– ¿Por qué no vas a ver tras lo que andan? Están demasiado callados como para hacer nada bueno -le pidió a Natalie.
Natalie volvió al cabo de dos minutos.
– Juliet, ven a verlo -dijo tirándole de la mano para llevarla a la habitación de los gemelos, donde se llevó un dedo a los labios y apuntó.
Cal estaba tendido en la cama de Andrew con los dos niños pequeños sobre él como muñecos y los tres estaban profundamente dormidos.
Por un terrible momento, Juliet creyó que se le había parado el corazón de la emoción. Las lágrimas asomaron a sus ojos y le apretó la mano a Natalie con fuerza al comprender por primera vez cuánto los amaba a todos. A Andrew. A Kit. A Natalie. Y a Cal.
LA primera idea de Juliet fue preguntarse cómo no había comprendido antes que lo amaba. Lo miró allí echado en la cama, con la cara relajada por el sueño y sus hijos estirados sobre él con confianza y supo que se había estado engañando a sí misma durante las mágicas semanas anteriores.
– Los dejaremos dormir -dijo en voz baja antes de darse la vuelta.
No quería estar enamorada de Cal. Había estado enamorada de Hugo y su historia de hadas se había convertido en una pesadilla de crueldad y decepción. Él había tomado su inocente adoración y la había hecho añicos. Ella había sido una joven enamorada y despreocupada y él casi había conseguido hundirle el espíritu.
Casi, pero no del todo. Las criticas, el desdén y las mentiras la habían hundido hasta llegar a creer que era tan inútil como Hugo decía siempre. Los niños le habían devuelto algo de confianza en sí misma, pero Juliet no quería volver a sufrir de aquella manera.
Enamorarte te hace vulnerable, dependiente de otro ser para tu felicidad y ella no creía poder pasar por aquello.
Pero no le quedaba mucha elección. De todas formas, ya se había enamorado de Cal y eso no iba a cambiar.
“Cal es diferente”, le gritaba el corazón. No tenía nada que ver con Hugo. Mientras que Hugo la había hecho sentirse una fracasada, Cal le hacía sentir que podía conseguir lo que quisiera. La hacía sentirse a salvo; la hacía sentirse sexy. Y no le había mentido como había hecho Hugo.
Juliet se aferró a aquella idea para darse seguridad. No, Cal no le había mentido nunca. Había sido completamente honesto con ella. “Te deseo… y tú me deseas”, le había dicho. “Ninguno de los dos queremos ataduras”. Nunca había aparentado que su relación fuera otra cosa que física. La deseaba, pero no la amaba. Eso lo había dejado claro desde el principio y ella no tenía motivos para pensar que hubiera cambiado de parecer.
¡Si siquiera pudiera volver a cómo estaban las cosas antes! Juliet deseó que Natalie nunca la hubiera llevado a ver a Cal con los niños.
También desearía poder decirle a Cal que lo amaba, pero el amor no había sido parte de su acuerdo. Podría estropearlo todo si lo confesaba. Él podría sentirse incómodo o acorralado. O podría irse si creía que iba a presionarle para que se comprometiera. Y Juliet pensaba que no podría soportar Wilparilla sin Cal.
Pero podría irse de todas formas, como había dicho que haría y entonces ella no podría soportarlo. Sería más fácil si él no supiera que lo amaba, ¿verdad?
Cuando Cal se despertó de la siesta, Juliet no aparecía por ninguna parte a la vista. Al final la encontró al lado del arroyo.
– ¡Ahí estás! -dijo al divisar su camisa rosa entre los árboles.
Juliet dio un respingo al escuchar su voz, pero consiguió parecer normal cuando llegó a su lado.
– Hola -forzó una sonrisa-. ¿Están los niños bien?
– Natalie está con ellos -Cal la miró con atención-. ¿Pasa algo malo?
