Liz Fielding - Orgullo y amor

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Seis años atrás, Casey había adorado a Gil Blake. Pero él le había hecho saber que ella era una aventura más. Ahora había regresado y la chica aún lo amaba… pero Gil sólo había vuelto para vengarse

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– ¿Qué platillos tienen hoy? -preguntó él.

– Asado de res y zanahorias con bolas de masa hervidas, Gil -respondió ella tomando su dinero-. ¿Está bien?

El sonrió con aprobación y guió a Casey hasta un grupo de personas que estaban de pie junto al piano; Gil saludó cordialmente.

– ¿Dónde está Dolly? -preguntó él señalando el silencioso instrumento. Uno de los hombres dejó de mirar a Casey sólo un instante para responder:

– De vacaciones. Esta noche no tendremos música. ¿No vas a presentarnos?

– Claro. Casey, quiero presentarte a unos viejos amigos -y mencionó una lista de nombres que ella jamás podría recordar. Titubeó al llegar a la última del grupo. Era morena y baja de estatura y llevaba un vestido que Casey y Gil reconocieron al instante. Gil terminó de presentarlos, cuidándose de no mirarla a los ojos.

– Lástima del piano. Esta es la primera vez que viene Casey al Carpenter's.

– Estará aquí la semana entrante -Casey estaba consciente de un incómodo silencio como si no comprendieran qué hacía ella allí.

– Quizá yo podría tocar algo -ofreció Casey aclarándose la garganta-. ¿Qué tipo de música… toca Dolly?

– No, Casey. No creo…

Pero ya le habían acercado el banquito, abierto la tapa del piano y Casey miró el teclado sin música. Pensó en la posibilidad de interpretar algo de Chopin, pero rechazó la idea y mejor decidió por una elección de éxitos de los Beatles.

Después, todo mundo le empezó a pedir canciones. Muchas no se conocía, pero había tocado el piano en un viejo salón musical en ' I ciub y conocía algunas de las tonadas.

Gil parecía haber desaparecido, pero cuando el grupo se movió ella lo vio conversando de cerca con la chica del vestido negro. Le coqueteaba descaradamente y la joven le seguía la corriente. La chica se recargó en su solapa cuando Casey los observaba, mientras sus dedos continuaban encontrando automáticamente las notas, sin aparente ayuda de su cerebro. Gil pareció sentir que lo miraba y levantó la vista. Con toda intención pasó el brazo por los hombros de la joven, la acercó y se inclinó a susurrarle algo en el oído que la hizo reír.

– Aquí tienes una bebida Casey -la camarera colocó el vaso sobré el piano-. Es un obsequio de Dave, el que está allí.

Casey se volvió para mirar a Dave, quién la saludó con la mano e hizo una serie de complicados gestos señalando la bebida y la de ella. Asombrada sonrió, saludó con la mano y tomó la bebida, ya que tenía la garganta seca por el humo de los cigarrillos. La gente se volvió a amontonar y ya no pudo ver a Gil con la joven. Siguieron mandándole jugo de naranja y después de un rato dejó de percibir el extraño y molesto dolor que sentía en su corazón. El sonido de un gong anunció la cena, y ella se puso de pie para unirse a la fila sintiendo sus piernas como de hule. Recogió sus cubiertos y notó que la chica de negro estaba formada detrás de ella.

– Me encanta tu vestido -le dijo con solemnidad, y luego para su propio asombro, se rió.

– Gracias -la chica lo alisó con las manos sobre sus caderas-. Resultó muy caro, pero vale la pena pagar cuando la ropa es de calidad, ¿no crees? -dijo la joven con desparpajo.

– Definitivamente. Estoy segura de que tomado del mostrador de ropa casi nueva, pero usada en el bazar de las Brownies, lo hizo uno de los vestidos más caros -Casey acercó su cara a la de la chica que tenía de repente una expresión rígida-.Y si no dejas en paz a mi marido te juro que me aseguraré de que todos los presentes sepan exactamente dónde lo compraste -le silbó en el oído.

– ¡No te atreverías! -pero con sólo verle la cara a Casey se con venció. Avergonzada, huyó de ahí.

– Tu amiguita te dejó plantado -le dijo a Gil cuando se sentó en la silla vacía junto a él.

– ¿Por qué sería? -murmuró él, divertido.

