Liz Fielding - Ganar el Amor

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Jacqui Moore estaba huyendo… ¡de su trabajo de niñera! No podía volver a encariñarse con un niño y tener que enfrentarse a perderlo después…hasta que conoció a la pequeña huérfana Maisie y se comprometió a cuidarla durante las noches.
Pero las noches se convirtieron en semanas y las emociones de Jacqui amenazaron con desbordarse, porque además de Maisie, le había robado el corazón el dueño de la casa, el atractivo y asustado Harry Talbot.
No había lugar donde pudiera esconderse de sus sentimientos…

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– ¿Temías que me enfadara y le gritara a Maisie?

– Sí -admitió ella, mirándolo a los ojos-. Aunque tú no gritas, ¿verdad?

– A pesar de mi aspecto, Jacqui, no soy un ogro.

Ella alargó una mano y lo tocó ligeramente en el brazo. Por supuesto que no era un ogro. Sólo era un hombre triste y desdichado. Pero ¿no eran así los protagonistas de los cuentos de hadas?

– Reprimes todas tus emociones. Tal vez sería mejor que le gritaras a Maisie. Seguro que podría soportar un estallido emocional tuyo mucho más que tu silencio -se encogió de hombros-. Que tú pudieras o no, es otra cuestión.

– No necesito la psicología de una aficionada -dijo él.

– Sólo te estoy diciendo cómo lo veo yo, pero la próxima vez que desaparezcas entre la niebla, deberías probar a abrir la boca y soltar un grito desgarrador. Es muy terapéutico.

Le sostuvo la mirada, desafiante, y al final fue él quien la apartó y la perdió en la niebla.

– No espero que entiendas lo difícil que me resulta…-hizo un gesto de impotencia con la mano.

– Sólo es una niña pequeña, Harry. Que sea adoptada y de un color distinto al tuyo no la hace diferente. Quiere que la aceptes…

Estuvo a punto de añadir «y que la ames», pero pensó que sería un golpe emociona] demasiado fuerte. Harry frunció el ceño.

– ¿Un color distinto al mío?

Jacqui tragó saliva, arrepintiéndose por haber elegido aquel momento para hablar. Pero ya no podía echarse atrás.

– Me lo dijo ella.

– ¿Qué? -preguntó él. perplejo-. ¿Qué te dijo?

– Cuando intenté explicarle que no podía quedarme aquí, ella me preguntó si se debía a que fuera adoptada. A su color…

Miró a Maisie. que les estaba cantando una cancioncilla a los conejos. Parecía tan feliz, tan tranquila, tan distinta a la niña del día anterior…

– ¿Qué dijo, Jacqui?

Ella levantó una mano, incapaz de hablar.

– De acuerdo -dijo él-. Puedo imaginármelo. Dijo que yo no la quería porque era adoptada o diferente, ¿es eso?

Ella asintió.

– ¿Es un problema para ti? -consiguió preguntar.

El permaneció callado durante un rato, con la mirada perdida en el vacío.

– Sí, es un problema -respondió finalmente, mirándola a los ojos.

Jacqui no dijo nada, pero su expresión delató su espanto.

– Cuando la miro -siguió él-, todo lo que siento es…

– No, no digas más -lo interrumpió ella, separándose unos pasos-. Aquí estoy, muriéndome de vergüenza por hablar mal de ti, ¿y tú me dices que es cierto?

– Yo…

– ¡Mira, Jacqui! -exclamó Maisie, corriendo hacia ellos con el rostro iluminado y algo en las manos.

Jacqui se recompuso a toda prisa, se dio la vuelta y se agachó con una sonrisa forzada.

– ¿Qué tienes ahí, cariño?

Maisie abrió las manos para enseñar un polluelo amarillo.

– Oh, se ha hecho… eso en mis manos.

– Justo lo que necesitábamos -murmuró Harry por encima de ellas-. Pollos sueltos por ahí…

– ¿Dónde lo has encontrado, Maisie? -le preguntó Jacqui, antes de que Harry pudiera decir algo más que disgustara a la niña. Sacó un pañuelo del bolsillo y le limpió las manos a Maisie, recibiendo un picotazo del animal. Incluso los polluelos de peluche tenían picos…

– Detrás del seto. Hay muchos. Ven y verás -sin esperar respuesta, echó a correr por la explanada con sus grandes botas de agua.

– ¡Espera! Ten cuidado, Maisie, no vayas a pisarlos.

