Liz Fielding - Amores Olvidados

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Tenía que luchar por el hijo que hasta hacía poco no había sabido que tenía…
Fleur Gilbert y Matt Hanover se habían casado en secreto, creyendo que el amor que sentían el uno por el otro podría acabar con la disputa que enfrentaba a sus familias. Pero se habían equivocado.
Seis solitarios años más tarde, Fleur había dejado de soñar con volver a ver a Matt. Sin embargo, Matt no había podido olvidarla… ni perdonarla. Y cuando se enteró de que su matrimonio de una sola noche había dado como resultado un hijo al que no conocía, decidió recuperar al niño… ¿Y a su mujer?

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– ¿Mamá?

– Hola, hijo.

– Mamá, ¿qué haces aquí?

– Baja la voz, Seth está durmiendo.

– ¿Qué le ha hecho? -exclamó Fleur, acercándose a su padre para comprobar que estuviera bien-. ¿Cómo ha entrado aquí?

– Como todo el mundo, por la puerta -contestó Katherine Hanover-, Seth y yo hemos estado hablando. Llevábamos tanto tiempo sin hablar…

– Mamá…

– Deberías haberme dicho que estaba en el hospital, hijo.

– ¿Para qué? -preguntó Fleur-. ¿Para que pudiera reírse como se rió de mi madre?

Matt apretó su mano.

– Cariño, por favor…

– Es que fue a ver a mi madre, Matt. Y cuando mi padre la vio se puso enfermo. Pero, ¿sabes lo que me dijo? Que no me enfadase con ella -Fleur se volvió hacia Katherine Hanover-. Incluso entonces fue incapaz de decir algo malo sobre usted.

– Fleur…

– Mi madre había sufrido unas quemaduras terribles, Matt. El coche se incendió y…

– Por favor, no sigas.

– Déjala hablar, Matt.

– Tu madre se quedó allí, mirando a la mía a través del cristal de la UCI. Pensé que había ido para consolar a mi padre, pero sólo dijo: «Espero que viva. Quiero que viva, que sienta el dolor que ella me ha hecho sentir a mí durante todos estos años».

Katherine Hanover se cubrió la boca con la mano.

– Dígale que es verdad -insistió Fleur.

– Sí, es verdad. Que Dios me perdone.

– Fleur, por favor, vámonos…

– ¿Y dejar a mi padre con ella? Si hubieras estado allí, Matt, si la hubieras oído… ¿Cómo podía irme contigo después de eso?

– Lo sé, cariño, lo sé -murmuró él, abriendo los brazos.

Capítulo 10

Matt apretó a Fleur contra su pecho, dejándola llorar, absorbiendo sus sollozos y sintiendo cada uno de ellos como un golpe en el corazón.

Mientras intentaba consolarla, miraba a su madre por encima de su cabeza. Parecía gris, mucho mayor que nunca. No parecía la mujer exquisita que se había encontrado cuando volvió de Hungría.

Y por fin entendió que había sido desgraciada toda su vida. Y le quedó claro por su forma de mirar a Seth que, fuera lo que fuera lo que había hecho, lo había pagado muy caro.

– ¡Fuera! -exclamó la enfermera, que por fin había dado con ellos-. ¡Todo el mundo fuera de aquí!

Seth Gilbert intentó hablar entonces.

– No pasa nada, Seth -dijo la enfermera, estirando la sábana-. Tómese su tiempo.

Fleur se apartó de Matt para apretar la mano de su padre y él tuvo que controlar la desesperación que le producía ese gesto. La había perdido una vez porque su padre la necesitaba. No podía perderla de nuevo.

– ¿Qué quieres decir, papá?

De nuevo, Seth intentó hablar.

– No entiendo… -Fleur se volvió hacia Matt y él se dio cuenta entonces de que aquella vez era diferente. Aquella vez estaba a su lado y lo necesitaba-. No lo entiendo.

– Quiere que me quede -dijo Katherine Hanover-. Quiere que me quede con él.

Fleur miró a su padre, que alargó la mano para tomar la de Katherine.

– Pero… eso es lo que no entiendo.

– Yo tampoco -dijo Matt-. Pero quieren estar juntos y eso es todo lo que importa.

– Cinco minutos -concedió la enfermera, ya que estaba claro que Katherine Hanover no iba a moverse de allí a menos que llamara a Seguridad-. Sólo usted y sólo cinco minutos.

– Estaremos en la cafetería, mamá -dijo Matt. Pero Fleur no quería moverse-. Tienen que hablar, Fleur. Y nosotros también.

Por fin consiguió hacerla salir de allí, pero Fleur iba como mareada.

