometido le cree. Llena de dudas, Blair no tardará en descubrir que el atropello no fue una simple coincidencia y que una desconocida anda de nuevo tras sus pasos.

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Lo cual me recordó algo, y ¿qué mejor momento para sacar el tema que ahora que estaba herida y que él se sentía protector? Tampoco tenía nada mejor que hacer.

– Necesito hacer reformas en tu casa.

Eso hizo que se girara en redondo. Sus pantalones aún se veían abultados a la altura de la entrepierna, pero clavó toda su atención en mí. Por la inquietud en su mirada, cualquiera pensaría que yo había dicho: «Tengo un arma, y la apunto contra tu corazón».

Se quedó mirándome unos segundos más, repasando mentalmente nuestra conversación. Por fin dijo:

– Me rindo. ¿Cómo hemos pasado de hablar de mi SSE y tu conmoción cerebral a que quieres hacer reformas en mi casa?

– Estaba pensando en despensas. -No era todo en lo que había pensado, pero no quería entrar en la cuestión de hacer provisión de orgasmos durante una abstinencia temporal. Aparte, no le hacía falta conocer todos los detalles de cómo había llegado ahí, en términos de conversación.

Wyatt renunció a buscar la conexión.

– Y ¿qué pasa con las despensas?

– No tienes ninguna.

– Desde luego que tengo. Hay esa pequeña habitación al lado de la cocina, ¿te acuerdas?

– Ahí tienes tu despacho, así que no es una despensa. Y de cualquier modo, tu casa está toda del revés, y los muebles no son los adecuados.

Entrecerró los ojos.

– ¿Qué tiene de malo? Es una buena casa. Tiene buenos muebles.

– Tiene muebles de tío.

– Soy un tío -recalcó-. ¿Qué otra clase de muebles podría tener?

– Pero yo no soy un tío. -¿Cómo podía pasar por alto algo tan obvio?-. Necesito cosas de chicas. Por lo tanto, o hago reformas o tendremos que trasladarnos a otro sitio.

– Me gusta mi casa. -Empezaba a cerrarse en banda con esa expresión que ponían los tíos cuando no quieren hacer algo-. Tengo las cosas justo donde las quiero tener.

Le dediqué una mirada elocuente que empeoró mi dolor de cabeza, porque tienes que entornar los ojos de una manera especial para que quede elocuente de verdad.

– ¿En qué momento se supone que empezará a ser nuestra casa?

– Cuando te instales. -Lo dijo como si eso fuera la conclusión más sencilla y obvia del mundo. Para él, supongo que lo era.

– Pero ¿no quieres que toque las cosas, que compre un sillón para ponerme cómoda, que monte un despacho para mí ni nada por el estilo? -Mis cejas alzadas le dijeron qué pensaba yo de esa idea. Como no, alzar las cejas me dolió, pero resulta difícil de verdad hablar sin expresión alguna, a menos que uses Botox. No obstante, se me ocurrió que durante los próximos días podría intentar en serio imitar a Nancy Pelosi.

Wyatt frunció el ceño.

– Mierda. -Entonces entendió a dónde quería llegar yo con aquella conversación: mi absoluto descontento con el status quo en cuanto al mobiliario de su casa, y que si quería que viviera con él habría que hacer algunos reajustes. No le hizo la menor gracia. Entrecerró otra vez los ojos de aquel modo tan penetrante.

– Mi sillón abatible se queda donde está. Y también mi televisor.

Empecé a encogerme de hombros, luego lo dejé al darme cuenta de que moverme no me convenía.

– Eso está bien. Yo no quiero sentarme en él.

– ¿Qué? -No sólo no le complacía lo que oía, sino que empezaba a cabrearse.

– Piensa en ello. ¿Vemos las mismas cosas en la tele? No. Tú quieres ver béisbol; yo odio el béisbol. Tu miras todos los deportes. A mí me gusta el fútbol y el baloncesto, y punto. Me gustan los programas de decoración, y tú prefieres que te metan astillas bajo las uñas antes que ver un programa de decoración. De modo que si no quieres que me vuelva loca y te mate, tendré que tener mi propio televisor y un lugar donde verlo.

