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Jessica Hart: Romance eterno

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Jessica Hart Romance eterno

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La alegre Flora Mason había planeado trabajar durante un tiempo y, en cuanto hubiera reunido el dinero necesario, se marcharía a recorrer el mundo. Sus planes no incluían un romance con su atractivo jefe, Matt Davenport. Pero Flora necesitaba quedar bien con un antiguo novio y Matt necesitaba pareja para un par de días. Estaban hechos el uno para el otro. El problema era que las dos noches acordadas se convirtieron en tres, luego cuatro… y Flora comprendió que no quería un contrato temporal, sino un trabajo para toda la vida.

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– Basta con que muestres que conoces el uso de la palabra «urgente».

– Urgente significa que las voy a pasar a máquina antes de tomar café -replicó Flora-. Puedo morirme de sed, pero ¿qué importa eso si las cartas pueden llegar treinta segundos antes?

– Morirás de otra cosa si no te marchas -dijo Matt, exasperado, mirando la puerta cerrarse tras Flora.

Nunca había tenido una secretaria como ella y le molestaba la forma en que le atraía. Nadie solía hablarle en ese tono y jamás ninguna secretaria le había replicado. Nunca ninguna de sus secretarias le había dejado mirando una puerta como un imbécil, preguntándose si quería reírse o asesinarla.

De pronto comprendió que llevaba cinco minutos mirando la puerta y perdiendo el tiempo. Tomó un informe financiero de la mesa y lo abrió con violencia, dispuesto a expulsar a Flora de sus pensamientos.

Mientras tanto, ésta recordaba con amargura las palabras de Paige. ¿Qué había dicho? ¿Que no era el hombre más fácil para trabajar con él?

– Ja -dijo en voz alta mientras encendía el ordenador. Tenía que haber recordado el talento de Paige para el eufemismo antes de aceptar el puesto. Con o sin sonrisa, Matt era el hombre más egoísta, arbitrario y difícil que había visto en su vida.

Tardó en familiarizarse con el programa de edición, pero ya estaba escribiendo cuando Matt abrió la puerta.

– ¿No has terminado todavía? -preguntó.

Flora era consciente de su agresiva presencia en la puerta, pero se negó a apartar los ojos de la pantalla.

– No del todo -dijo sin apenas separar los labios.

– ¿Qué significa no del todo?

– Significa que he terminado la primera carta, acabo de empezar la segunda y aún me quedan otras cinco -dijo Flora con sequedad-. Maldita sea -dijo al equivocarse en una letra.

– ¿Qué has estado haciendo? -se quejó Matt-. Pensé que ya estarían. Si Paige estuviera aquí, las cartas habrían llegado a los despachos de París.

– Ni siquiera Paige puede escribir a la velocidad de la luz -protestó Flora-. Estoy haciéndolo lo mejor que puedo.

Matt llegó hasta su mesa y tomó la carta que había terminado, absurdamente ofendido por el hecho de no encontrar un sólo error. Con un gesto brusco, sacó su pluma y garabateó su firma en la hoja.

– Supongo que al menos puedo mandar ésta -dijo con ironía.

– Estaría bien -replicó Flora sin levantar la vista.

Matt se quedó mirándola, atónito, y luego fue hasta el fax, colocó papel y marcó el número pensando que Paige jamás le hubiera permitido que lo enviara él mismo. El resentimiento hacia su nueva secretaria se acentuó.

Mientras la máquina enviaba el fax, observó a Flora, que seguía escribiendo e ignorándolo. El sol que entraba por la ventana iluminaba su cabello castaño, casi dorado y de nuevo recordó lo bien que le quedaba suelto. Había sentido la tentación de tomar un rizo y tocarlo, para comprobar si era tan sedoso como parecía.

El pitido de la máquina le sacó de la ensoñación y volvió a sentirse furioso consigo mismo. ¿Por qué se habría puesto enferma la madre de Paige cuando más la necesitaba? Echaba de menos su tranquila eficiencia, su elegancia discreta. Paige le daba calma mientras que Flora le ponía nervioso con su mera presencia.

– ¿Y bien? -dijo mientras miraba por la ventana-. ¿Ya has hecho alguna más?

Flora dedicó una mirada homicida a su espalda y envío una carta a la impresora.

– Casi -dijo con tono controlado.

Matt no podía estarse quieto. Se puso a andar por el despacho, parándose de vez en cuando para mirar por encima del hombro de Flora.

