También era cierto que había dicho que no quería Wilparilla a aquel precio, pero Juliet esperaba poder convencerlo de que el precio merecía la pena. ¿Y qué haría si la tierra significaba más para él que ella? Bueno, tenían otras cosas que les merecerían la pena. Su relación física era fantástica, habían sido amigos y podrían seguir siéndolo. Natalie tendría una madre y los gemelos un padre. ¿No merecía la pena poner a un lado sus diferencias y darles a los niños la oportunidad de crecer en familia?
Todo le había parecido muy razonable la noche anterior, pero ahora, deslizando la mirada hacia el perfil de Cal, sus dudas resurgieron. Cal los había ido a buscar a Mount Isa para llevarlos en aeroplano a casa, pero la tensión que se notaba en él la ponía nerviosa. Había conseguido esbozar una sonrisa para Kit y para Andrew, que se habían arrojado encantados a sus brazos, pero apenas la había mirado a ella y era imposible saber lo que estaba pensando.
Cal era un hombre orgulloso, se recordó a sí misma. ¿Y si la rechazaba? ¿Y si aquellas terribles palabras que le había dicho iban en serio? ¿Y sí…?
Juliet se detuvo. En ese momento no podía hacer nada. Lo único que podía hacer era pedírselo y si decía que no… No podía soportar la idea de pensar en lo que sucedería si decía que no.
Cal tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en pilotar el avión. Juliet había estado fuera diez días y a él se le había hecho una eternidad. Había sido un tonto, lo sabía y le había hecho un daño que ella podría no perdonarle nunca. Cal no podía dejar de recordar aquella mirada cuando se había alejado de él. ¿Cómo le podía haber hecho aquello?
También le había hecho daño a Natalie. La niña no entendía lo que había pasado y no podía entender por qué Juliet se había llevado a los gemelos y la había dejado a ella sola. Cada vez que Cal la miraba se le rompía el corazón y la culpabilidad era muy difícil de soportar. Lo único que había querido era que su hija fuera feliz y había acabado haciéndola desgraciada. Era culpa suya por haberla dejado unirse demasiado a Juliet cuando sabía que no iba a durar.
Cal había pasado diez días infernales intentando consolar a Natalie, pero incapaz de conseguirlo para sí mismo. Cada día que iba a trabajar con los hombres, se preguntaba cómo habría creído que aquella tierra significaba más para él que Juliet. Wilparilla no valía nada sin ella.
Se moría por tenerla por las noches y por el día estaba irritable e inquieto.
Se la podía imaginar a la perfección, saliendo a la terraza con la mano sobre los ojos y deseaba poder acercarse a ella y tomarla en sus brazos sin tener que esperar a la noche. Deseaba que todo el mundo supiera que era suya. Deseaba saber que siempre estaría allí.
Quería casarse con ella.
Cal estaba dispuesto a arrojar su orgullo a los cuatro vientos. Juliet quería que se fuera, pero él no podía hacerlo. No sin ella. Si no quería casarse con ella, le rogaría que le dejara quedarse como capataz, sólo para poder estar a su lado. Y al final la haría cambiar de idea.
Mirándola de soslayo, notó que parecía cansada y tensa. Las vacaciones no parecían haberla sentado tan bien. Si los padres de Hugo se lo habían hecho pasar mal, no era justo presionarla más todavía. Esperaría hasta que llegaran a Wilparilla y entonces hablarían. Mientras tanto, le había costado más control del que creía poseer no arrojarse a sus brazos en cuanto la había visto bajar del avión.
Natalie estaba esperándolos en la pista de aterrizaje con Maggie saltando con impaciencia hasta que el avión se detuvo y Maggie la soltó. Entonces salió corriendo y se arrojó a los brazos de Juliet.
– ¡Te he echado mucho de menos!
– Yo también, cariño.
Próxima a las lágrimas, Juliet abrazó a la niña con fuerza y Cal la miró con envidia mientras bajaba a Kit y a Andrew. Mal asunto sentir celos de su propia hija, pensó.
Hasta Maggie parecía contenta de tenerlos de vuelta.
