– ¡Perdonad! -gritó Maisie-. Si vais a hacer cosas vulgares como besaros…
– ¡No! -exclamó Jacqui. Se apartó bruscamente, en volvió a Maisie con una toalla y la sacó del agua para empezar a secarla-. He perdido el equilibrio, nada más, y el tío Harry me ha sujetado.
Maisie la miró con escepticismo y se volvió hacia Harry, totalmente inexpresiva.
– El no es mi tío. Es mi papá.
Harry se quedó helado. ¿Qué demonios le había contado Susan a la niña? ¿Qué historias le había metido en la cabeza? La culpa lo traspasó, más afilada que cualquier dolor que hubiera sufrido, directa al corazón. Le había entregado aquella niña a una mujer que la trataba como a un objeto, y se había apartado sin luchar, renunciando a su amor y su respeto. ¿Qué podía decir ahora que no empeorara aún más las cosas? Algo. Tenía que decir algo y rápido, porque los ojos grises de Jacqui le exigían la verdad.
– Jacqui… -empezó, pero la voz se le quebró.
La expresión de Jacqui cambió de la duda a la certeza.
– Discúlpame, Harry. Es tarde y tengo que acostar a Maisie si mañana vamos a ir de compras -levantó a la niña en brazos y salió del cuarto de baño.
Unos minutos antes, Harry había estado quejándose porque aquella mujer hubiera derrumbado el muro defensivo que él había levantado. Ahora ella se había retirado, dejándolo a merced de los sentimientos. Había intentando decir algo, pero era demasiado tarde. Se había ido. Y también Maisie.
Por un momento estuvo tentado de seguirlas y ofrecer una explicación. Pero ¿era eso justo? Había hecho lo que había hecho, y ya no podía cambiarse. Tal vez fuera mejor así. Debería darse una ducha, mantener las distancias por el bien de todos, volver a la fingida normalidad de su vida. Pero un murmullo de voces procedente de la torre lo atrajo, igual que antes lo habían atraído las risas. Eran las palabras tranquilizadoras de Jacqui mientras acostaba a Maisie y las disculpas desesperadas de la niña.
– Lo siento, lo siento… No quería decirlo. El no me obligará a irme, ¿verdad? Aún puedo ir al colegio…
Harry llamó a la puerta y la abrió. El corazón se le encogió al ver a Maisie acurrucada en su cama y se le hizo un nudo en la garganta. Las dos lo miraban, esperando a que hablara.
– Ven a verme mañana antes de ir a comprar, Jacqui -consiguió decir-. Necesitarás dinero.
Sintió la mirada de Jacqui fija en él, y supo que intentaba averiguar lo que estaba pensando. Esperó que cuando lo descubriera se lo dijera, porque él había abandonado el guión que se había escrito para sí mismo y estaba vagando en la oscuridad, buscando alguna luz que le mostrara el camino.
– Me gustaría que tú también vinieras -dijo ella-. En los sitios que no conozco me desoriento con facilidad.
Allí estaba. La luz en la oscuridad.
– Por supuesto -respondió-. ¿Sabes lo que necesita?
– Haré una lista -dijo ella. El asintió y se giró para marcharse- Harry… -lo llamó. Él se detuvo y espero-. Te he dejado algo de cena en el frigorífico.
El destello se hizo más brillante y más cálido. A Harry le pareció que había pasado una eternidad hasta que Jacqui fue a verlo a la biblioteca con una bandeja.
– He hecho café.
– No tenías que molestarte -dijo él, tomando la bandeja y dejándola sobre la mesita.
Aunque tal vez Jacqui hubiera hecho bien en molestarse. La bandeja, el café… no eran más que una manera de mantenerse ocupada y así evitar mirarlo. Y era sólo en esos momentos, cuando ella no lo miraba, cuando comprendía lo directa y penetrante que era su mirada. Era curioso cómo podía ver en su interior, sin importar la máscara que llevara. Después de verse a sí mismo con claridad por primera vez en mucho tiempo, no la culpaba por no querer mirarlo a los ojos en esos momentos. Jacqui sirvió el café en dos tazas y le tendió una a él sin leche ni azúcar. Entonces se sentó en el sillón más alejado de la chimenea y esperó a que él también se sentara.
