– Matt Hanover… Matt es el padre de Tom, papá.
El pitido de la máquina se aceleró durante unos segundos, pero luego volvió a la normalidad para alivio de Fleur. Su padre intentó decir algo, pero no tenía voz y ella se acercó un poco más para ver si lograba entenderlo…
– ¿Que si lo quería? Sí, claro que lo quería.
No sabía cómo explicarle cómo había querido a Matt Hanover. Para ella no había habido nadie más, nada más en su vida. Y nunca hubo nadie más.
Poco a poco, le contó a su padre cómo había empezado su amor desde aquel día que bailaron en la fiesta, cómo quedaban en el granero a escondidas. Le explicó que sus notas habían empeorado desde que lo conoció porque sólo podía pensar en él, que se miraban desde las ventanas, se hacían señas…
– ¿Qué dices, papá…? ¿Romeo y Julieta? -sonrió Fleur-. Sí, papá. Nosotros también pensábamos que éramos Romeo y Julieta. Incluso nos casamos en secreto.
No podía haber estado más equivocada.
Fuera, en el pasillo, Matt escuchaba la conversación, sin moverse, casi sin respirar, sabiendo lo importante que aquello era para Fleur. Tenía que soltar esa carga, pedirle perdón a su padre, redimir tantos años en los que se había sentido culpable.
Él no había entendido eso. No había entendido lo culpable que se sentía. Estaba demasiado furioso, demasiado dolido por la muerte de su propio padre y por la negativa de Fleur como para entender su dolor. Y como para entender que ella estaba cumpliendo con su obligación.
Él se había portado con la madurez de un niño pequeño, tirando su oso de peluche favorito porque no le daba lo que quería.
Incluso cuando su propio rostro se llenó de lágrimas y quiso acercarse a Fleur para abrazarla, para rogarle que lo perdonase, se mantuvo en silencio, levantando una mano para evitar que entrase una enfermera. Las palabras eran fáciles, pero el perdón había que ganárselo.
– Yo aquí hablando cuando debería irme a casa a buscar tu pijama -oyó que le decía, levantándose de la silla-. Te vas a poner bien, papá. Me lo ha dicho el médico. No te preocupes. Volverás con tus fucsias enseguida.
Matt vio que Seth Gilbert intentaba decir algo y luego oyó a Fleur decir:
– No pasa nada. Me las arreglaré.
Matt dio un paso atrás para que entrase la enfermera y luego se dirigió hacia la entrada del hospital para que Fleur no supiera que había estado escuchando la conversación.
Estaba esperando en la puerta cuando ella salió, con el teléfono en la oreja, escuchando los mensajes.
– Te dije que no vinieras -murmuró, a modo de saludo.
– Yo he aprendido de mis errores. Quizá tú también debieras hacerlo.
– Acabo de oír tu mensaje. ¿El perito ha dicho cuándo piensa volver?
– No hace falta. Ya ha hecho el peritaje.
– ¿Qué?
– La puerta de tu casa estaba abierta, así que le dejé entrar. Estuve con él mientras iba de habitación en habitación. He venido para traerte la llave.
– ¿Has estado en mi casa?
– Fleur…
– Bueno, te quejabas de que nunca la habías visto, así que ahora puedes tachar eso de tu lista de quejas.
– No estaba quejándome. Tú tampoco has estado en mi casa.
– No tengo ningún interés.
– ¿Ah, no? ¿En serio? ¿No sientes la menor curiosidad? ¿No te preguntaste nunca cómo sería hacerlo allí cuando mis padres no estuvieran?
Fleur se puso colorada.
– Qué tontería…
– El perito echó un vistazo a la casa y se marchó. No se molestó en comprobar nada.
– ¿Y qué dijo?
– No mucho. Está seguro de que si alguien la compra la tirará para hacer una nueva.
– De eso nada.
– Y también está convencido de que el granero podría convertirse en un bonito chalé.
– Ya, claro
– Dice que conoce a alguien que pagaría mucho dinero por ese terreno.
– Evidentemente, no conoce a tu madre.
– Mi madre puede asustar a un constructor local, pero si alguien tiene interés de verdad y aparece con un buen arquitecto, no podría hacer nada. ¿Por qué no lo llamas?