– No, por supuesto que no -dijo ella con exceso de entusiasmo-. Me apetecía dar un paseo después de la comida -siguió hablando para no ceder a la tentación de arrojarse a sus brazos y confesarle lo insegura que se sentía-. Solía venir hasta aquí cuando quería pensar y hacía mucho que no venía. Es evidente que no he estado pensando mucho últimamente.
Cal se sintió asaltado por un miedo repentino a que fuera a decirle que quería que acabaran su relación. ¿Se habría aburrido? ¿Estaría él dando demasiado por supuesto?
– A veces es un error pensar demasiado.
– No estaba pensando en nada serio -mintió ella.
Sólo en lo vacía que sería su vida cuando él se fuera. No podía permitirse depender de él o acabaría como cuando Hugo había muerto: perdida, sola y asustada.
– Sólo estaba pensando que ya es hora de que haga algún esfuerzo por conocer a otra gente. No conozco a ninguno de mis vecinos salvo a Pete Robins y sólo he hablado con él un par de veces. Supongo que esperaba que ellos dieran el primer paso, pero creo que ahora debo acercarme yo, presentarme y hacerles saber que no soy como Hugo -vaciló-. He oído a los hombres hablar de las carreras del próximo domingo y he pensado que estaría bien que fuéramos todos. No me importa conducir yo si tú no quieres ir -añadió al ver que Cal no parecía nada entusiasmado.
– Te llevaré en el aeroplano si es eso lo que quieres -dijo Cal, despacio-. Pero no creo que encuentres muy excitantes las carreras, de todas formas.
Estaba intentando disuadirla, comprendió Cal, porque no quería que conociera a nadie; no quería compartirla con nadie.
Además, todos le conocerían a él en las carreras y no podría evitar que hablaran con Juliet. ¿Y cuánto tardaría ella en descubrir que había sido él el que había hecho aquellas ofertas? Debería habérselo contado mucho antes, comprendió con debilidad.
La verdad era que no había querido estropear las cosas. No le había mentido exactamente a Juliet, pero tampoco le había dicho toda la verdad y sabía que se disgustaría cuando se enterara.
Se lo debería decir esa misma noche, decidió. Pero Juliet siguió con un extraño estado de ánimo distante. No estaba hostil, pero parecía haber levantado una barrera invisible entre ellos que le dejó a Cal con una sensación de frialdad en la boca del estómago. ¿Estaría intentando decirle que ya no lo deseaba más? Casi había esperado que pusiera alguna disculpa para acostarse sola esa noche, pero en cuando los niños estuvieron acostados, se reunió con él en la terraza y le rodeó la cintura con fuerza con sus brazos.
– Vamos a la cama -dijo.
Juliet le hizo el amor con un cierto toque de desesperación y al acabar lloró. Cal la abrazó con fuerza acariciándole el pelo.
– Juliet, hay algo que tengo que contarte.
Pero ella alzó la cara mojada y le puso un dedo en los labios.
– No lo digas -le suplicó-. No hace falta que digas nada.
Juliet pensó que había adivinado que estaba enamorada de él. Apartó los dedos de sus labios y se sentó abrazándose a las rodillas dobladas.
– No hace falta que digas nada -repitió-. Ya sé que esto es algo temporal para los dos.
– Pero Juliet…
– Así que no hace falta explicar nada a nadie. Tú mismo lo dijiste al principio, Cal. Dijiste que era sólo algo físico, y eso es lo que es. Ninguno de los dos queremos involucrarnos en el tipo de relación en que debas contar todos tus secretos, ¿verdad?
– No.
¿Así que eso era sólo para ella?
– No me digas nada -dijo Juliet dándose la vuelta.
Si entraban en una discusión acerca de las emociones, ella se confesaría y no quería hacerlo. Lo único que quería era aferrase al cuerpo de Cal y pensar que por el momento no importaba nada más. Descendió hasta casi rozarle los labios con los suyos.
– No hables de nada, por favor -susurró.
Maggie no había querido ir a las carreras, así que Cal llevó a Juliet y a los tres niños en el aeroplano.
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