Jessica Hart - Momentos del Pasado

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Momentos del Pasado: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando, después de algunos años, Matthew Standish volvió a la vida de Copper traía una propuesta de matrimonio muy poco romántica bajo el brazo. Según el, la situación requería soluciones prácticas: Matthew necesitaba una madre para su hija de corta edad y un ama de llaves para Birraminda. La solución parecía fácil, sencilla, lógica… sobre todo teniendo en cuenta que Matthew estaba seguro de que la pequeña Copper no podía haber olvidado los momentos que compartieron en el pasado.
Y Copper no había olvidado, pero no era la misma joven a la que había conocido siete años atrás. De hecho, tenía una propuesta de negocios muy pragmática que hacerle…

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– ¿Salvaje? -Mal se echó a reír-. El viejo Duke es el caballo más lento y perezoso que he tenido. Lo había elegido especialmente para ti.

– Muy amable de tu parte -murmuró entre dientes-. ¡Recuérdame que jamás vuelva a pedirte un favor!

– ¿Quieres volver a montar?

Copper desvió la mirada hacia los sonrientes jackaroos . El más joven le gritó:

– ¡Hey, Copper! ¡Vamos a contratarte para el rodeo! ¡Será mejor que sigas practicando!

– ¿Por qué no? -replicó ella-. ¡No me gustaría privaros de tan buena diversión!

– Buena chica -Mal le sonrió-. Esta vez te enseñaremos a hacerlo -añadió-. Mira, tienes que sujetar las riendas así -la instruyó después de levantarla en brazos y montarla en la silla.

Por un momento, Copper sintió que se le detenía el corazón. Podía distinguir cada detalle de su rostro: los pliegues a ambos lados de la boca, el brillo amable de sus ojos…

– ¡Relájate! -le pidió, al tiempo que palmeaba cariñosamente el lomo de Duke.

Copper sonrió débilmente y se esforzó por desviar la mirada de su rostro.

– ¡Creo que tengo vértigo!

Mal alzó los ojos al cielo, sonriendo, y montó a su vez en otro caballo de color pardo, con una estrella blanca sobre la frente. En ese momento se les acercó uno de los jackaroos con una cuerda; después de atarla a la brida de Duke, le tendió el otro extremo a Mal, que la agarró mientras colocaba su montura delante de la de Copper.

– ¿Lista?

– Sí -Copper se aclaró la garganta-. Sí -repitió con mayor firmeza en esa ocasión.

Megan ya había montado en su pony, y cabalgaba al trote por el patio con humillante destreza para Copper. Abrieron la puerta en ese momento. Mal espoleó levemente a su montura y abrió la marcha tirando de Duke. Y Copper observó maravillada que podía conservar el equilibrio.

Al principio marcharon lentamente. Megan se había adelantado al trote con su pony, mientras que los dos caballos iban al paso, juntos y tranquilos. Aquella lentitud no parecía molestar a Mal, lo cual no era de extrañar, pensó Cooper. El nunca tenía prisa, jamás se ponía nervioso ni se inquietaba. La joven era muy consciente de su presencia a su lado, tranquilamente sentado en la silla, escrutando el horizonte con la mirada.

Después de un rato, ella también empezó a relajarse y a mirar el paisaje. Iban siguiendo el curso del arroyo, por entre los árboles de caucho que lo flanqueaban. Todo estaba muy tranquilo y silencioso, y sólo se oía el ruido de las hojas bajo los cascos de los caballos.

Seguía siendo muy consciente de Mal, impresionantemente seguro a su lado. Al contrario que ella, no llevaba gafas oscuras, pero el sombrero le protegía los ojos del sol. Copper no podía vérselos,pero sí podía distinguir la forma de su boca firme,particularmente excitante…

Mal guió los caballos hacia un claro cercano al arroyo, que servía de abrevadero. Desmontó ágilmente y ató las riendas a la rama de un árbol caído, antes de bajar a Megan de su pony. La niña corrió alegremente hacia la ribera, donde había una pequeña playa de arena, y Mal se volvió entonces hacia Copper, que ya se estaba preguntando cómo se las iba a arreglar para bajar del caballo.

– Saca el pie izquierdo del estribo -la instruyó-. Luego levanta la pierna y pásala al otro lado. Yo te agarraré.

Mal mantenía los brazos extendidos hacia ella mientras hablaba, pero una timidez paralizante se apoderó de Copper una vez más, y sólo pudo mirarlo indefensa. Desvalida… deseando que nunca se hubiera casado, que los siete últimos años que había pasado se disolvieran en la nada y todo volviera a ser como antes…

– Vamos -la animó Mal-. ¡Algún día tendrás que bajar!

