Jessica Hart - Romance eterno

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La alegre Flora Mason había planeado trabajar durante un tiempo y, en cuanto hubiera reunido el dinero necesario, se marcharía a recorrer el mundo. Sus planes no incluían un romance con su atractivo jefe, Matt Davenport. Pero Flora necesitaba quedar bien con un antiguo novio y Matt necesitaba pareja para un par de días. Estaban hechos el uno para el otro. El problema era que las dos noches acordadas se convirtieron en tres, luego cuatro… y Flora comprendió que no quería un contrato temporal, sino un trabajo para toda la vida.

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– Y así es -dijo Flora y se puso recta, intentando parecer una secretaria experimentada, aunque no tenía la menor idea de cuál era el modelo. En realidad tenía experiencia, sólo que más amplia que profunda, por así decirlo.

Era obvio que Matt no la creía.

– No me pareces una secretaria de primera -dijo brutalmente.

– Ya sabe lo que dicen sobre las apariencias -replicó Flora con frialdad.

– Pues no -dijo él y abrió su maletín para buscar el informe que Paige le había hecho sobre su amiga inglesa-. ¿Qué dicen?

– Ya sabe, lo engañosas que pueden ser -insistió Flora.

Aquello le obligó a mirarla. Flora siempre se había preguntado qué era una mirada penetrante, pero allí la tenía. Sintió que la mirada fría la estaba horadando el cerebro.

– Sin duda engañan, si lo que quieres decirme es que alguna otra compañía de reputación te ha contratado como secretaria del presidente -dijo con voz cortante-. Basta mirarte. Tienes el pelo revuelto, llevas una chaqueta arrugada, tu falda es demasiado corta y nunca, nunca, he visto a una secretaria venir al trabajo con una camiseta sin mangas.

Flora se inclinó hacia adelante.

– Bueno, usted sabrá más que nadie sobre apariencias engañosas -replicó-. Paige me dijo que era un hombre muy simpático y que era agradable trabajar con usted.

Durante unos segundos, Matt no pudo creerse lo que había oído. Las secretarias solían quedarse boquiabiertas ante él, algunas incluso temblaban, pero ninguna se había atrevido nunca a responderle en ese tono.

– No me dijo que fueras una impertinente -dijo en tono amenazante.

– Tampoco me dijo a mi que carecía de sentido del humor -replicó Flora sin poder evitarlo, mirándolo con desafío.

– ¿Quieres o no este trabajo? -preguntó Matt.

Flora se acordó entonces de su amiga, un poco tarde. Paige la había llamado para decirle que no podía desplazarse a Inglaterra y le había suplicado:

– Por favor, Flora. Mamá entra en el hospital la semana que viene y suponiendo que todo vaya bien, no podrá valerse en dos o tres meses. No puedo dejarla sola, y el señor Davenport quiere estar en Europa para cerrar un negocio y necesita una secretaria.

– Pero, Paige -había protestado Flora-. Elexx es una organización muy importante. Incluso yo he oído hablar de ella. No me puedo creer que su presidente tenga dificultades para encontrar secretaria. ¿Por qué no utiliza otra persona de su personal de Nueva York?

– Podría hacerlo -suspiró Paige-. El caso es que Matt Davenport no es el hombre más fácil del mundo. ¡No me malinterpretes! -prosiguió antes de que Flora hablara-. Es encantador, pero puede ser muy… exigente, supongo. Desde que está en Londres ha probado con cinco secretarias y ha sido un desastre. Al final me pidió mi opinión y le hablé de ti.

– Paige, sabes que no tengo ni idea de todo ese rollo de alto nivel que haces tú -insistió Flora.

– Tienes talento de sobra -señaló Paige-. Y eres muy lista cuando te da la gana. Entiendes las cosas a la primera y hablas francés perfectamente, lo que es fundamental. Y algo más: no te asustará el señor Davenport. En realidad, creo que os gustaréis bastante.

Flora lo creía improbable. No podía imaginar qué podía tener ella en común con un hombre como el empresario duro y ambicioso que tenía en frente.

– Tiene que haber unas cuantas secretarias de dirección muy cualificadas en Londres -dijo-. ¿Por qué no las han buscado?

– Lo harán si no encuentro a nadie que me reemplace. El problema es que una de esas geniales secretarias podría ser demasiado buena y dejarme sin trabajo. ¿Comprendes?

Flora sonrió al auricular.

– ¿Así que me quieres porque sabes que lo haré mal? -bromeó.

