Jessica Hart - Romance eterno

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La alegre Flora Mason había planeado trabajar durante un tiempo y, en cuanto hubiera reunido el dinero necesario, se marcharía a recorrer el mundo. Sus planes no incluían un romance con su atractivo jefe, Matt Davenport. Pero Flora necesitaba quedar bien con un antiguo novio y Matt necesitaba pareja para un par de días. Estaban hechos el uno para el otro. El problema era que las dos noches acordadas se convirtieron en tres, luego cuatro… y Flora comprendió que no quería un contrato temporal, sino un trabajo para toda la vida.

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Cuando volvieron por la tarde al avión, Flora estaba exhausta. Se dejó caer en el cómodo asiento y se quitó los zapatos con un suspiro de alivio.

– ¡Por fin! -exclamó y cerró los ojos.

Matt que estaba a punto de empezar a dictar sus impresiones de la última reunión, la miró con una mezcla de impaciencia y cierta piedad desacostumbrada en él. Sí que parecía cansada, se dijo, mirando su rostro. Era más fácil mirarla con detenimiento cuando sus ojos curiosos estaban cerrados, más fácil descansar la vista en la curva de su garganta o la sombra de sus pestañas.

Tuvo que admitir que había sido mucho más eficaz de lo que nunca hubiera supuesto. A pesar de su aspecto, parecía tener inteligencia y había sabido enfrentarse a cada novedad del día. Su francés era excelente, sin duda, y se había dado cuenta de que los negociadores franceses respondían a su habilidad para descargar el ambiente y limar tensiones cuando traducía.

Era una pena que fuera tan… buscó la palabra… Que le distrajera tanto. Necesitaba una secretaria que estuviera siempre lista, con la información necesaria, y que el resto del tiempo desapareciera en un segundo plano. Pero no parecía que Flora fuera capaz de desaparecer. Le hacía pensar en el mar, el sol y el calor cuando sólo debía pensar en márgenes comerciales.

Matt siempre había celebrado su capacidad de concentrarse en un tema y le molestaba verse perturbado por una chica como Flora. No es que fuera hermosa.

Tenía una nariz grande y una mandíbula demasiado voluminosa. Con los ojos cerrados, podía definirla sin engañarse como del montón.

El problema era que no podía explicar la urgencia con la que deseaba inclinarse sobre ella y apartarle los rizos de la cara y acariciar la piel cálida de sus pómulos.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Flora abrió los ojos, y se encontró sumido en aquella mirada intensa y azul. Un sentimiento inesperado, como un puño apretándole el corazón, le dejó inmóvil y mudo hasta que fue capaz de apartar la vista.

La mirada de los ojos verdes había sido tan peculiar que Flora no pudo evitar llevarse los dedos a los labios. ¿Se habría quedado dormida con la boca abierta? ¿Por qué la miraba Matt de esa manera?

– Creo que he debido quedarme dormida -dijo al fin-. Ha sido un día muy largo.

– Tienes que acostumbrarte a estos horarios si quieres trabajar para mí -dijo Matt con tono brusco.

El rostro de Flora se iluminó al oírlo:

– ¿Quiere decir que tengo el trabajo?

Matt estaba enfadado consigo mismo por sus dudas sobre la joven. Le distraía sin duda, pero había trabajado duro y no se había quejado ni una sola vez. Tampoco tenía mucha elección…

– Si lo deseas, creo que puede funcionar. Y puedes tutearme -dijo al fin.

La sonrisa de Flora era mareante.

– No te arrepentirás -prometió.

Pero Matt ya empezaba a arrepentirse.

Capítulo 2

Matt se esforzó en dejar de mirar el rostro de Flora y contemplar el paisaje, pero era como si su sonrisa siguiera grabada en su mente.

– ¿Cómo conociste a Paige? -preguntó de pronto. Paige llevaba años con él y era una secretaria perfecta, pero era tan discreta que apenas sabía nada de ella. Cuando intentaba conjurar su imagen surgía ante sus ojos el rostro de Flora, con su sonrisa luminosa-. No os parecéis.

– No -asintió Flora. Se desabrochó el cinturón y dobló sus piernas como una niña pequeña-. Paige es increíblemente paciente y tranquila, pero eso ya lo sabes -hacía falta paciencia para estar cuatro años con Davenport, pensó para sí.

Sin embargo, Matt captó su insinuación.

– Ya lo sé -repitió con ironía.