– No tengo la menor idea -ella equilibró su plato en las rodillas y empezó a comer-. Pero me intriga Gil, que gustándote tanto las mujeres morenas y curvilíneas te hayas fijado en mí -él hizo una pausa sosteniendo el tenedor lleno de comida.

– ¿Las mujeres? ¿En plural?

– Es la segunda morena despampanante con la que te veo abrazado esta semana -declaró ella y lo miró a los ojos.

– ¿De veras? ¿Sólo dos? He de estar perdiendo mi encanto -le brillaron los ojos y luego se encogió de hombros-. Debe ser una debilidad mía. Estoy seguro que eso no te preocupa, ¿verdad? -y la miró con gesto retador.

– Maldito seas, Gil Blake -ella se puso de pie, olvidando por completo el plato, que se deslizó de sus piernas y vació su contenido en la alfombra. Ella contempló el plato por un momento como si no estuviera segura de donde había venido-. Lo siento -levantó la vista, azorada, mientras la camarera se acercaba para limpiar.

– No te preocupes, querida -dijo la mujer y miró el rostro pálido de Gil-. Creo que será mejor que la lleves a su casa. Le ha tocado más de aquello a lo que no debe estar acostumbrada -Gil la observó de cerca.

– Pero si sólo ha bebido jugo de naranja.

– Dave le añadió vodka. Le gustó mucho como toca el piano. Creí que estabas enterado.

– ¡Vodka! ¡Válgame Dios!-él la miró-. Es culpa mía. Debí estarla cuidando. Siento mucho lo de la alfombra.

– No tengas cuidado. Gracias por tocar el piano, Casey. Espero verlos pronto por aquí -Casey se despidió con un movimiento de la mano al momento que una docena de voces le aplaudían; Gil la tomó firmemente del brazo para guiarla a la salida.

El aire fresco le pegó como un martillazo, y se le doblaron las rodillas cuando llegaron a la esquina. Gil lanzó una maldición y la levantó para cargarla por el resto del camino. La recargó en la puerta mientras buscaba la llave, y ella se deslizó hacia el suelo, riéndose.

– Se lo dije, ¿sabes? -comentó honestamente-. Le dije que sabía donde había comprado ese vestido -tenía hipo-. Le dije que i reVelaría ante iodos si no se largaba.

– No me digas.

– Todos fueron muy amables. Me ofrecieron bebidas. Menos tú, Gil, porque estabas muy ocupado. Pero yo se lo dije a ella -Gil abrió la puerta.

– Anda entra, mujercita tonta… -se detuvo porque ella no podía escucharlo. La levantó y la contempló por un largo momento, sonriendo con satisfacción-. Con que eres una gatita celosa. ¿Le mostraste tus garras? -le besó la frente y la cargó llevándola adentro.

Casey sentía que alguien martillaba dentro de su cabeza.

Gimió, abrió los ojos y los volvió a cerrar rápidamente al sentir que le molestaba la luz.

– Casey -ella escuchó, la voz y de mala gana abrió de nuevo los ojos. Gil estaba parado a su lado con un vaso en la mano-. Bebe esto -le ordenó.

Ella volvió a gemir, colocó la mano en su cabeza y él observó, inexpresivo, cómo ella hacía un gran esfuerzo para incorporarse. Ella miró el vaso que le ofrecía y con desconfianza, olió el contenido.

– ¿Qué es?-preguntó retrocediendo.

– No importa. Bebe. Te ayudará.

– Nada me ayudará -sollozó ella-. Me estoy muriendo.

– No es cierto -dijo él sin simpatía-. Tienes malestar. Anda, bebe -él sostuvo el vaso mientras ella bebía el líquido, y lo inclinaba para que no dejara ni una gota.

– ¡Oh! -ella se estremeció-. Es horrible.

– No cabe duda, pero te hará sentirte mejor -ella se recargó en la cabecera y se tapó los ojos.

– ¿Crees que puedo tomar agua y algo para el dolor de cabeza?

– Puede ser -se dirigió a la puerta, hizo una pausa y la miró sonriendo con sorna-. ¿Algo más que quieras que te traiga? ¿Tocino? ¿Huevos estrellados? ¿Un par de salchichas? -le ofreció.

– ¡Ohhh! -ella se deslizó bajo las sábanas y cubrió su cabeza. ¿Una cruda? ¿Cómo es que ella tenía una cruda? Trató de razonar.

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