– No lo sé, es posible.
– Mientras tanto, su evaluación reflejará las posibilidades de la finca y así ganaréis tiempo con el banco. ¿Cómo está tu padre, por cierto?
– Bien, pero no tengo tiempo para quedarme aquí charlando. Tengo que ir a casa a buscar sus cosas.
– Yo te llevaré.
– No hace falta…
– Charlie Fletcher está a muchos kilómetros de distancia y yo estoy aquí, Fleur.
– ¿Sigues intentando decirme lo que tengo que hacer?
– No, sólo intento ayudarte -suspiró él.
Fleur lo miró y Matt vio en sus ojos un brillo que podría ser el preludio de una sonrisa. No una de esas sonrisas forzadas, sino una de verdad, una de esas sonrisas con las que lo había enamorado.
Y sería tan fácil volver a enamorarse de ella… Pero, claro, él nunca había dejado de estarlo.
Lo había intentado, desde luego, enterrando sus sentimientos bajo una capa de rabia, de rencor porque Fleur no había querido irse con él. Pero nunca lo había conseguido.
Ella había hecho lo que debía hacer, sin quejarse. Y él debería haberse quedado en Longbourne para ayudar a su madre, para estar con ella en el peor momento de su vida.
Culpaba a Fleur por haberse perdido cinco años de la vida de Tom, pero el único responsable era él. Y tenía razón: debía ganarse el sitio en la vida de su hijo, no con grandes gestos, no con viajes a Eurodisney, sino estando ahí para él.
– Para que lo sepas, aunque no es asunto tuyo, no iba a llamar a Charlie Fletcher, sino a Sarah Carter.
– Puedes llamarla mientras te llevo a casa.
– Muy bien.
Por fin estaban de acuerdo en algo.
– Pero en cuanto nos vean juntos en el coche empezarán los rumores.
– Que empiecen -dijo Matt.
Fleur asintió con la cabeza.
– Tienes razón. Que empiecen. Estoy tan harta…
Mientras volvían a casa, Fleur llamó a sus empleadas para que se encargaran de todo mientras su padre estaba en el hospital. Pero iba a necesitar más ayuda de la que ella imaginaba.
Matt se preguntó si se daría cuenta.
Seth Gilbert no podría hacer gran cosa cuando saliera del hospital. ¿Quién sabía cuánto tiempo iba a pasar hasta que pudiera volver a trabajar en sus fucsias?
Aunque se recuperase milagrosamente, no podría dedicarse a algo tan complejo como organizar el puesto en la feria de Chelsea.
Para eso haría falta trabajar doce horas diarias.
Pensó en mencionárselo a Fleur, pero al final decidió que ya tenía suficientes preocupaciones por el momento. Además, empezaba a darse cuenta de que lo importante eran los hechos, no las palabras.
Mientras Fleur estaba en el piso superior guardando algunas cosas que su padre iba a necesitar durante su estancia en el hospital, Matt preparó un sándwich y puso la tetera al fuego. Cuando ella bajó a la cocina, preparada para volver al hospital sin detenerse ni un segundo para descansar, él apartó una silla, decidido a no dejarla ir hasta que hubiese comido algo.
– Ah, gracias -murmuró Fleur, sorprendida-. Pero no tengo tiempo… déjalo en la nevera, me lo comeré cuando vuelva.
Lo que él había pensado, por supuesto.
– No, cómetelo ahora.
– Matt…
– Si estás agotada no podrás animar a tu padre, ¿no? Y Tom te necesita también.
Matt tuyo que apartar de su cabeza el perverso pensamiento de que si acababa exhausta tendría que admitir que lo necesitaba.
No era cierto. No lo necesitaba. Durante seis años se las había arreglado sin él.
Porque él había salido corriendo en lugar de quedarse. Ahora tenía que ser paciente, estar allí, ayudarla. Fleur le había dicho que tenía que ganarse un sitio en la vida de su hijo y pensaba hacerlo. Pensaba ganarse un sitio para que fueran una familia. Porque eso era lo que quería, lo que deseaba más que nada en el mundo.
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