Liz Fielding - Cena para Dos

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Había dos cosas a las que Nick Jefferson no podía resistirse: un desafío y una mujer rubia. Así que, cuando se encontró con la última de sus rubias y ésta lo desafió a que preparase una cena romántica para ambos, no pudo negarse. Pero, lamentablemente, Nick era incapaz de freír un huevo, y tuvo que pedir ayuda a Cassie Cornwell.
Cassie no era el tipo de Nick. Para empezar, era morena y, además, la primera mujer que lo había rechazado, aunque no muy convencida. Su primer matrimonio la había vuelto muy desconfiada, pero eso no la salvó de la decepción que sintió al saber que Nick la había llamado para que le preparara una escena de seducción, en lugar de querer compartir la cena con ella…

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– Te pondría encima de mis rodillas y te daría unos azotes por subirte a una silla vieja. ¿No tienes una escalera? -le preguntó.

– Se la he dejado a mi vecina.

– Tendrías que habérsela pedido -hizo una pausa y agregó-: Sostén esto en su sitio mientras voy a buscar la caja de primeros auxilios. Luego te pondré una venda.

– No veo la hora de que lo hagas -di ¡o ella. Prefería eso a que llamase a una ambulancia.

De pronto cambió de tema y le preguntó:

– ¿Cómo has entrado, Nick?

– Arriesgando mi vida -dijo Nick, agachándose para buscar debajo del fregadero.

La tela del vaquero se pegó a sus fuertes piernas. En traje era muy atractivo; pero en vaqueros y con una camiseta ajustada, era digno de admiración.

Nick alzó la cabeza y sonrió devastadoramente.

Ella se mordió el labio para no dejar escapar una exclamación.

– Al fondo, contra la pared -le indicó ella, al ver que él no encontraba lo que buscaba-. No tendrías que haber saltado. Te podrías haber caído.

– No te preocupes. No soy tan incompetente como tú. No me he hecho daño.

– No eres tú quien me preocupa -ella estaba furiosa con él. No por el insulto sino por su estupidez-. Podría haberte visto alguien del vecindario y tener en vilo a todo el barrio.

– De hecho alguien me ha gritado algo -confesó él.

– Entonces prepárate para que venga la policía -en ese momento se oyó que golpeaban a la puerta-. ¿Qué te acabo de decir?

Él se puso una mano en la oreja.

– No he oído sirenas.

– Será mejor que vayas a abrir y que le asegures a quien sea que no me están estrangulando, Nick. O llamarán de verdad a la policía.

Pero era demasiado tarde. Alguien había llamado ya a la policía, y un momento más tarde, Nick apareció con un guardia en la cocina.

– Cassie, cariño. El policía Hicks dice que una de tus vecinas denunció una entrada ilegal. Le he explicado lo que ha pasado, pero por supuesto él quiere asegurarse de que estás a salvo, y de que no soy un asesino en serie que le estoy contando una mentira.

«¿Cariño?», pensó Cassie. ¿A qué estaba jugando? Bueno, le demostraría que él no era el único que podía jugar. Se volvió al policía y le dijo:

– ¡Menos mal que ha venido, oficial! Este hombre es un absoluto desconocido. Ha trepado por la pared del fondo y ha entrado en mi casa sin mi permiso.

Fue un error. Ella no debió hacer eso. Se dio cuenta inmediatamente. El joven policía no sabía qué pensar y miró a Nick, con cara de confusión.

– Se lo he dicho, oficial. La señorita Cornwell se cayó de una silla. Estoy seguro de que se debe de haber dado un golpe en la cabeza, pero se niega a que la lleve a urgencias.

Estaba insinuando que estaba mal de la cabeza, pensó ella. De acuerdo, se lo merecía. Pero, ¿hacía falta que pusiera esa cara de piedad al decirlo?

– El señor Jefferson me ha dicho que usted se había caído de una silla, señorita -dijo el policía, tratando de empezar desde el principio para ordenar los acontecimientos-. Mmmm… ¿Se ha golpeado la cabeza? Quizás debiera seguir el consejo del señor Jefferson e ir al hospital a que la examinasen.

Nick miró a Cassie y alzó una ceja como diciéndole que ella se lo había buscado.

Tal vez él tuviera razón. Quizás estuviera loca. Realmente se sentía un poco mareada. Pero no por haberse hecho daño en la cabeza.

De todos modos era mejor que no se tomara a broma la situación.