– Y esto ha estado muy silencioso sin vosotros dos -dijo cuando los gemelos se tiraron a sus brazos.
Los niños estaban muy excitados de volver a estar en casa y en cuanto entraron, se fueron de habitación en habitación haciendo payasadas para Natalie. Los tres adultos se quedaron tensos en la cocina.
– ¿Os apetece un té? -preguntó Maggie después de un momento.
Juliet inspiró para calmarse. Tenía que hablar con Cal antes de perder el valor.
– Tomaré uno más tarde, gracias Maggie. Ahora… me gustaría hablar con Cal. ¿Te importaría vigilar un rato a los niños?
– Por supuesto que no. Prepararé el té cuando volváis.
Juliet miró a Cal a los ojos.
– ¿Te importa?
– No, no me importa -se preguntó si le iba a decir que había encontrado otro capataz-. ¿Vamos hasta el arroyo? Estaremos más tranquilos.
– Sí -dijo Juliet agradecida.
Ahora que había llegado el momento, parecía haberse quedado sin valor y no sabía por donde empezar.
Caminaron a lo largo del arroyo en silencio. Juliet agarró un puñado de hojas secas y las apretó para aspirar su aroma. ¿Debería decirle simplemente que lo amaba? ¿O sería menos amenazante si le proponía el matrimonio como una solución práctica para los dos?
Cal la miraba deseando poder tomarla en sus brazos y borrar la tristeza de su cara. Sabía que no le creería si le decía que ya no le importaba Wilparilla si no podía tenerla a ella.
El silencio se alargó por miedo a empezar la conversación y que acabara en una amarga desilusión. Por fin lo rompió Cal.
– ¿Qué tal te ha ido con los padres de Hugo?
– Bien -Juliet se volvió para mirarlo-. Lo cierto es que mejor que bien. Tenías razón. Ellos han cambiado. Fue un poco difícil al principio, pero los gemelos ayudaron bastante. Se lo pasaron de maravilla y los padres de Hugo estuvieron felices con ellos -. Juliet abrió la mano y dejó caer las hojas secas-. Parece horrible, pero por primera vez comprendí lo que significó para Anne la pérdida de su hijo. Hablamos mucho de Hugo y me dijo lo difícil que había sido de niño. Ellos lo querían, pero no sabían cómo tratarle. Cada vez que hacía algo mal, sentían que le habían fallado e intentaban compensarlo en vez de castigarlo. Bueno, hicieron lo que pudieron.
– Es una pena que no pudierais haber hablado antes.
– Creo que ayudó mucho el estar en un terreno neutral -Juliet lo miró-. Eso fue idea tuya.
– ¿Intentaron convencerte de que volvieras a Inglaterra?
– Sí, pero sin forzarme. Me ofrecieron pagar la educación de los niños y darles una seguridad económica, que es más de lo que yo puedo hacer por ellos.
– ¿Y qué les contestaste?
– Que lo pensaría -dijo sin mirarlo.
Era verdad. Si no le salía bien lo de Cal, la única opción que podría quedarle era volver a Inglaterra. Pero lo único que tenía que hacer era preguntarle.
– ¿Y si lo hicieras, venderías Wilparilla? -preguntó él.
Juliet lo miró un momento apesadumbrada. Lo único que le importaba era recuperar su rancho. ¿Para qué iba a pedirle que se casara con ella cuando estaba claro que no quería compartirlo? Ya era hora de que admitiera la derrota y se llevara a los gemelos a Inglaterra, donde al menos no le atormentaría el recuerdo de Cal todo el tiempo.
– Supongo que sí.
Cal dio un paso apresurado hacia ella.
– Juliet. Déjame comprarte Wilparilla.
Ella cedió entonces.
– De acuerdo.
– ¿Me lo vendes?
Su ansiedad le dolió como una puñalada.
– ¡Sí! -gritó apartándose de él como si la hubiera abofeteado-. Sí, si eso es lo que quieres, te lo vendo.
Pudo oír que Cal la seguía y apartó la vista al borde de las lágrimas.
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