Raye Morgan - Dulce Atracción

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Lisa buscaba a un hombre hogareño y que fuera un buen padre en potencia y sabía que a los playboys como Carson James tenía que evitarlos a toda costa.
El sólo tenía que mirar a una mujer para que ésta se derritiera, pero lo último que deseaba era formar una familia. Estaba dispuesto para el amor, sí, pero ¿serían los encantos de Lisa suficientes como para hacerlo desear un matrimonio… e hijos?

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Se decidió por un vestido verde lima con una amplia chaqueta que ocultaría su vientre prominente. Y con la primera luz de la mañana, se metió en su coche y condujo en dirección a la autopista. A última hora de la mañana, estaba buscando un sitio vacío en el estacionamiento del aeropuerto de San Francisco.

Lo descubrió enseguida entre la multitud que salía del vuelo procedente del medio oeste. Parecía cansado, pero cuando la vio su rostro se iluminó con una sonrisa, y ella corrió a sus brazos.

– Estás preciosa -le dijo, cuando terminó de besar todos y cada uno de los rincones de su rostro y de su cuello-. Estar separada de mí te sienta muy bien. Has ganado peso.

Ella se apartó de él y se tiró del borde de la chaqueta.

– Vamos a buscar un sitio tranquilo donde podamos hablar -dijo mirando a su alrededor-. Tengo que decirte una cosa.

– Yo también -dijo él-. ¿Qué me dices de uno de esos pequeños restaurantes que tienen en el edificio principal? Pediremos una mesa al fondo.

Encontraron un sitio perfecto, se sentaron y pidieron la comida, riendo todo el rato.

Lisa se sentía tan feliz de estar con Carson que todo parecía fácil y ligero. Finalmente, la camarera les trajo la comida y los dejó a solas. Había llegado el momento de hablar, y Lisa sintió que el corazón comenzaba a latirle muy de prisa en el pecho.

Hubo una pausa, durante la cual ambos evitaron mirarse a los ojos el uno al otro.

– Carson, yo…

– Lisa, escucha…

Los dos se miraron y soltaron una carcajada.

– Tú primero -dijo ella-. Puedo esperar.

– ¿Seguro?

Ella asintió.

– Muy bien -el suspiró profundamente-. Ahí va. En dos palabras. No quiero ir a Tahití.

Lisa lo miró con los ojos muy abiertos.

– ¿Qué?

– Es cierto. Llevo toda la mañana mirando mi billete de avión y pensando… pensando que prefiero estar en cualquier sitio que tú estés mejor que en Tahití. No, espera -dijo levantando una mano-, déjame terminar. Yo… mira, yo siempre había pensado que tenía un alma inquieta, que tenía que vagar de un lado a otro, que jamás desearía quedarme en el mismo sitio mucho tiempo. Pero algo ha cambiado, y me doy cuenta de que las cosas ya no son así en absoluto.

Ella asintió, animándolo a que continuara y conteniendo la respiración.

– Siempre estaba buscando algo, Lisa. Y ahora… siento que ya no tengo que buscarlo más.

– Carson…

– Espera. Ya sé que no soy el hombre de tus sueños. Sé que no me parezco en nada al hombre al que tú has estado buscando para lograr que tu vida fuera como deseabas. Pero me gustaría seguir estando cerca de ti, Lisa. ¿Podrías… podrías soportarlo?

Sus ojos parecían tristes y vulnerables, y ella se mordió los labios y cerró los ajos antes de contestar.

– Lisa -dijo, su voz temblando por la emoción-. ¿Quieres casarte conmigo?

Ella asintió, con los ojos llenos de lágrimas.

– Sólo tengo una condición -dijo ella-. Sé que has dicho que no te gustan los niños. Pero yo voy a tener que tener uno. Por lo menos uno. Mira…

Tomando el rostro de ella entre sus manos, Carson la besó en los labios.

– Lisa, me da exactamente igual. Adelante, ten diez niños si quieres. Ya nos ocuparemos de eso cuando llegue.

– Entonces -dijo ella intentando sonreír, aunque lo que deseaba de verdad era llorar-, entonces, ¿vamos a casarnos?

El la besó de nuevo.

– Lisa, Lisa, claro que sí -dijo mirándola con ojos brillantes-. No hay nada que desee más en el mundo que casarme contigo.

Las lágrimas comenzaron a salir de los ojos de Lisa. Pero ella no había terminado todavía.

