Había hecho todo eso dando por descontado que Bram no pondría ninguna pega, como solía hacer siempre, pero esta vez se había pasado. Lo había notado en su voz por teléfono, una cierta reserva, una nota de exasperación que era nueva para ella.
– ¿Qué tal el viaje?
– Bien, bien -contestó Sophie-. Se retrasó un poco la salida en King's Cross, pero luego hemos venido sin problemas.
Dios Santo, estaban hablando como si fueran dos desconocidos. Aquello era horrible.
Mientras Bram miraba por el retrovisor para salir de la estación, Sophie se puso el cinturón de seguridad y acarició distraídamente a Bess, que estaba entre los dos, contenta de estar cerca de su amo.
¿Por qué no podía su vida ser como la de Bess? Las necesidades de un perro eran muy simples. Lo único que Bess quería era un poco de comida y estar cerca de Bram todo el tiempo. El paraíso sería que la dejase entrar en la cocina para tumbarse a sus pies frente a la chimenea. Hasta un perro tenía sueños.
Sophie deseó que para ella todo fuese igual de fácil. Bess estaba con Bram todo el día y nunca metía la pata ni hacía estupideces que lo pusieran en una situación incómoda.
Bueno, a veces sí. Una vez se hizo un lío con las instrucciones del silbato para reunir a las ovejas, que acabaron correteando de un lado a otro mientras Bram se desesperaba. Pero él no se enfadaba nunca, y Bess era tan adorable con sus orejitas hacia abajo…
– Gracias por venir a buscarme -dijo Sophie.
– Estamos prometidos. Venir a buscar a tu novia es lo que hacen los prometidos, ¿no? -contestó él, muy serio.
A lo mejor podía probar a doblar las orejitas, pensó Sophie. A Bess le funcionaba.
– Mira, lo siento mucho, Bram. Debería haberme parado a pensar antes de abrir la boca.
– Bueno, ya está hecho -dijo él, poniendo el intermitente-. Tres personas me han dado la enhorabuena… y eso sin contar el cartero, que quería saber cuándo era la boda.
Oh, no. Ya lo sabía todo el mundo.
Sophie tragó saliva. Acariciando distraídamente las orejas de Bess, estudió a Bram de reojo. En la oscuridad del coche, de repente, le parecía un extraño. Por primera vez lo veía no como Bram, su amigo de siempre, sino como un hombre. Había una solidez, una fuerza en su forma de sujetar el volante, de cambiar de marcha…
Aquél era el hombre con el que, supuestamente, iba a casarse. El hombre que todo el mundo en Askerby creía enamorado de ella. Y seguramente lo imaginaban besándola con esa boca suya, desnudándola con esas manos suyas, haciéndole el amor en la cocina de la granja…
Una extraña sensación que no era exactamente un escalofrío recorrió la espina dorsal de Sophie, que tuvo que apartar la mirada.
Pensar esas cosas no la ayudaba nada. Ya había enfadado a Bram lo suficiente como para confundir aún más la situación empezando a pensar en él… así. Si iban a hacerse pasar por una pareja de novios, tenía que mantener la cabeza fría.
– Espero no haberte estropeado la noche del todo.
– Digamos que no terminó como yo esperaba -contestó él.
Ésa era la respuesta equivocada. Y, definitivamente, el tono de voz equivocado. «No pasa nada», habría sido aceptable. O mejor: «Si quieres que te diga la verdad, me alegré de la interrupción porque me di cuenta de que había cometido un error en cuanto salí del pub».
Bess suspiró, apoyando la cabeza en las piernas de Sophie. Y Sophie suspiró a su vez.
– ¿Desde cuándo sales con Vicky? El fin de semana pasado no me dijiste nada.
– Porque no había nada que decir. Tomamos una cerveza en el pub y luego fuimos a mi casa a tomar café… y entonces llamaste tú. Así que nos tomamos el café y la llevé a casa. Yo no llamaría a eso «estar saliendo».
Ésa era una respuesta mucho mejor, pensó Sophie, animándose un poco.
– No pensé que Vicky fuera tu tipo.
– ¿Por qué no?
– Pues… no lo sé -murmuró ella, un poco sorprendida por lo abrupto de la pregunta-. Quizá porque no es como Rachel, por ejemplo.