– ¿Por qué tardas tanto?

– Podría ir un poco más rápido si dejaras de molestarme -estalló al fin, exasperada.

De no haber estado tan enfadada, Flora se hubiera reído de la expresión de Matt. Parecía perplejo, como si nadie, nunca, le hubiera hablado en aquel tono.

– A Paige no le molesta.

– Pues a mí sí -dijo Flora sin apenas separar los dientes-. Te daré las cartas cuando estén terminadas y será mucho antes si me quedo sola -de nuevo miró la pantalla-. Si no tienes otra cosa que hacer, puedes traerme un café -añadió sin mirarlo.

No lo había dicho en serio, pero Matt se dio la vuelta y salió del despacho, mascullando maldiciones. Probablemente a pedir una carta de despido.

Pero ya no tenía remedio y de todas formas no podía trabajar así. Prefería no ganar dinero y ser tratada como un ser humano.

Cuando Matt regresó, Flora no dejó de mirar la pantalla, deliberadamente concentrada, hasta que una taza humeante entró en su campo de visión y sus dedos se paralizaron en el aire.

– Su café, señora -dijo Matt con ironía.

Flora alzó los ojos hacia él lentamente. Matt la miraba, aparentemente perplejo ante su propio gesto y toda la ira de Flora se evaporó como por arte de magia. La idea de aquel hombre poderoso buscando la cafetera por la oficina despertó su agudo sentido del humor.

– Gracias -dijo, procurando no reírse, pero Matt vio el brillo de humor en sus ojos.

– ¿Qué te hace gracia? -preguntó a la defensiva. Ni siquiera sabía qué le había empujado a llevarle café.

– Nada… Me preguntaba si has hecho el café alguna vez.

– Tuve que preguntarle a una chica de otro departamento dónde estaban los artilugios -admitió Matt-. Me miró como si hubiera caído de Marte. Me sentí como un imbécil.

Flora se echó a reír sin poder evitarlo.

– Pues muchas gracias -repitió.

– No se me ocurrió otra forma de que dejaras de quejarte -refunfuñó Matt mientras cometía el error de mirarla a los ojos. Estaban tan llenos de alegría que tuvo que sonreír a su pesar.

Y durante unos instantes el aire vibró entre ellos, obligándolos a apartar la mirada. Consciente de lo sucedido, Flora carraspeó:

– He terminado las cartas. Se está imprimiendo la última.

– Bien -la brusquedad de Matt ocultaba su frustración ante el final de su repentina y cálida complicidad. Apoyó las manos sobre la mesa de Flora y se inclinó para leer las cartas terminadas.

Flora miró la mano próxima a la suya como si no hubiera visto una mano en su vida. Las mangas de la camisa estaban dobladas hasta medio brazo y podía contemplar la textura de la piel, la fuerza de los nudillos, el vello que se iniciaba suavemente en las muñecas. De pronto, Matt no le parecía un jefe insoportable, sino un hombre normal cuya corpulencia le estaba quitando el aliento.

Si estiraba la mano unos centímetros, rozaría su meñique. Flora casi podía vislumbrar la electricidad que recorría el breve espacio que los separaba. La tentación era tan fuerte que tuvo que apartar la mano con un pequeño suspiro que hizo que Matt preguntara:

– ¿Qué pasa?

– Nada -horrorizada por la misteriosa necesidad de tocarlo, se puso en pie-. Voy a mandar las cartas -dijo-, pues creo que son urgentes.

– Sí -Matt no respondió sino que firmó obedientemente las cartas, como ausente de la realidad-. Me voy a mi despacho.

Había tres teléfonos sobre la mesa de Flora y, a partir de un momento, empezaron a sonar todos a la vez y no pararon. Matt le había dicho que no quería ser molestado, así que pasó el tiempo tomando recados, enviando faxes, comparando agendas y realizando una serie de tareas que Matt le había encargado a primera hora. Paige le había dejado abundantes notas para ayudarla, pero así todo no era fácil moverse por la intrincada vida de la empresa.

A la hora de la comida, Flora no había respirado un instante y empezaba a asustarse. Ni siquiera se dio cuenta del tiempo transcurrido hasta que se abrió la puerta y entró una joven en el despacho. Era alta y muy delgada, con unos ojos inmensos. Su cabello rubio caía en un preparado desorden y emanaba de ella un estilo tan impecable y sensual que Flora se sintió torpe y vulgar, horriblemente consciente de su falda larga y su blusa sin gracia.

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