Liz Fielding - Ganar el Amor

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Jacqui Moore estaba huyendo… ¡de su trabajo de niñera! No podía volver a encariñarse con un niño y tener que enfrentarse a perderlo después…hasta que conoció a la pequeña huérfana Maisie y se comprometió a cuidarla durante las noches.
Pero las noches se convirtieron en semanas y las emociones de Jacqui amenazaron con desbordarse, porque además de Maisie, le había robado el corazón el dueño de la casa, el atractivo y asustado Harry Talbot.
No había lugar donde pudiera esconderse de sus sentimientos…

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– Parece que tenemos visita -dijo Harry-. La verja está abierta.

– ¿Quién…? -empezó a preguntar Jacqui, pero de repente salió del Land Rover, antes incluso de que Harry lo detuviera, y levantó en brazos a la niña que se arrojó sobre ella-. ¡Emma! ¡Cariño! ¿Qué estás haciendo aquí? -entonces miró a los Gilchrist. que esperaban junto a su coche, y supo la respuesta.

Y en aquel momento. con el corazón encogido, supo que sólo había respuesta a la pregunta de Harry. Quería quedarse allí. pero estaba a punto de que le recordaran una promesa. Dejó a Emma en el suelo, aunque la niña continuó aferrada a su mano. y animó a Maisie. quien había reclamado al instante la otra mano. a que llevara a Emma a ver su poni. Entonces hizo las presentaciones de rigor.

– Harry, éstos son Jessica y David Gilchrist. Yo trabajaba para David cuidando a Emma.

– Jacqui me lo ha contado todo sobre ustedes -dijo Harry con una sonrisa forzada, y los invitó a pasar-. El fuego de la biblioteca está encendido. ¿Por qué no se ponen cómodos mientras preparo un poco de té?

David Gilchrist levantó las cejas, sin dejarse impresionar por un hombre que preparaba té para las visitas cuando él tenía una criada que lo hiciera. La señora Gilchrist, por su parte, parecía desesperada.

– Jacqui -le dijo en cuanto Harry se alejó-, cometí un terrible error. ¿Podrás perdonarme?

– Por supuesto. Pero no tenías que venir hasta aquí para pedirme perdón. Por cierto, ¿cómo sabías dónde estaba?

– La señora Campbell nos lo dijo. Dijo que iba a avisarte por teléfono.

– Mi móvil estaba apagado. Estábamos en la función de Maisie. Espero que no hayáis esperado mucho.

Ella negó con la cabeza, como si la espera no importara.

– Eres tan buena con los niños…

– No hay ningún secreto en eso. Jessica. Son personas, como tú y yo.

– Pero tú haces que parezca muy fácil. Emma… -se miró las manos mientras retorcía su pañuelo-. No puedo tratarla. Me odia. Por eso te pido, te suplico que vuelvas. Ella me dijo que le habías prometido que estarías a su lado si te necesitaba… Tendrás tu propia casa, tu propio coche, te pagaremos lo que haga falta. Hong Kong es un lugar maravilloso…

Jacqui le puso una mano sobre la suya, interrumpiéndola.

– ¿Crees que después de lo que pasó podría volver a hacer esto por dinero?

– Pero estás aquí -dijo Jessica, confusa-. La señora Campbell dijo que sólo era un trabajo temporal. Nosotros te ofrecemos un buen empleo…

– Ya la ha oído, señora Gilchrist. Jacqui no está disponible. Y, a pesar de lo que les haya dicho la señora Campbell. no es la niñera de Maisie.

Los tres se giraron y vieron a Harry en la puerta, con una bandeja en las manos.

– ¿Entonces, qué es? -preguntó David.

– Para Maisie, es su verdadera madre. Para mí… -hizo una pausa y miró directamente a Jacqui-. Es la luz que brilla al final de un largo túnel. El calor en una fría noche de invierno. El consuelo. La alegría. Lo que hace que mi vida esté completa.

Jacqui apenas fue consciente de la conversación que siguió.

– Entiendo -dijo David.

– No, señor Gilchrist, no tiene ni la menor idea.

– Estamos perdiendo el tiempo aquí, Jessica. Hay cientos de niñeras buscando el trabajo que ofrecemos.

– ¿Es que no han aprendido nada? -preguntó Harry con mucha calma-. Cuidar a un niño no es sólo un trabajo…

David Gilchrist se levantó y agarró a su esposa del brazo.

– Vámonos.

– ¡No! -exclamó Jacqui, poniéndose en pie-. Esperad… -se volvió hacia Harry, suplicándole en silencio que lo entendiera.