– ¡Claro que no! -se indignó Paige-. Es que… me encanta mi trabajo, Flora, y no quiero perderlo. Sé que puedo fiarme de ti y que además no es tu destino ser secretaria. Tienes demasiadas cosas que hacer. Pensé en ti sobre todo cuando supe que tenías unas cuantas deudas. Paga muy bien, Flora -la tentó con voz melosa-. En tres meses ganarás lo suficiente para recorrer el mundo y me guardarás mi puesto calentito. ¿Qué me dices?

Flora no hubiera necesitado tanta seducción. Su trabajo de secretaria por horas apenas le daba para vivir, mucho menos para pagar su deuda con el banco. La idea de librarse de su crédito y ser libre de nuevo la había atraído como un imán.

Sólo al conocer a Matt Davenport en persona había empezado a pensar que el sueldo era ajustado. La estaba mirando con sus ojos implacables mientras ella reflexionaba.

¿Quería el trabajo? Flora pensó en Paige y en su gratitud y luego pensó en lo agradable que sería tenderle un cheque al cretino de su banco y saltar en el siguiente avión para buscar una playa. No había tiempo para gestos orgullosos y además el avión estaba despegando.

– Sí -dijo con firmeza.

– Entonces, sugiero que te guardes esa clase de comentarios ingeniosos para ti.

– Lo siento -dijo Flora, esperando haber parecido sincera-. Es que me pasé horas con mis compañeras de piso intentando decidir qué ponerme hoy. Quería resultar parisina y ha sido un poco duro que me llamaran desastre sólo porque hay un poco de viento.

Matt la miró con incredulidad:

– ¿Esta es tu idea de la elegancia?

Flora se miró defensivamente la ropa arrugada, chaqueta y falda, ambas prestadas. Jo adoraba su falda rosa y se la había prestado porque era sólo por un día y porque le encantaba la idea de que viajara en un jet privado.

– No pudimos hacer más -replicó Flora, retirándose el pelo del rostro-. No todos tenemos dinero para ropa de moda, ¿sabe?

– Eso es evidente -a pesar suyo, se sentía interesado en la conversación y miró a Flora con mayor detenimiento. Estaba mejor desde que se había cepillado, desde luego, y el color del cabello era hermoso, un rubio oscuro tirando a oro viejo, veteado y suave a la vista, pero demasiado despeinado y suelto para una secretaria. Las piernas largas desnudas, la falta de maquillaje… ¿No se suponía que los ingleses eran estirados y formales?

Por fin admitió que era atractiva, con unos ojos extraordinarios aunque demasiado chispeantes y retadores para su gusto. No valía para el trabajo. Quería alguien en quien confiar, tranquila y discreta, como Paige. Esta Flora no era nada tranquila, en realidad no paraba un instante, y había algo alerta en ella que le atraía y le ponía muy nervioso.

Por otra parte, no parecía la clase de mujer que se pondría a llorar a la primera de cambio y tampoco estaba asustada. La última chica tenía tanto miedo que le había sentado mal la comida. Puesto que Flora ya estaba allí, más valía aprovechar el tiempo para juzgarla.

– No tienes ninguna experiencia como secretaria de dirección, ¿verdad? -preguntó a quemarropa.

Flora vaciló.

– No -admitió al fin, pensando que puesto que no le gustaba, no perdía nada siendo sincera-. Pero eso puede ser una ventaja -añadió en una inspiración.

– ¿Cómo es eso posible? -Matt tenía una mirada sarcástica.

– Bueno, si hubiera trabajado antes para un millonario, podría compararlo con usted.

Las cejas formidables se alzaron con altivez.

– ¿Compararme?

– Sí, ya sabe… -Flora se echó hacia adelante-. Me pasaría el tiempo diciendo: Oh, pero el señor X sólo compra islas privadas en el Caribe -habló con un aire afectado que desmentía el brillo irónico de su mirada-. O bien, el señor Y siempre lleva una botella de champán helado en la limusina… Eso le irritaría, ¿verdad? -terminó, volviendo a su voz normal.

– Desde luego -confirmó Matt, divertido a su pesar. No llegó a sonreír, pero Flora hubiera jurado que la comisura izquierda de su hermosa boca ascendía levemente-. Creo que tienes una idea muy rara de cómo trabajamos los millonarios, como dices. No duraríamos ni dos días en el negocio si nos dedicáramos a beber champán y comprar islas. Paige podría decirte que me paso el tiempo en la oficina, y que nuestra labor es más bien rutinaria.

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