Jessica Hart - Una chica prudente

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Jane era una chica prudente, todos lo decían. Diez años antes, su prudencia le había impedido escaparse con Lyall Harding, un muchacho de su pueblo. Ahora, Lyall había vuelto y, lejos de ser el chico impulsivo, irresponsable y descarado que todos recordaban, se había convertido en el reputado director de una multinacional.
Jane necesitaba conseguir un contrato de su empresa para mantener el negocio familiar. Pero, tal y como estaban las cosas, iba a ser Lyall quien decidiera las condiciones…

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– No.

– Bien, entonces no te importará saber que Dimity estuvo consolándolo cariñosamente este fin de semana cuando tú no estabas.

– ¿Dimity? Creí que Dimity había pasado el fin de semana contigo.

– ¿Conmigo? ¿Y por qué demonios pensaste eso?

– Por lo que me dijo.

– La verdad es que estuve con ella. Quería discutir algunos diseños, así que nos vimos el sábado por la mañana en Penbury Manor. Como terminamos al mediodía nos fuimos a comer algo al pub, pero eso fue todo. Yo no llamaría a eso pasar juntos el fin de semana.

– ¿No estuviste aquella noche con ella?

– No, decidí volver a Londres. Los dejé preparándose para ir a cenar juntos. ¿Te importa?

– ¿Alan? No -si sentía algo era alivio-, ¿y a ti?

– ¿Por qué tenía que importarme?

– Dimity es muy guapa.

– Es verdad, pero tú sabes mejor que nadie que me gusta un tipo de mujer diferente.

Se quedaron de nuevo en silencio. La boca de Jane estaba seca, y notaba su pulso acelerarse rápidamente.

– Será mejor que te vayas a dormir si mañana tienes que levantarte temprano… -acertó a decir, y se levantó de repente del sofá.

– Sí -reconoció Lyall, levantándose también él.

Se miraron en silencio a la luz suave. La lámpara producía un brillo sobre la cara de Jane, justo en la boca y en los ojos. Se aclaró la garganta y sonrió nerviosamente.

– Bueno… gracias por una cena encantadora.

Lyall la dejó pasar primero y no hizo ademán de tocarla, sólo pronunció su nombre de una manera desesperada.

– ¿Jane?

– ¿Sí?

– ¿No quieres saber por qué no me quedé en Penbury el fin de semana pasado?

– ¿Por qué? -preguntó Jane, tragando saliva.

– Porque tú no estabas. Sólo había ido con la esperanza de verte. No querías hablar por teléfono, así que pensé que sería mejor verte. Pero el pueblo estaba vacío sin ti y volví. En ese momento, pensé que iba a dejar de pensar en ti para siempre. Y entonces, tú vienes hoy…

Capítulo 9

Lyall se quedó un momento pensativo, como si recordara lo que sintió cuando la vio sentada en el vestíbulo de Multiplex, intentando esconderse detrás del periódico.

– Y entonces viniste tú -repitió, con la voz muy baja y profunda-. Y me di cuenta que no podía evitar pensar en ti, aunque lo intentara.

Jane era incapaz de moverse, o hablar, o mirar hacia atrás para mirar los ojos que se metían dentro de su corazón.

– Me gustaría mucho besarte, pero después de la última vez decidí no volver a hacerlo, a menos que tú me besaras antes.

Los intentos de Jane por mantenerse fría se derrumbaban poco a poco, pero de manera alarmante.

– Entiendo. ¿Me estás diciendo que quieres que te bese?

– Sí, por favor.

Se quedó inmóvil mientras Jane tomaba su cara con las manos, para acariciar las mejillas y la mandíbula despacio, sintiendo la piel dura. Luego sujetó la cabeza de Lyall, lo miró fijamente a los ojos, y finalmente apretó cariñosamente los labios contra los de él. El placer la invadió, pero Lyall no respondió. ¿No sentía esa vibración eléctrica que se producía cada vez que se tocaban?

¿Y si sólo quería decir un beso de buenas noches? La duda asaltó a Jane, que se separó despacio.

– ¿No pensarás que voy a dejar que te vayas? -exclamó Lyall, atrapándola.

Jane estuvo a punto de enfadarse, pero comenzó a reírse y se abrazó contra él. Esta vez fue Lyall quien la besó con pasión, haciendo acallar las risas.