Y Harry Talbot. que había expuesto su desprotegido corazón para mantenerla a su lado, supo que iban a destrozárselo otra vez.

– Harry -dijo ella-, ¿te importa ir con David a ver qué hacen las niñas? Tengo que hablar con Jessica.

– Pensaba que ibas a irte con ellos.

– ¿Porque lo prometí? -preguntó Jacqui, apoyándose en la verja mientras veía alejarse el coche de los Gilchrist y se despedía con la mano por última vez de Emma.

– Porque lo prometiste -respondió él fríamente.

– Emma no me necesita. Tiene una madre. Alguien que cuidará de ella porque la quiere, no porque reciba un cheque cada mes.

– Oh, claro…

– David Gilchrist es millonario, guapo y todavía joven. Era inevitable que volviera a casarse.

– Contigo en su casa, no me explico por qué se buscó a otra mujer.

Jacqui se echó a reír.

– Oh, vamos. Sólo era una empleada. Seguramente cree que he encontrado mi lugar junto a… ¿cómo te llamó?

– Un caballero granjero.

– No lo corregiste.

– Por él no merece la pena malgastar el aliento. ¿Emma se ha quedado satisfecha? ¿El brazalete la compensó por tu pérdida?

– No me ha perdido. Ahora lo entiende. Sólo tenía que saber que yo no la abandoné, Harry. La pobre Jessica pensó que tenía que echarme de sus vidas por completo para que Emma la quisiera. No comprendía que el amor de un niño es ilimitado.

– ¿Y ya está?

– No. Llevará su tiempo, pero creo que podrá llamarme de vez en cuando.

– ¿Desde Hong Kong?

– Pueden permitírselo.

– ¿Y qué le has dicho a Emma?

– Que siempre la querré. Y que siempre estará ahí cuando me necesite. No tengo que vivir en la misma casa ni en el mismo país para cumplir esa promesa. Todo lo que tiene que hacer es llamarme por teléfono.

– ¿También le dijiste que puede llamarte a cualquier hora?

– La verdad, Harry, es que le dije algo más. Le dije que podía venir a pasar aquí el verano. ¿Te importa?

¿Importarle? Si Emma iba a pasar allí el verano, eso significaba que Jacqui estaría allí.

– Lo único que me importa es saber si vas a quedarte. Antes pensé que te había perdido.

– ¿Eso pensaste? -preguntó ella, mirándolo a los ojos-. ¿Y habrías dejado que me fuera, igual que hiciste con Maisie?

– No, amor mío. Los Gilchrist te ofrecían un trabajo, yo te ofrezco mi vida. Todo lo que tengo.

– Háblame del futuro, Harry -le pidió ella con un hilo de voz-. Háblame de nuestras vidas.

– Ser la mujer de un médico rural no se parece en nada a la vida de lujo que tendrías en Hong Kong. Y sabiendo lo poco que te gustan las gallinas…

– Ya te dije que me he acostumbrado a las gallinas, y disculpa, pero ¿eso es una proposición?

– ¿Quieres que me ponga de rodillas?

Ella bajó la mirada al suelo. Había un charco de barro en medio del camino, así que tuvo compasión de Harry.

– ¿Por qué no dejamos eso para más tarde? Cuando me demuestres lo que querías decir con eso de «el calor en una fría noche de invierno».

– No es invierno, cariño. El sol brilla con fuerza. El próximo domingo empieza la Pascua.

– He visto nevar en Pascua -dijo ella, estremeciéndose.

– Bueno, ahora que lo dices, puede que tengas razón. Seguramente tengamos una helada esta noche -la rodeó con un brazo mientras volvían a la casa-. ¿Puedo hacer algo más por ti? -Detesto ese cartel de «Prohibido el paso» que hay en la verja.

– Lo quitaré ahora mismo.

– Y deberíamos tener una cabra, ¿no crees?

– ¿Una cabra? -preguntó él, riendo-. ¿Alguna vez has intentando ordeñar una cabra?

– No, pero todos los minifundios tienen una cabra.

– ¿Qué te hace pensar que esto es un minifundio?

– Dos campos, cinco burros, un poni, un montón de gallinas y conejos…

– Mira a tu alrededor -la interrumpió él-. Hasta donde alcance tu vista, desde lo alto de las colinas hasta la carretera principal.

– ¿Todo eso? Pero entonces el pueblo…

– El pueblo formaba parte de la finca original, pero mi abuelo les cedió la propiedad a los aldeanos, hace cincuenta años. Casi toda la tierra está arrendada a los granjeros locales.

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