No le gustaban los pollos, pero tampoco quería verlos pisoteados. La niña se quedó inmóvil, con una pierna cómicamente suspendida en el aire. Estaba contenta, muy contenta, y Jacqui sintió que se le encogía el corazón por ella…

– Vamos a necesitar una caja de cartón para meterlos. Creo que he visto una en la cocina -se giró hacia Harry, que seguía apoyado en el muro-. ¿Quieres ir por ella?

– Mejor no preguntes lo que quiero -espetó él.

– Ya lo he hecho, pero tranquilo. Eso no va a suceder todavía.

– Hablas como si supieras algo que yo ignoro.

– Primero los polluelos -dijo ella-. Y luego las malas noticias.

Capítulo 9

AUNQUE agradecida por la distracción, Jacqui contuvo la respiración cuando Maisie le ofreció un polluelo a Harry al regresar éste con la caja. Parecía tan grande al lado de la niña… Y Maisie parecía tan vulnerable que Jacqui temió que pudiera destrozarla con una palabra cruel. Pero, tras unos momentos de duda, Harry se agachó, dejó la caja en el suelo y dejó que Maisie le pusiera el polluelo en las manos, esperando con inquietud su aprobación

– Bueno, ¿a qué estás esperando? -preguntó él-. Ve por más.

No era precisamente una alabanza, pero Maisie salió corriendo, ansiosa por complacerlo, y se tropezó con sus propias botas. Harry alargó una mano para sujetarla, pero el impulso de Maisie lo llevó fuera de su alcance.

La niña recuperó rápidamente el equilibro y volvió a toda prisa al seto, llena de entusiasmo. Sólo duró un segundo, pero la expresión de Harry delató sus emociones internas. Tras la máscara de hielo había exasperación. Regocijo. Pero sobre todo amor. Cuando volvió a mirar a Jacqui, las emociones se habían borrado, pero ella no se dejó volver a engañar.

– ¡Ay! -exclamó, al recibir en el tobillo el picotazo de la gallina, que no parecía estar de acuerdo con la operación de rescate-. Oye, sólo estamos cuidando de tus hijitos, ¿de acuerdo?

– Te dije que te pusieras botas -le dijo Maisie en tono de reproche.

Jacqui miró a Harry por el rabillo del ojo.

– Será mejor que eso no sea una sonrisa -le advirtió.

– En absoluto -le aseguró él.

– Mmm…

Diez minutos más tarde, Maisie dejó al último polluelo en la caja.

– Parece que ya están todos -dijo Jacqui-. ¿Dónde los ponemos?

– En el establo. Toma, lleva tú la caja -le dijo Harry, poniéndole la caja en los brazos-. Iré a colocar unas tablas para que no se escapen.

– Necesitan agua y comida -le recordó Maisie, aún frenética por el entusiasmo.

– Tienes razón. ¿Quieres ocuparte de eso?

A Maisie se le iluminó el rostro ante la posibilidad de hacer algo importante para Harry y salió corriendo.

– ¿Por qué estás tan contenta? -le preguntó él a Jacqui, pillándola con una sonrisa.

– ¿Yo? -preguntó ella.

– Sí, tú. Pareces el gato de Cheshire.

No era la imagen que quería dar, pero Jacqui mantuvo la sonrisa.

– Tengo un carácter alegre, Harry. Será mejor que te acostumbres.

– ¿Es tu manera de decirme que vas a quedarte un tiempo?

– Sí. Ésas son las malas noticias. Tu prima no ha respondido a los mensajes de la agencia. Así que, a menos que tengas un plan mejor, vas a tener que aguantamos.

Él no le dijo que agradecía su sacrificio. No dijo nada.

– Puede que haya decidido contactar contigo directamente -siguió ella-. Es posible que te haya dejado un mensaje en el contestador, o que haya tomado un vuelo para volver a casa nada más enterarse de todo…

– ¿Te quedarás? -preguntó él finalmente.

Jacqui se quedó momentáneamente desconcertada. ¿Le había pedido que se quedara?

– ¿Puedes quedarte? -insistió al no recibir respuesta-. Ya sé que todos lo estamos dando por hecho, pero…

– No.

– ¿No?

– Sí… No lo estás dando por hecho. Ese honor pertenece a otra persona. Y, sí, naturalmente que me quedaré el tiempo que haga falta -dijo, y se sorprendió a sí misma sonriendo de nuevo.

– Gracias -dijo él-. Yo mismo me encargaré de reservarte unas vacaciones en cuanto las cosas vuelvan a la normalidad.

Ella se encogió de hombros.

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