Raye Morgan - Dulce Atracción

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Lisa buscaba a un hombre hogareño y que fuera un buen padre en potencia y sabía que a los playboys como Carson James tenía que evitarlos a toda costa.
El sólo tenía que mirar a una mujer para que ésta se derritiera, pero lo último que deseaba era formar una familia. Estaba dispuesto para el amor, sí, pero ¿serían los encantos de Lisa suficientes como para hacerlo desear un matrimonio… e hijos?

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– ¿Caminar con él?

– Sí, eso es lo que hay que hacer. Te lo pones sobre el hombro y te pones a caminar de un lado para otro durante horas. Créeme. Una vez que empiezas, ya no te dejan parar jamás. Les encanta.

– Pero… pero, ¿cómo voy a cuidar de los otros niños si tengo que estar paseando al bebé?

El sonrió.

– Ya empiezas a comprender.

Lisa comenzó a pasear con el niño. Lo cierto era que le encantaba sentir su cuerpecito sobre su hombro. Y lo bien que olía. Sólo eso ya compensaba el esfuerzo. Pero Carson tenía razón, una vez había comenzado a andar, el bebé no la dejaba parar. En cuanto comenzaba a moverse más despacio, empezaba a protestar de nuevo. De modo que caminó a través de toda la casa, salió al patio, atravesó la cocina. Y allí fue donde se encontró con Billy. Billy tenía doce años, e iba con un bate de béisbol por todas partes, moviéndolo peligrosamente cada vez que estaba cerca de algún objeto frágil y valioso. Lo atrapó cuando estaba a punto de salir por la puerta de atrás.

– ¿Dónde te crees que vas? -preguntó.

– Fuera, a jugar.

– Ya es de noche -dijo ella.

– Mamá siempre me deja -dijo él con seguridad.

¿Sería eso posible? Carson estaba mirando desde la puerta de la cocina. Lisa le miró y él negó con la cabeza.

Se volvió al niño.

– Lo siento, pero no me encuentro cómoda dejando que salgas a jugar una vez que ha anochecido. Tendrás que esperar a que venga tu madre, y pedírselo a ella.

– Pero si no viene hasta mañana -dijo el niño con gesto de horror.

– Eso es -dijo Lisa intentando mantenerse firme.

El cambió de táctica.

– Entonces, ya no tengo otra cosa que hacer, ¿podemos alquilar un video?

– No.

– ¿Por qué no?

– Porque estamos demasiado ocupados.

– Yo no estoy ocupado.

Buena respuesta. Tenía que pensar en algo rápido.

– ¿Quieres trabajo? Hay que fregar los platos.

El no se molestó ni en contestar esa propuesta tan ridícula.

– ¿Puedo invitar a mis amigos a que pasen la noche aquí?

– Me parece que esta noche mejor no.

– ¿Por qué no?

Lisa tragó saliva y contó hasta diez.

– Porque yo lo digo. Y ahora, ¿por qué no vas a…?

– ¿Puedo meter la televisión en mi cuarto?

Dios mío, nunca se rendía. Además, el bebé había empezado a protestar porque ella no estaba caminando.

– No sé -dijo desesperada-. ¿Te deja tu madre hacerlo?

– Claro. Todos los días.

Carson acudió en su ayuda.

– No le creas ni por un minuto -dijo entrando en la habitación.

Billy miró a Carson disgustado y se marchó por fin.

– No sé -dijo Lisa-. Prácticamente le has llamado mentiroso en la cara.

Carson sonrió.

– Es un mentiroso.

– Pero parece un buen chico…

– Claro que lo es. Y cuando crezca se convertirá en un miembro ejemplar de la comunidad. Pero ahora mismo tiene doce años. La realidad no existe para él. Y dirá cualquier cosa con tal de conseguir meter la televisión a su cuarto.

Lisa miró a Carson divertida. ¿Se daba él cuenta de lo mucho que sabía sobre los niños?

– Y, ¿qué te parece si nos reunimos todos en el salón de estar y vemos la televisión? -dijo ella-. Será como una auténtica reunión familiar.

– Sí -concordó-. Una reunión de la Familia Monster. No lo hagas. Lo lamentarás.

Lisa se cambió al bebé de hombro y movió el brazo para hacer circular la sangre. No entendía por qué aquello no era una buena idea.

