Liz Fielding - Amores Olvidados

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Tenía que luchar por el hijo que hasta hacía poco no había sabido que tenía…
Fleur Gilbert y Matt Hanover se habían casado en secreto, creyendo que el amor que sentían el uno por el otro podría acabar con la disputa que enfrentaba a sus familias. Pero se habían equivocado.
Seis solitarios años más tarde, Fleur había dejado de soñar con volver a ver a Matt. Sin embargo, Matt no había podido olvidarla… ni perdonarla. Y cuando se enteró de que su matrimonio de una sola noche había dado como resultado un hijo al que no conocía, decidió recuperar al niño… ¿Y a su mujer?

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– ¿Por qué no vuelves a pedírmelo como si de verdad quisieras ir conmigo, Matt? -sugirió ella.

– ¿Como si de verdad quisiera ir contigo? Siempre he querido estar contigo, Fleur. Pero no lo sabía. O no sabía cómo decírtelo.

Lo dijo con tal sentimiento que Fleur se emocionó. Y no se molestó en disimular.

– Bueno, creo que con eso me vale. Si encuentro una niñera, tenemos una cita.

– Sin problemas. Ya he llamado a Lucy.

– ¿Qué? Oye, que eso tenía que hacerlo yo.

– Por si acaso -rió Matt-. Iré a buscarte a las ocho menos cuarto.

Al día siguiente, Fleur encontró tiempo para comprarse el vestido que había visto en una boutique. No era nada práctico, pero le quedaría perfecto con los pendientes de amatista que debía ponerse para su «primera cita» con Matt.

Y su expresión cuando fue a buscarla le dijo que había acertado de lleno.

Cuando volvieron a casa después de la cena y se despidieron de Lucy, Matt acarició los pendientes con un dedo.

– Te prometí que un día te compraría diamantes, ¿recuerdas?

– Nada podría reemplazar a estos pendientes.

– Es posible, pero me he dado cuenta de que no llevas ningún anillo. Te quitaste la alianza esa noche, cuando te fuiste del hotel. ¿Nunca has vuelto a ponértela… después?

– ¿Después de que tú te quitaras la tuya y la tirases entre los arbustos?

– Nunca he dejado de lamentarlo…

Fleur le tapó la boca con la mano.

– A veces. Algunas noches, cuando volvía al granero para esperarte. La tengo guardada, ¿sabes? Creo que nunca perdí la esperanza de que volvieras. ¿Quieres ponértela?

– ¿Tu alianza?

– No, la tuya. Tardé semanas en encontrarla entre los arbustos…

Matt no contestó. En lugar de eso, sacó una cajita del bolsillo y le mostró un solitario de diamantes montado sobre una banda de platino.

– Lo he visto hoy y me ha parecido perfecto para ti. Pero si no te gusta, puedo cambiarlo.

Lo sacó de la caja y tomó su mano para ponérselo delicadamente en el dedo. Fleur la movió para ver cómo se reflejaba la luz en los diamantes y entonces, como con pena, se lo quitó.

– ¿No te gusta?

– Me encanta, Matt. Es maravilloso.

– ¿Entonces? Ah, ya. Quieres que me ponga de rodillas, ¿no?

– Todo esto ha sido idea tuya. Tú querías hacer las cosas como es debido, ¿no?

– Pero no sabía si lo habías entendido.

– Claro que lo entiendo, Matt.

Entendía que había algunas cosas por las que merecía la pena esperar.

– Entonces, dígame, señora Hanover, ¿va a darme un beso en la primera cita?

– Sólo uno -contestó ella, echándole los brazos al cuello-. Así que será mejor que lo aproveches.

Capítulo 11

Fleur no podía creer que su padre estuviera recuperándose tan rápido. Evidentemente, en parte era gracias a Katherine, que había dejado su negocio en manos de Matt para dedicarse en cuerpo y alma a cuidar a Seth.

Parecía una mujer diferente. Seguía siendo elegante, pero había perdido esa dureza, esa expresión altanera. Ahora parecía más joven incluso. Menos Botox, más sonrisas de verdad.

Y su padre parecía un hombre nuevo. Eso era lo mejor de todo.

– Katherine, sé que estabas interesada en comprar el granero, pero he recibido una oferta muy generosa.

– Ah, sí, Matt me ha comentado algo.

– Sé que tú querías abrir un restaurante…

– Sí, bueno, la verdad es que estaba equivocada -sonrió Katherine-. Será una casa preciosa.

