Lynsey Stevens - Amor traicionado

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Georgia había imaginado cientos de veces que se convertiría en la mujer de Jarrod Maclean… Hasta que lo encontró abrazando apasionadamente a su madrastra.
Para contener el dolor, trató de convencerse de que se alegraba de que Jarrod hubiera decidido marcharse a otro país.
Cuando Jarrod volvió, cuatro años más tarde, Georgia no había conseguido perdonarlo. A pesar de que lo veía más enamorado de ella que nunca, él insistía que una relación sentimental entre ellos era imposible… ¿Ocultaba algo? ¿Qué había pasado de verdad cuatro años atrás? Toda la familia parecía saberlo… excepto ella.

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El rostro de Georgia se ensombreció.

– No mucho más joven. Y quiero envejecer contigo -dijo, con dulzura.

Jarrod entrelazó sus dedos con los de ella y cantó una estrofa de la canción de los Beatles, When I'm sixtyfour , que hizo reír a Georgia.

– Vas a ser la mujer de sesenta y cuatro años más preciosa del mundo -dijo él, llevándose la mano de Georgia a los labios y besándola.

– Oh, Jarrod -Georgia apoyó la cabeza en su hombro-. Me alegro de que estés de buen humor. ¿Por qué has estado tan callado?

– ¿Callado?

– Lo sabes perfectamente. ¿Qué te pasa?

Jarrod suspiró.

– Todo: el día de hoy, el pasado. Me he sentido viejo. Y al verte cantar sobre el escenario y observando cómo te miraba el público, me he dado cuenta de cuánto talento tienes. Supongo que he sentido celos.

– ¿Celos? -dijo Georgia, con una sonrisa.

– No me ha gustado tener que compartirte con el público y mucho menos, con los hombres -dijo él, avergonzado.

– Pero yo he cantado para ti -dijo Georgia, dulcemente, sintiendo una profunda emoción.

Jarrod la estrechó en sus brazos.

– Todas mis canciones son para ti -susurró, alzando el rostro para que Jarrod la besara.

– Y yo soy lo bastante egoísta como para quererte sólo para mí -dijo él, yendo al encuentro de su boca.

Georgia pestañeó para borrar la escena de su mente. Podía haber sido ese mismo día. La situación era muy similar. Ella subida al escenario y Jarrod entre el público. Georgia había cantado canciones de amor para él y el rostro de Jarrod se había ensombrecido por los celos. Igual que se había ensombrecido ahora.

Una vez más, la esperanza irrumpió en su corazón y por unos segundos sintió la aceleración de saber que Jarrod estaba celoso, tal y como lo había estado tantos años atrás. Pero otro recuerdo se interpuso, devolviéndola al abatimiento inicial y a la desasosegante sensación de abandono. Sintió una presión en el pecho y, sin darse cuenta, apretó el brazo de Andy con fuerza.

– ¿Georgia? -preguntó él, mirándola con expresión preocupada-. ¿Te pasa algo?

– No. Perdona -tomó aire para recuperar el dominio de sí misma-. Estoy cansada. He pasado mucha tensión y el cuerpo me está pidiendo un poco de descanso.

Lockie miró a su hermana y a Jarrod alternativamente.

– Será mejor que nos marchemos. Todos necesitamos dormir -le dio una palmada en la espalda a Andy-. Unos más que otros.

– ¡Qué gracioso! -dijo Andy.

– ¿Cómo vas a volver a casa, Lockie? -preguntó Ken-. Creía que no tenías rueda de repuesto.

– Voy a dejar aquí la furgoneta. Tú puedes llevar a Andy y a Evan. Nosotros iremos con Jarrod -dijo Lockie, sonriendo a su amigo-. No te importa, ¿verdad?

Jarrod sacudió la cabeza y Morgan le dio una palmada en el brazo.

– ¡Otra vez! Si sigues así vas a entrar en el sindicato de taxistas, Jarrod -lo miró-. ¿Cómo nos las arreglábamos antes de que volvieras?

«Sin problemas», respondió Georgia, mentalmente. «Y podríamos seguir siendo independientes si llamáramos a un taxi». No necesitaban a Jarrod.

Pero sus ojos lo buscaron y se quedaron fijos en él, admirando su perfil, el cabello recortado por delante y un poco largo por detrás, su ancho torso rematado en la cintura y las estrechas caderas, los vaqueros que se ajustaban a sus muslos, resaltando su músculos…

«¡Por Dios», se reprendió a sí misma. Parecía haber desarrollado una fijación con el cuerpo de Jarrod. Le resultaba imposible no devorarlo con la mirada. ¿Sería el efecto de no poder tocarlo?