Vicky tampoco se parecía nada a Melissa, pero no le pareció adecuado mencionar eso.
– Las chicas como Rachel no están interesadas en vivir en el campo -contestó Bram-. Y quizá ha llegado el momento de cambiar de «tipo». Al menos, Vicky sabe lo que es trabajar en una granja. Y es una buena persona. Es callada, sensata, guapa… podría haber encontrado alguien mucho peor.
Sophie lo miró, atónita. No podía decirlo en serio.
– Vaya, pues siento mucho haber interrumpido tan bonita amistad -replicó, olvidando su resolución de mantener la cabeza fría-. Deberías haberme dicho que te dejase en paz.
– ¿Cómo iba a hacerlo? Ahora todo Askerby cree que estamos comprometidos. Menos mal que me llamaste, o Vicky habría pensado que quería aprovecharme de ella.
En otras palabras, que si no hubiera llamado habrían hecho algo más que tomar un café.
Sophie tenía un nudo de angustia y confusión en la garganta… y de alivio por haber llamado cuando lo hizo. De otro modo, habría sido mucho peor.
– Pero los chismosos lo van a pasar en grande -siguió Bram-. Anoche todos vieron que Vicky y yo salíamos juntos del pub y esta mañana se han enterado de que tú y yo estamos comprometidos… Espero que Vicky no se lleve un disgusto. Es lo que le faltaba.
– ¿Y cómo iba a saber yo que invitas a cualquiera a tomar café? -le espetó Sophie, dolida y enfadada, aunque era incapaz de justificar ninguna de esas emociones-. El fin de semana pasado tú mismo sugeriste que nos casáramos. No es culpa mía si, de repente y sin decirme nada, has decidido ponerte a buscar novia.
– No fue así -suspiró Bram.
– ¿Ah, no? ¿Y entonces cómo fue?
– Supongo que cuando tú me dijiste que no, me di cuenta de que había llegado la hora de ponerse serio. De verdad quiero buscar una esposa y tener una familia, Sophie. Así que decidí ir al pub. Ir al pub del pueblo no es precisamente soltarse el pelo, pero no suelo ir durante la semana. Y resulta que Vicky estaba allí. Estaba sola y nos pusimos a hablar… Y también estaba allí al día siguiente. No estoy diciendo que me haya enamorado, pero pensé: ¿para qué voy a perder el tiempo? Si quieres mantener una relación con alguien, tienes que empezar por algún sitio, ¿no? Y uno no puede conocer a una persona tomando copas en el pub.
– Ah, claro.
– Así que le pregunté si quería tomar un café en mi casa… pero la pobre sólo podía hablar de su novio. Ya sabes que la dejó plantada…
– Lo sé, lo sé.
– Me dio pena, la verdad. Hacerle eso a alguien es una canallada.
Sophie no dijo nada. Debería ser más comprensiva, pensaba. Si alguien podía entender por lo que estaba pasando esa chica era ella. Ella sabía cuánto se sufre cuando se pierde a alguien, lo horrible que era descubrir que tus sueños jamás se harían realidad. Pero se había mostrado antipática en lugar de amable, celosa en lugar de comprensiva.
Era una idiota. Y era lógico que Bram estuviese enfadado con ella.
A su lado, Bram la miró de reojo y, al ver su triste expresión, se sintió fatal. Había hablado sin pensar. No debería haberle dicho que Vicky lo estaba pasando fatal porque sabía que también ella lo estaba pasando mal. Y lo único que había conseguido era recordarle a Nick.
«Eres un idiota, Bram».
No estaba preparado para la decepción que sintió cuando Sophie rechazó su proposición de matrimonio. Cuanto más lo pensaba, más convencido estaba de que podría funcionar. Podrían ser una buena pareja. Sophie y él eran tan amigos… eso tenía que compensar que no estuvieran locamente enamorados.
Pero estaba decidido a no perder el tiempo. Sophie había dicho que no, de modo que tenía que tomar una decisión. Hasta entonces sólo había hablado de rehacer su vida, pero eso lo convenció de que tenía que hacer algo. Por eso había ido al pub. Cuando se encontró con Vicky, intentó animarla y ver si aquella chica podría ser su alma gemela, pero desde el primer momento supo que no iba a funcionar.
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