– Además, si lo vendo la directora del banco dejará de darme la lata.

Al menos, por el momento.

– Podría acostumbrarme a esto de salir contigo -estaba diciendo Fleur mientras volvían de la fiesta de Amy Hallam, con Tom medio dormido en el coche.

– Cariño, si crees que esto ha sido una cita es que estoy haciéndolo fatal -rió Matt.

– Lo estás haciendo de maravilla -sonrió ella.

Después de la cena en casa de los Ravenscar habían ido al cine, a cenar y a nadar en el río con Tom. Mientras el niño jugaba ellos lo miraban, con las manos entrelazadas, riendo como una pareja de novios. Incluso habían ido al pub a tomar una cerveza. Su aparición había causado una breve pausa en las conversaciones, pero enseguida alguien le preguntó a Fleur por su padre y un antiguo compañero de colegio de Matt lo retó a una partida de dardos… y pronto se mezclaron con la gente como una pareja normal.

Pasaban mucho tiempo juntos, conociéndose de nuevo, contándose todo lo que habían hecho durante esos seis años, cocinando en casa y disfrutando de Tom, que parecía encantado con su padre.

Una noche Matt la invitó a cenar en Maybridge, en un restaurante muy romántico; pero no hablaron de amor sino del negocio que había creado en Hungría con tanto esfuerzo, de su casa y de sus tierras.

Y, de repente, Fleur supo lo que iba a decir: que tendrían que vivir allí.

– Supongo que estás deseando volver.

– La gente es más importante que cualquier negocio, Fleur. Donde tú estás está mi hogar.

Era el momento de la verdad. El momento de hacer la pregunta que había temido hacer:

– ¿Dónde esté yo o donde esté Tom?

Él no contestó enseguida, se tomó su tiempo, pensativo.

– Subí a ese avión lleno de rabia. Cuando Amy Hallam se sentó a mi lado estaba a punto de explotar. Quería estar solo para rumiar esa ira, para ser cruel contigo cuando te viera…

– Pero hablaste con ella.

– Ella habló conmigo, Fleur. Y sin darme cuenta le mostré tu fotografía y la de Tom en ese recorte de periódico. Y le hablé de cosas de las que no había hablado en mucho tiempo. Y entonces me di cuenta…

– ¿De qué, Matt?

– De que nunca había dejado de amarte. Hemos perdido tanto tiempo, Fleur… Quiero que vivamos juntos, que seamos una familia.

– Matt…

– Yo quería hacer esto con velas, con flores, quería ponerme de rodillas -la interrumpió él, nervioso-. Pero no puedo esperar más.

– No hace falta que te pongas de rodillas. Soy tu mujer -dijo Fleur-. Y si aún tienes el anillo, este sería un buen momento.

– Cásate conmigo, Fleur. En la iglesia del pueblo, de blanco, con damas de honor, con las campanas sonando, con todo lo que tú habías soñado siempre. Como deberíamos haber hecho la primera vez.

– Matt… creo que olvidas algo. Ya estamos casados.

– Pues pediremos el divorcio para casarnos otra vez -dijo él, entusiasmado-. Y será una boda que se recordará en Longbourne hasta que nuestros nietos se casen.

¿Nietos? Fleur se llevó una mano a la boca para contener la emoción.

– No tenemos que divorciarnos. Ni casarnos de nuevo. Sólo tenemos que renovar las promesas que hicimos hace seis años… pero ahora lo haremos acompañados de nuestra familia y de nuestros amigos.

– Eso suena perfecto -dijo Matt.

Y aquella vez, cuando le puso el anillo en el dedo, Fleur no se lo quitó. No iba a quitárselo nunca.

– Fleur…

Estaba poniendo mantequilla en una tostada para Tom cuando Matt apareció en la cocina. Estaba pálido.

– ¿Qué ocurre, es mi padre?

– No… son las fucsias.

– ¿Qué pasa con las fucsias? Anoche estaban perfectamente…

Fleur no terminó la frase. Corrió hacia el invernadero y, al abrir la puerta, comprobó que todos los tiestos estaban tirados en el suelo, destrozados, y las flores pisoteadas.

– ¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?

– ¿Quién tiene llave del invernadero?

– Mi padre y yo…

– ¿Y Charlie?

– No, Charlie nos ha echado una mano de vez en cuando, pero no tenía llave… -de nuevo, Fleur no terminó la frase.

– ¿Qué ocurre, qué miras?

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