Lynsey Stevens - Amor traicionado

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Georgia había imaginado cientos de veces que se convertiría en la mujer de Jarrod Maclean… Hasta que lo encontró abrazando apasionadamente a su madrastra.
Para contener el dolor, trató de convencerse de que se alegraba de que Jarrod hubiera decidido marcharse a otro país.
Cuando Jarrod volvió, cuatro años más tarde, Georgia no había conseguido perdonarlo. A pesar de que lo veía más enamorado de ella que nunca, él insistía que una relación sentimental entre ellos era imposible… ¿Ocultaba algo? ¿Qué había pasado de verdad cuatro años atrás? Toda la familia parecía saberlo… excepto ella.

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– ¡No! -gritó Georgia, con voz quejumbrosa-. Por favor, Jarrod, no pares.

Cubrió con su mano la de él y luego la levantó para soltar el botón del pantalón de Jarrod. El ruido resonó en el silencio de la noche. Le bajó la cremallera y buscó su sexo, acariciándolo delicadamente, excitándolo hasta arrancar gemidos de la garganta de Jarrod. En unos segundos estaban desnudos y entrelazados.

Una parte de Georgia sabía que habían alcanzado un punto del que no podían retornar, pero le daba lo mismo. Amaba con locura a Jarrod y él también a ella. Le hubiera dado lo mismo que el mundo se desintegrara en ese momento.

Entonces, el cuerpo brillante de sudor de Jarrod se colocó sobre el de ella y su sexo la penetró. En ese instante, la tierra estalló en mil pedazos y Georgia, sacudida por sucesivas olas de placer, hundió el rostro en el hombro de Jarrod para saborear la sal de su piel.

Un gran aplauso resonó en el club y el público se puso en pie. Georgia volvió a la realidad lentamente, sonriendo a su alrededor con timidez para ocultar un repentino arranque de cinismo: ¿Cómo no iba a poder cantar bien una canción con una letra tan dolorosa? El triste lamento podía haber sido escrito para ella.

Se retiró para que Lockie ocupara el centro del escenario. En la siguiente canción sólo tenía que cantar los coros.

En el pasado, hubiera defendido la honradez de Jarrod ante cualquiera. Pero al final, el hombre del que se había enamorado y Jarrod Maclean resultaron ser dos personas distintas. Y el dolor que le había causado descubrir el engaño seguía tan vivo como cuatro años atrás, cuando había pasado largas horas esperando a que Jarrod volviera.

Georgia se retiró el cabello del rostro con un gesto impaciente. Llevaba mucho tiempo recuperarse de un amor tan intenso.

¿Cuatro años?

La única razón de que la asaltaran los recuerdos era la presencia de Jarrod. Había vuelto como el hijo pródigo y estaba poniendo patas arriba su rutinaria y ordenada vida, haciéndole recordar cosas que quería olvidar, demostrándole que el pasado no estaba tan profundamente enterrado como había querido creer.

«Pero nunca vas a ser tan joven ni estar tan llena de vida y amor. Olvídalo», se reprochó Georgia. «Olvida a Jarrod y lo que hizo. Está aquí sólo para visitar a su padre. Y cuando el tío Peter muera, Jarrod se marchará. Limítate a mantenerte alejada de él y a no pensar.»

Además, aparte de unos segundos en el coche, Jarrod no había dado ninguna señal de recordar la intimidad que habían compartido. Lo más seguro era que sólo ella tuviera recuerdos.

Y Jarrod no había dado la impresión de querer retomar la relación donde la dejaron. Claro que Georgia tampoco lo deseaba. Era absurdo pensarlo. Tal vez seguía encontrándolo físicamente atractivo. Pero como hombre lo odiaba y jamás podría perdonarlo.

Aun así, sus ojos lo buscaron sin que ella se lo ordenara. Estaba inclinado hacia Morgan, intentando escuchar lo que ella le decía.

¿Qué estaría diciendo? Fuera lo que fuera, Jarrod sonrió divertido, con la misma sonrisa que solía dedicarle a Georgia en el pasado. Pero Jarrod no podía estar interesado en Morgan. Georgia sintió que la sangre se le congelaba. ¡No! ¡Morgan sólo tenía diecisiete años, no era más que una niña! Jarrod no… Georgia se obligó a apartar la mirada.

Las horas pasaron y el público no quería que el concierto acabara. Aplaudieron canción tras canción y cuando Georgia por fin bajó del escenario, corrió al camerino y se dejó caer sobre una silla, exhausta.

