Sophie se levantó y corrió escaleras abajo con los pies descalzos. Podía oír a Melissa hablando con su madre en la cocina, pero no había nadie alrededor para hacerle preguntas, de modo que se puso lo primero que encontró a mano… unas botas de agua, y buscó las llaves del coche de su padre.
– ¿Qué pasa, cariño? -preguntó Joe Beckwith con el periódico en la mano.
– Papa, ¿dónde tienes las llaves del coche?
– Ahí están, en la mesa. ¿Dónde vas?
– Tengo que ver a Bram -contestó Sophie-¿Puedo llevarme tu coche?
– Sí, claro -Joe no se molestó en discutir-. No, espera. Te llevaré yo mismo. No quiero que conduzcas en ese estado.
– Gracias, papá. ¿Podemos irnos ahora mismo?
– Cuando tú me digas.
Diez minutos después estaban en Haw Gilí. Joe se volvió hacia su hija, preocupado.
– ¿Quieres que te espere aquí?
– No, será mejor que vuelvas a casa para tranquilizar a mamá. Ahora mismo la pobre debe de estar de los nervios. Dile que no se preocupe, que todo va bien. Es que… tengo que hacer algo antes de casarme. Y gracias, papá…
– De nada, cariño.
Sophie corrió por la nieve para entrar en casa, y cuando abrió la puerta, Bram se volvió, atónito.
– ¡Sophie! ¿Qué haces aquí?
– He venido a hablar contigo.
– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
– Tengo… tengo que estar segura de esto. Quiero saber si has cambiado de opinión.
– ¿Por qué iba a cambiar de opinión? -peguntó él.
– Por Melissa.
– ¿Por Melissa? ¿Qué te ha dicho tu hermana?
– No me ha dicho nada. No tenía que hacerlo, anoche os vi… en la despensa.
Bram abrió la boca para decir algo, pero luego pareció pensárselo mejor.
– ¿Qué es lo que viste, Sophie?
– Os vi abrazados y te oí decirle a mi hermana que no era tarde para tomar una decisión si había cometido un error. Y yo quiero que seas feliz, Bram.
– ¿Lo dices de verdad, Sophie?
– Sí -contestó ella, intentando controlar las lágrimas-. No quiero casarme contigo si no vas a ser feliz.
– ¿Mi felicidad te importa tanto?
– Tu felicidad me importa tanto como la mía, Bram. Y quiero que seas sincero conmigo.
Él pareció pensárselo un momento.
– Muy bien, entonces lo seré. Sólo hay una cosa que me haría feliz en la vida, Sophie -dijo por fin-. Casarme contigo.
– ¿Qué?
– Tú eres todo lo que quiero en la vida. Pero necesito que tú me quieras como yo a ti.
– ¿Me quieres? -murmuró ella.
– Me temo que sí -sonrió Bram-. Pensé que te quería como amiga, pero… no es verdad. Te amo. Sophie. Y ser tu amigo no es suficiente para mí.
Sophie tuvo que apoyarse en la mesa porque le temblaban las piernas.
– Yo quiero lo mismo, Bram. Yo también te quiero.
– ¿De verdad? ¿De verdad me quieres? -preguntó él, apretando su mano.
– Oh, Bram… estaba tan confusa. Pensé que querías estar con Melissa y… Pero yo te quiero. Te quiero de verdad. Pensaba decírtelo la otra noche, pero tú me habías hecho la cama en la habitación de tu madre… y no me atreví. Y luego te vi con mi hermana y pensé que le estabas diciendo que dejase a Nick para irse contigo.
Bram la abrazó.
– Melissa no quiere dejar a Nick, cariño.
– Entonces, ¿por qué parece tan infeliz?
– Porque Nick no es un hombre que pueda vivir atado a nadie y, según tu hermana, cada vez que salen se pone a tontear con alguien. Supongo que está intentado demostrarse a sí mismo que sigue siendo joven… Nick es una persona muy inmadura en ese aspecto. Y Melissa lo pasa fatal. Yo sólo intentaba convencerla de que hablase con él o le advirtiera que ese comportamiento es intolerable, pero teme que Nick la deje si le dice algo.
– ¿Era de eso de lo que estabais hablando?
– Sí-sonrió Bram.
– ¿Y por qué a mí no me ha dicho nada?
– Después de lo que pasó con Nick, le daba vergüenza contarte sus problemas.
– ¿Sigues enamorado de ella, Bram? -preguntó Sophie entonces.
– No, cariño. Estoy enamorado de ti. Creo que nunca quise a tu hermana de verdad. Estaba encandilado de su belleza, de su fragilidad… una tontería de los hombres. Pero te quiero a ti, quiero ser tu marido, tu amante, tu amigo para siempre. ¿Y tú, sientes algo por Nick?
– No -contestó Sophie-, Cuando le vi en la cena me di cuenta de que no sentía absolutamente nada por él. Pero Nick hacía bromitas todo el tiempo, dando a entender que sólo estaba contigo porque no podía tenerle a él… por eso te besé, para demostrarle que no era verdad. Y cuando estaba besándote… Bram, no veía nada más. Sólo te veía a ti -le confesó-. Sólo quería besarte a ti, sólo me importabas tú.
Bram la abrazó con todas su fuerzas.
– Amor mío…
– No puedo creer que hayamos perdido tanto tiempo. Todos estos años, Bram… Tú eres lo único que me importa.
– Cariño mío…
Se besaron, como no se había besado nunca, a solas, mezclando las risas con las lágrimas, los besos con las caricias… arrugando el vestido de novia sin darse cuenta.
– Bram…
– ¿Sí?
– ¿Recuerdas que me dijiste que cuando estuviera preparada para mantener una relación de verdad te lo dijera?
– Sí, claro que me acuerdo.
– ¿Puedo colar eso en medio de esta conversación? -sonrió Sophie.
Bram soltó una carcajada.
– Me parece que antes tenemos que pasar por la iglesia.
– ¡La boda! -exclamó Sophie entonces-. ¡Mi madre me va a matar! ¿Qué haces sin vestir? ¡Sube ahora mismo a vestirte! Ponte lo que sea…
– No te preocupes, aún tenemos veinticinco minutos. Me da tiempo.
Sus padres estaban esperando en la puerta de la iglesia cuando aparecieron en el Land Rover. Joe sonrió, aliviado, al verlos, pero Harriet estaba de los nervios.
– Aquí está el ramo, hija. ¡Ay, Dios mío, mira cómo llevas el pelo! ¿Alguien tiene un cepillo…? ¿Qué es eso que llevas en los pies? ¿Unas botas de agua? ¿Has venido a tu boda con unas botas de agua?
– Es que lo es lo primero que encontré -intentó explicarle Sophie, contrita, aunque le dio la risa al ver las botas manchadas de barro asomando por debajo del elegante vestido de seda.
– ¡Ay, Dios mío, alguien tiene que ir a casa a buscar tus zapatos! -exclamó Harriet.
– No, ya es demasiado tarde. Iré así.
– ¡Ninguna hija mía va a casarse con unas botas de agua! -gritó su madre, escandalizada.
– Entonces, me las quitaré -dijo Sophie tranquilamente-. Me casaré descalza -sonrió, tomando el brazo de su padre-. Ya estoy lista, papá.
Bram estaba esperándola frente al altar, y su expresión le dijo todo lo que tenía que saber. Con el corazón aleteando de felicidad, Sophie se colocó a su lado. ¿Qué más podía pedir por Navidad? Bram era todo lo que necesitaba.
Su mejor amigo. Su amante.
Su marido.
***