Liz Fielding - Ganar el Amor

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Jacqui Moore estaba huyendo… ¡de su trabajo de niñera! No podía volver a encariñarse con un niño y tener que enfrentarse a perderlo después…hasta que conoció a la pequeña huérfana Maisie y se comprometió a cuidarla durante las noches.
Pero las noches se convirtieron en semanas y las emociones de Jacqui amenazaron con desbordarse, porque además de Maisie, le había robado el corazón el dueño de la casa, el atractivo y asustado Harry Talbot.
No había lugar donde pudiera esconderse de sus sentimientos…

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– Porque no podía dejar que Maisie se convirtiera en otra estadística de guerra.

– Tiene que haber docenas de bebés. Cientos…

– Miles -corrigió él-. Siempre son los inocentes quienes más sufren.

– Pero ¿por qué ella?

Él negó con la cabeza, reacio a revivir el horror. Quería levantarse, salir de la biblioteca, perderse en las colinas… Pero eso era lo que había estado haciendo durante años. Huir hacia delante, refugiarse en el trabajo. El hecho de haber llegado finalmente a un punto muerto demostraba que no era ésa la respuesta. E ir de un sitio para otro no había supuesto la menor diferencia. Pero había mantenido su dolor encerrado durante tanto tiempo que no podía expresarlo con palabras. Se arrodilló frente al fuego, removió las cenizas con un atizador y añadió un par de troncos, observando cómo empezaban a arder. Quería retrasar el momento lo más posible. Ella no lo presionó. Permaneció callada mientras él organizaba sus pensamientos.

– Su madre era una refugiada que huía de los combates -dijo él finalmente-. Nunca supe su nombre… Tuve que inventármelo -la miró para asegurarse de que lo entendía y ella le puso una mano en el hombro para confirmárselo-. Ni siquiera sé de dónde era, sólo que había tenido la desgracia de meterse en un campo de minas. La llevaron al hospital donde yo trabajaba. Lo único que pude hacer fue traer al mundo a Maisie con una cesárea de emergencia.

Jacqui no dijo nada. Se limitó a cubrirse la boca con la mano. Podía imaginar el horror que Harry describía sin necesidad de más detalles.

– Maisie era pequeña y débil, pero cuando saqué su cuerpecito de los restos de su madre y la lavé, soltó un grito de… triunfo. Era como si exclamase: «¡Lo he conseguido! ¡Estoy viva!». Y me agarró el dedo como si nunca fuera a soltarlo. En aquel lugar tan espantoso, fue como un milagro, Jacqui.

– Lo fue. Tú la salvaste.

– ¿Pero para qué? La cruda realidad era que no sobreviviría ni un solo día en un campo de refugiados sin una madre que la cuidara.

– Pero sobrevivió.

– Le hice una promesa. Le prometí que no se convertiría en otra víctima anónima de una guerra sin sentido.

– La salvaste -repitió Jacqui en un susurro-. ¿Cómo lo hiciste?

– Me la quedé yo. Dormía a mi lado y viajaba conmigo. Yo le daba de comer, la cuidaba y en una ocasión realicé una operación con ella sujeta a mi espalda.

Debió de estremecerse al pensar en lo cerca que había estado de perderla, porque de repente Jacqui estuvo arrodillada junto a él, tomándole la mano y sosteniéndosela por un momento, antes de rodearle el cuello con un brazo y apretarlo contra su pecho.

– Cuéntamelo -le susurró-. Cuéntame lo que ocurrió.

El calor y el olor de Jacqui parecieron filtrarse en el interior de Harry, reavivando algo que había intentado eliminar con todas sus fuerzas. Le produjo dolor, pero era como si una herida estuviese cicatrizando.

– Lo recuerdo todo con demasiada claridad -dijo él. El calor de la tarde. El polvo. Las moscas. El cálido peso de Maisie colgada de su espalda…

– Había acabado en el hospital y volvía al campamento, con Maisie sujeta a mi espalda. Ella se despertó, empezó a llorar y yo me detuve y la tomé en mis brazos. Lo último que recuerdo es su carita iluminándose con una sonrisa… -hizo una pausa y sacudió la cabeza-. Entonces el mundo explotó a mi alrededor cuando un proyectil cayó en alguna parte, detrás de nosotros, y salí despedido por los aires.

– ¿Y Maisie? ¿Qué le pasó?

– Cuando cesó el bombardeo, me encontraron en un refugio, protegiéndola con mi cuerpo. Debí de arrastrarme hasta allí, aunque no recuerdo cómo conseguí llegar.