– Y tiene una organización impresionante -siguió Flora-. Todas deseábamos poder odiarla por ser tan perfecta, pero es imposible, es demasiado encantadora.

– ¿Todas?

– Éramos una pandilla en la universidad. Paige estuvo un año, estudiando francés, como yo. Compartíamos la misma residencia y nunca perdimos el contacto.

Matt la miró con seriedad. Su historia era razonable, pero costaba imaginar a la elegante Paige conviviendo con Flora. Sin embargo, la había recomendado con insistencia.

– Paige estaba empeñada en que probara contigo, ¿por qué?

– Sabe que no me interesa un trabajo fijo -dijo Flora con cautela, pues no quería revelar las preocupaciones de su amiga-. Pero me había oído decir que necesitaba dinero, y pensó que yo sería la persona ideal para este puesto.

– Ideal no es la palabra que yo hubiera usado -dijo Matt con una mirada humorística.

– Ya sabes -Flora movió las manos en el aire-. Tú dispones de un puesto bien pagado de tres meses y yo necesito un puesto bien pagado por tres meses; necesitas a alguien que hable francés y yo hablo francés -extendió las manos, riendo-. Estamos hechos el uno para el otro, querido.

Hubo un silencio incómodo y Flora se mordió el labio, pensando que había vuelto a meter la pata. Con temor, sus ojos se encontraron con los de Matt y, aunque la mirada gris era inescrutable, sintió que le subía el color a las mejillas.

– Es una forma de hablar -añadió a su pesar.

– Lo he entendido -dijo Matt con una frialdad que aumentó su vergüenza-. ¿Por qué no buscas un trabajo permanente si tienes tantas habilidades?

– No he encontrado todavía un trabajo con el que quiera comprometerme más de unos meses -dijo Flora-. La incertidumbre es molesta a veces, pero me gusta no saber a dónde voy, incluso cuando termino en un puesto horrible. Siempre puedo dejarlo al final del mes. Además -añadió con animación-, lo que quiero es viajar. Me gusta Londres, pero quiero conocer el resto del mundo. Por desgracia, mi banco no está de acuerdo. Dice que no puedo moverme hasta que pague mi préstamo y la deuda de mi tarjeta de crédito.

Flora se quedó seria recordando la entrevista en el banco. Matt no debía tener la menor idea de lo brutales que podían ser los gerentes bancarios. Él podía pedir prestados millones y hasta perderlos sin que nadie le humillara y le obligara a dar explicaciones. La vida no era justa.

– ¿Así que piensas ahorrar ese enorme salario que crees que voy a pagarte?

Aquello no era muy prometedor para Flora, pero sin duda ambos no tenían un concepto similar de lo que era un buen salario.

– Eso pretendo -explicó-. Aunque ahorrar no es lo mío. Pero esta vez tengo un plan, así que igual lo consigo.

– ¿Y en qué consiste ese plan?

– Ya te he dicho que quiero viajar.

– Ya, pero, ¿dónde? -Matt siempre se ponía nervioso con las ideas vagas de los demás.

– ¡A todas partes! -exclamó Flora y Matt suspiró.

– Muy específico -dijo.

Flora ignoró la acidez de su tono.

– Es que es así -explicó y de nuevo sus manos abandonaron la calma de su regazo para moverse en el aire, acompañando su entusiasmo-. Quiero conocerlo todo. Hay un mundo esperándome. Sólo he viajado por Europa. Pero quiero subir montañas y atravesar selvas y desiertos. Quiero tumbarme en playas desiertas a escuchar el oleaje. Quiero ver cómo corren las jirafas por la sabana. Necesito nuevos olores, nuevos sabores…

Se detuvo ante la expresión poco convencida de su audiencia.

– Supongo que pensarás que es mejor buscar un buen trabajo, adecuado como dice mi banquero -dijo a la defensiva.

Matt se encogió de hombros, incapaz de reconocer que envidiaba el celo y la alegría de su rostro soñador.

– Pienso que eres una romántica -dijo y sonó como un insulto.

Flora pareció abatida:

– Eso dice Seb.

– ¿Quién es Seb?

– Mi novio. O debería decir mi ex-novio -se corrigió con un gesto duro-. Hemos estado juntos desde la universidad, pero nos peleábamos tanto sobre el futuro que decidimos ser sólo amigos. Seb no entiende que quiera irme un par de años a viajar -continuó ante el silencio de Matt-. Es muy ambicioso, y cree que es una locura largarse cuando uno debe empezar su carrera.

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