El policía ciertamente no se estaba divirtiendo. Estaba mirando el tobillo de Cassie cubierto por un paquete de judías congeladas, y no esbozaba ni la más mínima sonrisa.

CAPÍTULO 6

– HOY, he sufrido una caída -confirmó Cassie-. Pero no me he golpeado la cabeza. Y Nick vino a rescatarme -agregó con una sonrisa, invitando al policía a compartir la broma con ella.

El policía rechazó su invitación frunciendo el ceño.

– Creí que había dicho que usted no conocía al señor Jefferson.

Ése era el problema con una broma de mal gusto. Tener que explicarla. Porque era muy, pero muy embarazoso.

– Lo sé, y lo siento mucho, oficial -maldecía la hora en que se le había ocurrido hacer aquella broma. Maldecía la hora en que se le había ocurrido ofrecerle unas hierbas a Nick…-. Era una broma. Sólo una broma -agregó ella enseguida al ver que el policía fruncía más el ceño.

La culpa la tenía Nick, por meterse en su casa. Aunque tenía que reconocer que había ido a rescatarla. Claro que, lo había hecho por interés propio, para que ella le solucionara el problema del caldo.

– Nick me ha llamado por teléfono, y me he caído al intentar llegar hasta él. No es nada serio. De hecho él estaba a punto de vendarme el tobillo.

– ¿De verdad? ¿Está segura de que no necesita atención médica? -le preguntó el policía.

– ¡Oh, no! Nick puede hacerlo perfectamente, oficial -ella tenía ganas de quitarse de en medio al policía, pero no si eso significaba que la llevaran a urgencias-. Las torceduras al parecer siempre han sido frecuentes en su familia -agregó.

– ¿Sí?

– Casi todos son deportistas -a excepción de Nick, que al parecer prefería otro tipo de juegos-. También mujeres… -añadió-. Es de Deportes Jefferson, ¿lo conoce, no?

– Sí, lo conozco-dijo el policía

Por supuesto que lo conocía. Todo el mundo conocía el edificio de los Jefferson.

– Bueno, será mejor que no retrase los primeros auxilios del señor Jefferson. Si es tan amable de darme algunos detalles para el informe… -le dijo el policía a Cassie. Luego se volvió hacia Nick y le dijo-: Por favor, ¿podría ir al coche de la patrulla y avisar a mi compañero que iré enseguida?

Nick se fue sin decir una palabra. Entonces el oficial miró la silla tirada, y la puerta rota del armario. Se volvió a Cassie y le dijo:

– ¿Alguna otra cosa antes de marcharme, señorita Cornwell?

– ¿No va a pedirme los datos personales?

– No, excepto que quiera elevar una queja.

– ¿Una queja? Creí que le había quedado claro…

– Será mejor que hable con una oficial, quiero decir…

un miembro femenino del cuerpo de policía. Yo me encargaré de ello.

Cassie no entendía nada. Tal vez se hubiera golpeado la cabeza después de todo.

– Lo siento, oficial. No comprendo…

– Con alguien del Departamento de Violencia Doméstica, quiero decir.

– ¿Qué?

¿Qué estaba insinuando? ¿Que Nick la había maltratado? ¿Que todo aquello era producto de una pelea doméstica?

– ¡Oh, no! ¡No! Nick no… Quiero decir, sinceramente. ¡Oh! Esto es muy embarazoso, sinceramente…

El joven policía permanecía imperturbable.

– Sólo le estaba haciendo una broma a Nick. Lo siento. Sinceramente, lo siento. No debí hacerlo, pero él… -no le iba a decir al policía lo que ella había sentido cuando él la había llamado «cariño»…-. Me caí de la silla cuando intenté atender el teléfono, de verdad. Él se dio cuenta de que yo me había hecho daño y vino corriendo a verme. Yo sólo le estaba tomando el pelo un poquito… -podía hacerle oír el contestador automático como prueba, pero se le ocurrió que aquel joven policía podría malinterpretar los chillidos de Nick.

– ¿Por qué ha entrado por la pared del fondo?

– Yo no podía llegar hasta la puerta, y él no tenía llave. Es un amigo, oficial, no es mi amante -era importante convencerlo de ello. Los amigos no te pegan-. No soy su tipo, en realidad.

– ¿No? -el policía sonrió finalmente-. No me lo explico. Yo hubiera jurado que usted podría ser el tipo de cualquier hombre que la hubiera visto por televisión.

La halagaba, teniendo en cuenta que ella debía de tener cinco o seis años más que él. Toda una vida, cuando se tenía la edad del oficial.

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