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Lynsey Stevens: Volver a tus Brazos

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Lynsey Stevens Volver a tus Brazos

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Shea había quedado devastada cuando su amor de juventud la había abandonado para seguir su carrera. Alex Finlay había sido toda su vida, ¿Cómo podía culparla de haberse refugiado en su primo en busca de consuelo? Durante diez años, el pensamiento de que Shea se había casado con otro había acosado a Alex. Ahora volvía, rico y con éxito, para reunirse con la viuda. Nada parecía interponerse entre ellos excepto el secreto de Shea: Alex era el verdadero padre de su hijo. Cuando descubrió la verdad, Alex quiso formar una familia con Shea. Sólo había una cosa que se lo impedía: no podía dejar de pensar en ella como la mujer de su primo.

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Los pesados segundos se extendieron hasta un par de interminables minutos que parecieron horas y el silencio se hizo insoportablemente pesado. Ahora, Shea notó que él la estaba mirando. La tensión eléctrica se extendía entre ellos, llameante, creciente, hasta que Shea pensó que no podría aguantarlo más. Entonces, él habló.

Capítulo 3

– ¿CÓMO te ha ido, Shea? -preguntó él con voz ronca.

¿Y cómo pensaba él que podía haberle ido?, hubiera querido gritarle.

– Estoy bien.

– Eso parece -Alex se detuvo-. Estupenda.

Shea pensó que había notado un poco de tirantez en su voz profunda.

– Gracias -replicó tensa intentando que la voz le saliera calmada-. Digamos que los años han sido amables con los dos.

Alex no hizo ningún comentario, pero Shea notó que apretaba el volante con fuerza y tardaba en girar la llave. Sacó el Jaguar del aparcamiento y la gravilla crujió bajo las anchas llantas ahogando con facilidad el ronroneo suave del motor.

– ¿Y a qué te dedicas últimamente? -preguntó mientras entraban en la carretera-. Mi padre me ha contado que posees tu propio negocio.

– Sí -el monosílabo sonó duro y ella inspiró con rapidez. Tenía que ser fría. Distante. Él ya no significaba nada para ella-. Sí, tengo mi propia boutique de moda.

¡De qué forma tan civilizada se comportaban los dos! Shea apenas pudo contener una carcajada de amargura.

– Diseño y fabrico mi propia línea de ropa.

– No puedo decir que me sorprenda. Siempre te han interesado ese tipo de cosas.

¡No!, le dijo una voz enfurecida en su interior. No te atrevas a hablar de eso. Él, menos que nadie, tenía derecho a hacerlo.

Se aferró a la compostura y clavó la vista en las siluetas oscuras de los árboles que bordeaban la carretera.

El silencio se extendió entre ellos de nuevo y Alex suspiró. Shea fue incapaz de evitar mirarlo y, entonces, durante unos fugaces segundos antes de volver la atención a la carretera, sus ojos se encontraron con los de ella.

– ¿Y cómo te va el negocio? ¿Te va bien? -preguntó él mientras ella se veía arrastrada a seguir con el tema de conversación.

– Bastante bien -replicó suprimiendo el impulso de decirle que había tenido éxito por encima de sus sueños más fantásticos, que el negocio se había triplicado el año anterior, que ese año había superado todas las expectativas y que con la nueva sección de niños en marcha, tendría que ampliar la fábrica en breve.

– ¿Dónde tienes la tienda?

– Donde estaba el viejo café, un poco más arriba del pub de la esquina. La tienda de al lado quedó vacía, así que uní los dos locales.

– ¿Llevas mucho tiempo ahí?

– Cerca de ocho años. Empecé a pequeña escala trabajando desde casa. Después probé en los mercadillos y, por suerte, he seguido avanzando desde entonces.

¿Por qué le estaba contando aquello cuando no tenía ningún deseo de informarle o impresionarle?

– ¿Sigues tú trabajando para el Grupo Rosten?

Después de un momento de pausa, él también pareció contestar contra su voluntad, porque vaciló también, antes de replicar.

– Tengo un año sabático. Hago algo de trabajo por mi cuenta de vez en cuando, pero me he tomado un descanso en la compañía -terminó.

Un pesado silencio cayó sobre ellos mientras metía el coche en el sendero de grava de la casa de Shea.

Ella apenas pudo contener un suspiro de alivio.

– Gracias por traerme a casa -empezó.

Pero Alex ya estaba fuera del coche rodeándolo para abrirle la portezuela. Ella salió y repitió el agradecimiento.