– La salvaste otra vez.

– Un momento antes…

– Shhh -lo interrumpió ella-. La salvaste -le susurró, acariciándole la espalda-. ¡Oh! Por eso son las heridas de tu espalda…

Pareció que iba a desmayarse, y Harry se apresuró a sujetarla.

– Olvídalo -le dijo-. Olvida que las has visto.

– ¡No! -exclamó ella, echándose hacia atrás-. Quiero verlas. Ahora -sin esperar, empezó a desabrocharle la camisa.

Él le agarró las manos para detenerla, pero ella lo miró fijamente a los ojos y él la soltó y le permitió hacer lo que quería. Entonces ella se inclinó hacia delante y lo besó con tanta dulzura que la respuesta inmediata de un cuerpo sobrecargado de estímulos pareció casi…profana.

Harry contuvo la respiración y se esforzó por reprimir la imperiosa necesidad que lo dejaba indefenso, mientras ella seguía desabrochándole la camisa. Sacó los faldones de la cintura y la tiró al suelo. Y entonces lo tocó. Primero lo hizo con mucho tiempo, trazando el contorno de sus hombros con la punta de los dedos, luego sus brazos, hasta extender las palmas sobre las cicatrices.

– ¿Te duele? -preguntó ella.

¿Doler? Con la mejilla de Jacqui presionada contra su pecho y el pelo rozándole el rostro, estaba lejos de sentir dolor, pero sí sentía la molestia de su miembro endurecido presionándose contra la cremallera del pantalón.

– Sí -consiguió responder, y volvió a ponerse la camisa.

Ella se sentó sobre sus talones y lo miró con el ceño fruncido.

– No me mires así-dijo él-. Estoy bien.

– ¿De verdad? Entonces, ¿por qué está Maisie viviendo con tu prima? ¿Y por qué eres tan desgraciado?

– ¿Desgraciado? -se echó hacia atrás para poner distancia entre ellos y tomó un sorbo de café. Necesitaba tiempo para recomponerse y pensar.

– ¿No vas a negarlo?

– No, no voy a negarlo, pero, como tú has dicho, la vida se interpone en nuestro camino. Mis heridas eran demasiado graves como para que las pudieran tratar allí, donde apenas había medios, pero me negué a que me mandaran a casa sin Maisie, y eso era un problema, porque ella no tenía ningún documento de identidad. Yo no tenía ningún derecho sobre ella. Necesitaba otro milagro.

– Y lo tuviste.

– Cuando se convirtió en un asunto de vida o muerte, el jefe de la unidad médica avisó al cónsul para intentar hacerme entrar en razón. Era un hombre muy compasivo. No me dejó ni que explicara la situación. Se limitó a mostrarme su libro de registros y me sugirió que era el momento de registrar a mi pequeña. No me preguntó el nombre del padre, únicamente el mío. Y cuando le di a Maisie el apellido de mi madre, pareció entenderlo. Entonces me dio una copia del certificado y me felicitó por mi nueva hija -levantó la mirada y se encontró con la de Jacqui-. Es mía, Jacqui. En todos los aspectos, y habría hecho mucho más que mentirle a un cónsul con tal de quedármela Yo la quería, Jacqui. La quiero. No podía dejarla en un orfanato.

– Pues claro que no podías. La trajiste a casa, a High Tops.

– Ojala. La verdad es que después de que me evacuaran del país, pasé una larga temporada en el hospital. Injertos de piel y ese tipo de cosas. Sally me echó una mano, se quedó con Maisie, contrató a una niñera y se entretuvo vistiéndola con ropa bonita.

– Como jugar con muñecas -dijo Jacqui-. Pero con una niña de verdad.

– Era inevitable que algún sabueso de la prensa lo descubriera. Le sacaron varias fotos con Maisie y a los pocos días el rumor se había difundido por todas las revistas.

– Así que ella fingió haber adoptado a una huérfana de guerra.

– No podía decir la verdad, pues entonces se habría sabido todo. Lo hizo para protegerme. A mí y a Maisie. Además, las grandes estrellas siempre están haciendo ese tipo de cosas. Es bueno para la publicidad.

– Debes de odiarla mucho.

– No. La conozco. Por eso me evita a toda costa.

– ¿Y Maisie?

– Cuando yo me vi con fuerzas para reclamar su custodia, ya tenía una nueva vida. No podía llevármela al extranjero, a zonas en conflicto con epidemias y hambrunas donde habría vivido en un riesgo permanente.

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