De alguna forma, Copper se las arregló para decidirse, pero lo hizo tan torpemente que estuvo a punto de caer al suelo…, si Mal no la hubiese agarrado de la cintura. La sostuvo por un momento y ella apoyó las manos en sus hombros, luchando contra la abrumadora necesidad de acariciarle el cuello y echarse en sus brazos.

– Gracias -musitó, incapaz de mirarlo a los ojos por temor a que Mal leyera aquel anhelo en los suyos.

– Este es el abrevadero donde tu padre quería montar el campamento turístico -le dijo Mal después de soltarla, mirando a su alrededor.

– Parece perfecto -Copper se aclaró la garganta, y se apartó de él-. Bueno… será mejor que tome algunas notas.

Caminó por el lugar mientras garabateaba en su cuaderno, pero su mente no estaba ocupada en los emplazamientos de las tiendas, o en las cocinas del campamento. Estaba ocupada en Mal, que había llevado los caballos a beber antes de dejarlos descansar a la sombra. Emanaba una seguridad, una firme serenidad lentitud que parecía encajar perfectamente con aquel paisaje.

De repente, Mal se volvió para sorprenderla observándolo, y Copper se apresuró a bajar la cabeza a su cuaderno. Sin embargo, no podía seguir tomando notas eternamente, y cuando pensó que ya lo había impresionado suficientemente con su obsesiva profesionalidad, se reunió con él junto al árbol caído.

Mal le hizo un sitio para que se sentara. Durante un rato permanecieron sentados sin hablar, observando a Megan mientras jugaba al lado del agua. Detrás de ellos, los caballos resoplaban suavemente. Poco a poco aquella paz fue envolviendo a Copper, y empezó a relajarse.

– Este lugar es precioso -comentó al fin.

– Sí -Mal miró a su alrededor, y luego a ella-. No lo sería tanto con un montón de tiendas instaladas y una manada de turistas bullendo por todas partes, ¿verdad?

– Todo podría encajar bien con el paisaje -replicó Copper, mirándolo a los ojos-. Te quedarías sorprendido de la manera en que toda esta belleza podría conservarse, pero ahora no voy a intentar convencerte -sonrió-. No he olvidado los términos de nuestro acuerdo… ¡y no voy a desperdiciar la única oportunidad de la que dispongo!

– Oh, sí, a propósito de nuestro acuerdo… -Mal se dio un leve toque en el sombrero, echándoselo hacia atrás-. A mediodía llamé a la agencia para saber qué había sucedido con mi nueva ama de llaves. Al parecer, le ofrecieron trabajar como camarera, y decidió renunciar en el último minuto.

Mirando el reflejo de los árboles en el agua. Copper se preguntó por qué alguien habría podido elegir trabajar en un restaurante cuando podía disfrutar de aquella maravillosa experiencia. Pero luego recordó las tareas que había tenido que realizar aquella mañana y decidió que la chica, quienquiera que fuera, había tomado una decisión muy razonable.

– ¿Van a enviarte a alguien más?

– No tienen a nadie inmediatamente disponible, así que tendrán que poner un anuncio. Pasará al menos una semana antes de que consigan a otra persona, quizá más -Mal la miró-. ¿Crees que podrás quedarte tanto tiempo?

– Por supuesto -respondió Copper, secretamente aliviada. Todavía no estaba preparada para volver a Adelaida… pero tampoco estaba dispuesta a analizar su propia reluctancia a abandonar Birraminda-. Te dije que me quedaría hasta que consiguieras un ama de llaves, y lo haré.

– ¿No tienes ningún compromiso en tu casa?

– Eso no es problema -respondió con cierta sorpresa-. Disponemos de alguien que nos ayuda en la oficina, así que puedo concentrarme por completo en los planes que tenemos aquí. Papá puede echarle un vistazo al negocio. No hay mucho trabajo en esta época del año, por otro lado.

– Yo me refería a compromisos más personales -comentó secamente Mal-. ¿No tienes a nadie que te eche de menos?

“¿Quién habría de echarme de menos?», se preguntó Copper. Tenía muchos amigos que se preguntarían dónde estaba, y desearían que asistiese a alguna fiesta con ellos, pero nada más. Se hallaban tan ocupados con sus propias vidas que no se molestarían en acordarse de ella dos veces.

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