La verdad sea dicha, no veo mucha televisión, excepto el fútbol universitario que, de hecho, hago lo que sea por ver. Hay que tener en cuenta una cosa: algunas noches no llego a casa hasta después de las nueve, e incluso si llego antes normalmente tengo papeleo que resolver. Hay un par de programas que grabo con el vídeo digital y los veo los domingos, pero en general ni siquiera me tomo la molestia. Eso no quiere decir que no vaya a pelearme con Wyatt por el uso del televisor cada vez que quiera ver algo, y mucho menos que esté dispuesta a renunciar a esos pocos programas. Pero tampoco le hace falta saber lo poco que veo la tele; es el principio del asunto.

– De acuerdo -dijo a regañadientes, porque al fin y al cabo hay que reconocer lo justo-. Aunque preferiría tenerte a mi lado.

– La mitad del tiempo tendríamos que ver lo que a mí me gusta.

Y eso sería un desastre. Él lo sabía tan bien como yo, y tras una pausa renunció a la idea y cedió.

– ¿Qué habitación vas a usar? ¿Uno de los dormitorios de arriba?

– No, porque entonces tendría que volver a reformarlo y trasladarlo todo al cabo de pocos años cuando los niños necesiten sus propios dormitorios.

Su expresión no se ablandó, pero registró cierto acaloramiento: el tipo de acaloramiento de «quierodesnudarte», no el de enfado.

– Hay cuatro dormitorios -recalcó, pensando en el proceso de hacer niños para llenar esos dormitorios.

– Lo sé. Nosotros ocuparemos el dormitorio principal, tendremos dos niños -no descarto tener tres, pero pienso que probablemente serán dos- y tendremos una habitación de invitados. Creo que el salón será lo mejor. ¿Quién necesita un salón de diseño formal? Oh, y necesitaré cambiar el tratamiento de todas tus ventanas. No es por ofender, pero tu gusto para el tratamiento de las ventanas da pena.

Volvió a poner los brazos en jarras.

– ¿Y qué más? -preguntó en tono resignado.

Aja. Estaba rindiéndose más fácilmente de lo que yo había pensado. Aquello ya no era tan divertido.

– Pintura. No digo que los colores neutros no fueran una buena elección, teniendo en cuenta que la decoración no es para nada lo tuyo -añadí de pasada-. Sólo que la decoración sí es lo mío, o sea, que ahora puedes relajarte y dejar todas esas decisiones en mis manos. Confía en mí, un poco de color en las paredes hará maravillas a la casa. Las plantas también. -No tenía plantas de interior, algo que ya le había hecho saber con anterioridad. ¿Cómo podía un humano cuerdo vivir sin plantas de interior?

– Ya te he comprado una planta.

– Me has comprado un arbusto. Y está plantado afuera, que es su sitio. No te preocupes, no tienes que hacer nada con las plantas, aparte de moverlas a donde te diga que las muevas, cuando yo te lo diga.

– ¿Por qué no las pones donde tú quieras ponerlas y las dejas tranquilas sin moverlas?

¿Era eso un punto de vista masculino o qué?

– Con algunas plantas, sí, eso es lo que haré. Otras las sacaré fuera, al porche, cuando haga calor y sólo las meteré en invierno. Tú confía en mí para lo de las plantas, y ya está.

Wyatt no veía nada solapado que yo pudiera hacer con unas plantas, de modo que hizo un gesto de asentimiento a regañadientes. -Vale, podemos tener unas pocas plantas. ¿Unas pocas? Qué negado era. Pero, daba igual, le quería. -Y algunas alfombras. -Tengo moqueta.

– Las alfombras van encima de la moqueta. Se pasó la mano por el pelo con pura frustración. -¿Por qué puñetas ibas a poner una alfombra encima de la moqueta?

– Por lo bien que queda, tonto. Y debería haber una alfombra debajo de la mesa del comedor de la cocina. -El suelo de la zona del comedor tenía las mismas baldosas que el suelo de la cocina propiamente dicha, y eran frías. Una alfombra ahí sería una de las primeras compras. Le sonreí, sonreír no dolía-. Eso es todo. -Por el momento, al menos.

De pronto, él también sonrió.

– Vale, parece bastante llevadero.

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