La diminuta habitación se llenó de gente dándole la enhorabuena con ojos brillantes. Lockie y los chicos la besaban, Morgan no dejaba de sonreír. Y entre las caras de los chicos, Georgia vio a Jarrod apoyado en el marco de la puerta.

Georgia lo miró con ojos brillantes y él le dedicó una sonrisa forzada, inclinando la cabeza a modo de saludo.

«¡Qué magnánimo!», pensó Georgia, con amargura. Si creía que necesitaba su aprobación, estaba muy equivocado. Con un movimiento brusco, Georgia apartó la mirada.

Cuando el último cliente salió del club y, tras recoger sus instrumentos, todo el grupo se sentó a tomar un café.

Georgia se había cambiado y retirado el maquillaje, pero se dejó el cabello suelto, inconsciente del aire virginal y etéreo que le proporcionaba.

Jarrod se sentaba en otra mesa y bebía su café lentamente. Tras dedicar una furtiva mirada a Georgia cuando se unió a ellos, mantuvo los ojos fijos en su bebida.

– Aquí viene nuestra estrella -dijo Lockie.

– No seas bobo. Una noche de éxito no me convierte en una estrella -respondió Georgia. La euforia inicial había desaparecido y sólo sentía cansancio.

– Como quieras -dijo su hermano-, pero te alegrará saber que el dueño del club está encantado con la actuación.

Georgia arqueó las cejas.

– Y -continuó Lockie- me ha dicho que esta noche había gente importante de la industria musical entre el público y que están gratamente sorprendidos -se puso en pie y dio unos pasos de baile-. ¡Lo hemos conseguido! Después de tantos años. ¿No te dije siempre que algún día lo lograría, Jarrod? -dijo, volviéndose hacia él.

– Al menos una vez a la semana -dijo Jarrod, sonriendo.

Lockie dio un puñetazo al aire y, sentándose sobre una mesa, elevó la mirada al techo.

– ¡No puedo esperar a hablar con Mandy el domingo! ¿No es este el día con el que todos habíamos soñado?

– ¿Y tú, Georgia? -preguntó Evan Green, el guitarrista, después de reír el comentario de Lockie-. ¿Esta noche ha convertido tus sueños en realidad?

Georgia se tensó. ¿Sueños? ¿Qué significaba esa palabra? En el mejor de los casos, eran algo pasajero, en el peor, se convertían en una pesadilla. Todos sus sueños habían estado relacionados con el amor, con tener hijos, con envejecer…, siempre con Jarrod. Y esos sueños se habían roto en mil añicos. Jarrod los había destrozado y, desde entonces, había dejado de formar parte de su vida: soñar era un lujo que no podía permitirse.

Se encogió de hombros.

– No nos entusiasmemos por el éxito de una noche -dijo, en tono neutral.

– ¡Por Dios, Georgia, qué aburrida eres! -exclamó Morgan, sentándose en la misma mesa que Jarrod-. No intentes hacernos creer que no te lo has pasado bien. He visto cómo te brillaban los ojos. Debía ser por la cara de admiración con la que te contemplaban los hombres.

– ¿Admiración?-Andy pasó el brazo por los hombros de Georgia-. ¿Ahora se le llama así? Ya verás cuando se corra la voz. Mañana vamos a tener que espantarlos como moscas.

Georgia se ruborizó y se separó suavemente de Andy.

– ¿Y quién dice que quiera que los espantéis?

– ¿No es hora de que volvamos a casa? -preguntó Jarrod, interrumpiendo las exclamaciones de los demás.

Georgia se volvió hacia él. Estaba de pie, mirándola fijamente y la imagen la devolvió una vez más al pasado con una nitidez perturbadora.

Georgia había cantado con el grupo de Lockie en la fiesta de final de curso del colegio. Todo había ido magníficamente y al acabar el concierto, todo el mundo la había felicitado. Excepto Jarrod. Hasta que llegaron a casa.

– Lo hemos pasado muy bien, ¿verdad? -dijo Georgia, mirando a Jarrod con gesto inseguro, al tiempo que intentaba encontrar una justificación a su silencio-. ¿No es increíble que el señor y la señora Kruger se matricularan en el colegio hace setenta y cinco años? No parecen tan mayores -Georgia se deslizó en el asiento hasta pegarse a Jarrod-. ¿Crees que también nosotros volveremos después de tantos años.

Jarrod sonrió a medias.

– Seguro que tú sí, Georgia, pero yo no creo que dure tanto. Tú eres más joven que yo.

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