«¡Contrólate, Georgia Grayson!», se ordenó, despreciándose así misma. Si seguía así, Jarrod acabaría por darse cuneta. Y se preguntaría…

– Vamos, Georgia, ¿te has quedado dormida? -la llamó Lockie, sacándola de su ensimismamiento, y haciendo una señal para que los siguiera.

Georgia entró en la cocina después de tender la ropa. Con el viento que hacía, se secaría en un par de horas.

Morgan tenía pensado ir al centro a ver a sus amigos, pero Lockie seguían durmiendo cuando las dos chicas desayunaron.

– ¿Lockie sigue en la cama? -preguntó Georgia de nuevo, cuando Morgan le sirvió otro café.

– Lo he llamado hace media hora, pero no ha dado señales de vida.

Georgia sacudió la cabeza.

– Debería ir a recoger la furgoneta lo antes posible.

– Es un desastre, ¿no te parece? -Morgan hizo una mueca-. ¡De no ser por Jarrod, no sé cómo hubiéramos vuelto anoche a casa!

– Habríamos tomado un taxi -dijo Georgia, cortante-. Por cierto Morgan, respecto a Jarrod…

Morgan la miró con una sonrisa resplandeciente.

– ¿Qué? ¿No te parece guapísimo? Podría enamorarme de él.

– Tiene edad como para ser tu padre -las palabras escaparon de la boca de Georgia antes de que pudiera contenerlas.

– ¡No sabes cuánto me alegro de que no lo sea! -rió Morgan.

– Tiene demasiada edad y experiencia para ti.

– ¡Qué va! -dijo Morgan-. Y no me des lecciones, Georgia -puso los brazos en jarras-. Tú tuviste una oportunidad con él y la perdiste, así que no puedes entrometerte.

Georgia se mordió el labio con un espanto que no pudo disimular.

– No pretendía…

– Da lo mismo, Georgia. Déjalo -al ver que Georgia enrojecía, Morgan levantó los brazos-. ¿Quién ha dicho que me interese en serio? Sólo quiero divertirme, y ya soy mayorcita como para que tengas que protegerme del Lobo Feroz.

– No iba a… Lo que quiero decir…

– ¡Ya basta! -dijo Morgan, airada-. No te humilles de esta manera. De todas formas, Jarrod no está interesado en mí. Es todo tuyo, hermana mayor, pero escucha un consejo: no le hagas esperar demasiado tiempo. Hay un montón de mujeres al acecho.

– Morgan, no tengo la menor intención de conquistarlo.

Morgan puso los ojos en blanco.

– Empiezas a preocuparme, Georgia. Cada día eres más aburrida y más crédula.

– No pienso… -Georgia se contuvo y tomó aire. ¿Por qué tenía Morgan la habilidad de sacarla de sus casillas?-. Será mejor que cambiemos de tema. ¿Te ha hablado Jarrod del trabajo en Ipswich?

– Sí.

– ¿Te interesa?

– Supongo que sí -dijo Morgan, encogiéndose de hombros-. Jarrod dice que tendría que hacer un curso de procesador de textos y otro de secretariado.

– Suena bien -comentó Georgia, intentando animar a su hermana.

– Me lo voy a pensar -fue todo lo que dijo Morgan.

– ¡Aaaay! -un quejido las interrumpió, seguido de la aparición de Lockie con aspecto soñoliento-. ¿Quién me ha metido una ametralladora en la cabeza?

Morgan se volvió hacia él.

– No te quejes. Nadie te obligó a beber champán cuando llegamos a casa. Sabes perfectamente cómo te sienta así que no pretendas que te compadezcamos.

– Necesito tomar una piscina de café -dijo, sentándose lentamente-. Tú si te apiadarás de mí, ¿verdad, Georgia?

Georgia le colocó delante una taza de café fuerte.

– ¡Auh! -exclamó Lockie al oír el roce de la taza con la mesa-. ¿Qué ha sido esa explosión? Se me va a caer la cabeza.

– Con lo vacía que la tienes lo más normal sería que se te volara -comentó Morgan.

Georgia rió quedamente y dio una palmadita en la espalda a Lockie.

– Tienes que pagar por tus pecados, Lockie Grayson.

Él dio un sorbo al café.

– Al menos espero alcanzar la salvación.

– Pues ya puedes empezar a redimirte. El garaje va a cerrar en un par de horas -le recordó Georgia.

– Sí, y Jarrod debe estar preguntándose dónde te has metido -añadió Morgan-. Le dijiste que irías a por su coche a primera hora.

Lockie miró el reloj de pared con ojos vidriosos.

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