– Bueno, hay una cosa más que quiero decirte -dijo rápidamente-. Te tengo preparada una sorpresa. Ven, cierra los ojos y dame tu mano.

– ¿Qué?

– Dame la mano.

El la miró un instante, vio sus lágrimas y su sonrisa trémula, y sintió que su corazón se llenaba. Luego obedientemente cerró los ojos y dejó que ella tomara su mano. Ella la tomó y la puso con suavidad… él no sabía exactamente dónde. Intentó imaginárselo. Sentía la tela de su vestido en la palma de la mano, y sabía que tenía que ser en algún lugar de su cuerpo, pero era una zona redondeada y firme que no reconocía.

Entonces sucedió algo. Algo se movió bajo la palma de su mano.

– ¡Eh! -dijo apartando la mano como si se hubiera quemado, y abrió los ojos. Se encontró mirando al vientre de Lisa. Ella estaba echada hacia atrás y con la chaqueta entreabierta sobre su vientre redondeado. Carson intentó hablar pero no pudo.

– Estás embarazada -dijo por fin, mirándola.

– ¿Estás enfadado? -preguntó con suavidad.

– ¿Enfadado? -dijo, sin apartar los ojos de su vientre. Luego volvió a poner allí la mano-. Tenemos un bebé. Tú y yo -dijo con una sonrisa-. ¿Por qué no me lo habías dicho?

– Yo… me daba miedo. No quería que te sintieras atrapado. Sabía que tú no querías niños, y…

– Niños. Por supuesto, yo no quiero "niños", así, entre comillas, pero mi propio hijo. Nuestro hijo. ¿No entiendes lo diferente que es eso?

Y la miró con una sonrisa, como si eso fuera lo más evidente del mundo, sin darse cuenta de que hasta aquel momento ni él mismo había sido capaz de comprenderlo.

El niño se movió de nuevo, y él rió.

– ¿Qué crees que es? ¿Un codo, una rodilla?

Ella sonrió al contemplar el entusiasmo de Carson. Entonces, ¿todo iba a ir bien? ¿Es que estaba soñando?

– Creo que es un pie muy pequeñito.

Acercándose a él, lo tomó en sus brazos.

– Carson James -habló con voz ronca-, no sé quién te ha dado la idea de que tú no eres el hombre de mis sueños. Porque estás equivocado de cabo a cabo. Eres el único hombre al que he amado, el único hombre con el que podría ser feliz.

El la rodeó con sus brazos.

– Lisa, mi querida Lisa -murmuró-. Vamos a construir una familia, tú, el pequeñín y yo… una familia como la que sabíamos que nos esperaba a los dos en algún sitio.

Al ver sus ojos húmedos y la emoción que había en su voz, Lisa se dio cuenta de que él lo estaba diciendo de verdad. Y se relajó entre sus brazos, sintiéndose tan llena de felicidad que le resultaba difícil creer que todo esto fuera real. Tan sólo unas horas atrás estaba segura de que lo había perdido para siempre. Y ahora todo lo que ella había deseado estaba a su alcance.

– Formar una familia -repitió ella con suavidad, acariciando su mejilla-. Eso es lo que haremos, Carson.

– Una familia -repitió él, atrapando su mano y llevándosela a los labios-. Sí. Prometido.

Luego Carson volvió a poner la mano sobre su vientre, en el lugar donde había sentido moverse algo. Lisa se recostó contra él, sonriendo. Al fin y al cabo, el amor sí había sido suficiente.

– ¿Está todo bien? -preguntó entonces la camarera acercándose. Luego vio la comida intacta sobre la mesa-. ¿Hay algún problema? ¿Quieren que…?

Carson se separó de Lisa y metió la mano en el bolsillo de su chaqueta.

– La comida era estupenda -le dijo a la camarera-, pero tenemos que irnos.

Luego sacó un billete para pagar la comida, junto con su billete de avión.

– ¿Quieres ir a Tahití? -le preguntó a la camarera mientras ayudaba a Lisa a levantarse-. No voy a poder usar este billete. Si puedes estar lista en una hora, tienes un viaje gratis.

La camarera tomó el billete y lo miró con ojos muy abiertos.

– Pero entonces, ¿a dónde se va usted? -preguntó.

– ¿Yo? -dijo Carson pasando el brazo por la cintura de Lisa-. Yo voy a casa.

Morgan Raye

Dulce Atracción - фото 2
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