– Tú también eres mi amiga, Michi -dijo con voz ronca. Y tuvo una sensación rara en el pecho. A lo mejor aquel corazón de hielo se estaba derritiendo de nuevo.
Antes de salir, la niña se volvió para mirar al gato.
– Adiós, Jake -dijo-. Hasta la vuelta.
– No te preocupes -dijo Carson-. Te la pasarás muy bien en Hawai. No necesitarás a Jake. Estarás muy ocupada, viendo a tu familia y haciendo nuevos amigos. Y el tiempo pasará tan rápido que antes de que te quieras dar cuenta ya estarás de vuelta.
– Seguro que sí, señor -dijo ella, de nuevo con lágrimas en los ojos-. Adiós.
Y desapareció en la lluvia.
Carson se volvió y contempló a Jake.
– Muy bien -murmuró en voz baja-. Que no cunda el pánico. Tiene que haber alguna manera de tratar con este gato.
No sabía qué iba a hacer con aquel animal. Tendría que encerrarlo en una habitación, hasta que Michi volviera. Y, ¿qué haría si no volvía?
Pero bueno, ¿qué era lo que pasaba con él? No podía dejarse acobardar así. Al fin y al cabo él era un hombre, ¿no? Tenía que enseñarle a aquel animal quién era el que mandaba allí.
En ese momento, Lisa entró en la habitación.
– Qué gato tan bonito -dijo. Acercándose a Jake, lo tomó en sus brazos-. No sabía que tuvieras un gato.
– No tengo ningún gato -dijo Carson-. Este es de Michi Ann. ¿Te acuerdas de aquella niña que te presenté en Kramer's? Me ha pedido que me quede con él un par de semanas, hasta que vuelva de Hawai.
– Oh -dijo Lisa, mirándole con expresión de ternura.
– Bueno, bueno, ahora no empieces a decirme que soy un blando con los niños, ni nada parecido. Porque la verdad es que odio a este gato. Y él me odia a mí.
– ¿Esta preciosidad te odia?
– Este demonio, querrás decir. Es un asesino, lo digo en serio.
– ¿Quieres que me lo lleve yo a casa? -sugirió. Jake parecía estar muy feliz en sus brazos-. Apuesto a que yo podría reformarlo.
Eso sería estupendo, pensó Carson. Por un momento, vio el cielo abierto. Luego sacudió la cabeza.
– No. He prometido que lo cuidaría. No quiero fallarle a Michi Ann.
– Muy bien -Lisa puso al gato en el suelo-. ¿Vas a llevarme a casa? Me parece que ya es hora de que me marche.
El la miró. Bueno, ¿no era esto lo que él quería? Una relación esporádica, distanciada. Ella estaba tranquila, calmada, y tan sexy como siempre.
Arrojando por la ventana todas sus buenas intenciones, Carson se acercó a ella y la rodeó con sus brazos.
– Ese ha sido tu primer error -le dijo, besándola en el cuello, en el lóbulo de la oreja, en la mejilla-. No es hora de que te marches en absoluto.
Lisa sintió que le temblaban las rodillas y sonrió. Carson decía lamentar lo que había sucedido, pero al llegar el momento, se mostraba tan feliz como ella misma.
– Ah, ¿sí? -dijo ella-. Entonces, ¿de qué es hora?
El sonrió. No había ninguna necesidad de responder a aquella pregunta con palabras. Dejó que fuera su cuerpo quien contestara.
– Abrimos dentro de una semana.
Lisa escuchó con atención mientras Greg le describía los detalles de la ceremonia de apertura del nuevo Loring's Family Center. Su sueño se estaba convirtiendo en realidad. Pronto sabrían si era un éxito o un fracaso.
Dio un sorbo del vaso de agua que tenía siempre consigo en la mesa de conferencias aquellos días. Su boca parecía estar siempre seca. Debía de ser el estrés, se dijo.
Volviéndose al otro lado de la mesa, le guiñó un ojo a Carson, y él le hizo una seña. Habían pasado ya semanas desde el momento en que ambos se habían decidido a reconocer por fin lo que sentían el uno por el otro, y durante ese tiempo se habían estado viendo con regularidad. Semanas de paraíso. Semanas de infierno.