Murmurando su nombre entre besos, Lyall la llevó hacia el sofá y la sentó en el regazo. Jane se hundió contra él, enroscando los brazos en su cuello y besándolo con una pasión que crecía por momentos.

Jane comenzó a quitar con manos temblorosas la camisa de Jane, y ella gimió de placer cuando fue acariciada. Eran manos cálidas, seguras, que se curvaron sobre sus pechos y acariciaban su espalda trazando una línea de fuego a su paso…

Jane se agarró a su cabello, como si fuera el único lazo que la sujetaba a la realidad. Los besos se hicieron más urgentes, más desesperados, hasta que cada poro de sus cuerpos ardía de excitación.

– Creí que querías acostarte temprano -murmuró Jane con voz ronca, mientras Lyall le quitaba la camisa para poder verla mejor. Tenía la piel brillante a la luz de la lámpara.

– Sería lo más sensato que podíamos hacer, pero ahora mismo no me siento muy sensato, ¿y tú?

Un temblor sacudió el cuerpo de Jane al notar la caricia en sus senos.

– No, ahora no.

Lyall la quitó suavemente y se levantó, silenciando sus protestas con un beso antes de llevarla hacia el dormitorio.

– ¿Te has dado cuenta que nunca hemos hecho el amor en una cama? -preguntó desnudándola por completo.

– ¿No? -Jane no sabía lo que decía, respiraba con dificultad bajo las manos atrevidas de Lyall.

– No -Lyall la echó sobre la cama y se colocó sobre ella besándola en los hombros, en los pechos-. Y recuerdo todas las veces.

Jane recorrió su cuerpo suave y fuerte.

– ¿De verdad?

– Sí -murmuró contra los labios de Jane-. ¿Y tú?

¿Cómo iba a mentirle cuando su cuerpo se derretía de placer ante sus caricias, y sus besos la arrastraban hacia un tiempo donde nada existía sino el deseo de estar juntos?

– Sí, yo también lo recuerdo.

Lyall la miró fijamente a los ojos. No habló, no se precisaban palabras. Y el pasado y el presente se mezclaron, y Lyall se apretó contra el cuerpo de Jane y sus labios se unieron.

Lyall exploró el cuerpo de Jane con calma al principio, poseyéndola con manos duras, disfrutando con sus labios de la piel aterciopelada, de su sabor dulce, hasta que la sangre de Jane se encendió con una necesidad profunda. Las manos de Jane tocaban la espalda de Lyall, sus músculos, haciendo realidad el sueño de tanto tiempo.

Jane gimió, estaba a punto de desfallecer. Se agarró a sus hombros y gritó su nombre.

– Lyall…

– Pronto -prometió Lyall. Entonces, sus labios acariciaron su vientre, rodearon sus pechos y llegaron a los labios de Jane una vez más, después, con un movimiento se puso sobre ella y la penetró.

Jane respiró profundamente y enroscó sus piernas alrededor de la cintura de Lyall. Entonces, comenzó un movimiento constante hacia arriba y hacia abajo que los dejó exhaustos y sin aliento, hasta quedarse poco a poco inmóviles el uno en los brazos del otro, disfrutando el momento después del éxtasis.

Sólo se oía en la habitación las respiraciones entrecortadas.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Lyall a Jane, que tenía lágrimas en los ojos.

Jane, incapaz de explicar nada, movió la cabeza y esbozó una sonrisa. Lyall limpió sus mejillas con cariño y la besó en la boca.

– Lo sé -declaró.

Jane se preguntó cómo había estado tanto tiempo sin él. Ése era su lugar, a su lado, sintiendo su pecho, escuchando su respiración.

La mano de Lyall acarició el brazo que reposaba en su pecho.

– Jane…

– ¿Mmm?

– Nada… Jane -murmuró despacio besando su pelo, viendo que se quedaba dormida.

Cuando Lyall la besó por la mañana para despertarla, estaba totalmente vestido y en la ventana entraba una luz rosada de amanecer.

– El coche está esperando abajo -informó a Jane. Ella se estiró y sonrió adormilada-. ¡Si me miras así nunca podré llegar a Frankfurt!

– Me gustaría que no tuvieras que marcharte -la sonrisa en su cara desapareció.

– Vente conmigo -Lyall se inclinó y la besó, y ella lo rodeó con sus brazos-. Te estoy hablando en serio. Ven conmigo, Jane.

– No puedo -dijo-. No he traído nada.

– Puedes comprar lo que necesites -insistió.

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