– De nada -replicó él.

– Bueno, pues buenas noches.

Shea empezó a caminar hacia la puerta principal, pero se detuvo al darse cuenta de que Alex se había unido a ella. Lo miró con aire interrogante y, bajo el brillo de la luz el porche, que Norah siempre dejaba encendida para ella, le vio sonreír ligeramente.

– Ya te dije que quería ver a Norah.

Shea intentó defender su territorio.

– Es tarde. Norah estará probablemente en la cama -empezó.

Pero Alex levantó el reloj hacia la luz.

– ¿Norah en la cama a esta hora? Creo recordar que nunca se iba a dormir antes de las doce.

Era verdad, pero Shea no se sentía inclinada a reconocerlo.

– ¿No sería mejor que vinieras mañana por la mañana?

– ¿Mejor para quién? -preguntó él con suavidad-. ¿Para Norah? ¿O para ti?

– Yo… -Shea tragó saliva-. La verdad es que no sé lo que quieres decir.

Alex mantuvo la vista clavada en ella.

– Yo creo que sí, Shea. Algo me dice que no estás muy contenta de verme.

– ¿Y debería estarlo? -las palabras le habían salido antes de pensarlas y siguió hacia las escaleras-. Once años es mucho tiempo. La gente cambia.

– Suele ser así -el tono de su voz la hizo detenerse-. Mira, Shea. Antes éramos amigos. ¿No podríamos intentarlo de nuevo?

¿Que si podían intentar ser amigos? ¿Es que no comprendía que con cada palabra estaba abriendo viejas heridas que habían tardado mucho en cicatrizar?

– ¿Amigos?

Contuvo una carcajada de incredulidad y se dio la vuelta para mirarlo.

– ¿Sería tan difícil?

Sus ojos la abrasaron desde la poca distancia que los separaba y Alex se pasó una de sus fuertes manos por el pelo.

Los ojos de Shea se vieron atraídos hacia aquel movimiento, a la línea de su antebrazo, a los largos y sensibles dedos que estiraron un grueso mechón de pelo. Casi hechizada, observó cómo se metía las manos en los bolsillos apretando la tela sobre los muslos y sintió que el estómago le daba un vuelco.

Durante aquellos largos años, aquella parte de sus emociones había permanecido dormida. Ningún hombre había despertado en ella aquel deseo puramente físico. Ni siquiera Jamie.

¡No! ¡De nuevo no! No debía permitirle, ni a él ni a ningún otro hombre, aquel dominio sobre ella, ni física ni emocionalmente.

Sin embargo, la sangre le corría por las venas y sus traidores sentidos no le prestaban atención.

– Había pensado que podríamos actuar como adultos racionales después de todos estos años -estaba diciendo Alex.

¿Adultos racionales? Shea se volvió a aferrar a su compostura y alzó la barbilla.

– Mira, Shea -Alex se detuvo y suspiró-. De acuerdo, dejemos claro que no estás encantada con mi regreso. Aunque por qué… -hizo un movimiento de irritación con la mano-. No importa. El asunto es que estoy aquí y pienso quedarme durante algún tiempo.

A Shea se le contrajo el corazón con dolor. Bueno, se dijo a sí misma, si ella había estado albergando inconscientemente alguna ilusión acerca de una visita fugaz a casa, ya podía olvidarse. Simplemente tendría que acostumbrarse a tenerlo por los alrededores de vez en cuando. Tendría que endurecerse. Y endurecer el corazón. Sobre todo el corazón. Porque sabía que, si le dejaba acercarse a ella y volvía a caer, no sobreviviría a la segunda vez.

– Al fin y al cabo, somos familia -dijo él con un encogimiento de hombros-. Nos tendremos que ver de vez en cuando.

– Estoy segura de que podremos conseguir que esas ocasiones sean las mínimas -dijo ella con una falta de emoción de la que se sintió orgullosa-. Tú estarás trabajando, según he entendido y yo también -se obligó a mantener su mirada y notó cómo apretaba la mandíbula y entrecerraba los ojos.

– Preferiría no planear ningún tipo de comportamiento. Creo que deberíamos comportarnos con la mayor normalidad posible.

Shea casi se hubiera reído de aquello. ¿Normalidad? ¿Qué quería decir? «Normal» para Alex había sido pasar cada minuto juntos, hablando, riéndose, haciendo el amor. Sin embargo, mientras intentaba decidir la respuesta, Norah la llamó desde la entrada.

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