– Pero, ¿por qué? -preguntó.

Carson la miró sonriente, divertido al comprobar lo poco que sabía ella del tema. De pronto se daba cuenta de que de ellos dos él era el más experto. Había olvidado lo mucho que recordaba de la época en que cuidaba a los niños de su tía.

– En teoría es bonito -le dijo a Lisa con paciencia-, pero no funciona. Mira, los bebés no ven la televisión. Además, uno de sus mayores placeres es molestar a los demás cuando quieren verla. Y los niños de dos años tampoco ven realmente la televisión. Lo que hacen es gritarle a la tele. O tirarle cosas. Pueden incluso levantarse y besarla. Pero nunca la ven. De modo que, ¿con qué nos quedamos? El niño de siete años querrá ver dibujos animados. Y el de doce años, querrá ver una película de balazos. Entonces, ¿qué dices? ¿Nos ponemos a ver dibujos animados y películas de balazos?

– Ponen Casablanca esta noche -dijo Lisa-. A lo mejor…

El sacudió la cabeza.

– Ni lo sueñes. Te harán papilla si lo intentas. Ellos no tienen piedad.

Probablemente tenía razón. Carson parecía saber un montón sobre niños, y en vez de quedarse a un lado y reírse de los errores que cometía ella, lo que hacía era ayudarla y darle consejos. Estaba impresionada.

Cuando C.C., el niño de dos años, tiró las llaves del coche en el retrete, fue Carson quien las rescató. Cuando Deanie, de siete años, dio a todos los animales de peluche de su hermana mayor un corte de pelo, fue Carson el que intentó arreglar un poco el desastre con la máquina de afeitar de Ben. Y al final, se dedicó a pasear él bebé, para que Lisa pudiera meter a los demás en la cama.

Para gran sorpresa de Lisa, fue Billy quien le pidió que le contara un cuento. Se las arregló para inventarse una historia llena de acción y aventuras arriesgadas, en vez de princesas y castillos.

Mientras le estaba contando el cuento, Carson la observaba desde el pasillo, con el bebé dormido sobre su hombro. Estaba allí inmóvil, escuchando la voz de Lisa. Sentía el pecho lleno de emociones contrapuestas. Su plan había sido que ella se sintiera abrumada con los niños y se diera cuenta de la cantidad de problemas que causaban. Lo que había sucedido era que ella se había puesto a cuidar de los niños como si lo hubiera estado haciendo toda la vida. ¿Qué podía hacer él, entonces? ¿Cómo iba a lograr quitarle de la cabeza su idea de ser madre si parecía estar hecha para serlo?

Miró al niño, que se estaba quedando dormido con su gorra de béisbol en la cabeza. Todo lo que le había contado a Lisa sobre su niñez, era cierto, pero se había olvidado de incluir a su padre en la descripción. En aquel momento, mirando a Billy dormido, recordó las veces que su padre había estado con él, en las temporadas que no estaba en la cárcel. También su padre le había arropado, le había contado historias por la noche, le había llevado a partidos de béisbol. Era extraño que se hubiera olvidado de todo aquello. ¿Por qué lo había intentado borrar de su mente durante todos aquellos años? Su padre había estado con él cuando pudo hacerlo. Sin embargo, se había pasado años guardando resentimiento contra él por haberle abandonado, por haberle hecho vivir con la tía Fio. De pronto, se dio cuenta de que gran parte de la rabia que sentía contra su padre se debía a que los ratos que pasó con él fueron maravillosos. No podía aceptar que su padre hubiera hecho cosas que tuvieron como resultado que se terminaran los buenos tiempos. A lo mejor había llegado el momento de comenzar a ver las cosas de otra manera.

Había llevado a Lisa a aquella casa para que cambiara su manera de ver las cosas, para demostrarle que ella no quería realmente las cosas que decía que quería. Pero lo que había logrado en cambio había sido tener una revelación él mismo. Le salió el tiro por la culata.

La mañana siguiente fue bastante febril, pero en absoluto agobiante. Lisa disfrutó haciendo un desayuno para tanta gente, pero llegó un momento en que los humos de la cocina parecieron ser demasiado para ella

– Te estás poniendo muy pálida -le dijo Carson acercándose a ella y quitándole la espátula que tenía en la mano y haciéndola sentarse.

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