– Debes de estar preguntándote… -empezó a decir él.
– Sí, pero antes de que digas nada, Harry, tienes que saber que Maisie y yo hemos tenido una charla por lo de los teléfonos y las mentiras. Ella ha confesado que escondió mi móvil y que sacó de su bolsa la ropa para el campo que su madre había metido y la cambió por sus vestidos más bonitos. Por lo visto, quería que te fijaras en ella.
– Pues dile que lo ha conseguido.
– Te sugiero que se lo digas tú mismo -replicó ella, muy seria.
– Lo haré -prometió él, consciente de que estaba en un serio problema, y no sólo por Maisie.
– Bien. A partir de ahí todo será más fácil. Maisie estaba muy preocupada por lo que pudieras pensar de ella-se metió la mano en el bolsillo y sacó una hoja plegada-. Por eso me dio su certificado de nacimiento.
– ¿Su certificado de nacimiento? -repitió él, perplejo-. ¿Qué demonios hacía con eso? Debería estar guardado bajo llave. Para no hacer daño a nadie…
– Dijo que lo había encontrado tirado por ahí, aunque sospecho que en realidad lo estaba buscando y que tal vez se aprovechó de algún cajón abierto -sonrió y él se olvidó de respirar-. No sé tú, pero yo confío en la habilidad de Maisie para crear una distracción conveniente cuando quiere conseguir algo.
– Es un pequeño demonio -corroboró él, y se sorprendió a sí mismo devolviéndole la sonrisa.
– Y en caso de que te preguntes por qué, diría que estaba intentando averiguar quién era ella.
La sonrisa se borró del rostro de Harry.
– Ella sabe quién es.
– ¿Eso crees? Si estuvieras en su lugar, ¿no tendrías unas cuantas preguntas?
– Debería habérselo preguntado a Sally -dijo él-. Su certificado de nacimiento no le dirá nada.
– ¿No? -preguntó ella, y abrió el documento-. A mí me parece que este pedazo de papel nos dirá bastante. Por ejemplo, no es un certificado de nacimiento normal y corriente. Ni siquiera un certificado de adopción. Es un certificado de nacimiento consular expedido en Digali, un pequeño país subsahariano que sufre desde hace muchos años una terrible guerra civil -levantó la mirada, desafiante-. ¿Estuviste trabajando allí?
– Para una ONG, sí.
– ¿De verdad? -preguntó con repentino interés, y soltó un pequeño suspiro-. Cómo te envidio.
– Deberías haber seguido con tu carrera si querías trabajar sobre el terreno. ¿Tienes idea de cuánta ayuda se necesita?
– Lo sé, pero la vida se interpuso en mi camino -dijo ella con una triste sonrisa, y pareció perderse en sus pensamientos por un momento.
– ¿Me contarás qué pasó? -le preguntó. Tenía que saber lo que la había vuelto tan triste.
Ella lo miró en silencio durante un rato.
– Tal vez. Más tarde, quizá…
¿Dependiendo de lo franco que fuera con ella? No tenía intención de mentirle.
– ¿Es una promesa? -preguntó, inclinándose hacia delante y aguardando su respuesta con la respiración contenida. Y cuando ella asintió, Harry supo que no había sido una decisión fácil y que lo había pensado muy seriamente antes de confiar en él.
– Es un trato, Harry. Tú me cuentas tus secretos y yo te cuento los míos.
– Mis secretos están ahí, en tu regazo, en un documento público.
– Quiero saber algo más aparte de que eres un mentiroso, Harry Talbot -las palabras eran duras, pero su voz no. Ni tampoco su mirada-. Muy bien -dijo ella, cuando él no dijo nada-. Vamos a ver -.desdobló la hoja y empezó a leer.
Padre: Henry Charles Talbot. Profesión: cirujano.
Madre: Rose Ngei.
Nombre del bebé: Margaret Rose.
Lugar de nacimiento…
– ¿Cómo lo hiciste, Harry? -le preguntó-. ¿Por qué lo hiciste?
Читать дальше