– Le ha dado la mano. No entiendo nada…

– Yo tampoco, pero mi madre me dijo el otro día que antes de casarse con mi padre solía ir a las fiestas que organizaba tu abuela.

– No me lo habías dicho.

– Sí, bueno, es que en ese momento estaba ofreciéndome vuestra casa como regalo… para que sentara la cabeza.

– ¿Mi casa? Pues siento que os llevéis una desilusión, pero acabo de recibir una oferta por el granero que no puedo rechazar.

– ¿Vas a aceptarla?

– Pues claro. Tengo que hacerlo.

– Me alegro -dijo Matt.

No había nada extraño en su reacción y, sin embargo, Fleur se sintió decepcionada. No sabía por qué. Quizá porque, en el fondo, la entristecía tener que vender un sitio que había sido tan especial para ellos.

Una bobada.

Matt había dicho que tenían que hablar, pero una vez en la cafetería se sentaron a una mesa, en silencio, los dos perdidos en sus pensamientos. Y cinco minutos después llegó Katherine Hanover.

– Mamá.

Katherine permaneció de pie, casi como si esperase permiso para sentarse.

– Por favor siéntese, señora Hanover.

– Gracias.

– ¿Quiere beber algo?

– Un vaso de agua, por favor.

Sin decir nada, Matt se levantó para ir a la barra. Y para dejarlas solas, quizá.

– Seth me ha dicho que Matt y tú… que Tom es mi nieto.

– Sí -contestó Fleur, tragando saliva.

– Lo he visto muchas veces jugando en el jardín, como hacía Matt cuando era pequeño. Es un niño muy guapo.

– Gracias. ¿Qué ha pasado, señora Hanover? ¿Qué hay entre mi padre y usted? ¿Puede contármelo?

– Sí, supongo que tienes derecho a saberlo -suspiró ella.

Matt volvió en ese momento y se sentó al lado de Fleur, apretando su mano. Katherine no pareció darse cuenta. Parecía estar en otro sitio, en otro tiempo. Recordando.

– Jennifer, tu madre, era mi mejor amiga.

– Ah, no lo sabía.

– Íbamos juntas a todas partes, éramos una pandilla. Phillip, Seth, todos nosotros.

Fleur arrugó el ceño.

– ¿Su marido y mi padre?

– Entonces las rencillas entre las dos familias eran poco más que una broma. Para nosotros era agua pasada. Phillip estaba loco por Jennifer y ella lo animaba, aunque yo sabía que no estaba interesada. Un día le pregunté si le gustaba de verdad y me dijo que estaba esperando a su príncipe azul, pero que mientras tanto le divertía salir con un chico guapo que tenía un buen coche.

Fleur reconoció el doloroso retrato de su madre. Tan profunda como una telenovela.

– Yo estaba enamorada de Seth. Lo quería tanto que no podía ni dormir, pero entonces el sexo era algo que no se hacía hasta que una se había casado… y Jennifer me animaba a que mantuviera las distancias. Una noche, durante una fiesta, Seth había bebido un poco de más y se dejó llevar, pero yo me hice la dura porque los hombres como él no se casaban con chicas fáciles. Tu padre se lo tomó muy mal y nos enfadamos. Yo acabé llorando en los brazos de Jennifer y ella me prometió que hablaría con él. Y sí, habló con él… para decirle que yo era una cría, que no tenía ni idea y que un hombre tan guapo como él podía tener a quien quisiera. A ella, por ejemplo.

– Pero… ¿por qué?

– Entonces tu padre era mejor partido que Phillip, Fleur. Y supongo que ella estaba molesta porque Seth prefería a una chica más bien normalita como yo y no a una tan guapa como ella. Por lo visto fueron al granero con una botella de vino… -Fleur y Matt se miraron-. Con decirme eso tuve bastante. El granero era donde iba todo el mundo a hacerlo por aquella época.

Matt apretó la mano de Fleur, como para advertirle que no dijera nada.

– Jennifer me juró que no había querido que pasara, pero que habían bebido mucho, que se les fue la mano… y que estaba esperando un hijo de Seth.

– ¿Qué? ¡No! -exclamó Fleur.

– No, era una mentira, por supuesto. Pero tu padre no lo sabía. Yo me quedé tan desolada que acepté el consuelo de Phillip y cuando descubrí que todo era mentira, que Jennifer no estaba embarazada, que nunca había estado en el granero con Seth, era demasiado tarde. Estaba embarazada de ti, Matt, y en aquella época lo único que se podía hacer cuando una estaba embarazada era casarse.

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