Luego se puso de pie y se dirigió a todo el personal.
– Quiero darles las gracias por lo que han hecho durante estas últimas semanas. Todos hemos trabajado duro, y pronto veremos si nuestro esfuerzo ha merecido la pena. Espero que sí. Nuestro futuro depende de ello. Así como nuestro pasado -añadió, dedicándole una sonrisa al retrato de su abuelo-. Ganemos o perdamos, quiero decirles lo mucho que aprecio sus esfuerzos. Y si las cosas van bien, espero poder recompensarles como se merecen. Gracias de nuevo.
Había un montón de detalles de última hora que atender. La guardería para los empleados estaba ya en marcha, y la guardería para el público en general estaba todavía en las primeras etapas. Lisa invirtió mucho tiempo en todos estos planes, además de hacer frecuentes visitas al área de los empleados en busca de nuevas ideas. De ven en vez se dejaba caer por la guardería, donde Becky, la hija de Garrison, era la estrella, y jugaba un poco con los niños. Un par de veces se había encontrado con Carson observándola desde la puerta, con una expresión indescifrable en el rostro.
– No comprendo cómo no se le había ocurrido esto a nadie antes -le dijo más tarde a Carson-. Parece evidente que una madre que sabe que su hijo está bien cuidado será una trabajadora mejor. Estoy segura de que la moral ha mejorado. ¿Por qué no se había hecho antes? Es cosa de lógica.
– Lógica femenina -dijo él en broma.
– La lógica femenina es elemento que mantiene el mundo estable y sin dar bandazos. ¿Es que no sabías eso?
Estaban juntos siempre que podían. Aprovechaban cualquier momento en la casa de ella, en el apartamento de él, en el coche. Parecían tener un deseo irresistible el uno del otro, como si estuvieran intentando aprovechar el tiempo perdido. Había días en que su ansiedad por aprovechar hasta el último minuto les hacía llegar a extremos ridículos.
Uno de estos casos había sucedido la noche anterior, en la fiesta en la piscina interior de los Duprees. La casa era fabulosa, y tenía una piscina cubierta que dominaba el valle y una vista panorámica del océano. Desde allí veían los barcos que cruzaban por el mar y la luz del faro, se oían las olas y al mismo tiempo era posible nadar en las aguas cálidas de la piscina y beber un cocktail aislados del clima que hacía en el exterior, o bien relajarse en la sauna.
Lisa se había puesto un traje de baño de una pieza que había pensado que sería discreto. Era color azul eléctrico y de un diseño un tanto atrevido, aunque cubría bien todo lo que debía ser cubierto. Más tarde, cuando se había encontrado con los hombres de la fiesta anormalmente atentos cada vez que salía del agua, se había dado cuenta de su error. Una vez empapada, la tela se pegaba de tal manera a su piel que la hacía sentirse como si estuviese desnuda. Una sola mirada al rostro de Carson sirvió para confirmar sus peores sospechas. Sintiéndose violenta, se dirigió hacia los vestuarios.
Había dos filas de casetas, para hombres en un lado y para mujeres en el otro. Entró en la última de la fila y se quitó el traje de baño, dejándolo caer al suelo. Luego comenzó a socarse el pelo con la toalla. Oyó un ruido detrás de ella. Se volvió.
– Carson -dijo sorprendida.
– Shhh -le puso un dedo en los labios y cerrando la cabina con cerrojo. Luego se puso frente a ella, contemplando sus pechos redondos, su esbelta cintura, sus piernas largas y bronceadas. Ella lo miró. Reconocía aquellos ojos de fuego.
– Carson, no -murmuró-. Aquí no.
El sonrió y la atrajo hacia sí. Con la palma de la mano comenzó a acariciar uno de sus pezones, que en seguida reaccionó y se puso duro y erecto.
– ¿Por qué no? Nadie se va a enterar.
Lisa era fácil de convencer.
– No tengo carácter -dijo-. Me dejo manejar por ti.
– Eso suena muy interesante.
Ella rió suavemente y lo ayudó a quitarse el traje de baño. Luego se tendió sobre la mesa que había para dejar la ropa.
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